(...)
Mammonio es un músico que está solo- nadie toca con él, y no por falta de talento, sino por una zancadilla compulsiva que pone a todo orden que se le proponga.
Pero le duele, claro. Pospone continuamente la decisión de ser mínimamente periódico, pero le duele; su “tratamiento” auto-recetado es hablar de su problema eternamente, desbaratando toda posibilidad de resolución mediante la reducción al absurdo de todo lo que se le proponga, para quedar de ese modo justificado su estatus de niño adulto al que hay que cuidar y consentir, y de paso sentir pasar el tiempo como si él fuera “un” centro del universo alrededor del cual todas las conversaciones convergieran en el mismo y único tema de conversación que le interesa: él mismo.
(...)
- ¿Sabes?- me cuenta- cuando voy por la calle me he fijado últimamente en que bajo la cabeza cada vez que cruzo la mirada con alguien.
- Ah...- le digo. Me veo venir el asunto...
- Sí; para mí es muy significativo. Es como si les permitiera invadirme. ¿Es que valen más que yo? ¿Por qué debo bajar la cabeza cuando me cruzo con ellos?
- ¿Estas tan seguro de que “debes” bajar la cabeza?
- Bueno, he tomado mis medidas; mirar a la derecha, por ejemplo.
(...)
- Pero, en fin- le digo.
- ¿Qué?- me pregunta.
- Que... bueno, yo.... En realidad... ¿No tienes nada mejor en que pensar que en eso, con la que está cayendo?
- Bueno... a mí me afecta.
- Es paranoia. Eso que me cuentas es un rasgo paranoide. No tiene nada que ver con la realidad. No tiene esa importancia. Pensar en ello tanto tiempo es conferírsela, lo que equivale a entrar en el mundo de los imbéciles por la puerta grande...- en ese momento me arrepiento de llamarlo imbécil. Pero luego. Qué coño.
- Pero yo lo siento así- insiste con su argumento-plañidera hecho a la medida de la sensiblería-de-profesora-de-escuela propia de los etarras o los punkies que acaban de descubrir el propio peso de su culo tras darse cuenta de que han acabado de eructar (por no hablar de la ingente masa de peonzas mareadas que hacen del mercado de la comida macrobiótica, anti-gimnasia, yoga, tarot y merdo-memez en general, uno de los negocios a tener en cuenta dado el alza de dichos valores en el mercado).
- Sí- le respondo- “Yo lo siento así”, te crees que eso es como una garantía de validez. Los sentimientos son verdades como sentimientos que son; sus motivaciones pueden estar, sin embargo, guiadas por las coces del azar y, aún siendo sentimientos reales, la realidad a la que señalan puede ser una simple y sencilla majadería. Tu preocupación es la sublimación de un gesto insignificante, es una puta paranoia. Es típico. Nadie está pendiente de hacia dónde miras cuando vas por la calle, salvo en la intensidad. Además, da igual. Que les den por culo.
- ¿Ves?, entonces admites que la mirada tiene un poder...
- Sí, pero una cosa no quita a la otra.
- ¿Cuál a cuál?
- La cualidad al exceso.
- Bah...
(...)
- Y entonces, ¿eso es lo que te preocupa últimamente?- le digo.
- Sí.
- ¿Y nada más?
- Bueno, estoy practicando formas de evitar que me humillen así.
- Joder...
- Sí, miro hacia la derecha, hacia arriba.
- Pero, ¿por qué no aceptas que es una paranoia? Me cabrea verte dándole vueltas a gilipolleces, ¿para cuándo te preocuparás de ponerte a preparar un repertorio en condiciones con más gente, empezar a tocar de verdad, dar conciertos, no pillarte esos ciegos, etc.?
- Pero lo de las miradas es algo que me preocupa, son mis sentimientos.
- No lo niego, pero deberías ser más escéptico.
- Hay que ser fiel a uno mismo...
(...)
- ¿Quién te ha dicho esa gilipollez?- le digo.
- ¿Qué?- me responde sorprendido.
- Lo de ser fiel a uno mismo.
- ¿No estás de acuerdo?
- Tú, ¿hablas de filosofía o de la realidad?
- ¿Qué?
- O sea, puedo estar de acuerdo, pero sigo teniendo ojos.
- No te entiendo...
- Mis convicciones no evitan que el mundo sea de una determinada manera.
- ¿Y?
- Lo que menos desea el conjunto de los humanos es que los individuos sean fieles a sí mismos. La sociedad es un número de títeres en el que el protagonismo recae exclusivamente en la hipocresía. No se trata de estar o no de acuerdo; se trata de que no te dejarán ser tú mismo a menos que seas un caballo de Troya.
- Pero, entonces, ¿qué solución propones?
- Disfrázate de regalo...
(...)
- Dices que me disfrace de regalo- empieza a repetir para sí como si lo estuviera memorizando, con una mano en la barbilla; en realidad, está haciendo tiempo para elaborar una respuesta. No la tiene. Pero le da igual, lo importante es destruir toda propuesta constructiva- dices que me disfrace de regalo... dices que me disfrace de regalo...
(...)
- Dices que me disfrace de regalo... dices que me disfrace de regalo...
(...)
- Y bueno- me dice- ¿por qué tendría yo que seguir tu “método”?
- Porque el tuyo no funciona, salta a la vista.
- ¿Y en qué ves eso?
- Estás sólo.
- A lo mejor quiero estarlo.
- Pero lloras.
- A lo mejor quiero llorar.
(...)
- Te equivocas, mi método funciona igual de bien que el tuyo.
- ¿Ah, sí?
- Sí: he dejado de mirar al suelo.
(...)
- Dejemos de hablar de esto- le digo. Más que nada porque me desespero.
(...)
Acto seguido me pongo a pensar en toda la conversación. No la quiero olvidar, así que tomo una hoja de una de sus libretas y apunto unas notas que la resumen. Mammonio se levanta mientras tanto y se pone a hacer café. Cree que escribo un poema. Cuando acabo de resumir el diálogo lo doblo y me lo guardo en el bolsillo. Javi llega y toma alegre la libreta para leerlo y me mira extrañado de no encontrarlo.
Argh. Me duele. Le confieso mi crimen. He robado nuestra conversación, Mammonio. Es imprescindible. No se enfada. Pero yo me siento mal.
Robaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpirata
(...)
Vuelvo a coger su libreta. Escribo un poema para estar en paz. Un regalo. Se lo dejo. Pero me llevo una copia (la de los tachones y correcciones).
(...)
POLEA
Escala, no por subir,
sino por sentir los brazos.
Sube, no por alto,
sino por frío.
Oscila, no por reír,
sino por sentirte una caída larga.
Mide en tu tripa
la altura del abismo
a la altura de tu espalda.
(...)
Llegada la hora, me marché de su casa. Tenía actuación en la Jam de blues.
No fue mal.
Pero tengo la sensación de que no me soporta nadie.
...
...
...
..
..
..
.
.
.
1 comentario:
...está emparanoiado? quien lo desemparanoiará, el desemparanoiador que lo desemparanoie, buen deseparanoiador será...
PD: VIVA los desemparanaiadores, y las abuelas, por su infinita paciencia y filosofía..jajajaja
Rediós
Publicar un comentario