Estaba yo en el Fun Club, ya eran las cuatro de la mañana y el cuerpo estaba bastante agotado, teniendo en cuenta que llevaba fiesteando desde las seis de la tarde. Antes era más previsor, y a eso de las doce me comía un bocata y encaminaba mis pasos al mismo sitio, vacío a esa hora, para luego no tener que pagar entrada ni hostias. En los noventa conocía a los porteros y ellos me conocían a mí, y no había problema. Pero los recientes cambios trajeron consigo las percepciones palurdas de esos tipos con el pelo demasiado corto, el esfuerzo intelectual en los bíceps y sus ideas precámbricas en el cerebro acerca del determinismo de los aspectos y los orígenes; o sea, teniendo en cuenta además mis habituales espectáculos, me tenían por persona non grata. Como digo, era mejor entrar a esas horas, escoger un buen sitio, y echar una siestecita reparadora mientras el local se iba llenando. Era genial despertarse recuperado, rodeado de gente y de ambiente, con pasta aún en el bolsillo para retomar el ciego, la mente clara, etc. Sin embargo, en los últimos tiempos había descuidado mi rutina y con demasiada frecuencia entraba demasiado tarde, y el sueño me sorprendía en cualquier momento.
Resulta curioso que a los homínidos del local les molestara más la pasiva actitud del durmiente que la actividad frenética del “bailaor” del apisonadora-power que era yo cuando no dormía. Supongo que ponerme a dormir equivalía a subrayar a las claras que su puto bar era en el fondo un puto aburrimiento. Recuerdo cuando los Chemical Brothers empezaron a sonar con excesiva insistencia por allí, allá por 1997. Era el principio del fin. Los noventa se acababan y el encefalograma plano de la música electrónica invadía lo que hasta entonces había sido un santuario del rock. El Fun se amuermaba y yo dormía como respuesta. Los porteros me despertaban e intentaban echarme; otras veces, a la hora del cierre, me tenían que despertar entre tres (yo cuando duermo, duermo), y la advertencia “pero no te duermas, tío” que me soltaban cada vez que entraba se convirtió en coletilla habitual. Pero a mí me la sudaba. Durmiendo se conoce a mucha gente y nunca tienes que sufrir las suspicacias propias de la actividad en vigilia.
Así que ahí estaba, con el local lleno y una música que a ratos estaba bien, para luego quedarse en una aburrida, desapasionada, deshumanizada y matemáticamente perfecta cadencia electrónica, parecida en su insistencia al frenesí masturbador del adolescente pajo por excelencia. Me dirigí, harto ya de intentar disfrutar de una música que era imposible, a sentarme en un banco. Conocía los riesgos. Podía quedarme dormido otra vez. Sopesé las ventajas e inconvenientes y me senté. Cuando empezaba a entrar en el maravilloso trance que me sacaría de allí, una chica se acercó a mí. Lo sé porque vi sus rodillas frente a mi cara y levanté la mirada y la pude ver, en pie, mirándome desde arriba. Supuse que había dicho algo. La puta mierda de Prodigy no dejaba enterarse de nada.
- ¿QUÉ?- le tuve que gritar.
Ella se puso en cuclillas. Ahora pude ver su cara.
- ¿Eres poeta?
Menuda sorpresa. Bueno, menudo susto, esa pregunta a bocajarro sin venir a cuento. Siempre he odiado esa pregunta. Ser poeta no es una cosa de la que uno se dé de alta en las SS (Seguridad Social), ni hay parámetros definitivos que lo confirmen. No sé qué coño es ser poeta. Pero como sí que escribía poesía, opté por una respuesta lo suficientemente ambigua.
- ¿Juegas a las adivinanzas o te lo ha contado alguien?
- Son cosas de las que una se entera...
Bueno, la chica estaba ahí, se había acercado sin conocerme, se había arriesgado. Siempre me ha gustado ese tipo de valentía, así que decidí no ser demasiado brutal esta vez.
- ¿Me puedes recitar uno?- me pidió.
No me apetecía nada hacer malabarismos en ese momento. Miré a mi alrededor. Todo el mundo bailando y pegando botes, sin apenas quedar espacio para moverse, con una música que hacía imposible mantener una conversación normal. ¿Recitar? No se iba a enterar de nada salvo que lo hiciera en su oído. Qué bonito, recitarle poemas de amor al oído a una chavalita jovencita que desea que hollen cuanto antes toda su limpieza inocente con la lija desgarradora de la corrupción bohemia. Qué bonito, hacerse el gilipollas un poco más, sólo para ver qué pasa.
- PERDONA, NO ME ENTERO CON LA MÚSICA- le grito gesticulando.
Ella se acercó entonces a mi oído. Su pelo era fino, liso y suave, acarició mi mejilla con la frescura de la suya, y su olor perfumado embotó mi nariz de tal forma que ya no podía oler otra cosa.
- Que si me puedes recitar uno.
Primero ella tenía que comprobar si encajaba en la receta, claro. El problema era que no llevaba ningún poema conmigo.
- Lo siento, no llevo ninguno encima.
Ella se apartó y me analizó mirándome directamente a los ojos. Luego volvió a pegar su cara a la mía.
- Pues de memoria.
- Nunca me los aprendo. Los escribo precisamente para no tener que memorizarlos.
- Ah... pues serás el único- dijo, algo contrariada, esperando que añadiera algo.
- Tal vez no sea poeta...
La chica buscaba ese punto de drama de los artistas malditos. Esas relaciones tormentosas de copla, resignación y revelación. Yo, medio inconsciente, echado a perder y sin parar de escribir parecía el candidato perfecto, pero me negaba a meterme de nuevo en un lío donde regalar crueldad, mentiras y desengaños con el desgaste que ello conlleva. No, nada de tener más remordimientos ni de estar más perdido que una ola en el Pacífico. La chica estaba muy apetecible, y si ella quería una relación tormentosa con la que flagelarse, yo le ofrecería una noche flagelante y nada más. No iba a dejar sitio a confusiones ni a engaños. Prefería marcharme solo a casa antes que entrar en ese juego. Así que me levanté para poder hablar mejor.
- Lo siento- me disculpé- siempre llevo alguno doblado en el bolsillo, pero hoy no he traído nada. Otro día, si quieres.
- Vaya un poeta que estás hecho, ya veo...
Podría seguir charlando y charlando, pintándome a mí mismo de la mejor de las maneras, pero no quería darle una buena impresión. Lo que yo quería tenía que suceder hoy o nunca. Yo tenía que ser un caso perdido y sin futuro para que ella luego me dejara en paz. Así que sin más preámbulos la acerqué hacia mí tomándola de la cintura, despacio. Al principio no opuso resistencia, pero cuando acerqué sus labios a los míos se detuvo.
- Perdona- le dije, dejándola libre- me he confundido.
- No- me dijo ella- perdóname a mí, la forma en que he llegado daba pie a que pensaras otra cosa.
Bueno, pensé, si quiere algo, lo quiere despacio y bien hecho, como las casas robustas, y yo no estoy interesado en absoluto en arquitectura alguna que no sea la de sus largos brazos. Me iré solo a casa. Seguro que ya no le parezco interesante. He escapado, dejando su orgullo impoluto.
Pero ella no dejaba de disculparse, parecía agobiada.
- No te disculpes más- le dije- estás en tu derecho de hablar con quien quieras sin que ello te obligue a responder ante ciertas expectativas. Soy yo el que se disculpa, de verdad. Sólo has hablado conmigo y yo me he tomado demasiadas libertades. Perdóname tú a mí.
Mierda, me dije, no hagas eso que le vas a acabar cayendo bien.
- Pero es que yo no soy así- seguía ella.
- No te preocupes. Mira, te voy a dejar de agobiar, voy a volver a mi banco, y así tu puedes seguir divirtiéndote con tus amigas, ¿vale?
Ella asintió pensativa, y yo regresé a mi sitio. Bueno, me dije, seguro que cuando me duerma acabará por convencerse de que ha tomado la decisión correcta.
Efectivamente, cuando me despertaron los porteros encontré el local ya casi vacío, sin ella, con las luces blancas del fin de fiesta ya puestas. Ellos me miraban con rutinario enfado. Me levanté de un saltó camino de mi casa. “Vamos a acabar por no dejarte entrar más”, me decían. Total...
(...)
Pasó una semana, habíamos tenido reunión del grupo de poesía en el bar La Moneda y tenía algunos poemas en el bolsillo, más la espinita clavada de no haber sido “poeta” la única vez que me lo han pedido. Ahora quería serlo para ella. Para cerrar el capítulo. Para no sentirme un impostor. Como siempre, entramos en el Fun, bailábamos, y ella apareció y se acercó de nuevo, dándome un toque por la espalda.
- Hola- me dijo.
- Vaya, ¿cómo estás?
- ¿Tienes algo hoy?
- Sí, hoy sí- le dije contento.
Me puse a rebuscar en mis bolsillos traseros y saqué el primer papel que encontré. Perfecto. Era un poema malísimo, ideal para la situación. Decidí añadir, además, algunas pinceladas de apática timidez para acabar de derrumbar la imagen que ella esperaba encontrar.
- Toma- le dije extendiéndole el papel- léelo, te lo regalo.
- No, no me lo regales- me dijo como si se tratara de algo muy importante- mejor léemelo tú.
- Con todo este ruido no te vas a enterar de nada.
Tras un incómodo silencio, se resignó y se puso a leerlo en silencio, pero se detuvo enseguida.
- No entiendo tu letra- me dijo, devolviéndomelo, muy astuta.
- Bueno- dije, también con resignación- lo intentaré, aunque no recito bien.
Bueno, estaba harto de recitar por ahí subido a los contenedores de basura, los bancos, los alfeizares de las ventanas, las azoteas, las cornisas y, por supuesto, los escenarios iluminados y con micro, pero se lo creyó, y yo hice todo lo posible por confirmárselo. Le leí algo así, con voz de aburrimiento:
“Donde dice manteles...
... dice sábanas el profeta impertinente
(hoy metido a vecino expía-todo:
la mirilla-desagüe de su puerta-nevera
de pecados- para quien vea pecados).
O dicho de otro modo:
no se puede comer pescado sin clavarse espinas.
O dicho de otra forma:
No corre aire, cegará tus ojos el sudor que los irrita.
Los cuerpos que se bailan se resbalan hechos ríos,
ríos del sol del aire hecho agua,
desde la música del sexo.
(miradas de sorpresa sobre las mejillas brillantes y empapadas...)”
- ¿No tiene título?
- No.
- ¿Qué quiere decir?
- Follar, y sus contraindicaciones.
Se quedó un momento mirándome en silencio. Había sorpresa, decepción, miedo e incredulidad en esa mirada, y yo se la sostuve para amplificarla. Se marchó, dubitativa. Ya no la volví ver más. Pude seguir con mis planes.
Aún así, todavía no tengo claro quién fue más listo de los dos.
Claro que hace tiempo que me importa un carajo no comprenderlo todo.
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