Nunca se habían liado; cuando se
encontraban en persona era un asunto que simplemente no se concebía.
Sin embargo, resulta extraño cómo cambian las cosas cuando el
contacto se establece por escrito, a través de las redes sociales.
Ahí fue distinto. Una conversación inicialmente banal pasó a
contenidos más lúdicos y acabó con confesiones de la vida sexual
de cada uno y con un calentón inesperado y una cita establecida bajo
la premisa “prohibido ser tímidos, follemos”.
Llegó a su casa con el
pelo aún mojado y oliendo a gel, champú y desodorante: ella estaba
recién duchada y bien arregladita. Ninguno de los dos era tan
lanzado en persona como en la web. Se dieron dos besos en las
mejillas como de costumbre y ella sugirió un café. Ok. Charlaron de
estupideces, fumaron un porro e intercambiaron miradas de furtiva
complicidad. Cuando acabaron con esa parte del protocolo, él sugirió
que se fueran al dormitorio, a lo que ella respondió con una sonrisa
pícara que pretendía ser un reflejo de la actitud de él. Vale. Voz
baja y fina. Palabras escuetas y muchos nervios, pero nada de besos
ni de magreo. Todo muy civilizado. Se sentaron en la cama uno al lado
del otro con los codos apoyados en las rodillas y sin mirarse.
- ¿Estás segura?- le
dijo él cuando por fin se decidió a mirarla a los ojos.
- Sí, de verdad;
quiero hacerlo.
Empezaron a liarse de
golpe, a lo bestia. Ahí parece que empezó a relajarse la cosa. Se
comían la boca con una urgencia que era producto a partes iguales de
la relajación del nerviosismo inicial y del deseo que los había
llevado hasta allí.
- De verdad que tenía
ganas de esto- le decía ella mientras le comía el lóbulo de la
oreja.
- Pues parecía lo
contrario, te lo juro- le dijo él mientras le devoraba el cuello.
Se fueron quitando la
ropa y empezaron a revolcarse sobre la cama y a quitarse más ropa
durante un buen rato, entre risas tontas, aunque sin mirarse del todo
a los ojos por una especie de pudor.
- ¿Te la puedo
chupar?- dijo ella al cabo de muchos minutos.
- Claro.
- ¿De verdad?
- Te lo juro.
Se puso manos a la obra
con pasión y ferocidad. Él le hizo lo propio después, larga y
pausadamente. La tarde avanzaba aunque el tiempo parecía transcurrir
más deprisa de lo normal. El sol ya había caído tras la ventana.
- Me la puedes meter
ya- dijo ella en un momento dado.
- ¿Ya quieres?
- ¿Tú no?
- Si tú quieres sí.
- Claro; si no te
importa, claro.
- Sí, sí, por
supuesto.
Se la metió.
Estuvieron follando un buen rato. Y aunque parecía que iban a partir
la cama, negociaron cada cambio de postura, con mucha educación. “Si
tu quieres”; “Naturalmente, si te apetece”; “No lo hagas por
compromiso, sólo si te parece bien”; “Tú primero”; “Después
de ti”, etc.
Al final de tanto
protocolo se corrieron aullando como dos animales: fue un polvazo
donde las disculpas y los por favores contrastaban con la
visceralidad de todo lo demás.
Se vistieron muy
civilizadamente sin apenas intercambiar palabra y él se fue hacia la
puerta. Se despidieron con un beso como si esta hubiera sido
cualquiera de sus citas anteriores a lo largo de su dilatada amistad.
Tampoco esta vez encontraron las palabras adecuadas: seguían igual
de tímidos. Él se marchó.
Camino de su casa
reflexionó sobre los mitos del sexo. No siempre es un rompehielos,
evidentemente. Todo su cuerpo olía a ella y aún no sabía qué
decir en su presencia.
Pero era todo mucho más
simple.
“Me conecté a
internet esta mañana” pensaba, “y aún no sé exactamente qué
cojones ha pasado...”...
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