Es caminar, ir por la acera; ver las luces de los reflejos de los adoquines, sacar provecho de los faros azules de la policía, algún letrero vendedor en rojo, todo va ahí, al suelo y de ahí para mí, dividido en líquidos destellos de luz estrellada en centellas. Y es este aire que es tarde que es luz que es tiempo que es aire, teñido de un azul que es gris y es azul y es gris, lo que lo realza. Debe ser eso, el peso. Como si llevara una enorme bola de acero de las de hacer derribos dentro de la cabeza, se va a la derecha, se va a la izquierda, adelante, atrás. Tiene una inercia enorme. Arrasa con todo y lo hace despacio pero sin pausa, despacio, irritantemente lento. Llueve afuera, la lluvia ahuyenta a los seres humanos y se puede llegar incluso a ser, mientras la bola insiste e insiste en pendular su música de cantina hinchada en cánticos color de rojo...
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Creo que el amor está en cierta parte de alguna reverb... Supongo que es por eso que escucho tu voz, porque la voz es el eco de todos tus órganos, esos incluídos. Debe ser una franja muy estrecha de la atmósfera, de un centímetro de espesor, como una pompa de jabón fluctuantre sobre la tierra, con un color y un olor específicos. Sólo se le alcanza siendo una corriente con ella. Y luego, están las salchichas, las patatas fritas, el pollo, el brocoli con bechamel a la pimienta, la cama, el parchís, el éxtasis, la abominación, la carpintería, etc.
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La lluvia golpea las ventanas y resulta extraño estar tan seco, aunque tranquiliza vivir en un planeta que es capaz de eso; sin embargo, el corazón sale de mí y se planta en el centro de la estancia y se hincha en rojo y luego en naranja. Y entonces la lluvia cae más y más fuerte. Supongo que es eso, la periodicidad del péndulo.
Y sobre todo, el cómo...
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