martes, 29 de julio de 2008

Los Patos de la Verdad

Marcus era representante de una empresa fabricante de sacacorchos. Eso sí, unos sacacorchos cojonudos: con ellos toda posibilidad de que el tapón se rompiera o se introdujera dentro de la botella para drama y escándalo de los enólogos auto-pajos dejaba simplemente de ser. Si bien siempre le pareció que lo aparatoso del instrumento no compensaba la erradicación de tal eventualidad, su jefe opinaba lo contrario y veía en esa característica del producto un incentivo comercial.

- ¿Por qué van a comprarse un sacacorchos que cabe en el cajón de los cubiertos si pueden adquirir uno que precisa ser instalado en la pared, pesa cinco kilos y tiene una palanca de un metro de envergadura?- le decía siempre. Ante argumentos así no podía objetar nada.

El caso era que, como representante comercial de la firma, no tenía precisamente una fe ciega en las bondades del producto que tenía que promocionar, y ello le preocupaba.

Aquel día lo habían enviado al barrio de renta per cápita más alta de la capital, lo cual era casi decir del país: su jefe confiaba en poder promocionar su sacacorchos en lugares en los que ni el espacio ni mucho menos el dinero constituyeran un problema. “Y los memos lame-barriles ven en esta forma de vida una Meca a la que emigrar”, añadió. Así que allí estaba, ya había vendido tres modelos (dejando a los ociosos compradores emocionados con la taladradora y los espiches ante la mirada lujurioso-reprobadora de sus esposas) y tres de cinco intentos era un buen porcentaje. Tendría que tomarse más en serio las ideas de su jefe en lo sucesivo, entre ellas su predicción según la cual “cada familia necesitará, tarde o temprano, una campana de metacrilato en sus casas”, a lo que añadía “y yo se las proporcionaré”.

Llegó ante la mansión más grande de las que había visitado hasta el momento por recomendación de la esposa del último comprador, que ya le había advertido sobre su dueño.

- Es un tipo muy excéntrico. Ha construido unas marismas artificiales en sus terrenos y se dedica a cuidar a las aves migratorias que, desde hace algunos años, paran siempre allí para descansar.

Cuando abrió la puerta, el mayordomo lo condujo al jardín, donde estaba tomando un café, bajo la sombra de unos tilos, el anfitrión. Junto a su diván había un pato, un pato poco común. Lo identificó enseguida.

Como buen practicante del “desagüe de tiempo”, sus tardes de documentales de animales le habían proporcionado unos inesperados conocimientos en zoología que de cuando en cuando lo sorprendían agradablemente. Aquel pato pertenecía a la rara especie de los Patos de la Verdad. Estos se caracterizaban por reconocer inmediatamente a cualquier mentiroso mediante una mirada atenta e inquebrantable que solía ir acompañada por el levantamiento de una de las patas, permaneciendo así en equilibrio sobre la otra. Y cuando alguna mentira era formulada o pronunciada ante ellos, protestaban con interminables graznidos. Con las mentiras eran totalmente intolerantes estos patos. En lo demás, eran iguales a los demás, salvo por su características dos plumas azules que parecían imitar unas frondosas cejas sobre sus ojos, plumas que habían permitido al vendedor identificar aquel ejemplar inmediatamente.

- Siéntese, caballero- dijo amablemente el potencial cliente- ¿en qué puedo ayudarle?

El pato, en cuanto vio a Marcus, se giró hacia él y se puso a mirarlo fijamente. Sus plumas azules parecían un calco exacto de un ceño fruncido.

- Bueno, soy representante de la firma “Pull and Wine”, fabricantes de unos sacacorchos muy particulares- le pasó una serie de folletos con fotografías y esquemas del aparato.

Mientras analizaba la información con atención, su pato levantó su pata derecha y se quedó, en perfecto equilibrio, con la misma expresión, congelado en su mirada hacia Marcus. Él, a su vez, se preguntaba si el anfitrión conocía las características de la especie a la que pertenecía este individuo, que lo estaba poniendo en una situación bastante comprometida.

- Parecen muy interesantes...- dijo tras un rato de silencio.
- Sí, yo soy de la misma opinión- contestó sin pensar. Cuando se dio cuenta ya era tarde.

El pato comenzó a proferir en interminables graznidos. El dueño, sin embargo, actuaba como si nada ocurriera. Las protestas del animal parecieron alertar a sus compañeros, que fueron llegando volando desde detrás de un muro de gardenias. Ahí debían estar instaladas las marismas artificiales de las que le había hablado la vecina, pensó Marcus. Todos los patos de la verdad fueron llegando y todos miraban a Marcus acusatoriamente, con sus patas levantadas, mientras el primero seguía su discurso.

- ¡Cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack...!

- Malditos patos...- continuó el dueño- hacen siempre lo mismo con mi mujer... Por cierto, ¿no desea tomar algo, una copa, quizás?
- No, gracias, nunca bebo en horas de trabajo.

Los patos empezaron, todos, a lanzar graznidos de protesta sin parar. El jardín estaba lleno de patos por todos lados que miraban severamente a Marcus, en equilibrio sobre una pata, y armaban un estruendo horrible que hacía imposible mantener una conversación.

- ¡Cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack, cuack...!

- ¡Creo que mejor vendré a verle en otro momento, me encuentro algo indispuesto!- gritó Marcus para que el anfitrión pudiera oírle (pues acusaciones tan a las claras le resultaban insoportables), pero olvidó que excusarse en una mentira (su indisposición) era más insoportable aún para las anades.

Los patos subieron el volumen hasta lo intolerable y Marcus salió corriendo de la casa con las manos en los oídos, tomó el coche y se largó a toda velocidad del barrio. Los patos callaron y regresaron a su vida normal.

- ¡Lástima!- comentó el millonario a su mayordomo- estos sacacorchos me interesan para mi cadena internacional de hoteles. De memos está el mundo lleno...

Y siguió con su café.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me pasaré pues de vez en cuando por aqui para leerle, caballero Pato jeje