Cuando tocas mi piel,
¿notas cómo hormiguea el arco que hace vibrar
esa nota eterna y gravemente oscura?
Esa que hace de mí un contrabajo
y de la fricción, un canto,
a la altura del corazón,
donde arco y cuerda se cruzan
Que suene como todo lo inevitable suena,
e inunde con silencio todo intento de melodía,
¿no sientes cómo sus ondas diminutas
se cuelan por las yemas de tus dedos,
cuando me tocas?
¿No las oyes?
¿No las reconoces?
¿No las has sentido nunca?
Estás ocupada recogiendo hojas verdes
y cáscaras de nueces;
madrugas entre los nogales
y corres y saltas como si fueras
la mañana alegre de los montes;
y tu vaho entrecortado,
tu voz hecha vapor,
se hace visible antes por honesto
que por acción del frío
Las recolectas para venderlas como flores y frutos secos,
el domingo,
en la plaza,
por la mañana,
bajo el sol;
también entonces sonará esa misma nota grave,
por encima de todos tus bosques,
a través de todas tus sendas,
como un gato que ronronea bajo mi pecho
o un imperceptible temblor de tierra...
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