miércoles, 22 de enero de 2014

Rodamientos









El tiempo es como una tirolina, y eso es precisamente lo que jode de él. Si fuera una cama elástica, en fin, todo sería distinto, pero quiso la divina providencia que sólo fuera un cable del que colgarse. Para cuando te has dado cuenta, ya estás en medio del viaje y la alternativa es leñarse contra el hielo, el tronco de un ficus, rocas o incluso el mar, desde la altura nada desdeñable de este universo. No veo en el cosmos a un dios que no sea un tipo en bata bastante ciego que pone petardos en la mesita central del salón sin saber por qué no se lava, sale fuera y se deja dar por el sol, en vez de ponerse ciego de coca y hacer explotar traca tras traca sintiendo desprecio por sí mismo. El universo, como plan, la verdad es que es una puta mierda; es tan absurdo como poner un petardo para sentir algo: no tiene finalidad ni hacia adelante ni hacia atrás de la tirolina, y los extremos son inalcanzables e invisibles; la vista no apreciaría el final ni siquiera en línea recta, y la bruma del aire del futuro tampoco ayudaría. Incluso si se pudiera ver, incluso si se dispusiera de una eternidad que te permitiera aproximarte y ver el extremo: sentirías cómo se desliza tu tirolina sobre el cable del tiempo, cambiaría el paisaje, verías tu entorno moverse, pero si te fijaras en el final del trayecto, descubrirías que ya no te aproximas más. Y la tirolina tiene la gracia de tener un recorrido sinuoso donde no siempre puedes prever lo que te vas a encontrar tras el próximo giro: una copa de un árbol, un pico nevado o una bandada de cóndores mutantes que deciden comer cosas vivas. Y hay personas que están siempre intentando adelantarse a las sorpresas del recorrido, mientras otras miran hacia atrás para registrar todo lo sucedido con la ilusión de poder con ello descifrar una "pauta" que les ayude a prever el futuro. Generalmente gritan como cochinos en un matadero cuando los decapitan, lo que evidencia que con eso no contaban, y que sus teorías se desmoronan; en este caso concreto, sobre un cesto. Pero como el tiempo no se ve, se tiene la ilusión de vivir en un mundo tridimensional cuyo devenir sólo se adivina por las evidencias dejadas en el entorno; sólo el aburrimiento consciente te puede traer un cierto eco del sonido del rodamiento sobre el cable de acero. Esperar, mirar al reloj, una linealidad general sin puntos de referencia que te aplasta. Cuando esperas te sumes en el presente. Es sólo un chirrido que nada te cuenta sobre nada en absoluto.

Nora llevaba ya veinte minutos de retraso.

Posiblemente pequemos de ingenuos al considerar que conceptualmente podemos abarcar tanto; al acercarse al tiempo los conceptos se joden unos a otros. Tal vez deberíamos tener algún sentido nuevo que sumar al tacto, al olor, a la vista, al olfato o al oído, que percibiera esa dimensión. Sin él, esa dimensión ni nos afecta ni la observamos; sólo a través del conjunto de los otros cinco sentidos, sumados a la memoria, presumimos que algo hay. Probablemente ello se deba a que sus fluctuaciones no afectan a la supervivencia de vegetales, peces, reptiles, aves o mamíferos de este planeta, a que no alteran el ecosistema. Sería un sentido poco económico; un órgano que mantener cuya información carece de interés práctico para nadie, excepto para nosotros- su utilidad consistiría en evitar muchos suicidios. Al fin y al cabo, ¿cómo describiríais el color rojo a un ciego de nacimiento que, por tanto, nunca ha percibido la luz? Se quedaría tan absorto como cualquier ser humano cuando intenta comprender que el tejido espacio-temporal se expande. La experiencia sensorial es fundamental.

Por fin llegó Nora. La vi llegar desde varios metros de distancia: extraña indumentaria, parecía un híbrido entre ejecutiva y urraca; estaba muy guapa, más que nada porque ella era guapa de cualquier forma; pero insisto: a la vez parecía un híbrido entre ejecutiva y urraca. Esto de reencontrarse con gente décadas después es emocionante, pero arriesgado a la vez. Estaba delgada, tal vez demasiado delgada. Tenía un halo de urgencia en los ojos y un brillo de alerta que se me antojó completamente irracional. Su cuerpo transmitía su pánico.

- ¡Hola!- me dijo al llegar y sentarse- siento el retraso.
- Da igual, estaba entretenido.

Ella miró rápidamente la mesa vacía, mis manos vacías y mi entorno, con gente en grupos o en parejas a lo suyo, lo que equivale a decir que también estaba vacío. Sin embargo no preguntó nada.

- ¡Bueno!- dijo muy contenta- ¡No has cambiado nada!
- Tú tampoco, sigues igual de guapa que siempre.

De cerca la pude observar mejor. ¿Qué tiene la vida que deja marcas amargas en los rostros? Ni ella ni yo éramos tan mayores. Si no envejeciéramos, probablemente el paso del tiempo dejaría en nosotros su testimonio en forma de cicatrices del corazón y de la experiencia. Mala publicidad de la vida. No era algo que se percibiera objetivamente, pero ahí estaba. Su tirolina debía haber recorrido desiertos plagados de cardos que te arañan la cara y el cuerpo al pasar colgado del tiempo.

- Te noto cambiada- le dije- ¿dónde está tu desaliño del instituto?
- Esto es reciente, ¿eh?
- Tienes aire de empresaria, ¿por eso has dejado tu curro en Málaga y te has venido a Sevilla?
- Algo así, pero soy más independiente que eso.
- A ver, ilumíname.

Me analizó profundamente con la mirada antes de hablar. Era natural, en el instituto y en los primeros cursos de la carrera, en aquellos últimos fugaces encuentros, yo solía ser bastante sarcástico con ella y sus pretensiones: la medicina, el ayudar a la gente, la integridad tóxica, sus reticencias. Me miró a los ojos y pude percibir un profundo miedo instalado de manera permanente en sus cuencas oculares. Me pregunté si ella me encontraba igual de arrasado, o tal vez más. Probablemente. Sin embargo, mi inacción y mi aislamiento voluntario, mi constante introspección y mi crítica constante y escéptica se me presentaban como un rasgo de saludable conciencia frente a esa mirada encendida en una alerta impropia en este mundo de alelados devora-tapas que esperan a la muerte bajo soles domingueros, rodeados de niños desesperados que no saben qué hacer con esa inercia absurda del transcurrir de los segundos. Me pregunté qué opondría ella al chirriante eco sin aceite de la espera inmotivada.

- Me voy a dedicar a especular en bolsa- me dijo finalmente.
- Ah. Claro. Entiendo por qué te has pensado tanto el decírmelo.
- ¿Me vas a llamar renegada o algo?
- No soy tan malo pero, ¿cómo has llegado hasta esto?
- Me va a ayudar mi novio; él se dedica a eso.

Sí, me mordí la lengua. Los especuladores se han cargado toda la economía, es una labor que nada produce ni a nada lleva. Son parásitos sociales. Están en el lado opuesto a la creatividad y a la imaginación. Por otro lado, ¿qué le pasa a cierto sector de las chicas? ¿la educación machista les amputa la personalidad y la capacidad de iniciativa? He visto a muchas tías adquirir desde aficiones por las artes hasta posturas políticas, todo por la entrada USB del coño, y siempre desde una predisposición a considerarse idiotas e inermes ante la total suficiencia de experto del pen-drive consorte, admirado hombre-pene de gravedad de mármol. Y yo, siendo chico, conozco lo que hay tras mucho maestro de esto y lo otro. Puede que en otro tiempo le hubiera soltado todo esto; es lo que ella tanto temía al confiarme su secreto. Pero esta vez no lo iba a hacer. Antes era más inconsciente, más excéntrico. Hoy, si alguien me habla me molesta porque interrumpe mi diálogo interior, y los avatares y las hostias que la gente se pega las considero inevitables. No hay que molestarse en avisar; si avisas, sólo lograrás aumentar el deseo de los sujetos por perseverar en su postura. Es mejor dejar que las hostias autoadministradas enseñen la lección por sí solas.

- Bueno- dijo Nora tras un rato de silencio- te voy a contar por qué te he llamado.
- ¿Había un propósito más allá de vernos sin más?
- Sí, y es algo bueno, muy bueno para ti.
- ¿Seguro?
- Verás, he hecho un cursillo de psicología aplicada.
- Oh, no...
- Oh, sí. Estoy genial, trabajamos en grupo y es maravilloso. Lo imparte un americano que está introduciendo esta escuela en España, y hay un grupo aquí en Sevilla. Quiero que te apuntes.
- Algo me contaste por watsup, pero cuesta una pasta.
- Sí, pero los beneficios son incalculables; tú mismo has notado el cambio. Ahora soy una líder.
- ¿Cómo?
- Nos enseñan a ser líderes.
- Un líder lidera un grupo; un grupo formado por líderes no tiene líder, por lo tanto ninguno de ellos es ningún líder, es elemental.
- Ellos se encargarían de acabar con tu actitud.
- Creo que no, Nora. No quiero cambiar de actitud.
- Hay un loco por ahí que anda detrás de nosotros llamándonos secta; nos culpa de que su novia lo dejase tras meterse en el grupo. Un tío equivocado. Ella aprendió por sí misma que él no le convenía y culpa a la escuela.
- ¿Cuántos sois?
- Unos veinte. El curso inicial dura sólo un fin de semana y cuesta 600€.

Hice la cuenta mentalmente: 12.000 € ganados en sólo un fin de semana de psico-paparruchas. Debería hacerme gurú yo también.

- Paso, Nora; yo pienso por mi mismo.
- No sabes el error que cometes.
- Me da igual.
- Te he visto en tus fotos de facebook de este año. Se notaba que estabas mal; ahora se te ve mejor, pero te vendría muy bien. Estás siendo víctima de ti mismo. De verdad, se te ve mal.

Menudas tácticas de manipulación le habían enseñado a esta en ese curso. Decidí soltar la caballería.

- Mira, Nora, no te molestes ni te ofendas. Respeto tu decisión, pero yo no lo veo como tú lo ves. La vida duele, sobre todo si se está en ella. En un año han muerto cuatro amigos míos, y de los que quedan vivos la mayoría me ha decepcionado, por no hablar de este período convulso en mi vida sentimental. Sólo un desequilibrado muy grave sería insensible a ello. Es natural estar mal cuando la vida te golpea, me niego a convertirlo en un diagnóstico servido al gusto de los abanderados del happy forever. Esos sí que están en riesgo de suicidio cuando recuperan la cordura y todo lo que han estado evitando por cobardía se les viene encima de golpe. La vida es felicidad y tristeza. Sólo digiriendo la tristeza se está preparado para el siguiente período de felicidad. Yo creo en asimilar, no en rehuir las consecuencias de los propios actos. Y no es tan malo, se aprende mucho de uno mismo y de los demás, y si eres lo suficientemente inteligente encontrarás en todo esto un contenido nuevo que añadir a tus conocimientos.

- Estás mal.- insistía Nora.
- Por poco tiempo. Y no es un delito. Puede que esté mal, pero soy fiel a mi mismo y esa es la única manera de salir adelante.
- Me sorprendes. Esperaba que te lo tomaras de otra manera.
- Tu gurú se embolsa 12.000 € cada fin de semana de esos, él sí que sabe.
- No le llames gurú. Es un psicólogo de carrera.
- Bueno, da igual. Me niego a apuntarme, gracias.
- Hasta mi novio, que era tan escéptico como tú, se ha apuntado y está encantado.
- Me parece genial, pero yo soy fiel a mi escuela filosófica.

Pasó un rato y acabamos nuestros cafés en silencio.

- Bueno- dijo ella mirando al móvil- mi novio va a pasar a recogerme con el coche y no se puede parar. Me tengo que marchar. Te convenceré.
- No lo harás. Pero me alegro de verte.

La acompañé hasta la calle y allí la recogieron. Seguí mi camino hacia casa. Parece que está todo el mundo fatal. Todos intentando rellenar de trascendencia sus vidas. Todos intentando despegar, y vigilándose mutuamente en la vida social de las calles. Todos intuyendo que algo va mal y lanzando cañonazos al aire con la esperanza de dar a algo o a alguien para sentir la vida. Me acordé de mi amiga Silvia y le escribí un watsup.

yo: estás por el centro?
Silvia: sí.
yo: vienes a mi casa?
Silvia: ok

Nos metimos en el cuarto y echamos un polvo. Luego se fue. No hay mejor psicología que esa.

Extrañas las tirolinas personales e intransferibles de cada uno. A veces se enredan, a veces se choca contra otros y otras veces se baila haciendo zig zag. Pero mirando a mi alrededor, no encajar en ningún sitio puede resultar solitario, sin duda; pero encajar equivale a una traición que no puede traer nada bueno. No. Ni el aire mortecino de las tardes ociosas de fin de semana, ni la predisposición señorial de los matrimonios, ni el corretear de los niños, ni los recursos desesperados de los desorientados- cursillos, sectas, religiones, bailes, o el reverso tenebroso: comparaciones, envidias, frustraciones, inseguridades, soberbias, orgullos heridos. Nada con lo que identificarse. Hay una desorientación general y la vida deja tarados a la mayoría. Al final, se agarran al dinero y punto; algo con lo que entretenerse, y es contable, lo cual es de agradecer por ciertas mentes simples: sirve como criterio objetivo para comparar y clasificar. Ninguno se da cuenta de que el dinero es tiempo comprimido robado a la vida de otro. Algunos seremos anómalos toda la vida.

Y en todo este rato de charla estuve echándome de menos. Porque estar solo reflexionando y mirándose al espejo cara a cara exige una valentía que no todos tienen. Y sigo escuchando el chirriar de mi rodamiento sobre el cable, signifique lo que signifique, y no puedo evitar encontrar más sentido en ese sonido sin contenido que en cualquier conversación donde se enumera lo que se consume, lo que se desea, lo que se envidia o lo que se lamenta...


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