Tenía esa chupa de cuero desde los
16 años. Lo recuerdo bien: la vi un día colgada en una tienda y
supe que era mía. Desgastada, con cremalleras grandes y cierre
central. Eso me gustaba. No era la típica chupa cruzada de motero,
el cuero era de primera y no era del todo cara en su género.
Aquellas navidades invertí todo lo que conseguí de abuelas, tíos y
padres en ella, y por fin salí de aquella tienda con el artículo en
la bolsa. Aquella chupa se convirtió en mi segunda piel. Fue conmigo
a Canarias, a Moscú y, nueve años después, a Leipzig, Alemania. Mi
chupa había sido testigo de tantas vivencias, tantas juergas,
romances, música, historias... El cuero seguía bien, pero el forro
interior estaba destrozado y los bolsillos totalmente agujereados
desde hacía años. Todo el mundo me aconsejaba que me deshiciera de
ella, pero para mí tenía un valor sentimental muy importante.
Estaba dispuesto a llevarla al sastre para rehacer el interior y los
bolsillos en cuanto pudiera pagármelo.
Cuando conocí a
Suzanne no la llevaba puesta: aquel era un mayo de una primavera
embriagante y calurosa. Iba a pasar por mi casa con mi amiga Esti
precisamente para recogerla, porque nos largábamos a comer a casa de
Andrea (aunque ella aún no lo sabía) y luego por la tarde nos
íbamos los tres a un lago de las afueras de Leipzig a encender un
fuego y recibir una serenata de timbales y didiridús por parte de
nuestros amigos Greinier y el resto de alemanes rastas, todo
aderezado con cantidades industriales de marihuana de la buena. Y por
la noche refrescaba en los lagos, de ahí la necesidad de recoger la
chupa.
Mi piso no tenía
cerradura, se podía abrir tal cual, y tal cual entramos me encontré
en el recibidor a Suzanne. Me quedé un poco pasmado. Sabía que mi
compañera de piso, la violinista Sarah, andaba buscando alguien que
ocupara su habitación, puesto que pronto iba a dar a luz y se iba a
vivir a otro lado. La niña era guapísima, con el pelo largo,
castaño y ondulado, unos ojazos verdes enormes y un tipo que dejaba
casi sin aliento.
- Hola- me dijo- soy
Suzanne, soy la nueva compañera de piso.
- Vaya- le dije
extendiéndole la mano- yo soy Kique.
Ella sin embargo apartó
mi mano y me dio dos besos en la cara.
- Conozco a los
españoles, es tradición darse dos besos- me aclaró- Sí, ya me lo
imaginaba, “el compañero español que nunca está”, como dice
Sarah, jajajaja
- Bueno, tú sabes, la
vida moderna es muy absorbente...
- Ya, estás de
erasmus, ¿no?
- Sí, y la verdad es
que no paro. De hecho ahora me largo a comer con mis amigas.
- Bueno, espero verte
pronto.
- Claro- le dije- y
salimos por la puerta.
Bajando por la escalera
el silencio de Esti lo decía todo. La miraba y se partía ella sola.
- Me sé de uno que a
partir de ahora va a parar más en casa- me dijo canturreando.
- ¡Uff, esti! Esta
brutal, ¿verdad? ¡Ya era hora de que me tocara una compañera en
condiciones!
- ¿Le vas a meter
cuello?
- ¡No! Es compañera
de piso, no creo que sea buena idea, pero alegra la vista, eso sí.
- ¿Tú con
miramientos? Será que estás resacoso...
- No eres más que una
berraca del norte.
- Y tú un moro mierda.
- Jajajaajajajaja
- Jajajaajajajaaj
(...)
Al día siguiente
regresé a mi casa por la tarde. Ella estaba en la cocina y había un
chaval que por fin había ocupado la habitación pequeña la semana
anterior. Al parecer se lo había pensado mejor y había venido a
decirnos que no se quedaba.
- No te preocupes- le
dije- ¿quieres tomar algo? creo que tengo vino por ahí...
- Vale, tengo algo de
tiempo.
Entramos en la cocina.
Suzanne llevaba una camisetita de tirantes y unas mallas negras
ajustadas, y estaba sentada con una pierna flexionada sobre la silla.
Tenía un aire lánguido que resultaba de lo más atractivo. Había
un algo trágico en su mirada brillante y húmeda. Tenía un olor muy
especial que se apreciaba por toda la casa, cuya química hacía
estragos sobre la mía. A veces la atracción es así, avasalladora,
químicamente explosiva.
- Suzanne- le dije-
vamos a tomar algo de vino, ¿te apetece?
- Vale, me gusta mucho
el vino.
Nos pusimos los tres a beber,
mientras manteníamos una conversación trivial sobre pisos,
trabajos, ciudades, modos de vida. Pude saber más cosas de ella: que
no era de la región, sino de Saarbrücken y que, por lo tanto,
hablaba también francés; que acababa de llegar a Leipzig y no
conocía a nadie; que sólo se dedicaba a trabajar en la universidad
todo el día; que estaba perdida y sola y que le interesaba mucho la
comida sana y las infusiones extrañas. Ella me miraba a los ojos.
Nos mirábamos intensamente el uno al otro a cada silencio. Poco a
poco, la conversación disminuía y los silencios se hacían más
largos. Ella sacó una de sus botellas. Al cabo de un rato, el
compañero fallido nos miró a los dos de manera extraña y se
despidió.
- Aquí va a ocurrir
algo- dijo al largarse por la puerta, entre risas. Ni Suzanne ni yo
nos dimos por aludidos. Sólo nos miramos una vez más. Me encantaba
cómo bajaba los párpados con esas pestañas tan largas cuando la
mirada que manteníamos llegaba al límite a partir del cual... pasan
cosas.
Cuando
se largó acabamos nuestras copas, en silencio, mirándonos. Esa
tensión resultaba deliciosa, y precisamente por mantener la delicia
me fui a dormir, pretendiendo seguir fiel a mi principio básico de
no liarme con las compañeras de piso.
(...)
Llegué a casa después de
almorzar. Era viernes y me habían invitado a una fiesta de
cumpleaños de una amiga alemana. Estaba contento. Suzanne estaba en
la cocina.
- ¿Qué tal Suzanne?- le
dije animosamente- ¿cómo se te presenta el fin de semana?
- No tengo nada, ¿y tú?
- Esta noche me voy a una
fiesta, ¿te apetece venirte?
Mostró entonces un
semblante grave y estuvo pensativa varios segundos. Parecía una
decisión trascendente. Al cabo de unos segundos más, respondió.
- Vale, iré contigo.
Y se fue a su cuarto a arreglarse un
poco. Más tarde, mientras Suzanne y yo nos terminábamos la segunda
botella de la tarde, vinieron a buscarme unos cuantos amigos a los
que también había invitado por mi cuenta y riesgo. Por aquella
época había muchas cosas que me sudaban la polla, una de ellas era
la etiqueta de las fiestas.
- Chicos, esta es
Suzanne, mi nueva compañera de piso- les dije. Esti me miraba con
cara de pillina. Andrea, que también estaba al tanto de mis
impresiones, me trincó del brazo escaleras abajo, por delante.
- Kique- me dijo
emocionada- tenías razón, está que te cagas.
- Bueno, hey, que se
nos va la olla- le dije señalando al reloj.
Llegamos a la fiesta y más o menos a
los diez minutos fui expulsado de ella por la indignadísima
anfitriona, junto a todos mis amigos. En Alemania, uno no es igual a
seis. La chica se puso en jarras, paró la música y me gritó
señalando la puerta.
- ¡¡Fuera!! ¡¡Largo
de aquí!!
Me volví sonriente
hacia mis colegas.
- Bueno, yo creo que
nos vamos, ¿no os parece?
Suzanne se me pegó y
me cogió del brazo mientras íbamos escaleras abajo. Ya en la acera
andábamos muy por delante de los demás. Yo me reía, bastante
ciego, y ella se reía conmigo. Y en un momento indeterminado empezó
a besarme.
Suzanne era todo
corazón: no te besaba, te devoraba; era capaz de llevarte a alturas
inimaginables. Era tan intensa, que al final me dejé vencer y caí
sobre la acera de espaldas, con ella encima mía devorando y
devorando sin parar. Yo acabé tumbado con los brazos en cruz sobre
el suelo. Entre sus pelos, veía a veces el cielo oscuro y estrellado
por encima de las farolas. Pronto pasaron mis amigos, de largo.
Apenas pude oír sus burlas y jaleos al pasar, porque Suzanne ponía
verdadero empeño en su entrega.
Al cabo de un rato la
convencí para llegar a casa (en realidad estábamos a apenas un
minuto de ella), y en el recibidor, solos por fin, la cosa se puso
más intensa aún.
Pasamos toda la noche
sin dormir. Suzanne seguía devorándome, daba igual los polvos que
lleváramos: ella simplemente no paraba, y uno tras otro se iban
sucediendo sin dejar de besarnos, de tocarnos, de recorrernos.
A la mañana siguiente
se marchó. Iba a su ciudad a recoger algunas cosas y regresaría el
martes. Yo me quedé en su cama. Olía toda a ella, como yo.
El martes por la tarde
entró por la puerta, dejó caer la maleta al suelo y vuelta a
empezar, sin intercambiar palabra, hasta la noche...
(...)
El romance duró una
semana, tras la cual vino un amigo íntimo de Suzanne a visitarla
unos días. El día en que llegó me pidió que durmiéramos por
separado mientras él estuviera allí. Ella había pasado por una
ruptura recientemente y este chico conocía a su expareja. Algo
contrariado, me fui a dormir temprano deseando que llegara el día
siguiente con algo de sol y cosas nuevas.
Al día siguiente no me
quedé en casa por la noche, preferí salir. Y por ahí me encontré
a Emily, una pelirroja irlandesa con quien me enrollaba cada vez que
nos veíamos por ahí. Emily era una chica estupenda, con quien me
entendía perfectamente sin casi articular palabra. Nos liamos. Se
vino a casa. Era una situación un poco embarazosa: tenía que entrar
sin despertar a Suzanne y sin que Emily notara ese empeño. Lo
conseguí de milagro y pasamos la noche juntos. Por la mañana se
asomó a mi dormitorio el amigo de Suzanne y nos vio: los dos
desnudos durmiendo. Cuando ella se fue, fui a la cocina y allí
estaba él (Suzanne ya se había marchado a la universidad).
- Perdona, no sabía
que no estabas solo- me dijo.
- No te preocupes- le
dije. Pero sabía que ya era tarde. De esto se iba a enterar Suzanne.
El caso es que andaba
mal de dinero, la casera venía todas las mañanas a ver si le pagaba
y estaba cada vez más agobiado, y dado que esta niña sólo parecía
querer divertirse, y que su amigo descubría todas mis travesuras y
demás, decidí ausentarme una temporada de casa e instalarme en la
de Andrea hasta reunir el dinero para pagar a Sarah y hacer el golfo
sin vigilancia. Total, casi vivía allí. Andrea me proporcionaba
risas, una amistad sana, cariño y ayuda y protección. Se puso muy
contenta cuando se lo dije. De hecho me llamaba todos los días.
- ¡¡Kiqueee!!! ¡¡Ven
a casa que me aburro, por favor!! ¡¡Y te invito a comer!!
Así que me presenté
con algo de ropa, mi chupa de cuero y mi cara de refugiado en su casa
al mediodía.
- Ok- me dijo- vamos
arriba a bajar un colchón.
Durante aquellas
semanas que pasé conviviendo con Andrea sobrevivíamos a duras
penas. Cuando ya no podíamos más, me iba a la bolsa de trabajo de
la universidad y echaba una mañana en una obra subiendo vigas o
tablones a un sexto piso, tras la cual me pagaban en el acto. Todo
esto se mezclaba con nuestros intentos de llegar a tiempo a algún
concierto saliendo de casa borrachos de vodka con zumo de arándanos
a las doce (cuando los conciertos solían ser a las diez y media, con
puntualidad alemana). El verano había llegado de lleno y caminábamos
por las mañanas borrachos de deseo. Cuando Andrea veía algún tío
que le gustara, me lo decía, y yo hacía lo mismo.
- ¡¡Arrrgh!! ¿Has
visto ese tío de los pantalones cortos? ¡¡Me lo comía!!- me decía
cada dos minutos.
- Ya, ya- le
contestaba- pues a la que va con él tampoco le hacía yo un feo.
- ¿Se lo proponemos?
jajajajaajajaja
- Jajajajaajajajaa
Se mezclaba todo.
Hacíamos bizcochos de hachís y cubos cuando nos aburríamos por las
tardes. Tomábamos pastis. Tomábamos de todo. Al final tuve que
devolver la llave de la mensa universitaria para recuperar los 15
marcos que se daban a modo de fianza al adquirirla a principios de
semestre, para poder comer. Se los di a Andrea y regresó con vodka y
zumo de arándanos.
- ¡Estupendo, Andrea!
¡Todo el día llamándome juerguista y ahora, en vez de comida,
compras eso!
- ¿Me adoras, verdad?-
me dijo.
Al cabo de un tiempo y
dos o tres trabajos de obras, reuní el dinero para el alquiler que
debía y se lo mandé a Sarah por transferencia bancaria. El semestre
acababa y tenía que pensar en regresar a España. Encontré en Last
Minute un billete tirado y lo compré. Andrea me abrazó fuerte a la
salida de la agencia.
(...)
Era la víspera de mi
marcha y aparecí en mi piso por fin. Allí estaba Suzanne, preciosa
y estupenda, y un chico rumano que había ocupado finalmente la
habitación pequeña. Suzanne se alegró mucho de verme, se ve que
había estado preocupada por mí.
- Mañana regreso a
España- le dije.
- Oh, vaya, qué pena,
pero es lo mejor para ti, ¿no?
- Ya ves cómo “vivo”
aquí...
Guardó silencio.
- Esta noche hay una
rave ilegal en el bosque, bajo un puente ferroviario de donde pinchan
la luz, ¿te apetece venirte? es mi última noche.
Suzanne hizo el mismo
ritual que la vez anterior: se lo pensó con gravedad y al final me
dijo “sí, iré contigo a la rave”, sólo que ahora yo sabía muy
bien qué significaba eso.
Fuimos a la rave con
Esti y Andrea, que querían despedirse de mi a lo grande. Ya tarde,
nos sentamos a descansar del baile Suzanne y yo, y nos volvimos a
liar. Suzanne, como siempre, actuaba como una posesa. Rodeados de
montones de gente sentada, se me puso encima y empezó a devorarme y
a revolverse de tal manera que diríase que se me iba a follar allí
mismo, así que le propuse largarnos. Por el camino en el bosque
echamos un polvo porque con ella no había negociación que valiera.
Llegamos a la carretera y milagrosamente encontramos un taxi y nos
fuimos para casa, donde seguimos el resto de la noche. Esti y Andrea
se habían quedado en la rave puestísimas de una maria excelente que
les habían regalado.
- Quédate...- me
susurraba Suzanne cada dos por tres, reliándonos entre las sábanas.
¿Quedarme? En el
momento me parecía una locura. La iba a destrozar. Me iba a
destrozar. Acabaría loco perdido. Me hice el sordo.
Por la mañana estuve
recogiendo mis cosas y entonces caí: mi chupa de cuero la había
dejado olvidada en casa de Überjens en una fiesta dos días antes,
un animal teutón que bebía como una morsa y se follaba todo lo que
le ponían por delante. Y no me daba tiempo de ir a por ella: debía
tomar un tren a Colonia y allí coger un avión a Málaga. Le pedí a
Suzanne que la recogiera y me la mandara por correo, le di el dinero
para el envío, la dirección de Überjens y la mía en España.
Salimos pitando para la estación de tren. Esti y Andrea me
despidieron. Andrea, mi amiga del alma, lloraba a borbotones y la
abracé con todas mis fuerzas. Me despedí de Suzanne. El tren salió
conmigo dentro.
(...)
Suzanne nunca me envió
la chupa. A veces creo que simplemente se las comió Überjens: la
chupa y Suzanne.
Pero a veces me paro a
preguntarme qué distinta habría sido mi vida si le hubiera hecho
caso; si me hubiera quedado en Alemania con ella- ¿Acaso no lo tenía
todo?
Si hubiera decidido
centrarme un poco. Si hubiera sabido conservar mi chupa de cuero...
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