Habíamos tocado bastante tarde y acabamos el concierto a las cinco de la mañana. Al final, llegué a casa sobre las siete, muerto de frío. Ella dormía en aquella habitación cuyo aire de sueño invernal contrastaba con el helado sabor a muerte del amanecer. Me acosté con ella, nada deseaba más, pero ella se levantó enseguida: ya no soportaba mi presencia, huía; y ese día, sin ella, yo no podía dormir, así que me levanté. La perseguí por la casa y al final la atrapé sentada en el sofá: me tumbé usando su vientre de almohada y me dormí aferrándome a su cintura para que no pudiera escabullirse. Incluso durmiendo percibía que no estaba cómoda, que todo esto le molestaba, y al final se escapó para hacer la comida, y me despertó cuando estuvo lista. Luego se fue.
Sabiéndolo y sin saberlo, no hubo ya más momentos compartidos. A veces la conciencia hace caso omiso a lo que la intuición le espeta a grandes gritos. Todo no había sido más que una convergencia de hechos dirigida hacia este punto. Patatas fritas y filetes empanados por su conciencia, y buen viaje, marinero. Esa fue la auténtica despedida y su mensaje: este viaje no se debió iniciar nunca...
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2 comentarios:
Corto e intenso relato. No se necesita más para describir, quizás una parte importante de unas vidas.
Agradable pasear por tu blog.
Muchas gracias!! :)
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