lunes, 20 de enero de 2014

Una cita formal




Nunca se habían liado; cuando se encontraban en persona era un asunto que simplemente no se concebía. Sin embargo, resulta extraño cómo cambian las cosas cuando el contacto se establece por escrito, a través de las redes sociales. Ahí fue distinto. Una conversación inicialmente banal pasó a contenidos más lúdicos y acabó con confesiones de la vida sexual de cada uno y con un calentón inesperado y una cita establecida bajo la premisa “prohibido ser tímidos, follemos”.

Llegó a su casa con el pelo aún mojado y oliendo a gel, champú y desodorante: ella estaba recién duchada y bien arregladita. Ninguno de los dos era tan lanzado en persona como en la web. Se dieron dos besos en las mejillas como de costumbre y ella sugirió un café. Ok. Charlaron de estupideces, fumaron un porro e intercambiaron miradas de furtiva complicidad. Cuando acabaron con esa parte del protocolo, él sugirió que se fueran al dormitorio, a lo que ella respondió con una sonrisa pícara que pretendía ser un reflejo de la actitud de él. Vale. Voz baja y fina. Palabras escuetas y muchos nervios, pero nada de besos ni de magreo. Todo muy civilizado. Se sentaron en la cama uno al lado del otro con los codos apoyados en las rodillas y sin mirarse.

- ¿Estás segura?- le dijo él cuando por fin se decidió a mirarla a los ojos.
- Sí, de verdad; quiero hacerlo.

Empezaron a liarse de golpe, a lo bestia. Ahí parece que empezó a relajarse la cosa. Se comían la boca con una urgencia que era producto a partes iguales de la relajación del nerviosismo inicial y del deseo que los había llevado hasta allí.

- De verdad que tenía ganas de esto- le decía ella mientras le comía el lóbulo de la oreja.
- Pues parecía lo contrario, te lo juro- le dijo él mientras le devoraba el cuello.

Se fueron quitando la ropa y empezaron a revolcarse sobre la cama y a quitarse más ropa durante un buen rato, entre risas tontas, aunque sin mirarse del todo a los ojos por una especie de pudor.

- ¿Te la puedo chupar?- dijo ella al cabo de muchos minutos.
- Claro.
- ¿De verdad?
- Te lo juro.

Se puso manos a la obra con pasión y ferocidad. Él le hizo lo propio después, larga y pausadamente. La tarde avanzaba aunque el tiempo parecía transcurrir más deprisa de lo normal. El sol ya había caído tras la ventana.

- Me la puedes meter ya- dijo ella en un momento dado.
- ¿Ya quieres?
- ¿Tú no?
- Si tú quieres sí.
- Claro; si no te importa, claro.
- Sí, sí, por supuesto.

Se la metió. Estuvieron follando un buen rato. Y aunque parecía que iban a partir la cama, negociaron cada cambio de postura, con mucha educación. “Si tu quieres”; “Naturalmente, si te apetece”; “No lo hagas por compromiso, sólo si te parece bien”; “Tú primero”; “Después de ti”, etc.

Al final de tanto protocolo se corrieron aullando como dos animales: fue un polvazo donde las disculpas y los por favores contrastaban con la visceralidad de todo lo demás.

Se vistieron muy civilizadamente sin apenas intercambiar palabra y él se fue hacia la puerta. Se despidieron con un beso como si esta hubiera sido cualquiera de sus citas anteriores a lo largo de su dilatada amistad. Tampoco esta vez encontraron las palabras adecuadas: seguían igual de tímidos. Él se marchó.

Camino de su casa reflexionó sobre los mitos del sexo. No siempre es un rompehielos, evidentemente. Todo su cuerpo olía a ella y aún no sabía qué decir en su presencia.

Pero era todo mucho más simple.

“Me conecté a internet esta mañana” pensaba, “y aún no sé exactamente qué cojones ha pasado...”...


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