Me tocó sentarme junto a un niño en el avión. Era un niño nervioso e inquieto, que daba patadas al intentar dormir y dibujaba garabatos en una libreta como si supiera que centrarse en algo es calmarse. Era un eco de una voz que un día quiso vivir en mi garganta.
Volábamos como si el mismo viento sujetara este banco sobre el que las nubes miraban desde abajo, sentados e impacientes...
En un momento dado, mientras él dormía, sentí el contraste de mi sangre negra que todo lo inunda como una riada de elixir de sombra, y una herida con un nombre y un recuerdo. El niño despertó.
¿Aún volamos?- preguntó
Y mi otra voz dormida repitió, oportuna y atenta,
¿Aún volamos?
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