No era porque lo hubiera leído;
cuando lo encontré escrito ya lo sabía, fue más una de esas
constataciones que se experimentan al descubrir que se está de
acuerdo con lo que dice un fulano. Los escritores favoritos de la
mayoría lo son por eso: sus obras parecen un diálogo interno donde
de repente tu torpe cerebro ha encontrado las palabras adecuadas para
decir lo que piensas. Lo que hace especial a ese escritor te hace
especial a ti al describirte de manera clarividente. Por eso el arte
es una mierda, pero una mierda útil: se trataba precisamente de eso,
del efecto de expiación de los demonios internos al ejercer
cualquiera de sus disciplinas. Lo había leído: el teatro clásico y
la catarsis que ejercía sobre el público. Y es cierto, sin duda,
pero es una catarsis incomparable con la que experimenta el autor.
Eso también lo había encontrado en algún libro. Y la experiencia
personal también fue por delante en eso en mi caso.
Y sí, es verdad lo que
estaba escrito, aunque para lograr una catarsis semejante sea
necesario que la obra satisfaga tus exigencias estéticas. No basta
con escribir un diario. Puedes tergiversar lo que quieras o nada, da
igual, siempre y cuando la obra cobre vida propia. Sólo entonces te
alegrarás del pesar que te inspiró para convertir tu miseria en
oro. El artista es un alquimista de sus culpas y debilidades, de ahí
que sean intratables. Da igual la mierda que les echen encima,
siempre la convertirán en algo deslumbrante y la devolverán
triunfantes, y eso es sin duda un verdadero poder. Si se es capaz de
eso, de expiar cualquier contaminación del alma con tus propias
capacidades personales e intransferibles, se es insoportablemente
autosuficiente, libre y, en última instancia, un solitario lúcido
que no se puede atrapar.
Así que me dirigí al
estudio de pintura dispuesto a destrozar un lienzo, a ver si eso me
sentaba bien. Una tarde entera de trabajo con la esperanza de acabar
satisfecho, libre de dolor y decepción. Pero no fue así: el cuadro
era una mierda. Y cuando eso sucede, en vez de expiar demonios, estos
se sientan delante tuya con una sonrisa burlona, sin decir nada,
irritantes. Será que debo estirar aún más la goma del tirachinas,
aún no es el momento de la pedrada pertinente. Estirar, estirar el
tiempo elástico para que lo necesario tome aliento.
Le hice una foto y se
la mandé a Esther, una amante esporádica que entiende de artes
plásticas. “A mi me gusta”, me dijo. De nada sirvió. No logré
expiar por el momento mis malas energías, catarsis cero: me tiene
que gustar a mi. El arte es una analogía de la vida en la que no
puedes, por mucho que quieras, engañarte a ti mismo, y menos aún
con las opiniones de los demás. Si no te convence, tus entusiastas
se convierten en sospechosos. Por eso es tan instructivo. Por eso
enseña a vivir. Por eso muchos artistas suelen ser brutalmente
francos. En el resto de calamidades existenciales puedes distorsionar
lo que quieras: recuerdos, visiones, opiniones, aspectos, incluso la
personalidad de los que te rodean la puedes modelar para creerte que
te quieren. Y vives siempre apesadumbrado por un escepticismo que te
da la absoluta certeza de que todo puede ser una maquinación de las
percepciones orquestada por ti mismo, manipulador compulsivo de la
realidad-lienzo. Menos en el arte que ejerces. Ahí no: ahí vuelcas
tu distorsión y te libras de ella, y mirándola cara a cara,
descubres si vale la pena alucinar de esa manera o si se es patético.
Y si eres capaz de extrapolar a la vida misma lo que se te presenta
de manera simbólica ante tus ojos, habrás dado un paso. ¿Y el
aprendizaje, la evolución? Cuántos aspectos de tu personalidad, tus
debilidades, tus pulsiones se te revelan a lo largo de un proceso
creativo. El arte es un proceso de autoconocimiento aplaudido por
voyeurs. Cuantos más defectos conviertas en oro, mejor.
Decidí largarme al
cine, aún estaba a tiempo de pillar la sesión de las nueve. Al
menos experimentaría la catarsis del espectador. Vi una sobre los
últimos años de Renoir y su relación con su hijo Jean. Una actriz
preciosa, buena película en general. La gente se enamoraba en ella.
Parecía algo tan distante y a la vez, con tanta belleza, tan
posible... Salí del cine sintiéndome mejor y decidí llamar a Lucía
para tomar algo antes de irme a casa. Lucía era una amiga estupenda,
siempre risueña, transmitiendo bondad todo el rato. Nos vimos en la
terraza de un bar. Hoy estaba melancólica.
- Tengo recaída otra
vez con Antonio- me empezó a contar- lo vi de lejos en Huelva y
ahora está con otra y me siento mal.
- Pero es normal, ¿no?
la gente rehace su vida.
- Siempre está con
alguien, no dura mucho solo. En serio. Empalma relaciones una tras
otra.
- Es su problema,
Lucía. La mayoría de la gente habla mucho de la libertad, pero se
aterran ante su sombra. Tú vas bien, en serio. Te dedicas a lo tuyo,
tienes muchas inquietudes, eres independiente, haces lo que quieres.
Él siempre andará atado y limitado por la desgraciada de turno. Tú
estás construyendo en ti misma a una persona divertida, interesante,
bonita. No deberías sufrir por ello. Ser dependiente es una
enfermedad. Tú eres demasiado diferente como para encasillarte de
esa manera.
- No sé, me da penita
que todo acabara, y eso que han pasado años- dijo con una expresión
de pena.
- Mira- le dije-
seguramente a este chico, después de tanto tiempo, lo tienes
idealizado.
- ¿Tú crees?- me dijo
con cierta incredulidad- es que a pesar de todo el tiempo
transcurrido no me lo quito de la cabeza.
- Te harías un favor
si quedaras con él y charlaras un rato, en serio.
- Creo que me sentaría
mal.
- ¡Qué va!
Seguramente ha evolucionado y ya no es la misma persona, y
seguramente no te guste lo que ahora es; puede incluso que nunca haya
sido lo que tú tienes prefigurado sobre él en tu cabeza llena de
recuerdos distorsionados. Y si no ha cambiado, descubrirás que ahora
es algo anacrónico en tu vida. En serio, te quitará muchos pájaros
de la cabeza verle.
- Lo pensaré, lo
pensaré. Es que ando igual que siempre, no me concentro, siempre con
un tío o con otro, tengo que parar esto.
- ¿Qué tiene de malo?
- No lo sé...
- No seas boba, mereces
divertirte.
- No sé, creo que me
vendría bien un período asexuado.
- ¿Tú crees? Yo, en
realidad, me quiero tirar a tu hermana- le dije para provocarla.
- ¡Idiota!- me dijo
dándome un codazo cariñoso.
- Anda, déjame
tirarmela...- dije canturreando y haciéndole cosquillas.
- ¡Jajajajaja! ¡Para,
basta!
Después de un rato
hablando sobre libros, pelis, polvos y proyectos nos fuimos a su casa
a dormir. Dormíamos juntos con frecuencia, sin sexo. Es lo que lo
hacía tan especial. El sexo trae consigo paranoias, mentiras y
falsedades.
Opté al día siguiente
por escribir otra canción. Le di vueltas, hice la letra, dibujé la
melodía. Nada: otra mierda. Seguía anclado. Los demonios seguían
sentados delante de mi. Se estaban divirtiendo de lo lindo. Entonces
recordé otra máxima: no se debe crear para nadie. Eso también lo
había leído. Y mucho menos crear para ellos. Es mejor crear para
insultarlos, ofenderlos, levantarte y afirmar un “no valéis nada”
sincero y creíble, pero sólo cuando no se puede evitar tenerlos
presentes. Nada de complacerlos. Lo ideal es pasar de demonios, de
público, de todo en general. Sólo desde la soledad, esa soledad
lúcida en la que siempre eres un novato ante su primera obra, se
puede conseguir algo de alivio.
Volví a quedar con
Lucía. Traía noticias.
- ¡Lo he visto!- me
dijo entusiasmada- lo llamé esta mañana y resulta que está en
Sevilla, ¡y me he tomado un café con él!
- ¿Y qué tal te
sientes?
- ¡Genial! En serio, tenías razón.
No ha cambiado nada, sigue igual, ¡y hasta ahora no me había dado
cuenta de lo mucho que he cambiado yo!
- ¿Ves? Has hecho bien en verle.
- Es que sigue igual,
triste, quejándose de todo, enfermo, en crisis. Y el caso es que
ahora, en vez de gustarme, me cansa. De verdad, a los cinco minutos
de estar con él ya sabía que había hecho bien. Me siento liberada,
estoy eufórica. Me quiero pegar una juerga, ¡y me la quiero pegar
contigo!
Estuvimos de bar en bar
hasta altas horas. Luego nos metimos en una disco y en un momento
dado vi un destello de tristeza en su mirada, entre toda la gente que
se divertía como si estuvieran en una dimensión diferente.
- Confiesa- le dije al
oído.
- Nada- dijo ella
apartando la mirada.
- Confiesa- insistí.
- Me he puesto un poco
triste- dijo lacónicamente.
- Vamos a salir fuera,
aquí no se puede hablar- le dije tomándola del brazo.
En la calle apenas
había gente y ya se notaba el frescor de las madrugadas de
septiembre, lo que era liberador, acercaba a las personas.
- Dime- le dije.
- No sé, es raro, ya
no quiero estar con él, pero me siento triste- dijo mientras miraba
a un lado y otro de la calle, paulatinamente.
- Es normal, le tenías
cariño a tu ficción, tu pena era como una hoguera que te daba
calor. Ahora cuesta desprenderse de ella. Sientes amor por tu
hoguerita después de tanto tiempo.
- ¿Tú crees?
- Claro, he pasado por
eso. Ahora, sin tu motivo de aflicción favorito, sin la melancolía
que era tu brújula, la princesita anda desorientada, ¿qué tendrá
la princesa?- le cantaba.
Me miró triste y se
lanzó sobre mi y me abrazó, fuerte, y se quedó así un rato.
- Tranquila- le dije
acariciándole el pelo- es la última despedida, duele porque es el
último adiós, pero en unos días se te pasará. Tranquila.
Rompió a llorar en mis
brazos.
- Duele decir adiós-
le susurraba- tómate tu tiempo, tranquila. Despídete. La vida
sigue. Despídete...
Lloró en silencio
durante un tiempo precioso e indefinido mientras la gente entraba y
salía de aquel antro. Y es que de las personas queridas se ama
incluso al dolor que dejan, último nexo, último vínculo que queda,
el resto de algo que fue tan grande como un universo entero, la
conexión que más duele romper de todas porque tras ella ya no queda
absolutamente nada de aquello que lo fue todo. Porque a veces,
especialmente en las personas más puras, hasta el dolor encierra
belleza.
(...)
Y así, unos días más
tarde, desde la sinceridad, me puse a escribir un cuento. Y entonces
sí. No le gustó a casi nadie, pero qué liberación: tras
escribirlo, caminaba borracho de satisfacción por las calles,
reconciliado con el mundo. Todo era estupendo, el aire olía bien de
nuevo. Había expulsado a mi alien. También yo. Por fin.
Esther no dijo nada
cuando se lo mandé. A Lucía le pareció divertido, aunque el prota
le caía mal. Mis amigas se cabrearon al leerlo, pero apenas podía
escuchar sus argumentos porque rememoraba una y otra vez los mejores
momentos y me reía solo de pura satisfacción. Ahí quedaste,
maldito engendro, fuera de mi, vivo, irritante, retratado como un
monstruo por este artistilla anónimo que desgasta sus zapatos sobre
adoquines que no llevan a ninguna parte pero que, sin embargo, van en
la dirección de su propia fidelidad...
Porque la soledad
lúcida sabe mucho de realidades virtuales en las que todos se dejan
engatusar por las marionetas que su propia conciencia confunde con
espejos. Pero la libertad, esa página en blanco aterradora, aún
tenía preparada para mí nada menos que un incierto
el-resto-de-tu-vida sin escribir y sin prefiguración alguna...
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4 comentarios:
Maravilloso. Hacía tiempo que no pasaba por este blog, creo que desde que cerré el mío (cobardía, demonios... ¡quién sabe!). Te descubrí por casualidad y veo que sigues siendo igual de lúcido. Una cosa, ¿podría compartir el blog (o la entrada) en mi facebook? Quizá es un poco descarada esta petición, pero creo que te tienen que leer!! Ya me dices. Un saludo amigo.
Naturalmente! Es más, te lo agradezco!
Un saludo! :)
Pues compartido te hayas!! :)
Gracias!! (en fb soy Kique Duckieboy) :)
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