Había roto con María. Era actriz y le gustaba liarse con otros tíos
en las ocasiones habituales en que estaba tan borracho que sólo
podía contemplarla desde mi asiento sin poder levantarme. Las barras
de los bares eran su lugar favorito para estos menesteres. Aparte,
era demasiado joven y me pretendía dar lecciones sobre la vida que
absorbía de series americanas de risas enlatadas y revistas para
adolescentes autopajos, además de mostrar una impertinencia que se
me antojaba producto de una carencia temprana de sesiones de
electroshock. Como que ella no me convenía demasiado. Me la
intentaba chupar en el cine, haciéndome regañarla, y me obligaba a
follármela en callejones o parques, a ser posible con mirones
curiosos. Y era falsa gimiendo. No. Yo no era su tipo tampoco, desde
luego. Así que salí de nuevo a la noche a ver si me agenciaba algo
más normal.
Muy entrada la madrugada, borracho perdido, entré en un tugurio
atestado de gente, camino de la barra, y me tuve que parar porque el
movimiento era difícil, apretado por todos los costados por personas
hablando muy alto a causa de la música, mientras me salpicaban con
sus vasos a su vez agitados por los codazos de unos y otros. Ella
estaba de espaldas. Tras un empujón mío que era eco de otro que a
su vez un mamífero indeterminado me había dado por detrás, se dio
la vuelta. Ojos grandes y negros, cara pálida, pelo negro y liso y
un gracioso flequillo a la altura de los ojos. Estábamos cara a cara
inesperadamente. La miré un segundo y la besé sin más.
Camino de mi casa me contó que esa misma noche había cortado con su
novio. Se llamaba María, también. Era una de esas madrugadas de
otoño donde el calor se mezcla con la lluvia y toda esa belleza te
hace sentir optimista. Estaba amaneciendo. Caminábamos entre charcos
y nos reíamos, y a veces nos parábamos a besarnos y meternos mano.
Llegando a mi casa nos encontramos con toda la acera encharcada. Era
un gran charco profundo, y no se podía pasar. La subí a mis
espaldas a caballito y seguí adelante.
- ¿No te importa mojarte las botas y los vaqueros?- me dijo ella al
oído mientras chapoteaba sobre el agua cristalina de la acera.
- Querida, a mi me importa todo un carajo.
Cruzado el charco decidí llevarla así hasta mi casa, era tan
liviana y linda. Era como transportar un objeto de la calle del que
te has apropiado indebidamente y que te llevas a tu casa como un
tesoro de la noche. Supongo que por eso me gustaba. Una señora se
nos quedó mirando al pasar.
- Dos kilos de patatas por favor- le dije sin detenerme. María se
rió a carcajadas y escondió la cara entre mi pelo.
Llegamos a casa. Nos había llovido un poco y estábamos mojados.
Tomé una toalla y la sequé con mucho cariño: cara, pelo, manos,
hombros, piernas, casi paternalmente. Nos metimos en la cama. Nos
reímos, nos acariciamos, nos besamos, nos miramos a los ojos. Todo
muy tierno. Al acabar de follar se me ocurrió una idea.
- Vamos a darnos un baño caliente.
- ¿Ahora?- me dijo sorprendida.
- Sí, ahora- y me levanté de un brinco.
Llené la bañera y nos metimos en ella. Por la ventana entraba la
luz de una mañana nublada. Ella descansaba sobre mi pecho y el agua
estaba en su punto. Ese ambiente irreal, la espuma, el vapor, el gris
del aire, las nubes negras que pasaban a gran velocidad, el sonido de
las gotas de agua, su respiración, mi mano acariciándole la
espalda, sus mejillas humedecidas y brillantes. Me quedé dormido en
el paraíso. Ella me despertó.
- Roncas, te vas a ahogar- me dijo entre risas.
- Me sud...- dije muy despacio y bajito, alargando las vocales, pero
no pude terminar, me volví a dormir.
- Eh- dijo agitándome- ¡que te duermes!
- Me suda el caraj...- otra vez.
- ¡Tío, estás fatal! ¡Despierta que te ahogas!
Esta vez agité la cabeza para desperezarme.
- Decía que me suda el carajo todo- y le di un beso en la frente-
incluso ahogarme. Estoy genial.- e iba dispuesto a volver a dormirme,
pero ya no me dejó.
- Anda, volvamos a la cama- dijo dándome otro beso sonoro en la
mejilla y una palmada en el pecho.
No sin yo protestar, nos secamos y nos metimos en la cama bien
pegados el uno al otro y nos dormimos durante varias horas.
Puede parecer extraño, pero para mi fue una mañana preciosa.
(...)
Nos habíamos visto más veces. La verdad es que la cosa prometía,
tenía todas las luces de convertirse en una relación importante.
Sin embargo, yo llevaba una temporada demasiado desenfrenada como
para frenar en seco. Apenas me había dado tiempo de darme cuenta de
ello, mientras la inercia de la velocidad seguía. Esta vez me había
quedado dormido en otro antro. Mis amigos estaban cerca de mi,
preocupados por mi estado en general. Desperté. Alfonso me dijo que
estaba fatal, que no debía seguir así.
- Voy a mear- le dije como respuesta.
Estaba medio dormido aún, bostezando a la cola del baño, apoyado en
la pared con aire perezoso, cuando de entre la gente y la oscuridad
surgió una cara que llegó rápidamente a mí. Era una chica morena
con el pelo largo y rizado, los labios rojos, los ojos grandes y una
expresión pícara. Me hablaba muy pegada a mi cara. Su pelo me hacía
cosquillas en las mejillas. Olía muy bien. Me preguntaba cosas. Me
miraba paulatinamente a los ojos y a los labios manteniendo una media
sonrisa en la comisura izquierda. Yo me intenté resistir, pero al
cabo de un rato no pude más y nos pusimos allí mismo a darnos la
paliza. Era muy guapa y estaba que te cagas. Al rato fui a recoger mi
chaqueta de mi rincón. Alfonso, que me había estado observando
desde lejos, me miraba con una expresión extraña.
- Me voy, tío- le dije escuetamente sin mirarlo a los ojos.
Ella iba por delante y llegando a la puerta del antro me paró una
chica rubia con los ojos claros. Me sonaba su cara, pero no podía
poner en pie de qué.
- Sólo quería decirte que soy amiga de María- me dijo en un tono
extraño.
María la actriz, supuse. Esta no se había enterado de que habíamos
roto. Pasé de ella y seguí con la nueva adquisición hacia la
calle. Nos fuimos a su casa y nos pegamos dieciséis horas metidos en
la cama.
(...)
Al llegar a mi casa me duché y luego puse a cargar el móvil, que
llevaba apagado sin batería desde la víspera. Entonces me entraron
todos los sms que María, la del baño de espuma matutino, me había
mandado mientras estaba en la cama con Beatriz. Todo tipo de
recriminaciones e insultos. Entonces comprendí de quién era amiga
la rubia del bar. No era de la actriz. Malditos nombres. La llamé,
le pedí disculpas y no le reproché nada, ¿qué podía hacer? Dijo
que no quería saber nada más de mi en lo sucesivo, que su amiga me
lo había advertido y que me había dado igual, que era un cerdo y un
impresentable, que no se me podía dejar solo un fin de semana, etc.
y lo comprendí. No podía responderle nada. Me hablaba como si fuera
un cabrón y, bueno, es lo que era en realidad, supongo.
A Beatriz la volví a ver al cabo de dos días y nos volvimos a liar.
Hacía frío y estábamos en la cama a oscuras, cara a cara, boca con
boca.
- Creo que me estoy enamorando de ti- me dijo.
Debía estar tarada, pensé, pero como yo también lo estaba decidí
dejarme llevar esta vez. No huir. Saltar al agua. Dejar de ser un
cabrón.
(...)
Al siguiente fin de semana estaba solo y me encontré a la rubia en
el mismo antro.
- ¿Me odias?- me dijo.
- No- respondí con un suspiro- eres su amiga, ¿no? era de esperar.
- ¿Qué hizo ella?
- Me ha dejado, claro.
- Bueno- y en esto se me acercó peligrosamente- no todas somos tan
remilgadas, ¿sabes? A mi me daría igual- y se me acercó aún más,
cogiéndome por la cintura.
Joder, ella era también muy atractiva y tenía sus labios casi
pegados a los míos. Me quedé flipado, pero reaccioné. La separé
de mi, la miré de arriba abajo y me largué del bar dejándola allí
tirada. Camino de mi casa reflexioné sobre la hipocresía útil.
Puede que no fuera un modelo a seguir, sin duda no, pero al menos
quise conservar algo de mis difuntos principios, intentar alcanzar un
mínimo grado de normalidad.
Dio igual, al finde siguiente me puse de tripis y me lié con otra.
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