viernes, 23 de agosto de 2013

Las páginas que pasan



Estábamos a la puerta del cementerio unos cuantos amigos, aunque yo sólo conocía a dos o tres. Esperábamos a que trajeran el ataúd de la capilla del tanatorio tras el oficio religioso. Me preguntaba por qué les hacen estas putadas a los muertos: Pablo era ateo, anticlerical; oficiar una misa en su honor era un insulto. Recuerdo otro entierro donde sucedió lo mismo: la familia honró la memoria de Carlos con una misa aprovechando que estaba muerto y ya no podía protestar. Una revancha póstuma. El porcojoneo del amor familiar. En este caso decidí no ir, estaba bastante harto de pasar por el aro eclesiástico por respeto. Ahora tocaba respetarlo a él. Algunos de los otros músicos que estaban allí compartían las mismas ideas pululando por sus cabezas. Mucha gente fue llegando. Me llamaba la atención que Pablo hubiera temido morir solo. ¿Dónde estaban todos estos cuando él necesitaba un euro para comprar pan? Los entierros sólo sirven para alimentar la vanidad de los asistentes, que se sienten así partícipes de un dolor que los hace interesantes y píos. Juan me miraba a los ojos y no hacía falta decir más. Él se había comido el marrón más gordo, junto a Jaime. Dejó caer algún comentario sobre los curas y, más en concreto, sobre sus respectivas putas madres; sobre los cabrones que deberían morirse y no se mueren. Sobre la mierda de país en que vivimos lleno de canallas e hipócritas. Sobre la impresión reinante de que lo decente nunca recibe justicia alguna. El ataúd llegó, con la familia: su exmujer y su hijo. Todo un detalle.

El séquito cruzó la verja y comenzamos a pasar entre nichos y tumbas. Había mucha gente. Incluso estaba María del Mar, que tanto había maltratado a Pablo y le había retirado la amistad meses atrás, afectada como si fuera la mismísima viuda. Y más gente con el gesto torcido. A ninguno de ellos los había visto antes. Cuando Pablo se cansaba de su soledad, solía acudir a nosotros. Se quejaba de no poder contar con nadie. Recuerdo cuando en una ocasión estaba yo en el estudio trabajando en un tema nuevo y se presentó sin avisar. Entró como una tormenta y se puso a hablar sin darme tiempo a explicarme, y empezó a contar penas, y estuvo hablando sin parar durante dos horas, sin poder ni replicarle siquiera porque su monólogo carecía de pausas: perdí la concentración, me dejó agotado y al final me enfadé con él. Desde entonces hasta su muerte siempre se disculpaba si hablaba más de un minuto seguido conmigo. Supongo que ir de extremo en extremo es algo que yo conocía bastante bien. Intenté corregir mi reproche, pero no dio tiempo. Pese a eso, yo no soy como los demás, no voy a decir ahora que era siempre estupendo: sigo pensando que aquel día fue un cabrón, la diferencia está en que lo acepto y lo aprecio como un rasgo más del cuadro. En eso consiste respetar a las personas. María del Mar no me engañaba, nunca lo había logrado aunque vivía de las mentiras. Recuerdo el dolor que sentía Pablo por su desprecio reciente. Hay quien no pierde una para ser el centro de atención. Será que para tener un sentido de la ética hay que tener un mínimo de inteligencia. Su actitud me estaba tocando los cojones. Miré a los ojos a Juan, desde lejos. No hizo falta más.

Pasamos junto al nicho de Carlos. Ahora tenía una bonita placa de mármol. Cuando enterramos a Carlos, seis años atrás, había sido la última vez que había estado en el cementerio; hasta entonces. Las cosas eran tan distintas ahora: entonces yo tenía el consuelo de mi chica, cuando todo empezaba y había tantas esperanzas y buenas intenciones; ahora se estaba enterrando algo más junto a Pablo, todo era miseria y mezquindad. Me paré un segundo a mirarlo. Ahí sigues, Carlos. Puede que no te hayas perdido nada. El mundo se hunde, se vuelve loco, se idiotiza y se muere y todo es una mierda, hiciste bien en irte. Carlos, el paréntesis que abrió mi historia, y el que a todas luces, aquel día, frente a su nicho fúnebre, la estaba cerrando. Seguí y me reuní con el séquito. Estaba muy cabreado. Quería llorar de rabia, pero me aguanté: no soportaba las frases y comentarios sensibleros que se decían unos a otros buscando la lágrima fácil y empalagosa de los imbéciles. No podía evitar sentir desprecio por cada capullo que sorprendía diciendo una nueva soplapollada e intentar fulminarlo con la mirada. Fue un camino largo. El cementerio es grande que te cagas.

Por fin llegamos al lugar. Un tío al que no había visto en mi vida pidió un aplauso como digna despedida para un artista. Todos aplaudimos. Me cagué en dios al notar que se me había escapado un leve hilo por el ojo derecho, pero me lo limpié. Al bueno de Pablo le gustaban estas cosas, y sabía perdonarlo todo. Entonces María del Mar nos comunicó que había que aportar dinero entre todos para pagar el entierro, y pasó una bolsa entre todos los asistentes, muy dolida, como si ella fuera la organizadora de todo el cotarro (era obra de la exmujer de Pablo). Hay que pagar también por asistir a un entierro. Estos hippies de mierda siempre te pasan la factura por todo lo que hacen los muy hijos de puta. Acabado todo, la gente se disponía a salir y tomar la consabida cerveza a la salud del difunto. Yo empecé a andar, cada vez más deprisa.

- ¿Tú qué vas a hacer, Kique?- me preguntó Juan cuando me vio ya largándome.
- Me largo, que les den a todos estos cabrones.
- Creo que voy a hacer lo mismo.

Recuerdo un intenso bochorno, aunque era diciembre: esas nubes del cielo saturaban los pulmones. Pasé rápido junto a la placa de Carlos de nuevo. La miré otra vez sin detenerme. Seguí y seguí, quería alejarme de esa jauría cuanto antes. Sólo quería andar, quemar la rabia y la tristeza a paso firme. Crucé la verja, seguí caminando a toda pastilla. Hasta el centro. Hasta casa. Llegué sudando, agotado, con dolor de barriga, mareado, pálido.

Ella estaba sentada en el sillón cuando entré. No dijo nada. Yo me desplomé en el sofá. Recordé los comentarios que había oído la víspera del entierro. Que los infartos nunca duelen en el corazón, sino que avisan mediante un malestar que va moviéndose por el cuerpo. Que duele una pierna, luego un costado, luego un hombro o un brazo. Nunca en el corazón. Y me sentía mareado. El infarto de Pablo había llegado de improvisto. ¿Estaría yo peor de salud de lo que pensaba, como él? Notaba malestares móviles por el cuerpo. Se me nublaba la vista. Me faltaba el aire. Me recorrían sudores fríos por la frente. Sentía el corazón anormalmente acelerado. Temía morirme de un infarto, como Pablo. Tal vez había andado demasiado deprisa. La miraba. Seguía leyendo distraída en el sillón. Estábamos en mundos distintos. Me moría y simplemente no lo veía. Necesitaba algún tipo de consuelo.

- Creo que me estoy muriendo- le dije. Me miró como se mira a un niño que intenta llamar la atención y que ha agotado la paciencia de todos desde hace tiempo, y volvió al libro.
- Ya lo hemos enterrado- le dije estúpidamente. Ella no dijo nada.

Seguí concentrándome en no morirme. Aguanté sin llorar. No me gusta llorar ante desconocidas. Me preguntaba cuándo había sucedido todo. De dónde había surgido esa frialdad. En algún momento había dejado de importarle una mierda y convivía con un fantasma. No, morirme no, le tenía cariño al confort de esa intensa sensación de desconsuelo y desamparo. Era sólo un pequeño ataque de ansiedad que tendría que enfrentar por mis propios medios. La vida es así, no importa los hectolitros de lágrimas que tú le hayas secado antes. Esto era todo por lo que tanto había luchado: una indiferencia sin sentimientos. En esto había quedado todo. Costaba creerlo. Ella pasaba páginas sin mirarme siquiera. Me incliné hasta desplomarme por el sofá y me estiré, sintiendo todo mi cuerpo entumecido. Miré al techo, a la ventana, al cielo gris.

Es mejor que te hagas a la idea de que estás completamente solo, me dije, mientras sentía cómo me hundía camino del centro de la tierra sin moverme un solo milímetro...

...
...
...
..
..
..
.
.
.


jueves, 22 de agosto de 2013

Dos hermanas



Me la llevé a aquel cuchitril. Ella estaba bastante borracha. Yo dudaba de si estaba en sus cabales, pero parecía que sí; esto no era algo tan repentino como ella creía. Joder, eso es lo malo de todo, que todo se agota, hasta la capacidad de sorprenderse. Le enseñé mis cuadros, los de mi compañero. Todo tan sucio y desordenado y aquel sofá destartalado bajo la luz amarilla de una sola bombilla: no podría resistirse. Todos queremos emular novelas y arquetipos desde nuestra predecible ansia de originalidad. Sólo fue cuestión de abrazarla por la espalda y besarle la nuca en el momento adecuado, mientras en la radio salpicada de polvo y manchada con restos de acrílico blanco sonaba algo insulso y pretencioso digno de radio 3. Acariciar sus piernas, levantándole el vestido levemente, modelar su vientre y sus pechos y pasar con suavidad los dedos por sus labios, para que se diera la vuelta y nos besáramos con hambre. Lo demás vino sólo. Un polvo salvaje sobre el sofá, algunas manchas de pintura por el cuerpo, jadeos entre arte irreverente por todos lados y algún bocado furtivo y heridas de garras. Pero ante todo, la falsedad, que seguía dando testimonio de todo, porque la falsedad es el notario de todos los fenómenos de la naturaleza- el problema no está en la naturaleza, sino en tener ojos. Que la pintura o la música se te antojen cada vez más como simples juegos de ilusionista puede pasar, pero cuando hasta las personas te parecen un mecanismo limitado con un enorme vacío en su interior, ¿qué coño puedes hacer con la moneda garantizada del tiempo? Antes, el mundo podía ser una mierda siempre y cuando te fascinaran los mundos interiores de otras personas, pero cuando hasta eso se agota, vas mal.

Aquel verano, mientras paseaba por la costa rodeado de terrazas, restaurantes, mesas repletas, me sentía el único testigo de una civilización que nace y muere anciana. Miserables vidas intentando ser alguien entre miles de fotocopias que intentan explicarse su angustia con pescado frito; que necesitan creer que tener a un camarero que les acerque las cosas justifica el resto del año empleado en el absurdo. ¿Cómo sentirse parte de eso? Esa quietud al cortar la carne, la expresión de cinismo de los empleados, el aburrimiento sin esperanza de las miradas de los comensales, las parejas que ya no tienen nada que decirse- el sonido de los cubiertos parece suplicar que estalle una guerra cuanto antes. Una paz de mantelito y velas para gente que quiere matar al resto del mundo. Las vacaciones son un sainete de mal gusto que no se puede presentar debidamente al público, porque cualquier cosa les vale antes que aceptar que un cambio geográfico de ubicación es como renovar la decoración del piso: sólo engaña al gato. Meses soñando con la escapada para descubrir que a pesar de ello siguen siendo ellos mismos- al año siguiente obviarán esa certeza y lo volverán a hacer, porque creen que al resto les ha funcionado cuando los engañan al respecto, tal y como ellos hacen con los demás. Al fin y al cabo es mejor presumir de consumo y gasto que anunciar públicamente que están tarados- porque con eso no se compra nada y el tiempo así concebido sólo conduce al poco decoroso suicidio. Y así les han vendido el paraíso y buscan con la mirada abúlica la polla prometida que nunca llega, la mamada redentora, el revolcón máximo e incluso un crimen soterrado; y si llega, en cualquier caso, no resulta ser más que una paja hecha con el cuerpo de otra persona igual de angustiada, igual de insulsa que el pulpo que intentan acabar cuanto antes por la incomodidad que provoca una vergüenza que nunca se nombra a si misma, y que parece que ni siquiera les perteneciera, sino que la hubieran alquilado junto con la hamaca de la playa. ¿Cómo no deprimirse en La Costa del Sol, en Benidorm o en Mallorca?

Abandoné las vacaciones antes de tiempo: ver a Europa yacer en una tumbona no es de gran ayuda; menos aún engullendo basura cara y tratando de explicarse a sí misma en un cubo de cerveza. Comparado con eso, es mejor el mundo del arte: al menos la gente no sueña con que alguien mee y cague por ellos. Bueno, eh, soy un optimista.

La vida no deja de resultar extraña, porque a pesar de todo, ciertos olores peculiares asociados a hombros redondos, bocas de fruta y una mirada turbia de inteligencia suicida pueden embaucarte como una borrachera temporal. Y ahí entraba ella. Sí, era estimulante. El problema es que cuando seduces a alguien, ello demuestra que te has anticipado correctamente y, por lo tanto, no hay lugar a la sorpresa (o al menos a una sorpresa genuina), y en el otro extremo, cuando no resulta, se tienen más garantías de sorpresa (aunque no siempre), pero normalmente te tienes que joder asumiendo la distancia sin probar el licor. La seducción te garantiza un tiempo limitado de admiración para luego pasar al aburrimiento de siempre. En general, nada parece valer nada.

¿Debería sorprenderme de haberme tirado a su hermana? El caso es que no; pero su olor quedaba libre de estas tribulaciones. Hay algo característico en los olores que te invade sin que puedas joderlos con ideas o reflexiones fatalistas. Te gustan y punto. Y el de ella me gustaba. Más que el de su hermana. En cualquier caso, era un manjar furtivo, fugaz. El olor se asocia al brillo de la piel, al tacto, incluso a la curvatura de los ojos o la forma de los párpados. Y los mechones de pelo son como pinceles que pintan esa fragancia, la hacen cosquillear por el cuello o bajo el lóbulo de las orejas. Ella se fue del estudio con remordimientos. Ese terror en la forma de moverse, ese aire de belleza en la manera de huir, su turbación grácil al recorrer el callejón en dirección al centro. Eso es lo que te hace quedarte pillado por alguien.

Sabía que a su hermana pequeña le iba a molestar. Era normal. Toda una vida junto a un ser genuinamente bello, con comparaciones y favoritismos mal disimulados desde su más tierna infancia, tenía que tener su coste. ¿Cuántos amantes como yo se habrían quedado igualmente cegados por ella, la primogénita? ¿Existían celos soterrados bajo ese amor tan incondicional que exhibía continuamente por ella? Es cierto que había algo en su alma cándido y bello, pero también encerraba colmillos, algo de veneno, cierta capacidad para dirigir las naves por las corrientes del dolor. Desde luego, no deberían existir personas tan hijoputas como para adjudicar la santidad a nadie; yo desde luego no lo hago- ¿la piedad no consiste en reconocer y aceptar lo demoníaco de los demás? Hay que dejar a los seres humanos ser imperfectos. No nos jodamos más los unos a los otros de lo que ya lo hacemos, por favor.

Decidí callarme, no decirle nada a la más pequeña de las dos. Puede que no fuera el primero que se pasan la una a la otra, pero arriesgarme a enfrentar a dos hermanas es una responsabilidad muy grande que haría demasiado tentador trazar las líneas de una tragicomedia con pretexto de ellas. No soy tan cabrón. Pero perseguirla, soñarla, probarla una y otra vez- ahí los sentidos superan a la cabeza. Esa mirada que se nombra con su olor y que subraya su piel... Pero bueno, tío, ¡todo no es más un truco! Me lo repito: acabas de llegar del infierno, estás perturbado, su gracilidad es aparente, su bondad es fingida aunque hasta ella se la crea, el amor es un estado pasajero de embriaguez e imbecilidad...

Y voy recorriendo despacio la misma calle por donde ha bajado ella tan rápido, con el moreno de la playa decayendo por mis brazos, creyéndome que pierdo la fascinación por la manera en que se curvan sus pestañas mientras me paso distraídamente la nariz por mi hombro buscando su olor aún reciente sobre mi piel hambrienta e incrédula...

...
...
...
..
..
..
.
.
.


sábado, 17 de agosto de 2013

Confesión





No
puedo
con
tanto
dolor

...
...
...
..
..
..
.
.
.


lunes, 12 de agosto de 2013

La mirada del gato




Estaba de noche el mar en su lenta madrugada,
justo cuando el viento intimó consigo mismo;
las luces reflejaban un descanso de los ecos del bullicio
y entre las olas, al musitar su verdadero canto,
chispeaban entre susurros los espejos líquidos del agua.

Cuando respiré tras desahogar las cuerdas
de su aliento de sosiego y desahogo
que infla la madera y la templa como un eco
- ¿somos eso?- pensé.

¿Ecos y reflejos?

¿Ansia de silencio que se expresa con ruidos
que señalan a otro tiempo?

¿Y qué buscabas tú,
gato negro inesperado,
inocencia que espiaba desde el misterio de su mundo
mi baño profundo en mi propio mar oscuro?

Ahí estabas,
cercano y silencioso;
dolorido, sí,
carcomido por tus pulgas, tus miedos, tu soledad y tu hambre:

buscabas en el enigma de la música
mi enigma buscado en el mar,
como una interrogación sin esperanza...

...
...
...
..
..
..
.
.
.

domingo, 11 de agosto de 2013

7G



Las alas se helaron y,
de sólidas,
se zambulleron en una gravedad
que aún hoy,
de tan cierta,
parece siete veces mentira...

Los ojos de mar no anunciaban
lo infinito,
sino el ahogamiento
en una profundidad de falsas esperanzas...


...
...
...
..
..
..
.
.
.

jueves, 1 de agosto de 2013

Mi yo perdido




Hay que ponerse serio. Es dura la prueba, sin duda. Tarareo mentalmente el final de perfect day: “you're going to rip just what you sow”- vas a cosechar sólo lo que siembres. Me preguntó qué clase de veneno he estado sembrando todo este tiempo: facebook está lleno de llamadas de socorro de almas desesperadas, y yo no soy una excepción. Intento no ser tan obvio pero da lo mismo. Cuadrados con recetas para la propia desesperación llenan los estados de los usuarios. Todo parece implorar algún signo de aprobación de dios, del mundo, o de Perico de los Palotes. “Mis células están hartas de no ser acariciadas y se vuelven locas” resume el sentir de nuestro inicio de siglo. Intentos de convertir el dolor y la desgracia en marcas de superioridad. Tretas de almas paranoicas que sospechan conspiraciones a sus espaldas. Hay que ponerse serio: deja esas canciones por el momento. Abandona todo lo que ahonda y engrandece el dolor porque te estás consumiendo. Los porros apagaban cada día el mínimo resquicio de felicidad que lograbas con tanto trabajo encender. Ahora no hay refugio, el aire insípido me deja un sabor en la boca de vacuidad: no estás haciendo nada tío, ponte las pilas. La libertad es así, es seria. Serios son los lobos y los leones, los ciervos, hasta los gatos adultos, y las coníferas sostienen su porte enorme gracias a su seriedad. Qué clase de veneno he sembrado para que en todos los niveles se materialicen mis peores pesadillas. Vivo en un mundo aletargado que ya ni siquiera cree en la guillotina cuando le escupen a la cara. You're going to rip just what you sow...

Bien, estoy roto por dentro y no debo recrearme en ello, engrandecer los rasgos de las heridas. Es mejor mirar al mundo, pero el mundo se ha vuelto loco, y es desesperante buscar un hueco entre el exterior y mi alma donde quepa lo poco que queda de mi. El mundo se está suicidando y tienes que ponerte serio contigo mismo y tomarte con tesón la labor de mantenerte íntegro a pesar del dolor y la soledad, no dejarte arrastrar por la marea. Tu interior te traiciona y el exterior se desmorona. Y se mueren Joaquín y Sergio. Joder Sergio: eras un tío apuesto que llegaba siempre a la facultad con Silvia, esa chica morena tan guapa, tan guapos los dos. Sergio, guitarra solista con tu SG negra y ese estilo tan elegante y claro de tocar. El tiempo es una mierda y se cebó contigo. Me pregunto que será de Silvia ahora. Hace tanto que rompisteis, mucho antes de que todo esto empezara: la enfermedad, la enfermedad del mundo, la enfermedad del desengaño que ha manchado toda mi sangre. Me pregunto si te llora. Qué insolente es la ignorancia. Porque tal vez existan los sentimientos nobles al fin y al cabo. Lucho por seguir creyendo en ellos cuando ya está perdida la batalla. ¿Existe nobleza en el alma humana? El paso del tiempo nos avinagra como si fuéramos el peor de los vinos. No hay otra: ponerse serio, trabajar, desenmascarar esta realidad de mierda. Ya no quiero canciones felices, las quiero molestas. Ya no quiero pintura serena, la quiero desgarrada. Y deseo con todas mis fuerzas una literatura que lo incendie todo: todas mis conclusiones señalan al fuego. Y para eso hay que ser muy serio. Ponerse serio. ¿Cómo será, después del amor perdido, enterarte de la muerte de un alma que durante tanto tiempo te iluminó el camino? Pienso en ello. Pienso en Silvia. Casi lo adivino y lo siento: lo irremediable de los ojos que se apagan para siempre. Fin de la historia. No habrá más capítulos. Hago de Silvia un cuento, un libro. Y no me lo creo. Seguro que el corazón de todos es de madera y chirría al latir. Algo así es incapaz de nobleza alguna.

Aguantar como sea. Aprender a vivir sin esperanza. Y no contentarse con aguantar. Tal vez en ello resida todo. Si empiezas a felicitarte por tu entereza olvidas alimentarla, y eso es lo peor. El lobo sale cada día a la caza, serio y consciente, ocurra lo que ocurra, y muere siéndose fiel siempre. La autocomplacencia, así como la lástima de sí mismo, son dos formas de hacer historiografía con tu propia vida. O lo que es lo mismo: caricaturizarse. Y la Historia se hace fuerte cuando cesa el impulso vital; en ese momento, la Historia se imita a si misma y solo quiere ver espejos. Maldito tiempo de vanidad en que me ahogo de insolencia. ¿Tengo un corazón noble? Cada latido insolente me dice que sí, y me ruborizo de vergüenza... El Nota aguanta... El Nota es en el fondo un tío serio, de ahí su comicidad: hay que estar muy tarado para ser noble en un mundo como este.

La muerte me pasa de largo, sigue con su juego. Y la sociedad se muere, y muere el ser humano que creí conocer, que la caracterizaba. Ahora sólo hay imbéciles. La vileza me sorprende con cada conquista y hasta los corazones resultaron ser espejismos. Pero aguanto. Joder si aguanto. Joaquín estaba tan vivo la última vez que lo vi: aporreaba su lata como si le fuera la vida en ello. Miraba con el enigma de los ojos que te atraviesan y te ven en el fondo de tu alma. Joaquín sentía escalofríos al darme la mano. En las mayores de las fiestas, cuando todos estaban poseídos por el vino y cantaban y bailaban, a veces sucedía que yo, en vez de participar, permanecía apartado a un lado, serio, y él se acercaba y me decía “esto lo provocas tú, aunque no toques ni te unas, hagas lo que hagas, lo provocas tú, hasta cruzado de brazos”. Me miraba y me señalaba y añadía “Tú sabes que lo sé”. Me daba la mano y se le llenaban de espanto los ojos y me tenía que soltar. Me pregunto de qué habrá muerto Joaquín. Y en el fondo da lo mismo. “Somos luz” me decía antes de largarse a seguir su ronda con la lata. La nobleza de la franqueza. O dejarme seducir por la tentación de dudar de todo. En cualquier caso, es luz. Ahora es todo él luz.


El paso de los segundos es doloroso, el aburrimiento sublima la certeza de la soledad, el fuego fatuo de las drogas y el alcohol está ahí, pero aguanto- el tiempo blanco frente al tiempo grumoso, ese que te cosquillea por el cuerpo, mantienen su pulso en equilibrio. Los adictos somos así: la realidad desnuda es insípida y nos gusta vestirla de gala, que se sienta la sangre circular haciendo caricias y cosquillas. Pero debo ser serio. Porque sólo este hastío de infertilidad será suficiente para alimentar todo lo que tengo que hacer, sólo la certeza de no tener más alternativa que actuar me dará las fuerzas y la convicción para seguir recorriendo este absurdo camino.

Y entonces, cuando comience a cumplir los desafíos, ¿me vanagloriaré a la vista de todos? ¿tal vez seré distinto? ¿descubriré tener latidos de madera que chirrían?

¿Y eso que más da?

Lo importante es averiguar si una vez en lo alto, seguiré aburriéndome, si me atraerá masturbarme con mis logros o por el contrario me encontraré con la misma y quebrada alma de cuyos designios huyo. Porque tras las mayores obras de esconden ambiciones modestas; la mía, recuperar la intimidad con el mundo a través de mi yo perdido...

..
..
..
.
.
.