A veces sucede que las cosas se
confabulan para no dejarte seguir tu placentera rutina. Todo se
asocia en una especie de hermandad cósmica empeñada en salvarte de
ti mismo. El caso es que estaba dispuesto a disfrutar de mi pequeña
burbuja, metido en mi cuarto, con todo lo necesario: mi lámpara de
luz tenue, mi guitarra, mis artilugios de dibujo, mi portátil con
conexión a internet para lanzar proclamas cuando surgieran, mis
altavoces para escuchar música, la cama bien cerca, mullida, con
muchas mantas, mis enlaces de 12 horas de sonido de lluvia para
dormir. La ventana cerrada, las persianas bajadas, la puerta cerrada,
tabaco de liar de sobra, papel, filtros, cenicero, mis galletas de
chocolate robadas a mi hermana, mi último café- o penúltimo.
Quizás era eso lo peor, tener que salir a la cocina a prepararme el
siguiente. Y no tener un buen sillón. Nadie es perfecto.
Y como nadie es
perfecto, el teléfono sonó: era María del Mar, mi mejor amiga.
Estaba borracha, algo sentimental, con esa mezcla de dolor y alegría
a partes iguales. Estaba, a su vez, con su mejor amiga, Lorena. ¿Qué
tienen las mejores amigas de tus mejores amigas o de tus novias?
Suelen ser platos muy apetecibles, terriblemente morbosos, con un
atractivo que va más allá del físico. Supongo que es una mezcla de
pulsiones: lo prohibido, lo que nunca se tendrá por la lealtad que
las une, y que conscientemente no deseas quebrar. Y aunque María del
Mar era sólo una amiga, lo era a regañadientes. No sólo me
profesaba una devoción quizás algo más intensa de lo debido, sino
que varios intentos de “violación” corroboraban esa sospecha.
Por lo tanto, era poco probable que su mejor amiga, confidente, etc.
se prestara a mis solicitudes, así que ni me lo planteé. Y ello a
pesar de estar al tanto de que en ese aspecto la lealtad de algunas
mujeres no es como la nuestra: pueden hacerlo y con menos
remordimientos que nosotros. Pero no me gusta contar con ese tipo de
debilidades.
Lorena, en fin, me
volvía loco. Tenía ese desaliño que tanto me gusta y ese físico
que puede llegar a ponerme bastante nervioso. De pocas palabras y con
esa tibieza en la mirada de las personas algo introvertidas que es
indicio de una capacidad de fuego bajo las sábanas. Me gustaba
mirarla a hurtadillas y adivinar sus formas bajo sus faldas largas o
en su figura al trasluz cuando sus ropas anchas eran atravesadas por
la luz del sol. Y había un algo, cada vez que me miraba. Ella lo
sabía, yo lo sabía, y ambos coincidíamos en la justa resignación
necesaria por las circunstancias, pero se trataba de ese tipo de
intuiciones demasiado tenues como para permitirse hablar de ellas.
Demasiado sumidas en lo subjetivo como para hacerlas salir sin riesgo
de pecar de impertinente o presuntuoso, y, a la vez, reconocidas por
ambas partes a través de silencios pactados mediante miradas y más
silencios. Ahora estaban las dos, borrachas, y me reclamaban. Dos
niñas guapas, simpáticas, inteligentes y encantadoras. No sé de
qué cojones me quejo tanto.
- Anda, vente, que
estoy ciega y me apetece verte...- decía Maria del Mar.
- Jo, estoy aquí
aperrado dispuesto a ser autista de nuevo...- le respondía.
- Anda, y luego te
vienes a casa y vemos una peli o algo y te quedas a dormir conmigo-
me decía ella- ¡no te haremos ir a discotecas ni aglomeraciones de
humanos! ¡Me apetece verte!
Me decidí a ir, el
plan no parecía demasiado horrible, y bueno, me apetecía también
ver de nuevo a Lorena y observarla un poco y seguir fantaseando con
mis ideas imposibles. Llegué al bar que me dijeron. Ahí estaban las
dos, sentadas a una mesa, muy sonrientes. Llegué y les di dos besos. Se notaba el efecto del alcohol porque esta vez besaban de
verdad, casi en la comisura de los labios. A Lorena la
encontré especialmente cálida. Me ponía una barbaridad. Me senté
frente a ambas. Era divertido verles las caras de ciegas estando yo
completamente sereno.
María del Mar me
miraba con esa expresión risueña de profundo cariño sin sombras.
Tenía los ojos brillantes y las mejillas algo encendidas. Lorena, al
otro lado de la mesita, tenía las piernas cruzadas, largas, esbeltas
y sensuales, y me miraba también, con la mano en la barbilla, con un
cierto grado de ese mismo tipo de cariño: el honesto, el que no
pretende tapar nada. La miraba en toda su figura y sí, seguía
siendo un bombón de esos que te entran por un algo demasiado
característico para ser compartido con el resto de las de su género.
Hay personas que te entran por lugares comunes, otras lo hacen por
lugares personales e intransferibles: como si ese atractivo sólo lo
vieras tú, siendo a la vez consciente de que es mentira; de que no
sólo te vuelven loco a ti, sino probablemente a la gran mayoría de
los mortales. Y a pesar de todo, sientes que se trata de una
especificidad química demasiado concreta.
- ¿Quieres algo? ¡te
lo traigo!- me dijo María del Mar.
- Un café, pero ya voy
yo, no te preocupes.
- No- dijo
manteniéndome en el asiento con su mano en mi pecho- eres mi amigo y
te lo voy a traer yo.
- Vale- le dije
riéndome.
Se levantó y se fue a
la barra mirándonos con la sonrisa de oreja a oreja tan graciosa que
tenía siempre, aunque ese día más acentuada por las chispas del
alcohol.
- Bueno, ¿cómo estás?
Tiempo sin verte- me dijo Lorena, intentando ser simpática, a ver si
lograba arrancar alguna palabra o conversación a mi yo, tan
empedernido en las pocas palabras. ¿Cómo explicarle que me ponía
nervioso? No quería dejar entrever mis debilidades con ella, aunque
en el terreno de las miradas cortas y fugaces estaba claro, pero es
de mala educación hablar de algo tan vaporoso.
- Bien, estaba en casa,
no tenía intenciones de salir. Y vosotras, ¿qué tal? ¿desde
cuándo estáis por ahí?- le dije intentando ser cordial, simpático,
normal; lo intentaba, lo prometo, pero todo me sonaba a tipo abúlico,
aburrido y repetitivo. La miraba a los ojos al hablarle, por
educación, y notaba a veces una puerta abierta en ellos, pero no
entraba, era peligroso. Se puede mirar a los ojos sin entrar. Todo
consiste en fijarte en lo no transparente de la retina y lograrás
hacer sentir a tu interlocutor como un maniquí con ojos de cristal.
Puede sonar cruel, pero lo otro era poner las cartas sobre la mesa.
Mis ojos me delatan cuando miran sin reservas, y no era plan. Volvió
María del Mar con mi café.
- Kique es un tío
estupendo- declaró a toda voz. Ella es así, cuando es feliz o algo
le gusta, lo proclama. Después se me quedó mirando fijamente con su
sonrisa encantadora y sus ojos grandes y expresivos. Yo no sabía qué
decir ni cómo reaccionar ante semejante afirmación y posterior
mirada que parecía esperar algo. Le di un sorbo al café y miré a
Lorena, a ver qué hacía, y me llevé una sorpresa: estaba tan ciega
que me estaba mirando el paquete y se le puso el labio inferior con
ese gesto tan característico de las chicas cuando miran un paquete y
piensan cosas sobre él. Me gustó, la verdad, aunque ello no hizo
sino ponerme más nervioso. Aparté la mirada antes de que ella se
diera cuenta de que me daba cuenta, pero no cambié mi postura en la
silla. Me gustaba que me mirara en esa frecuencia de radio.
Estuvimos así un rato, charlando y
riéndonos, lanzando miradas fugaces a Lorena y pillándola mirando
donde se delataba, y disfrutando de la simpatía y el buen rollo que
desprendía María del Mar. Bebieron algo más y se pusieron algo más
borrachas, y había algo en el aire muy caliente por las tres bandas,
aunque fuera en direcciones cruzadas. Al final salimos a la calle
para despedirnos de Lorena y largarnos a dormir María del Mar y yo.
Al ir a darle los dos besos de despedida, Lorena, nerviosa y torpe,
casi me da los dos en la boca, pasando nuestros labios rozándose en
medio del equívoco. Demasiada dulzura en el tacto y en el sabor.
Demasiado peligroso todo. Fingí no darme cuenta de nada, ella sonrió
tímidamente y se largó. María del Mar y yo dormimos juntos como
dos buenos hermanos.
(...)
Al
día siguiente hacía tanto sol que me dejé la bufanda olvidada en
su casa. Por la tarde me llamó.
- Hey, te dejaste tu
bufanda y Lorena, que vino esta tarde a tomar café, se la ha llevado
por equivocación, ¿no te importa que te la devuelva ella? Si
quieres le digo dónde vives.
Idea brutalmente
tentadora. Me concentré en que no se me notara la emoción.
- Claro, díselo, no
importa.
Me faltó tiempo para
imaginar la situación: ella entra, charlamos, y a la mínima nos
liamos, la llevo a la cama y la devoro de arriba abajo durante horas,
me impregno de su olor, me la follo mil millones de veces y todo es
maravilloso y con una compenetración estupenda y etc. Así que me
conciencié: tío, no puedes cagarla con ella, quedarías fatal,
seguro que en realidad no comparte tus intenciones y sí, te miró el
paquete, pero estaba borracha, ya sabes, sé civilizado, etc.,
imagina qué vergüenza si le metes cuello y resulta que no, con lo
buena gente que es, etc. no te comportes como un salido de mierda, sé
un tío, un buen colega, alguien en quien se puede confiar, etc.
tiene una boca preciosa, seguro que besa bien, me encanta su cuello,
me quiero comer su ombligo, etc. no te dejes llevar por tu
imaginación perversa, ya sabes que sueles ir por tu cuenta en estas
cosas, no des por sentado nada, sé prudente, etc. etc. y etc.
Al rato me volvió a
llamar María del Mar.
- Hey, ya he hablado
con ella. Se pasará por tu casa a las siete, ¿te va bien?
- Ehm- dije fingiendo
repasar mentalmente mi agenda- sí, a las siete está bien, ¡gracias!
- Venga, un beso, sigo
con lo mío.
Cuando se acercaba la
hora de repente me encontré bastante tranquilo: no va a pasar nada,
tío, seguramente ni lo ha considerado; estará ocupadísima y esto
será algo que hace de paso de un lugar a otro sin darle la mayor
importancia, relájate, no es nada, ¡qué tontería! ¡Qué cosas
piensas!
Llamaron a la puerta.
Abrí. Allí estaba Lorena.
Estaba muy nerviosa,
movía las manos con indecisión y le temblaba la voz. Y yo me puse
igual de nervioso.
- Hola, jejejeje- le
dije.
- Hola, ehm...
jajajajaja
- Sí.
- ¿Te ha dicho María
del Mar que venía, no?
- Sí, sí- no hacía
más que decir sí como un gilipollas.
- Bueno- dijo con la
bufanda en la mano acercándola y alejándola sin saber si dármela
ahora o no sé cuando.
- Sí- volví a decir.
- Pu.. pues... toma...-
y me dio la bufanda.
- Sí- me estaba
luciendo.
Me miró, dudó si
darme dos besos de despedida y al final se dio la vuelta y se fue. Yo
entré en casa y cerré la puerta. Joder, podría haberla invitado a
un café o algo, imbécil- me dije.
Y me senté en el sofá
con cierto alivio y, a la vez, decepción por ser tan torpe, y me
descubrí a mí mismo pasándome la bufanda por la cara, percibiendo
un olor tan específicamente atractivo, que parecía estar hecho para
mí, mientras ella desaparecía escaleras abajo...
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