Mierda. No debería haberme fumado ese último porro. Lo noto. Me voy.
Más de lo normal. En estado natural me hablan y se me va la cabeza. Padezco incapacidad de atención al prójimo. Puede sonar o gracioso o servo-cabrónico, pero es cierto, me ocurre. Independientemente de consideraciones éticas o morales, es mi enfermedad, y las enfermedades no se eligen, a no ser que se trate de un suicidio y, créanme, alguien que pierde los papeles por una magdalena con bolitas de chocolate está demasiado atado a la vida.
Pues con porros es peor.
No debería haberme fumado ese último porro. Lo noto. Tiendo a irme. No es el día ni el momento. Y lo he hecho. Me lo he creído.
Acudo a la cita. Salgo a la calle. Música en la cabeza, como siempre. Pero con el porro, a más volumen; suena claramente mejor, se siente claramente mejor.
Perros. Mierdas de perros. Esquivar. Pero sinuosamente. Vivan los trazados perfectos.
Cruzar las calles. No caminar demasiado rápido- llegar con la cara llena de sudor no es conveniente. Debería haberme quedado en casita. Cuando se es tan yo es mejor evitárselo al exterior.
Los porros te redecoran como un interior-externo- de ahí la incomodidad.
Ya estoy llegando. Ante todo, evitar ser tan honesto, tan sincero. Recuerda, en sociedad se valora sobre todo la capacidad de falsedad amable; el esfuerzo por no molestar con verdades impertinentes. Mierda, con lo perezoso que me vuelven los porros, especialmente para la titánica labor de la mentira piadosa...
Los porros sacan el mejor sarcasmo de mí. Hoy no debo hacerlo. No debí haberlo hecho. El tiempo duele tanto...
- Buenos días- dijo el de la funeraria.
Me quedo mirándolo. Joder, se le ve en la cara que toma coca, se va de putas, le gusta que le caguen, y hasta distingo en su brillo un matiz cínico gemelo del mío sarcástico. Me jode adivinar tantas cosas. Sobre todo que, aún así, es un frustrado que no sabe quién es. Perdido como una bala sin víctima. Coprofílico, seguro. Me siento inspirado para luchar. Claro.
- Sí, hasta los días pueden serlo.
- Comprendo su dolor- dijo soltando la muletilla.
- ¿Es higiénico, como el papel, el dolor?- le replico.
- ¿Perdón?
- Ah, su uso quita parte del encanto.
- ¿Le conozco?
(Uli 1- Funeraria 0)
- Sería el único.
- Bueno, siéntese y relájese.
- ¿Lo dice en serio?
- Claro, le vendrá bien. Mientras le traeré un café y charlaremos sobre los detalles.
- “Detalles” es igual a dinero; “dolor” quiere decir locura. Hábleme claro, no se preocupe.
- Bueno, tranquilícese, enseguida vuelvo.
- Y averiguará entonces lo que quiere decir “relajarse”, para mí.
El dependiente de la funeraria se queda un momento pensativo y sale de la habitación. Empiezo a liarme un porro allí, en la sala de espera. Me voy a relajar. La estoy cagando. No soporto la hipocresía a un módico precio. Las funerarias son necesarias. Me cago en la necesidad. Buah, lo enciendo. Mejor. Esto es más soportable así.
Entra una señora acompañada de su marido. Mal asunto. No me voy a callar y él me armará un pollo, gritará mucho, teatralmente, para quedar como un valiente huno pero con la seguridad de que alguien impida el percance. Así es la cobardía de aquí. Teatral. La gorda se me queda mirando asustada.
- No se preocupe, señora, que esto no es ni comparable a su consorte botando sobre usted pletórico de vino.
- ¡Buf!- dice pantojilmente. Parece que la provocación no da resultado. Se habrá confundido con el “pletórico” y el “consorte”.
- Pero pasen- insisto- esta agencia de viajes es cojonuda, te pueden enviar al cielo, al purgatorio, al infierno o esa sala de espera eterna de los ateos...
Ahora se van. Ahora sí. Sin intento de agresión. Fallé.
(Uli 0 - marido de la gorda 1)
Vuelve el encargado.
- Señor, le ruego que se marche, aquí no se puede fumar, y mucho menos eso.
- Me estaba relajando, como usted sugirió...
- Me refería a otra forma de relajación más legal.
- Ya, aquí sólo se fuman personas, por lo que veo.
- ¿Cómo?
- Ah, desperdician el humo del crematorio. Váyase a tomar por el culo.
- Por fin estamos de acuerdo en algo.
Me levanto. Empiezo a ponerme de nuevo la chaqueta,
- De acuerdo no, sólo compartimos secretos, aunque usted no lo supiera; hágame caso, llene su piscina con agua fecal, le encantará.
- Tomaré nota de su sugerencia.
No hay quien encienda a este tío. Claro. Con tal de evadirse en sus ratos de ocio con materia colombiana es capaz de tragar con cualquier cosa. Algunos llaman a eso esperanza. Yo lo llamo simplemente mierda.
Cuando llego a la calle, entra el matrimonio con un policía y se paran ante mí.
- Ese es- dice la gorda.
- Este soy- digo yo, con el porro encendido en los labios, echándole el humo al agente- magnífico, además, el hachís, gracias.
Dos hostias.
Me recogen en comisaría tras mediar mis amigos y familiares. Dicen que estoy alterado por la muerte de mi amigo. Se encargan ellos de todo. Me disculpan.
Lo peor es que me dejo hacer, permito que triunfe la mentira.
Me importa una puta mierda la madera del ataúd, el forro, las flores y toda su puta madre...
No pensar, no estar, no sentir.
Como él.
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