Siempre he opinado que el día en que dejaron de encarcelar a los buenos escritores en Europa algo mágico se perdió en el oficio, pero no esperaba que esa sentencia fuera tan clarividente. Está claro que la censura ha vuelto para quedarse; recientemente, conocidos míos de la web han visto sus páginas y blogs amenazados por una nueva forma de delación, anónima, que no tiene que responder ante nada ni nadie.
Es triste, desolador, ver cómo un país como este, donde todos los ciudadanos presumen en sus conversaciones de copas y café de un escepticismo total e impermeable ante las propuestas americanas, cae seducido por esa subespecie degenerada de puritanismo impositivo e intransigente de principios inalienables que nos llega desde el otro lado del océano. Porque desde el 11 de septiembre se ha impuesto la filosofía de las medidas preventivas, en un principio aplicada a las guerras entre estados, pero luego extendida hacia la merma de las libertades individuales en beneficio de la prevención de las matanzas, primero, y luego de los desajustes molestos en general. Se adoptan medidas marciales antes de que el delito se produzca, se pone en tela de juicio la libertad de expresión vista como una amenaza para la seguridad de los estados occidentales (paradójicamente, en nombre de dichas libertades- qué pobreza intelectual), y la tiranía de lo políticamente correcto hace que los autores se autocensuren por miedo a que se les alinee en lo incorrecto- que hoy implica ejercer, como mínimo, una especie de complicidad tácita con lo indeseable.
La presunción de inocencia desaparece a pasos agigantados, no ya en los procesos ilegales de Guantánamo (un escándalo mayúsculo que demuestra la putrefacción moral de Occidente), sino en el enfoque general de muchas medidas importantes tomadas desde entonces. No es sólo que en los aeropuertos todo viajero sea considerado como un presunto terrorista (como medida preventiva), sino que en otros aspectos, el ciudadano supuestamente soberano es considerado como un delincuente a priori. Tomemos como ejemplo el canon de la SGAE, que implica considerar de antemano (de manera preventiva) que todo comprador de CDs vírgenes (o cámaras digitales, por ejemplo) tiene la intención de copiar propiedad intelectual. Es absolutamente increíble que cada vez que yo compre un CD para mi trabajo en el estudio esté pagando dinero a la SGAE como presunto ladrón de derechos. Es obsceno, como obscena y sucia es la mente puritana con aires asépticos de esta creciente corriente totalitaria que invade cada aspecto de la vida diaria que nos ha tocado transgredir.
Los autores no se atreven a tocar ciertos temas o a tratarlos de manera inteligente por temor a las segundas lecturas (posiblemente erróneas) que la dictadura de lo políticamente correcto pueda llevar a cabo. El miedo está generalizado. Y lo mejor es que quienes están en posición de legislar, lo hacen desde la mediocridad, la inseguridad, la ignorancia, la incapacidad, la falta de imaginación y la distancia delirante con respecto al momento histórico, y colocan en su lugar sus traumas psicóticos como brújula del buque que dirigen hacia los arrecifes de la realidad.
Así, veo cómo amigos míos cuelgan canciones con tintes escatológicos en plataformas tipo myspace, y estas son censuradas sin más, porque alguien las ha denunciado, sin existir proceso ni revisión del suceso. De manera preventiva, una plataforma digital anula la cuenta de un usuario denunciado anónimamente, de manera sistemática. Y no hay más. La delación que ahora se promueve con la ley antitabaco es similar, y en la futura ley de igualdad de trato ocurre tres cuartas de lo mismo: en esos casos es el acusado el que tiene que probar su inocencia. Nadie se atreve a alzar la voz por temor a ser considerado partidario de las discriminaciones, y se permite que en nombre de los principios más nobles se atropellen y pisoteen los derechos más elementales que articulan un estado de derecho. La seguridad y protección del ciudadano soberano se basa en la presunción de inocencia, pero preventivamente se anula en estos casos, quedando todos (y lo digo claro: TODOS) en una situación de indefensión frente a las malas intenciones de cualquiera. Así, el dueño de un bar puede denunciar falsamente a la compentencia de su misma calle sin tener que responder ante nadie. Bastará con que denuncie anónimamente que allí se fuma o no se permite entrar a inmigrantes por razones de raza. A partir de ahora, nadie está seguro, todos estamos a merced de la delación anónima al más puro estilo inquisitorial. Y esto lo promueven varias ministras socialistas, lo que es ya de por sí increíble.
Ignoro el por qué de la deriva de este gobierno, los traumas infantiles que les guían, la ineptitud e incapacidad para un pensamiento profundo de todos ellos. Siempre he votado a la socialdemocracia, pero en las próximas elecciones no lo haré. Siento asco por este clima que están creando. Puedo perdonarlo todo, la crisis, el paro, etc., pero quedar a merced de las aspiraciones Rottenmeyeranas de unas cuantas niñeras militantes de la filosofía de la asepsia intransigente, autoritaria y profundamente estúpida, es pedir demasiado. Y hablo, para quien lo dude, de la Ministra Leire Pajín y de la Ministra Ángeles González-Sinde.
¿Esta es la famosa perspectiva de género que nos iban a traer las liberadas y rouseanamente buenas mujeres de la progresía socialdemócrata? ¿Un país blanco como el papel higiénico y desinfectado donde no se pueda fumar ni decir “caca”?
¡Se acabó la libertad! ¡Los escritores van a volver a las cárceles! ¡viva el oficio!
Porque en ningún sitio se escribe mejor que en una celda, y desde ningún sentimiento se crea más fuego que desde el ASCO...
Preparaos...
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1 comentario:
100% de acuerdo. Vivimos en una sociedad cada vez más desconfiada, más puritana o sencillamente más gilipollas. Pero las cosas no ocurren porque sí. A unos pocos parece que les interesa. No dejemos de señalarlos con el dedo. No sé si servirá de algo o no servirá de nada, pero no dejemos de señalarlos.
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