El
tiempo es como una tirolina, y eso es precisamente lo que jode de él.
Si fuera una cama elástica, en fin, todo sería distinto, pero quiso
la divina providencia que sólo fuera un cable del que colgarse. Para
cuando te has dado cuenta, ya estás en medio del viaje y la
alternativa es leñarse contra el hielo, el tronco de un ficus, rocas
o incluso el mar, desde la altura nada desdeñable de este universo.
No veo en el cosmos a un dios que no sea un tipo en bata bastante
ciego que pone petardos en la mesita central del salón sin saber por
qué no se lava, sale fuera y se deja dar por el sol, en vez de
ponerse ciego de coca y hacer explotar traca tras traca sintiendo
desprecio por sí mismo. El universo, como plan, la verdad es que es
una puta mierda; es tan absurdo como poner un petardo para sentir
algo: no tiene finalidad ni hacia adelante ni hacia atrás de la
tirolina, y los extremos son inalcanzables e invisibles; la vista no
apreciaría el final ni siquiera en línea recta, y la bruma del aire
del futuro tampoco ayudaría. Incluso si se pudiera ver, incluso si
se dispusiera de una eternidad que te permitiera aproximarte y ver el
extremo: sentirías cómo se desliza tu tirolina sobre el cable del
tiempo, cambiaría el paisaje, verías tu entorno moverse, pero si te
fijaras en el final del trayecto, descubrirías que ya no te
aproximas más. Y la tirolina tiene la gracia de tener un recorrido
sinuoso donde no siempre puedes prever lo que te vas a encontrar tras
el próximo giro: una copa de un árbol, un pico nevado o una bandada
de cóndores mutantes que deciden comer cosas vivas. Y hay personas
que están siempre intentando adelantarse a las sorpresas del
recorrido, mientras otras miran hacia atrás para registrar todo lo
sucedido con la ilusión de poder con ello descifrar una "pauta"
que les ayude a prever el futuro. Generalmente gritan como cochinos
en un matadero cuando los decapitan, lo que evidencia que con eso no
contaban, y que sus teorías se desmoronan; en este caso concreto,
sobre un cesto. Pero como el tiempo no se ve, se tiene la ilusión de
vivir en un mundo tridimensional cuyo devenir sólo se adivina por
las evidencias dejadas en el entorno; sólo el aburrimiento
consciente te puede traer un cierto eco del sonido del rodamiento
sobre el cable de acero. Esperar, mirar al reloj, una linealidad
general sin puntos de referencia que te aplasta. Cuando esperas te
sumes en el presente. Es sólo un chirrido que nada te cuenta sobre
nada en absoluto.
Nora
llevaba ya veinte minutos de retraso.
Posiblemente
pequemos de ingenuos al considerar que conceptualmente podemos
abarcar tanto; al acercarse al tiempo los conceptos se joden unos a
otros. Tal vez deberíamos tener algún sentido nuevo que sumar al
tacto, al olor, a la vista, al olfato o al oído, que percibiera esa
dimensión. Sin él, esa dimensión ni nos afecta ni la observamos;
sólo a través del conjunto de los otros cinco sentidos, sumados a
la memoria, presumimos que algo hay. Probablemente ello se deba a que
sus fluctuaciones no afectan a la supervivencia de vegetales, peces,
reptiles, aves o mamíferos de este planeta, a que no alteran el
ecosistema. Sería un sentido poco económico; un órgano que
mantener cuya información carece de interés práctico para nadie,
excepto para nosotros- su utilidad consistiría en evitar muchos
suicidios. Al fin y al cabo, ¿cómo describiríais el color rojo a
un ciego de nacimiento que, por tanto, nunca ha percibido la luz? Se
quedaría tan absorto como cualquier ser humano cuando intenta
comprender que el tejido espacio-temporal se expande. La experiencia
sensorial es fundamental.
Por
fin llegó Nora. La vi llegar desde varios metros de distancia:
extraña indumentaria, parecía un híbrido entre ejecutiva y urraca;
estaba muy guapa, más que nada porque ella era guapa de cualquier
forma; pero insisto: a la vez parecía un híbrido entre ejecutiva y
urraca. Esto de reencontrarse con gente décadas después es
emocionante, pero arriesgado a la vez. Estaba delgada, tal vez
demasiado delgada. Tenía un halo de urgencia en los ojos y un brillo
de alerta que se me antojó completamente irracional. Su cuerpo
transmitía su pánico.
-
¡Hola!- me dijo al llegar y sentarse- siento el retraso.
-
Da igual, estaba entretenido.
Ella
miró rápidamente la mesa vacía, mis manos vacías y mi entorno,
con gente en grupos o en parejas a lo suyo, lo que equivale a decir
que también estaba vacío. Sin embargo no preguntó nada.
-
¡Bueno!- dijo muy contenta- ¡No has cambiado nada!
-
Tú tampoco, sigues igual de guapa que siempre.
De
cerca la pude observar mejor. ¿Qué tiene la vida que deja marcas
amargas en los rostros? Ni ella ni yo éramos tan mayores. Si no
envejeciéramos, probablemente el paso del tiempo dejaría en
nosotros su testimonio en forma de cicatrices del corazón y de la
experiencia. Mala publicidad de la vida. No era algo que se
percibiera objetivamente, pero ahí estaba. Su tirolina debía haber
recorrido desiertos plagados de cardos que te arañan la cara y el
cuerpo al pasar colgado del tiempo.
-
Te noto cambiada- le dije- ¿dónde está tu desaliño del instituto?
-
Esto es reciente, ¿eh?
-
Tienes aire de empresaria, ¿por eso has dejado tu curro en Málaga y
te has venido a Sevilla?
-
Algo así, pero soy más independiente que eso.
-
A ver, ilumíname.
Me
analizó profundamente con la mirada antes de hablar. Era natural, en
el instituto y en los primeros cursos de la carrera, en aquellos
últimos fugaces encuentros, yo solía ser bastante sarcástico con
ella y sus pretensiones: la medicina, el ayudar a la gente, la
integridad tóxica, sus reticencias. Me miró a los ojos y pude
percibir un profundo miedo instalado de manera permanente en sus
cuencas oculares. Me pregunté si ella me encontraba igual de
arrasado, o tal vez más. Probablemente. Sin embargo, mi inacción y
mi aislamiento voluntario, mi constante introspección y mi crítica
constante y escéptica se me presentaban como un rasgo de saludable
conciencia frente a esa mirada encendida en una alerta impropia en
este mundo de alelados devora-tapas que esperan a la muerte bajo
soles domingueros, rodeados de niños desesperados que no saben qué
hacer con esa inercia absurda del transcurrir de los segundos. Me
pregunté qué opondría ella al chirriante eco sin aceite de la
espera inmotivada.
-
Me voy a dedicar a especular en bolsa- me dijo finalmente.
-
Ah. Claro. Entiendo por qué te has pensado tanto el decírmelo.
-
¿Me vas a llamar renegada o algo?
-
No soy tan malo pero, ¿cómo has llegado hasta esto?
-
Me va a ayudar mi novio; él se dedica a eso.
Sí,
me mordí la lengua. Los especuladores se han cargado toda la
economía, es una labor que nada produce ni a nada lleva. Son
parásitos sociales. Están en el lado opuesto a la creatividad y a
la imaginación. Por otro lado, ¿qué le pasa a cierto sector de las
chicas? ¿la educación machista les amputa la personalidad y la
capacidad de iniciativa? He visto a muchas tías adquirir desde
aficiones por las artes hasta posturas políticas, todo por la
entrada USB del coño, y siempre desde una predisposición a
considerarse idiotas e inermes ante la total suficiencia de experto
del pen-drive consorte, admirado hombre-pene de gravedad de mármol.
Y yo, siendo chico, conozco lo que hay tras mucho maestro de esto y
lo otro. Puede que en otro tiempo le hubiera soltado todo esto; es lo
que ella tanto temía al confiarme su secreto. Pero esta vez no lo
iba a hacer. Antes era más inconsciente, más excéntrico. Hoy, si
alguien me habla me molesta porque interrumpe mi diálogo interior, y
los avatares y las hostias que la gente se pega las considero
inevitables. No hay que molestarse en avisar; si avisas, sólo
lograrás aumentar el deseo de los sujetos por perseverar en su
postura. Es mejor dejar que las hostias autoadministradas enseñen la
lección por sí solas.
-
Bueno- dijo Nora tras un rato de silencio- te voy a contar por qué
te he llamado.
-
¿Había un propósito más allá de vernos sin más?
-
Sí, y es algo bueno, muy bueno para ti.
-
¿Seguro?
-
Verás, he hecho un cursillo de psicología aplicada.
- Oh, no...
-
Oh, sí. Estoy genial, trabajamos en grupo y es maravilloso. Lo
imparte un americano que está introduciendo esta escuela en España,
y hay un grupo aquí en Sevilla. Quiero que te apuntes.
-
Algo me contaste por watsup, pero cuesta una pasta.
-
Sí, pero los beneficios son incalculables; tú mismo has notado el
cambio. Ahora soy una líder.
-
¿Cómo?
-
Nos enseñan a ser líderes.
-
Un líder lidera un grupo; un grupo formado por líderes no tiene
líder, por lo tanto ninguno de ellos es ningún líder, es
elemental.
-
Ellos se encargarían de acabar con tu actitud.
-
Creo que no, Nora. No quiero cambiar de actitud.
-
Hay un loco por ahí que anda detrás de nosotros llamándonos secta;
nos culpa de que su novia lo dejase tras meterse en el grupo. Un tío
equivocado. Ella aprendió por sí misma que él no le convenía y
culpa a la escuela.
-
¿Cuántos sois?
-
Unos veinte. El curso inicial dura sólo un fin de semana y cuesta
600€.
Hice
la cuenta mentalmente: 12.000 € ganados en sólo un fin de semana
de psico-paparruchas. Debería hacerme gurú yo también.
-
Paso, Nora; yo pienso por mi mismo.
-
No sabes el error que cometes.
-
Me da igual.
-
Te he visto en tus fotos de facebook de este año. Se notaba que
estabas mal; ahora se te ve mejor, pero te vendría muy bien. Estás
siendo víctima de ti mismo. De verdad, se te ve mal.
Menudas
tácticas de manipulación le habían enseñado a esta en ese curso.
Decidí soltar la caballería.
-
Mira, Nora, no te molestes ni te ofendas. Respeto tu decisión, pero
yo no lo veo como tú lo ves. La vida duele, sobre todo si se está
en ella. En un año han muerto cuatro amigos míos, y de los que
quedan vivos la mayoría me ha decepcionado, por no hablar de este
período convulso en mi vida sentimental. Sólo un desequilibrado muy
grave sería insensible a ello. Es natural estar mal cuando la vida
te golpea, me niego a convertirlo en un diagnóstico servido al gusto
de los abanderados del happy forever. Esos sí que están en riesgo
de suicidio cuando recuperan la cordura y todo lo que han estado
evitando por cobardía se les viene encima de golpe. La vida es
felicidad y tristeza. Sólo digiriendo la tristeza se está preparado
para el siguiente período de felicidad. Yo creo en asimilar, no en
rehuir las consecuencias de los propios actos. Y no es tan malo, se
aprende mucho de uno mismo y de los demás, y si eres lo
suficientemente inteligente encontrarás en todo esto un contenido
nuevo que añadir a tus conocimientos.
-
Estás mal.- insistía Nora.
-
Por poco tiempo. Y no es un delito. Puede que esté mal, pero soy
fiel a mi mismo y esa es la única manera de salir adelante.
-
Me sorprendes. Esperaba que te lo tomaras de otra manera.
-
Tu gurú se embolsa 12.000 € cada fin de semana de esos, él sí
que sabe.
-
No le llames gurú. Es un psicólogo de carrera.
-
Bueno, da igual. Me niego a apuntarme, gracias.
-
Hasta mi novio, que era tan escéptico como tú, se ha apuntado y
está encantado.
-
Me parece genial, pero yo soy fiel a mi escuela filosófica.
Pasó un rato y acabamos nuestros cafés en silencio.
- Bueno- dijo ella mirando al móvil- mi novio va a
pasar a recogerme con el coche y no se puede parar. Me tengo que
marchar. Te convenceré.
- No lo harás. Pero me alegro de verte.
La acompañé hasta la calle y allí la recogieron.
Seguí mi camino hacia casa. Parece que está todo el mundo fatal.
Todos intentando rellenar de trascendencia sus vidas. Todos
intentando despegar, y vigilándose mutuamente en la vida social de
las calles. Todos intuyendo que algo va mal y lanzando cañonazos al
aire con la esperanza de dar a algo o a alguien para sentir la vida.
Me acordé de mi amiga Silvia y le escribí un watsup.
yo: estás por el centro?
Silvia: sí.
yo: vienes a mi casa?
Silvia: ok
Nos metimos en el cuarto y echamos un polvo. Luego se
fue. No hay mejor psicología que esa.
Extrañas las tirolinas personales e intransferibles de
cada uno. A veces se enredan, a veces se choca contra otros y otras
veces se baila haciendo zig zag. Pero mirando a mi alrededor, no
encajar en ningún sitio puede resultar solitario, sin duda; pero
encajar equivale a una traición que no puede traer nada bueno. No.
Ni el aire mortecino de las tardes ociosas de fin de semana, ni la
predisposición señorial de los matrimonios, ni el corretear de los
niños, ni los recursos desesperados de los desorientados- cursillos,
sectas, religiones, bailes, o el reverso tenebroso: comparaciones,
envidias, frustraciones, inseguridades, soberbias, orgullos heridos.
Nada con lo que identificarse. Hay una desorientación general y la
vida deja tarados a la mayoría. Al final, se agarran al dinero y
punto; algo con lo que entretenerse, y es contable, lo cual es de
agradecer por ciertas mentes simples: sirve como criterio objetivo
para comparar y clasificar. Ninguno se da cuenta de que el dinero es
tiempo comprimido robado a la vida de otro. Algunos seremos anómalos
toda la vida.
Y en todo este rato de charla estuve echándome de
menos. Porque estar solo reflexionando y mirándose al espejo cara a
cara exige una valentía que no todos tienen. Y sigo escuchando el
chirriar de mi rodamiento sobre el cable, signifique lo que
signifique, y no puedo evitar encontrar más sentido en ese sonido
sin contenido que en cualquier conversación donde se enumera lo que
se consume, lo que se desea, lo que se envidia o lo que se lamenta...
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