El lenguaje hablado es sólo una farsa. ¿Hay consenso realmente en la acotación de los conceptos sobre esa realidad que jamás veremos? El lenguaje es un pasatiempo, un ejercicio de una especie animal genuinamente esquizofrénica que sólo sirve para lo inmediato, pero desde luego es sólo un engaño comunicativo. Nadie ve nada a través de los ojos de otra persona, nadie es capaz de salir de sí mismo y resulta aburrido y desalentador comprobar cómo se discute sobre temas en los que se está de acuerdo, por una mera confusión terminológica o distribuciones conceptuales de la misma cosa que resultan incompatibles. Y nadie es capaz de entender eso: viven en sus películas de minidramas intrascendentes como si fueran un universo del que por supuesto te mantienes fuera porque no cabes en él. Una mera cuestión de claustrofobia. Nada tiene el más mínimo interés y la vida es sólo una droga, la mayor de todas, una realidad virtual que sólo se la puede creer un auténtico majadero. Un simple juego de mesa para chistes y chascarrillos chabacanos con café, mucha vanidad y muchas ganas de morir que la falta de conciencia y lucidez de los jugadores ignora, por no caberles en la memoria RAM de sus apps cotidianas ideas tan complejas.
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Raquel fue durante un tiempo un giro enérgico y vital de cuello: en varias ocasiones en que coincidimos en algún bar, la caracterizaba eso. Podía notar con el rabillo del ojo cómo al pasar junto a mí y percatarse de mi presencia giraba la cabeza, toda entera, de un sólo gesto lleno de decisión, haciendo voltearse su largo pelo negro con ella, para analizarme de arriba a abajo mientras yo me hacía el despistado y asentía a lo que mi interlocutora decía, y luego seguir su camino a pasos largos y rápidos hacia su grupo de gente. Así la reconocía: al girarse. Me gustaba esa manera de mirar y moverse, denotaba personalidad. Fueron varias veces, la encontraba muy atractiva y tras la última decidí hacer algo por conocerla- no en el bar, donde los roqueros te saludan todos efusivamente para despellejarte luego. Es fácil localizar a los miembros de la secta de grupies y rockeros de barra locales porque se entremezclan, aparean y arrojan cosas como animales histéricos de manera endogámica, en grupos pequeños. Por ello, con sólo mirar los contactos de mi amiga fue fácil localizarla.
Resulta curioso cómo la lujuria es capaz de ensordecer las advertencias de la conciencia, tan vapuleada por la insensatez del corazón: esta clase de tías responden a un esquema animal de reacciones químicas aleatorias y tremendamente histéricas; más o menos como ellos. Que no noten tu inteligencia, sobre todo, porque eso les altera especialmente. A pesar de sus aspiraciones a la sensibilidad, la distinción y la elegancia, a la mínima les sale la comadreja de dentro y gritan, insultan, pierden los papeles, rompen cosas, amenazan y chapotean sin pudor en el barrizal de la indignidad. Viven una vida que aspira a una novela mala y tienen sueños de películas absurdas, pero al final sólo llegan a la altura de cualquier programa basura donde los participantes compiten por ver quién alcanza mayores grados de sordidez; follarse a los novios de sus amigas mientras el suyo hace también lo propio y recrearse en la tensión y el dolor de las situaciones las hace perfectas para eso, y además todo en casa, entre los mismos de siempre, como una gran familia, mientras se ponen a parir unos a otros para expiar sus conciencias vacías. En cierto modo es natural que acaben siendo grupies, es necesaria una mentalidad infantil y muchas faltas de miras para serlo y de eso andaban sobrados todos. Sin talento alguno excepto para beber, drogarse y follar (algo de lo que es capaz mi perro si se lo sirvo), creen que la creatividad, para cuya visión son miopes, les entrará por el puerto USB del coño, como por arte de magia, y que los méritos de sus concubinos se absorberán en un proceso osmótico a través de los tejidos de su aparato reproductor. ¿Cómo puede fascinar a nadie un músico sólo por serlo? La música está tirada (lo realmente difícil es la vida) y alguien que queda hechizado no por ella, la música, como un estadio superior de armonía matemática, sino por el músico, como si lo que hiciera fuera un acto de magia, demuestra ser lo suficientemente ignorante como los nativos de cualquier tribu cuando ven lo divino en un avión. No se puede traspasar la barrera de lo superficial con estas personas-comadreja. Lo importante es posar sin faltar al puesto ningún día, como si la saciedad de su vanidad dependiera de dejarse ver y opinar al gusto de una galería bizca.
Sin embargo, decidí no ser tan estricto; tal vez hubiera alguien detrás de todo eso. Tal vez Raquel tuviera algo dentro después de todo. Supongo que por fijarnos el uno en el otro simultáneamente decidí inventarme toda una historia que seguramente era mejor que ella.
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Los conflictos personales suelen suceder por cómo se acotan los conceptos. Para algunos, el compañerismo contiene la permisividad ante pequeños abusos del otro; para otros, no. Y la guerra de recriminaciones da comienzo. Y para algunos la agresividad es aceptable hasta un límite concreto, que otros ubican más lejos o más cerca de sí mismos. En general, todos matan ante el miedo de no ser respetados, sea lo que sea lo que ellos entiendan por eso, y es innata la terquedad del simio por considerarse en estado de gracia sólo por ser él, sin ser suspicaz ante semejante coincidencia. Eso puede producir un ataque de ansiedad en un niño de cuatro años con un mínimo de lucidez en medio de crías de chimpancé que sólo piensan en plátanos. No es lo que sucede, sino no poder explicarlo.
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Raquel tenía pareja, como comprobé al establecer contacto con ella vía facebook; sin embargo, la conexión entre nosotros crecía de manera exponencial a través de la red. Era brillante escribiendo, original y creativa, con mucho sentido del humor. Pero tenia pareja y era mi norma mantenerme al margen de ese mundo de engaños entre desesperados. Mala suerte. Parecía sensible, inteligente, le gustaba la poesía, la literatura, el arte, la música y el cine, y manejaba muy bien ese humor negro y sarcástico que tanto me gusta, con un talento especial para sorprenderme, lo que siempre ha resultado muy difícil, pero lo dejé todo aparcado. Si alguien te gusta realmente, no es buena idea empezar mostrando lo hipócritas, falsos, mentirosos y crueles que se puede llegar a ser, y el veneno de un mal comienzo condena a toda relación, porque los humanos estamos completamente locos y somos incapaces de perdonar o comprender absolutamente nada.
Sin embargo, semanas más tarde me escribió por privado para contarme que había soñado conmigo y que ese sueño acabó en la cama. Decía sentirse fascinada por mi mente y su contenido, debido a mi profusa y compulsiva actividad paranoide en facebook, y afirmaba que lo quería absorber todo. Siempre dejando esa estela de barco de bucanero, la sentías siempre al asalto de cualquier tesoro. También le fascinaba la cabeza de su novio; y la de su penúltimo novio, y el antepenúltimo. Jamás la oí admirar la cabeza de ninguna mujer ni de ninguna de sus amigas en esos términos apasionados con que otra hablaría de las respectivas pollas de sus amantes. Y ante sus afirmaciones empoderadas de no necesitar sexo, uno se preguntaba por qué no era capaz de admirar una mente sin un rabo adjunto, lo que evidenciaba carencias en su forma de "venderse" y un sentido competitivo chungo con respecto a otras mujeres. En fin, adorar a hombres y ansiar conseguir su superioridad mental no dejaba de ser un rol muy tradicional, aunque fuera vestido con tachuelas y chupas de cuero suficientes para otros. Pero yo seguía sin querer verlo: estaba empeñado en creer en la conexión extraña que manteníamos, en algunos momentos llenos de magia, en un extraño determinismo del destino.
Meses más tarde, tras una quedada de amigos en la que coincidimos todos, su pareja incluida, volvió a escribirme para contarme otro sueño. De pronto, estábamos hasta el amanecer escribiéndonos por el móvil. Sin darnos cuenta, se nos estaba saliendo el corazón del pecho ante nuestras palabras, y acabamos hablando de ello, y un mes más tarde quedamos y nos acostamos en lo que pareció ser un sueño que no estaba anclado a ningún sitio. Y a pesar de que adivinaba que ella sólo quería usarme para salir de una relación en la que se sentía encarcelada, seguí empeñado en que la gente no podía ser tan horrible como yo la veía. Que el problema era yo.
- Lo dejaré- me dijo.
Y la creí.
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Otro de los problemas de comunicación humana es la confusión del sujeto con el objeto; así, se es capaz de atacar al otro por un espejismo de sí mismo, para expiar las propias culpas. Todo esto, unido a la confusión conceptual, explica perfectamente el por qué de una humanidad centrada básicamente en matarse los unos a los otros.
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No lo dejó, en cada ocasión con una excusa distinta. Con el sentimiento de culpa fueron aflorando cada uno de los rasgos que ya había adivinado en ella tempranamente, aunque sin querer creerlo: crueldad, falta de sensibilidad, carencia de escrúpulos a la hora de hacer daño, frialdad a la hora de mentir de la manera más vil, carácter de comadreja salvaje que sólo reacciona a instintos e impulsos para hacer sangrar por hacer sangrar y sentirse viva.
Yo intentaba salir de aquello, porque veía que me había conseguido meter en esa historia que yo, por principios, rechazaba. Había un pulso sordo por derrotarse entre los dos. Raquel era una sombra que me había salido y que competía conmigo. "Odio que seas más inteligente que yo", "de mayor quiero ser como tú", "quiero robarte tu cabeza", "nunca te librarás de mí".
Las semanas transcurrían, nos empezamos a engañar mutuamente, poco a poco el veneno de lo que mal empieza iba contaminándolo todo. Haciendo balance, había sobre todo malos momentos, noches sin dormir, ansiedad y agresiones verbales. Sólo al follar se estaba bien porque apenas hablábamos, sólo para hacernos confesiones que luego negaríamos.
La dejaba, ella volvía. Me dejaba, al cabo de unos días regresaba, se me colaba sin avisar en mi casa o en mi estudio. No respetaba nada, ni acuerdos ni pactos ni decisiones. Y siempre entre insultos y afirmaciones crueles sobre lo poco o nada que me necesitaba, o lo poco que yo valía, lo patético que era ante sus ojos, la terrible nada que me contenía o la mierda que era yo, comparado con su pareja, por ser un parado de mierda y un cero a la izquierda. Y luego regresaba siempre. No podía tolerar que yo no quisiera verla, era un traición a su concepto de amistad. Ella acotaba ese concepto de una manera amplísima, incluyendo dentro de él aspectos tan dispares como el odio, el desprecio, la crueldad, la insensibilidad, la desconsideración, el egoismo y la total arbitrariedad en un comportamiento que no acepta ningún tipo de compromiso ni de coherencia, por su parte, frente a una simple aceptación de los hechos sin rechistar ante nada, por la mía. Es decir, la amistad incondicional de un padre. Esa coincidencia que apuntaba arriba, donde lo más excelso coincide con uno mismo y lo hace merecedor de todo sin deber jamás nada ni tener que demostrar nada a nadie.
Si le decía que fueramos sólo amigos, se me tiraba al cuello y no paraba hasta acabar de follar; luego, días más tarde, me proponía lo mismo como si lo hubiera descubierto ella, y volvía a pasar, acto seguido. A la décima pelea, que quedó en la fase del ya monótono ciclo titulada "seremos sólo amigos", simplemente me harté y lo mandé todo al carajo. "Tú y yo no hemos sido amigos nunca" le dije. Semanas más tarde volvió a reaparecer para decirme que había dejado a su novio y, llena de remordimientos, soltó todo su rencor hacia sí misma sobre mi persona. Más tarde empezó a follarse a mis amigos y a contármelo. Efectivamente, yo sólo fui la llave para abrirle la puerta a la libertad, y ni siquiera se mostró agradecida por los servicios prestados, sirviéndole en bandeja lo que su cobardía no era capaz de darse a sí misma...
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Cuando se acotan los conceptos tan mal, cuando la amistad, el amor paterno y el romance se mezclan y confunden, y los sujetos y objetos bailan y se intercambian los papeles, y se confunde el interior con el exterior, y se está tan brutalmente desorientado, está todo perdido. Es un ejercicio penoso intentar racionalizar el capricho infantil de una mente enferma para convertirlo en un esquema de valores coherente. La veía intentarlo y me sentía cansado. Y regresaba, una y otra vez, como si mi "amistad", que ella confundía con amor paterno, fuera imprescindible para ella, y por mi parte, fuera moralmente imperativo mantener el contacto con semejante mustélido y quedar a merced de una cabeza-veleta que no tiene miramientos con nadie. ¿Qué era eso que Raquel buscaba y tanto necesitaba?
Los conceptos parecen acotarse solos cuando no se les mira, y no mirar es abrir la puerta a la nada...
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