Me la llevé a aquel cuchitril. Ella
estaba bastante borracha. Yo dudaba de si estaba en sus cabales, pero
parecía que sí; esto no era algo tan repentino como ella creía.
Joder, eso es lo malo de todo, que todo se agota, hasta la capacidad
de sorprenderse. Le enseñé mis cuadros, los de mi compañero. Todo
tan sucio y desordenado y aquel sofá destartalado bajo la luz
amarilla de una sola bombilla: no podría resistirse. Todos queremos
emular novelas y arquetipos desde nuestra predecible ansia de
originalidad. Sólo fue cuestión de abrazarla por la espalda y
besarle la nuca en el momento adecuado, mientras en la radio
salpicada de polvo y manchada con restos de acrílico blanco sonaba
algo insulso y pretencioso digno de radio 3. Acariciar sus piernas,
levantándole el vestido levemente, modelar su vientre y sus pechos y
pasar con suavidad los dedos por sus labios, para que se diera la
vuelta y nos besáramos con hambre. Lo demás vino sólo. Un polvo
salvaje sobre el sofá, algunas manchas de pintura por el cuerpo,
jadeos entre arte irreverente por todos lados y algún bocado furtivo
y heridas de garras. Pero ante todo, la falsedad, que seguía dando
testimonio de todo, porque la falsedad es el notario de todos los
fenómenos de la naturaleza- el problema no está en la naturaleza,
sino en tener ojos. Que la pintura o la música se te antojen cada
vez más como simples juegos de ilusionista puede pasar, pero cuando
hasta las personas te parecen un mecanismo limitado con un enorme
vacío en su interior, ¿qué coño puedes hacer con la moneda
garantizada del tiempo? Antes, el mundo podía ser una mierda siempre
y cuando te fascinaran los mundos interiores de otras personas, pero
cuando hasta eso se agota, vas mal.
Aquel verano, mientras paseaba por la
costa rodeado de terrazas, restaurantes, mesas repletas, me sentía
el único testigo de una civilización que nace y muere anciana.
Miserables vidas intentando ser alguien entre miles de fotocopias que
intentan explicarse su angustia con pescado frito; que necesitan
creer que tener a un camarero que les acerque las cosas justifica el
resto del año empleado en el absurdo. ¿Cómo sentirse parte de eso?
Esa quietud al cortar la carne, la expresión de cinismo de los
empleados, el aburrimiento sin esperanza de las miradas de los
comensales, las parejas que ya no tienen nada que decirse- el sonido
de los cubiertos parece suplicar que estalle una guerra cuanto antes.
Una paz de mantelito y velas para gente que quiere matar al resto del
mundo. Las vacaciones son un sainete de mal gusto que no se puede
presentar debidamente al público, porque cualquier cosa les vale
antes que aceptar que un cambio geográfico de ubicación es como
renovar la decoración del piso: sólo engaña al gato. Meses soñando
con la escapada para descubrir que a pesar de ello siguen siendo
ellos mismos- al año siguiente obviarán esa certeza y lo volverán
a hacer, porque creen que al resto les ha funcionado cuando los
engañan al respecto, tal y como ellos hacen con los demás. Al fin y
al cabo es mejor presumir de consumo y gasto que anunciar
públicamente que están tarados- porque con eso no se compra nada y
el tiempo así concebido sólo conduce al poco decoroso suicidio. Y
así les han vendido el paraíso y buscan con la mirada abúlica la
polla prometida que nunca llega, la mamada redentora, el revolcón
máximo e incluso un crimen soterrado; y si llega, en cualquier caso,
no resulta ser más que una paja hecha con el cuerpo de otra persona
igual de angustiada, igual de insulsa que el pulpo que intentan
acabar cuanto antes por la incomodidad que provoca una vergüenza que
nunca se nombra a si misma, y que parece que ni siquiera les
perteneciera, sino que la hubieran alquilado junto con la hamaca de
la playa. ¿Cómo no deprimirse en La Costa del Sol, en Benidorm o en
Mallorca?
Abandoné las vacaciones antes de
tiempo: ver a Europa yacer en una tumbona no es de gran ayuda; menos
aún engullendo basura cara y tratando de explicarse a sí misma en
un cubo de cerveza. Comparado con eso, es mejor el mundo del arte: al
menos la gente no sueña con que alguien mee y cague por ellos.
Bueno, eh, soy un optimista.
La vida no deja de resultar extraña,
porque a pesar de todo, ciertos olores peculiares asociados a hombros
redondos, bocas de fruta y una mirada turbia de inteligencia suicida
pueden embaucarte como una borrachera temporal. Y ahí entraba ella.
Sí, era estimulante. El problema es que cuando seduces a alguien,
ello demuestra que te has anticipado correctamente y, por lo tanto,
no hay lugar a la sorpresa (o al menos a una sorpresa genuina), y en
el otro extremo, cuando no resulta, se tienen más garantías de
sorpresa (aunque no siempre), pero normalmente te tienes que joder
asumiendo la distancia sin probar el licor. La seducción te
garantiza un tiempo limitado de admiración para luego pasar al
aburrimiento de siempre. En general, nada parece valer nada.
¿Debería sorprenderme de haberme
tirado a su hermana? El caso es que no; pero su olor quedaba libre de
estas tribulaciones. Hay algo característico en los olores que te
invade sin que puedas joderlos con ideas o reflexiones fatalistas. Te
gustan y punto. Y el de ella me gustaba. Más que el de su hermana.
En cualquier caso, era un manjar furtivo, fugaz. El olor se asocia al
brillo de la piel, al tacto, incluso a la curvatura de los ojos o la
forma de los párpados. Y los mechones de pelo son como pinceles que
pintan esa fragancia, la hacen cosquillear por el cuello o bajo el
lóbulo de las orejas. Ella se fue del estudio con remordimientos.
Ese terror en la forma de moverse, ese aire de belleza en la manera
de huir, su turbación grácil al recorrer el callejón en dirección
al centro. Eso es lo que te hace quedarte pillado por alguien.
Sabía que a su hermana pequeña le
iba a molestar. Era normal. Toda una vida junto a un ser genuinamente
bello, con comparaciones y favoritismos mal disimulados desde su más
tierna infancia, tenía que tener su coste. ¿Cuántos amantes como
yo se habrían quedado igualmente cegados por ella, la primogénita?
¿Existían celos soterrados bajo ese amor tan incondicional que
exhibía continuamente por ella? Es cierto que había algo en su alma
cándido y bello, pero también encerraba colmillos, algo de veneno,
cierta capacidad para dirigir las naves por las corrientes del dolor.
Desde luego, no deberían existir personas tan hijoputas como para
adjudicar la santidad a nadie; yo desde luego no lo hago- ¿la piedad
no consiste en reconocer y aceptar lo demoníaco de los demás? Hay
que dejar a los seres humanos ser imperfectos. No nos jodamos más
los unos a los otros de lo que ya lo hacemos, por favor.
Decidí callarme, no decirle nada a
la más pequeña de las dos. Puede que no fuera el primero que se
pasan la una a la otra, pero arriesgarme a enfrentar a dos hermanas
es una responsabilidad muy grande que haría demasiado tentador
trazar las líneas de una tragicomedia con pretexto de ellas. No soy
tan cabrón. Pero perseguirla, soñarla, probarla una y otra vez- ahí
los sentidos superan a la cabeza. Esa mirada que se nombra con su
olor y que subraya su piel... Pero bueno, tío, ¡todo no es más un
truco! Me lo repito: acabas de llegar del infierno, estás
perturbado, su gracilidad es aparente, su bondad es fingida aunque
hasta ella se la crea, el amor es un estado pasajero de embriaguez e
imbecilidad...
Y voy recorriendo despacio la misma
calle por donde ha bajado ella tan rápido, con el moreno de la playa
decayendo por mis brazos, creyéndome que pierdo la fascinación por
la manera en que se curvan sus pestañas mientras me paso
distraídamente la nariz por mi hombro buscando su olor aún reciente
sobre mi piel hambrienta e incrédula...
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