viernes, 10 de julio de 2009

Cyber-caños S.A., y las obligaciones de conciencia

Estaba en la Feria, en contra de su voluntad; la mierda de las obligaciones sociales laborales y toda esa basura. Tenía que pasar por estos trances ahora que, con un retraso de 30 años en materia de progreso “memo-técnico”, se habían puesto de moda por fin las medidas orientadas a facilitar la armonía en los grupos de trabajo mediante burdas maniobras para relajar las tensiones y lograr la camaradería imprescindible (según ciertos imbéciles que consideran que toda coincidencia desgraciada de más de una persona ha de convertirse en un equipo de baloncesto) para fabricar grifos (trabajaba para Cyber-caños S.A.) y competir exitosamente con varios miles de millones de chinos comunistas que trabajan a mala leche (y cobrando una soberana mierda) como si fueran proletarios ingleses del siglo XIX, ahí, al otro lado del mundo. Había que tener cuidado con estos ejercicios de armonía y camaradería, pues cada gesto y movimiento sería inevitablemente registrado por la jauría de perros carroñeros que tenía por compañeros. Aún así, a pesar de ser consciente de ello, se le daba mal disimular y permanecía en un segundo o tercer plano, sin integrarse en absoluto, deseando que aquello acabara cuanto antes.

Entonces, una de esas chicas que no paran de bailar y que no soportan que alguien no comparta su felicidad demostrándola mediante atenciones y piropos, se le acercó para “hacerlo feliz” como si la vida fuera una tómbola y ella una Marisol de pacotilla, pero con las tetas bien grandes, lo que hacía aún más obscena la escena.

- ¡Hola! ¿Por qué no bailas o haces algo? ¿Estás bien? Es que como te veo ahí parado e incómodo...
- Claro, bailemos: primero te daré unos pases de capote y luego te sodomizaré con mi estoque especial.

La chica se quedó completamente cortada y, tras una mirada asesina, se marchó de vuelta al tablao con ademanes pantojiles. Inmediatamente se le acercó uno de sus compañeros del departamento de caños orientables (sección de limpieza y mantenimiento).

- Tío, ¿qué quería la hija del Jefe de la División Nacional?
- ¿Esa era su hija?- dijo con un sobresalto y una sensación de infarto explosivo.
- ¡Claro, hombre! Tú, como siempre, sin prestar atención ni enterarte de nada.

Entonces la observó un poco más. “Dios mío”, se dijo, “creo que la he cagado y bien”. Debía de tratarse, efectivamente, de alguien importante, puesto que los trabajadores y los diversos jefes de la empresa la miraban con un cierto respeto servil y estaban muy pendientes de ella para atenderla en todo momento; incluso diríase que algunos, por la forma de mirarla y la excesiva galantería que mostraban, fantaseaban con follársela y ascender escalafones en la empresa a pasos agigantados y con la polla por delante, pues la idiota estaba buena y su inconsciencia de clavel de plástico de retrete de colegio del Opus no parecía suficiente para desinflarles la erección. El panorama de aquella cena era aún peor de lo que había imaginado cuando le “comunicaron” hacía dos días que “sería considerado por su parte que acudiera a esa cita en la Feria con sus compañeros de trabajo ese año”. Los ejecutivos mayores eran los peores. Salidos como perros del desierto, no paraban de mirarla de arriba abajo, y luego la saludaban desde lejos con la copa, con ese gesto piadoso de padre feliz y orgulloso, y esos ojos de depredador hambriento que no disimulaban en absoluto, a pesar de ser compañeros de su padre y poder ser (o incluso serlo), su padre, de hecho. Ella se comportaba como una princesa en sus dominios, satisfecha de la situación, y los demás lo aceptaban y le seguían el juego. Oli intentó tranquilizarse convenciéndose a sí mismo de que la chiquilla sería discreta con respecto a su pequeño “desliz”, dadas las posibles consecuencias nefastas para su puesto de trabajo.

- La niña está taco de buena, ¿eh?- le seguía contando el compañero- parece que le has llamado la atención.
- Sólo creía que no me lo estaba pasando bien y se preocupó por ello.
- Bueno, aunque tiene 25 años, anda colgada siempre de su padre, que la sobreprotege como si aún fuera una niña.

A Oli ese comentario le produjo un momentáneo ataque de terror.

- Ya. Bueno, las niñas de papá no son mi tipo- le dijo, para intentar disimular el miedo que recorría su cuerpo. “Una imbécil tiene mi futuro en sus manos”, se dijo a sí mismo, “así que el imbécil soy yo, no aprendo nunca”.
- Pues no lo digas muy alto, que aquí todo el mundo está pendiente de todo. Mira, ¿ves? Ya ha vuelto de nuevo a los brazos de papá.

Efectivamente, la niña había abandonado el tablao y, tras un abrazo, le estaba contando algo al oído y ambos le miraban a él, paulatinamente. A Oli se le erizó todo el vello y un escalofrío de horror recorrió todo su cuerpo cuando comprobó que su padre se dirigía hacia él directamente y con decisión.

- Huy, creo que te dejo a su merced. ¡Tienes futuro, muchacho!- le dijo el compañero justo antes de escaquearse de la situación.

- ¡Vaya, así que tenemos aquí a un poeta en nuestra empresa!- le dijo golpeándole cordialmente el hombro izquierdo.
- ... ¿Perdón?
- Sí, hombre, me acaba de decir mi hija que le has recitado unos versos. Me encanta tener empleados con inquietudes artísticas.
- Pero... En realidad...
- No sea tan humilde- le interrumpió enérgicamente- me acaba de decir que le han encantado esos versos y que sería muy amable por su parte que recitara para toda la caseta alguno de sus poemas. Ella es tímida y no se atreve a pedírselo.

Hasta entonces no había sabido cómo averiguar, sin retratarse, si la actitud inicial del Jefe de la División Nacional de Cyber-caños, S.A. era sarcástica, o si se trataba de una sutil venganza de la niña; ahora encontró la respuesta, confirmada por la mirada y la sonrisa cínica que ella le dedicó desde lejos mientras su padre le hablaba. Entonces ella se acercó a los dos.

- Sí- dijo ella con alegría- recita ese que empieza por “te daré unos colgantes de escote y te soliviantaré con esta noche especial”.

Ahora sabía Oli por qué se había demorado bailando, antes de reaccionar. La muy hija de puta había necesitado tiempo para hacer unos versos paralelos y absurdos que a él le sonaran a amenaza flotante, y que le confirmaran que estaba en sus manos y que tenía que prestarse a todo lo que ella quisiera.

- ¡Oh, sí!- dijo Oli, como si se le hubiera pasado por alto, mintiendo como un bellaco- es un poema de una colección que estoy escribiendo, inspirándome en la poesía cortesano-caballeresca. Supongo que su aspecto de princesa me ha hecho rememorarlo en el momento.

La chica sonrió con la malvada satisfacción de la venganza consumada. Además, al final, pensó Oli, la pedazo de cabrona había logrado el piropo que tanta rabia le había dado no llevarse. El padre se dio la vuelta y, con un gesto, hizo parar la música para que lo escucharan todos.

- Señores, ¡qué grata sorpresa me he llevado al descubrir que tenemos entre nosotros a un poeta!- dijo en tono de discurso, presentando a Oli con el brazo.

Un murmullo de comentarios corrió entre todos los presentes, con sus miradas puestas en Oli, ya directas o de soslayo, mientras cuchicheaban. “Me van a despellejar”, se dijo, “seré la comidilla de todos durante el resto del año, por lo menos”.

- Además- continuó el orgulloso padre- en esta noche tan especial, ¡nos va a honrar con la lectura de uno de sus poemas!

Todo el mundo aplaudió animosamente mientras uno de los camareros le acercó un micro del tablao. Ella sonreía maliciosamente, mirándolo a los ojos, disfrutando del momento hasta el delirio.

- Bueno- dijo Oli por el micro, turbado por la atención de todos y por la situación- en realidad, no me sé ninguno de memoria...
- Je, je, qué tímido es- dijo la chiquilla sonoramente, tras volverse para todo el mundo- ¡si hace un rato me recitó uno perfectamente!

“Dios mío”, pensó Oli, “hace falta ser taimada y retorcida; hace falta ser una gran zorra raposa para mantener ese nivel de mala leche durante tanto tiempo y con tanto éxito, sin resultarle agotador”. Casi envidiaba sus capacidades y, sobre todo, sus reflejos, su sibilina habilidad para dar por culo, y bien, a cualquier sujeto que se le cruzara en el camino.

- Bueno- continuó, sabiendo que no tenía salvación y que no tenía más remedio que resignarse- lo intentaré.

Todos aplaudieron. Carraspeó un poco y dejó pasar unos segundos para tomar aire, y luego se decidió a sufrir la ejecución tan maquiavélicamente perpetrada.

“Te daré unos colgantes de escote
y te soliviantaré con esta noche especial”

Hablaba, al principio, como los niños que son obligados a rezar en alto y que, como último recurso de derrotada rebeldía, lo hacen a regañadientes. Pero no podía recitarlo así, a no ser que prefiriera que el Jefe de la División Nacional de Cyber-caños, S.A. se enterara de sus verdaderos talentos. Miró a todo el mundo mientras averiguaba cómo continuar la farsa. “Dios”, pensó, “me lo tengo que inventar sobre la marcha, qué horror”. Aún estaba indignado y pasmado por la agilidad hijoputal que le había demostrado la princesa de la fiesta. Continuó con la humillación, deseando que todo pasara rápido y pronto.

“más si osas perturbarme con perfumes de aquelarre,
verás la fusta de mi fuego atravesar de sol a sol
cada una de las noches que estrellas como doncella,
y luces como un regalo de pastor.”

Esperaba que la velada amenaza del poema hiciera su efecto disuasorio sobre la maldita “princesita”, pero no pareció darse por aludida a juzgar por sus gestos de fanfarrona victoria. Todos profirieron en aplausos y felicitaciones. La música volvió, el Jefe de la División Nacional de Cyber-caños, S.A. volvió con los ejecutivos y la noche continuó su ritmo natural.

- Vaya- le dijo su compañero cuando pudo acercársele, tras las efusivas felicitaciones de todas las gordas de la caseta- eres todo un galán, je, jee. Creo que la niña está colada por ti…

Oli la miró mientras lo escuchaba.

- ¿Cómo se llama ella?- le preguntó.
- Irene- le dijo el compañero- será mejor que te quedes bien con el nombre, creo que lo vas a tener que pronunciar durante mucho tiempo, je, jee...

La mirada lejana de sádico disfrute de Irene no prometía nada bueno, no, aunque por motivos que ignoraba su compañero. Pronto, sin embargo, llegó la hora de sentarse a cenar. Era la noche del “pescaíto frito” y todos se ubicaron en sus lugares y mesas, jerárquicamente elegidos, lo que lo libró por el momento de los ataques de la chiquilla de 25 años, que, por supuesto, estaba sentada junto a su padre, en la mesa de los jefes y altos ejecutivos, venidos en su mayoría de Madrid.

La niña bebía y bebía vino sin parar, y era evidente que acabaría ciega perdida. Mientras esperaban los postres, el padre, que estaba pasando mesa por mesa y saludando a todo el mundo, se paró a charlar con él.

- Vaya- le dijo poniéndole la mano sobre el hombro- me han dicho que eres del departamento de caños orientables, de la sección de limpieza y mantenimiento.

Oli se atragantó un poco por el doble sentido de la expresión, dadas las circunstancias, y procuró contestarle sin que se le adivinara ningún rasgo pícaro en sus gestos.

- Sí, ahora trabajamos en un proyecto de limpieza de cañerías- “error”, se dijo a sí mismo- ehhh, ya sabe, diseñarlas para que se puedan introducir fluidos corrosivos por ellas- carraspeó un poco, la estaba cagando- quiero decir, limpiadores de cañerías- volvió a toser- para desatascarlas, eh, ya sabe- tosió de nuevo y tuvo que hacerlo cuatro o cinco veces. “¡Basta!”, se dijo, “¡estás empeorando las cosas, idiota!”.
- Chico- le dijo el jefe mientras le golpeaba la espalda- come más lento, que te vas a atragantar.
- Sí, disculpe- contestó, y se volvió a su compañero para encontrar algo de apoyo moral; pero éste comía con la cabeza gacha, fija en el plato, como si la carcajada pendiera de un hilo.
- Bueno, muchacho, disfruta de la cena.
- Gracias- dijo entre carraspeos.

La cena transcurrió con normalidad de ahí en adelante, para alivio suyo, y luego retiraron las mesas y todo el mundo se puso a tomar copas y a bailar. Irene estaba pillándose una papa descomunal, y bailaba, se levantaba las faldas, se tambaleaba cada vez con más frecuencia, siempre pendiente de él de una u otra manera. Justo cuando ya parecía el momento oportuno de largarse de allí, quedando bien con todos, se le volvió a acercar el padre de la criaturita.

- Bueno, muchacho, ¿qué tal va la noche? Yo ya no tengo tanto aguante, pero cuando era joven como tú era un fiestero insuperable.
- Yo no tanto, de hecho, estaba ya pensando en irme a casa, que mañana hay trabajo.
- Ya, ya; he estado preguntando por ahí a mis subordinados y me han hablado muy bien de una idea suya bastante interesante. Al parecer, ha iniciado usted unas investigaciones sobre formas alternativas a los fluidos corrosivos para desatascar cañerías.

“Es mi destino, está claro, no me podré marchar de aquí sin meter la pata del todo”, se dijo.

- ¡No me hable de usted, por favor!- le dijo con falsa cordialidad, intentando desviar el tema de la conversación.
- De acuerdo, pero cuéntame un poco por encima de qué va el asunto.
- Bueno, los caños orientables están muy bien, pero precisarían ser ensanchados para poder utilizar el artilugio taladrador que tengo pensado- “¡Idiota!”, se dijo de nuevo, “¡que te vas a descojonar en su cara!”.
- Ya, bueno, me lo contarás más adelante, en una visita más apropiada para la ocasión. Verás, tengo que pedirte un favor- le dijo, acercándose un poco más, buscando complicidad.
- ¿De qué se trata?
- Verá, es mi hija, Irene; ha bebido demasiado y creo que sería mejor que se fuera al hotel a dormir. La llevaría yo mismo, pero estoy hasta arriba de compromisos hoy y probablemente no pueda regresar a casa hasta bien avanzada la madrugada.

“No puede ser”, se decía, “no me lo va a pedir, ¿verdad? No lo va a hacer, ya he tenido bastante por hoy”.

- … y, bueno- continuó- como le has caído tan bien, me preguntaba, dado que además ya te vas, si no te importaría llevarla hasta el hotel para que se acueste.

Su compañero lo miraba desde tres metros con una sonrisa mordaz.

- Sí, claro- le dijo volviendo a mirarlo a él, desconcertado por la situación- ¡cómo no!
- Me dejas muy tranquilo- le dijo dándole otra palmada en la espalda- toma mi tarjeta, por si se pusiera peor y necesitaras llamarme. Menos mal que aún quedan caballeros y poetas.
- Claro- dijo tomándola y guardándosela en un bolsillo- será un placer poder ayudarle.

Entonces el Jefe de la División Nacional de Cyber-caños S.A. se fue hacia Irene, que intentaba hacer el pino en medio del tablao en la otra punta de la caseta, y pudo ver cómo la detenía, ella se incorporaba con mucha dificultad, y le comunicaba su decisión al oído, debido al ruido de la música; y pudo comprobar cómo ella ponía cara de gratísima y etílica sorpresa, mientras se le afilaba la mirada más lasciva que se le había visto esa noche y se la disparaba directamente a Oli con una puntería inmejorable. Tambaleándose, la chica se separó de su padre y se fue al cuarto de baño mientras soltaba pequeñas carcajadas y lo miraba desde lejos. El padre la esperaba en la puerta.

- ¡Vaya, vaya!- le dijo el compañero maliciosamente- parece que ha nacido una gran amistad, y un amor imperecedero…
- No seas cabrón, tío, la voy a dejar allí y pasaré de ella como de la mierda.
- Pues tú te lo pierdes, tío; yo no me lo pensaría dos veces; con ese culo, esas tetas, dios…

Justo cuando padre e hija llegaban, se retiró de nuevo cobardemente y lo dejó solo ante el peligro.

- Bueno- le dijo el padre- aquí está, no me ha costado demasiado convencerla, debe estar muy cansada...

La niña empezó a reírse bobaliconamente, retorciéndose sobre sus tripas.

- En fin- siguió contándole- ya ves cómo está. Muchas gracias por sacarme de este aprieto, te sabré recompensar.
- Oh, vamos, no es nada.
- La Feria es así. ¡Ya hablaremos otro día de su taladro limpiador de cañerías!
- ¿Qué?- dijo la niña- ¡Pfuaaaaaajajajaja!

Oli le pegó un pisotón en el pie y logró que parara.

- Ay, maldito villano. ¡Eresh un malvado, un maldadoo…!- dijo Irene con ese deje medio recitado de las trompas descomunales.
- Oh, disculpa- le dijo Oli- es que tengo los pies muy grandes y no veo por donde piso.
- Está fatal, anda, llévatela antes de que se ponga más en evidencia- le rogó el padre.
- No se preocupe, está en las mejores manos- y miró furtivamente a su compañero, que seguía la escena desde lejos, y éste se dio la vuelta para no reírse.

Salieron de la caseta y, entre los tambaleos y cánticos de la chiquilla, feliz en su borrachera, llegaron a su coche.

- Bueno- le dijo ella- ¿me vash a moshtrar tu eshtoque especial? Je, jeee...
- Sólo hago mi trabajo- le contestó Oli.
- ¿Y nunca she te ha ocourrido hacer alguna locura? Segurruo que foullarte a la hija del gran jefe te da un morrbo brutal, ¡jua, jua...!
- Bueno- dijo Oli, ya conduciendo- no estaría mal hacer algo fuera de las normas, ¿verdad?
- Puesh shí- dijo con contundencia- yo no shoy esha monjita mojigata que creen todos...
- ¿Seguro?- dijo Oli- Eso habría que verlo; seguro que te gusta hacerlo con la luz apagada; al fin y al cabo, las monjas siempre dejan una huella indeleble en las niñas a las que educan...
- ¡Puesh en mí no! Shería capaz de hacerte cosas que ni te imaginash, allí en el hotel, antes de que papi regreshe.
- ¿Lo dices en serio? Porque no quisiera asustarte con mis perversiones. Yo también podría enseñarte un par de cosas.
- Puesh no she hable másh- dijo Irene abalanzándose sobre él- al fin y al cabo, esh tu trabajo, ¿verdad?
- Sí- dijo Oli quitándosela de encima- pero, para empezar, me gusta llevar la batuta yo y prolongar la espera; así, luego, las cosas se cogen con más ganas.
- ¡Jii, ji, jiii! ¡Eresh todo un mashote, tío!
- Lo que tú digas pero, si vamos a follar, tenemos que parar antes a comprar una cosita...
- Hay condonesh en el hotel, no te preocupes, mushasho, ¡perfumados y con shaboresh, ja, ja, jaa!
- ¿Ves como eres una inocente? Tengo que comprar otras cosas, es una sorpresa para ti.
- ¡Ji, ji, jiii! ¡De acuerdo, me encantan las sorpresas, sobre todo esas!

Paró el coche junto a una Sex-Shop 24 horas.

- ¿Serás capaz de quedarte quieta aquí mientras hago la compra?
- ¡A shush órdenesh, señor!- le dijo ella saludándolo con la mano en la frente, como los militares, pero casi metiéndose el dedo en el ojo medio guiñado.

Buscó en la sección de consoladores y eligió un falo negro de grandes dimensiones. Cuando llegó a la caja, la dependienta lo miró algo sorprendida.

- Es que soy poeta- le dijo.
- Pues agárrame el pepino- le dijo ella, dándole la vuelta.

De regreso al coche se la encontró cantando el “aserejé”.

- Bueno- le dijo- ya podemos continuar.
- ¡¿Qué hash comprado, qué hash comprado?!- le preguntó con impaciencia infantil.
- Es una sorpresa- le dijo Oli- tienes que ser paciente. ¿Estás o no estás en mis manos?
- ¡Shí!- le dijo ella, repitiendo el gesto castrense.

Siguieron la marcha.

- No me vash a tener en cuenta lo del poema, ¿verdad?- le preguntó Irene.
- Ya es agua pasada. Me lo merecía por ser tan borde.
- Bueno, ahora te recompensharé con intereses... ¡jua, jua, juaa!
- Sí, creo que me daré por satisfecho si sabes hacer las cosas bien, porque, tú sabes hacerlo todo, ¿no?
- ¡Buah! ¡Nadie la shupa como yo, te lo asheguro!- e hizo el gesto con la mano y la boca- ¡Juaaa, jua, juaa!
- Bien, pero hay más cosas...
- No me da miedo nada y shoy una gran alumna, profesor, ¡ji, ji, jiii!
- Pues tendrás que aplicarte si quieres aprobar...
- ¡Ju, ju, juu! Me encanta, eresh un pervertido de verdad, de losh que ya no quedan, como dice mi papi... “Shí, haré todo lo que me ordenesh, esxcelenshia”- dijo poniendo voz de reverencia y gesticulando con las manos- ¡Jua, jua, juaa!

Llegaron al hotel.

- Ahora- le dijo Oli antes de bajar- procura comportarte. No quisieras que tu padre se enterara de esto, ¿verdad?
- ¡No, sheñor!- le dijo de nuevo con el saludo militar.

Bajaron del coche y llegaron al vestíbulo. Era uno de los hoteles más lujosos de Sevilla, como cabía esperar.

- ¡Buenas noches!- le dijo Oli al recepcionista- traigo a esta chica a su habitación. Se le ha ido la mano en la Feria y su padre me ha pedido que la acompañe para asegurarse de que llega bien.
- ¿Cuál es su habitación?- le preguntó a Irene el recepcionista.
- ¡Y yo qué coño shé!- dijo ella.

Oli buscó la tarjeta del padre.

- Es la hija de don Armando Castillar.
- Irene Castillar, ¿no?- preguntó el recepcionista tras consultar el ordenador.
- ¡Shush órdenesh!- dijo ella de nuevo en plan militar.
- Tenga usted la llave y no dude en llamarnos para todo lo que necesite- le dijo a Oli el recepcionista.
- Bueno- contestó- si sigue así, daremos varias vueltas a la planta para que camine un poco.
- Buena idea.

Tomaron el ascensor y llegaron a la habitación. Irene intentó de nuevo abalanzarse sobre él, pero Oli le paró otra vez los pies.

- Tienes que esperar, tengo que preparar la escena.
- ¿La eshcena?
- Sí. Primero desnúdate, que te vea bien- dijo adoptando un tono más autoritario.
- Me encanta eshte juego- dijo ella- ahora mishmo lo hago.

Se fue desnudando mientras se reía. Pronto estaba en pie, totalmente desnuda. “Está buenísima” se dijo Oli, “debería follármela ahora mismo y pasar de todo”.

- Bien, ahora abre el paquete- le dijo, tirándole la bolsa del sex shop.
- Dios mío- dijo, tras vaciar la bolsa, tirarla al suelo y sacar el artilugio de una fundita muy mona de imitación de cuero- ¿para quién es esto?
- Para los dos, pero sobre todo para mí- le dijo- ¿puedo contar contigo? Me encanta que me metan esto por el culo mientras follo...
- ¡Guaaaauu! Esh shierto, me hash sorprendido, camarada. Lo haré sin problemash, no te preocupes, lo haré como másh te gushte...
- Ahora túmbate, ábrete de piernas y empieza a chuparlo para mí.

Irene procedió obedientemente. Se veía desde lejos que se estaba mojando a raudales. Los labios de la vagina le brillaban y estaban ya dilatados.

- Ahora, empieza a metértelo por el coño, quiero oírte jugar mientras me maquillo en el baño. Tu tienes maquillaje ahí, ¿verdad?
- Shí- dijo entre gemidos, pues ya se lo había metido entero.

Oli entró en el baño y esperó, con la puerta cerrada. Siempre que ella dejaba de gemir, le gritaba “¡no pares!” desde dentro, y repitió el número varias veces, hasta que Irene dejó de hacerle caso y la pudo oír roncar. Entonces salió de nuevo a la habitación.

Efectivamente, como todas las órdenes del principio se las había dado desde la puerta del dormitorio, estaba Irene sobre la cama, toda abierta frente a la entrada, mostrando la vagina con una polla negra enorme a medio meter sujeta por su propia mano, chillonamente visible, de sopetón, para quien quisiera que entrara. Roncaba como una bellaca. No se iba a mover. Oli puso la tele y sintonizó un canal porno, con el volumen alto. Recogió la bolsa de la Sex-Shop y se aseguró de guardar la fundita de falso cuero del consolador en la maleta abierta de la niña, para que pareciera que formaba parte de su equipaje, y salió de la habitación. Tiró la bolsa por el triturador de basuras y bajó al vestíbulo.

- La niña está fatal- le dijo al recepcionista- la he tenido que pasear un rato por el pasillo. Voy a llamar a su padre.
- Es lo más adecuado, señor.

Al salir a la calle, marcó el número de la tarjeta.

- ¡Sí!- contestó Armando, rodeado de ruidos.
- Soy Oli, el poeta, he dejado a Irene en la puerta de la habitación, pero me da miedo de que se ponga mala, estaba muy borracha y creo que sería más correcto que la atendiera usted, dadas las circunstancias, pues está realmente mal. He tenido que darle varios paseos por el pasillo de la planta para que se pusiera mejor, pero me preocupa un poco el estado en que la he dejado.
- ¡Gracias, muchacho! Me das la excusa perfecta para desembarazarme de todos estos compromisos. Iré enseguida a verla, puedes marcharte a casa.
- Gracias, ha sido un placer- dijo Oli, y colgó.

Camino de su casa se encontraba feliz y eufórico. “Podríamos haber conectado, después de todo”, pensaba, “pero tenía que hacerlo, tenía que vencerla con sus propias artes”. Se preguntaba qué opinarían los técnicos de mierda de relaciones laborales sobre eso. “Una remontada del partido en el último minuto” pensarían, seguro.

Y, al fin y al cabo, un hijoputa es un hijoputa, y tiene que hacer siempre bien su trabajo.

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