jueves, 19 de septiembre de 2013

La mala publicidad




Tal vez sea por un exceso de conciencia o de vivencias, el motivo no está claro, pero llega un momento en la vida en que descubres que los malabarismos, los juegos de faroles y engaños, los adornos que intentan ocultar la inseguridad, todo ello pierde su fuerza simbólica hasta conducirte al aburrimiento más abrumador. Porque el artificio depende de la imaginación del sujeto, y el género humano no tiene tanta creatividad como cree; al menos la inmensa mayoría de los especimenes. La verdad ligada a la naturaleza es más sorprendente, y resulta incomprensible la mayor parte de las veces, lo que, sin duda, la constituye en un desafío inspirador y estimulante. No hay nada como una verdad sincera, eso sí que emociona y despierta interés, y sorprende tanto al que la descubre en sí mismo, como al que le es presentada. Pero para vislumbrar una verdad hay que saber mirar, escuchar, palpar, oler y, sobre todo, pensar y hablar. La mayoría de las personas viven demasiado sumergidas en sus burbujas de realidad virtual como para ser capaces de ello. Y es eso, ese hastío, ese hartazgo de manipulaciones y trucos lo que en un momento de la vida te impide jugar más. Jugar enseña a vivir mediante simulacros, y llega un momento en que el lobezno quiere realidades de lobo.

En general, el ser humano del Siglo XXI es un ser extremadamente matemático, prepotente, ambicioso y vanidoso, pero paradójicamente es estúpido, ignorante, perezoso y sin indicios de tener el menor buen gusto posible: este siglo es el siglo de la insolencia y la osadía de los inmaduros. El siglo de la ceguera elegida y del simulacro exigido. El siglo de los tarados.

Alexia era una chica preciosa, aunque demasiado condescendiente con la estética porno que poco a poco, y sin nombrarse a sí misma, iba alcanzando los camastros de todos los individuos. Hubo conexión desde el principio, aunque la conversación era bastante limitada: una vez se salía del flirteo sexual, el resto de temas abundaban en pobreza y falta de profundidad. Aún así, estaba dispuesto a intentarlo. Había buen fondo, aunque en blanco, pero al fin y al cabo se trataba de un comienzo. Tal vez se pudiera construir algo. Aún creo en la calidad de las almas.

Hay cosas que no se pueden evitar ver: colgaba fotos provocadoras constantemente, se llevaba desengaños sentimentales muy sufridos en espacios cortos de tiempo, le preocupaban los animales y empleaba un vocabulario en general grandilocuente, cursi o presuntuoso. Además, manejaba mal el arte de la mentira porque resultaba tremendamente transparente. Y por encima de todo, se podía leer entre líneas una constante súplica de amor color de liguero rosa que se vendía a si misma como fuerza de carácter y autosuficiencia y que en el fondo no era más que ingenuidad, complejos de Electra mal digeridos y dependencia de la aprobación de los hombres como reflejo de serios problemas afectivos enquistados. La honestidad, el ser uno mismo, se tornaba en este escenario en algo impropio, pero yo no estaba dispuesto a renunciar a ello en absoluto y me dio igual. Enseguida sacó de la chistera más trucos: aparecer inesperadamente en tus dominios para hacerse valer, disfrazarse para hacerse valer, desaparecer del mapa sin dar explicaciones para hacerse valer, no responder a las llamadas para hacerse valer, declarar nuevos amores, reales o ficticios, para hacerse valer. Todo menos mostrarse a sí misma, como si esa verdad fuera la menos valiosa de todas. Y daba igual que le desmontaras la ficción, que le dijeras “sé a qué juegas, y es esto, esto y esto”; insistía, exigía que jugaras al escondite de las vanidades. Con lo fácil que es ser uno mismo cuando se ha saltado fuera del cerco, y lo irreversible que es, una vez fuera, perder el interés ante tanto juego idiota para gafas de 3D. Varias veces desistí de intentarlo, y otras tantas lo volví a intentar advirtiéndole previamente que esos juegos sólo valen para quien no es consciente de jugar; que para quien lo es, sólo desvelan una realidad triste y vergonzosa y juegan en contra de sus propios intereses como valor de bolsa. Daba igual, enseguida empezaba de nuevo con su auto-publicidad mercantil de pacotilla y llegó un momento en que tuve que resignarme a la verdad: era idiota. Le interesaba y lo tuvo a huevo, pero antes tenía que realizarse por completo como imbécil, para estar satisfecha consigo misma; y en cierto modo lo logró. Con los gusanos como yo, eso no funciona. Hace falta un impuso vital irracional demasiado estupidizante, que yo no tengo, para coger carrerilla y chocarse de polla con tan pétrea obstinación en tropezar y caer de boca.

Conocí a Daniela. Esta era distinta: era inteligente, divertida, simpática, atractiva; sin embargo no podía evitar ser un individuo de este siglo y enseguida empezó el mismo show: mentiras para hacerse valer, desaparecer para hacerse valer, no responder para hacerse valer, declarar nuevos amores, reales o ficticios, para hacerse valer, esconderse para hacerse valer. Pero sin mostrarse para hacerse valer de verdad. Todo se le desmontaba cuando se emborrachaba y me llamaba de madrugada balbuciendo cosas. Yo le decía que no había por qué complicarse tanto, que no hacía falta, que la valoraba y la valoraría más si se dejara de gilipolleces. Intuía que tras ese velo de despropósitos había alguien que merecía la pena. Pero yo tenía que jugar para que su vanidad se sintiera realizada: insistir para que se sintiera valorada, hacer lo contrario de lo que me pedía para sentirse valorada, sufrir para sentirse valorada, buscarla para sentirse valorada. Pero tampoco lo hacía: es un coñazo jugar, es un coñazo que todas te exijan entrar exactamente en los mismos juegos para sentirse, paradójicamente, especiales, únicas y exclusivas. Y da igual que se lo digas; es más, es peor.

Al final se buscó otro que sí jugaba y solucionó su problema. El amor se está convirtiendo en una plaza para oposiciones libres: los vacíos emotivos, las carencias sentimentales y los traumas florecen como una plaza vacante para candidatos al romance del toreo. Lo importante es cubrir la plaza lo antes posible, y no al contrario (descubrir alguien especial y sorprendente y entonces hacerle sitio en tu vida), y para acceder a un mayor número de opositores (lo que aumenta las posibilidades de encontrar un aspirante a funcionario de capote competente) hay que vender y publicitar lo mejor posible la convocatoria. Sin embargo, Daniela ignoraba que hacerte sentir como una chaqueta intercambiable, en lugar de hacer que la valoraras como persona, te confirmaba la certeza de que sólo te perdías, como mucho, un armario. Y cuando se lo dije se cabreó. La mercadotecnia ha introducido la maraca como la nueva neurona del ser humano moderno. Y algún cencerro. Poco más.

Sonia. Sonia quería un bandido. Dio igual que le advirtiera que yo sólo era un pusilánime: quería que le desobedeciera, que hiciera lo contrario de lo que decía siempre y, cuando se desesperaba ante mi falta de cooperación, me dejaba de llamar para hacerse valer, se acostaba con otros tíos para hacerse valer, desaparecía del mapa para hacerse valer, me insultaba para hacerse valer y me mandaba al carajo para hacerse valer. Y que ello no despertara al Curro Jiménez que por cojones debía existir dentro de mí, sino que siguiera con mi inercia indolente, la desesperaba aún más. Y no se sentía valorada. Yo le decía “¿cómo te voy a valorar si llevas haciendo tonterías desde que te conozco? ¿si aún no sé quién ni cómo eres?”. Me apartó de su vida, claro. Cómo pude ser tan cruel y despiadado como para querer conocerla de verdad a ella, más allá de su físico espectacular, antes de decidir nada, es algo que nunca me perdonaré. Ni ella.

Hay cosas que parecen elementales y que, si se sometieran a una consulta estadística, resultarían más misteriosas que la singularidad previa al Big Bang. Los valores se han simplificado y, a la vez, se han convertido en enigmas gracias a redefinirse sobre indisolubles paradojas. El culo, por ejemplo. Supongo que esperan que el culo y las tetas despierten de por sí al amor, la admiración, la entrega, lo elevado y lo etéreo. Tal vez sea eso: les molesta que como mucho provoquen una erección sin trascendencia. Al menos a estas tres, no saquemos conclusiones categóricas injustas y sin fundamento. La majadería no tiene límites de género, ni mucho menos. Mejor renunciar a entender en general a ningún ser humano. Se pierde el tiempo.

En general, y lo digo desde la más sincera honestidad, todo iría mejor si todo el mundo se dejara de mascaradas que estropean y joden cosas que podrían ir muy bien si no andáramos cegados por mitos y prefiguraciones creadas por abúlicos pálidos que se matan a pajas. Yo en realidad soy mucho más simple: me gusta comer cacahuetes en el cine, conducir en soledad con la ventanilla abierta para que se cuele el aire del mar atardecido, tocar canciones de los Velvet Underground con mi guitarra, compartir silencios. También me gusta follar, pero cara a cara y no de mueca a mueca. Ya hay que fingir demasiado en el resto de los aspectos de la vida.

El amor se ha convertido en un carnaval de caretas baratas, y creo que estoy cansado de tanta chirigota. Tal vez sea eso.

Que le den por culo al amor, sus tambores y sus desfiles de mierda.

Os podéis meter el confeti por el culo, tarados.


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