- ¿Y tú, no me aclaras, no me explicas ni me cuentas nada? llevo casi una hora hablando...
- No tengo nada que aclarar, he sido siempre cristalino, nunca te he mentido. No hay nada que variar ni excusas que soltar entre líneas por mi parte.
- ...
- Exacto. Pero no te preocupes, no eres distinta al resto. A las mujeres de mi vida les suceden estas cosas: si no deforman y manipulan la realidad, aunque la verdad al desnudo sea lo que más les convenga, les da algo, se les atraganta el corazón o el cerebro. Y eso me aburre, estoy harto de tanta tronada y su cuento de hadas y su crisis personal y sus dramas y sus neuras y su proyecto oculto con el que perpetrar familias, personas o algo peor- inconfeso, aunque presente siempre y bastante evidente. Eso es algo que antes intentaba averiguar: ¿era el cerebro o el corazón lo que se les atragantaba cuando intentaban no manipular la información, la verdad o las personas? Ahora me da completamente igual.
- Joder...
- Tira de memoria, está todo ahí. Lo que era y lo que cambió.
- Lo pones imposible.
- Lo es desde hace tiempo.
- No tienes razón.
- Y aquí estás tú, la portadora de la razón, pero escondida, qué digna y qué madura, todo un ejemplo, ¿a él no le cuentas esto, verdad? Debe ser adictivo lo tuyo, lo de crear mundos ficticios personalizados para cada pez que pescas. Supongo que sin anzuelo ya no es interesante, sin engaño, sin trampa; el anzuelo sustituye al corazón en los muertos vivientes. Deberías probar a ser clara, es el primer paso para ser libre.
- Me ofendes.
- Aquí no hay peces que piquen ya. Eso debe joder. Los espíritus soberbios suelen ofenderse incluso cuando se caen solos...
- Me voy.
- Naturalmente.
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