Comprender la incomprensión es lo único a lo que se puede aspirar: comprender la incomprensión de los demás. Un ejercicio de empatía en absoluto bilateral.
Todo va cuesta arriba. No hay cima ni cumbre que sean conocidas, ya que nadie las ha visto jamás, y existen conjeturas de todo tipo a ese respecto, y adictos a las conjeturas por millones. Tampoco hay fondo o verde valle, dicen que es interesante saborear cada metro de ascensión, y punto. A veces sientes la necesidad de desvanecerte y dejarte caer en el abismo sin fondo. Se nace y se muere en la vertical, ¿quién fue el primero, el que abandonó la tierra horizontal, el que los convenció a todos?
Los compañeros de escalada van a lo suyo. Sudas y sudas armado con tus picos y tus cabos, pero nadie sigue tu ruta, que siempre resulta ser anómala. Exigen explicaciones, indagan sobre ella y sacuden la cabeza con perplejidad. Tienes que comprender su incomprensión por el argumento irrebatible de su mayoría; por ende, nadie se digna a comprender la tuya hacia ellos. Soy el enemigo absorto. Yo soy el que vive sentado en la roca, el que se ha construido su torre y la mora. El que ya no necesita escalar. El que se ahoga solitario y mira hacia abajo temerariamente. Hay que minar las montañas sin cumbre, derribarlas para liberar el alma de un ascenso sin sentido. Livianos como los suspiros, los corazones se elevarían al cielo con el esfuerzo de un globo aerostático; hay que cortar todos los cabos que sostienen a los mudos insensibles, para que vuelen, para que leviten, para que liberen su alma de cristal.
Me balanceo en la pared, en la vertical, de un lado a otro, como un péndulo, suspendido en el aire mientras el tiempo dicta una ascensión hacia la nada. Lo correcto es seguir el mismo camino de ascensión, por solidaridad, pero ha llegado la hora de ser incorrecto. Ha llegado la hora de aullar. Ha llegado la hora de no admitir evasivas ni fracasos edulcorados.
Dejo que mis entrañas se desplomen de sus lugares y caigan, se desvanezcan en el abismo infinito. No alcanzo a ver el fondo. No veo isla ni horizonte que no estén firmados por una línea difusa, como a través de una lente pretendidamente sucia.
Todo va cuesta arriba. No hay cima ni cumbre que sean conocidas, ya que nadie las ha visto jamás, y existen conjeturas de todo tipo a ese respecto, y adictos a las conjeturas por millones. Tampoco hay fondo o verde valle, dicen que es interesante saborear cada metro de ascensión, y punto. A veces sientes la necesidad de desvanecerte y dejarte caer en el abismo sin fondo. Se nace y se muere en la vertical, ¿quién fue el primero, el que abandonó la tierra horizontal, el que los convenció a todos?
Los compañeros de escalada van a lo suyo. Sudas y sudas armado con tus picos y tus cabos, pero nadie sigue tu ruta, que siempre resulta ser anómala. Exigen explicaciones, indagan sobre ella y sacuden la cabeza con perplejidad. Tienes que comprender su incomprensión por el argumento irrebatible de su mayoría; por ende, nadie se digna a comprender la tuya hacia ellos. Soy el enemigo absorto. Yo soy el que vive sentado en la roca, el que se ha construido su torre y la mora. El que ya no necesita escalar. El que se ahoga solitario y mira hacia abajo temerariamente. Hay que minar las montañas sin cumbre, derribarlas para liberar el alma de un ascenso sin sentido. Livianos como los suspiros, los corazones se elevarían al cielo con el esfuerzo de un globo aerostático; hay que cortar todos los cabos que sostienen a los mudos insensibles, para que vuelen, para que leviten, para que liberen su alma de cristal.
Me balanceo en la pared, en la vertical, de un lado a otro, como un péndulo, suspendido en el aire mientras el tiempo dicta una ascensión hacia la nada. Lo correcto es seguir el mismo camino de ascensión, por solidaridad, pero ha llegado la hora de ser incorrecto. Ha llegado la hora de aullar. Ha llegado la hora de no admitir evasivas ni fracasos edulcorados.
Dejo que mis entrañas se desplomen de sus lugares y caigan, se desvanezcan en el abismo infinito. No alcanzo a ver el fondo. No veo isla ni horizonte que no estén firmados por una línea difusa, como a través de una lente pretendidamente sucia.
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