- Hola- le dijo él- ¿he llegado muy tarde?
- No tranquilo- le dijo ella- ¿todo bien?
- Sí, de mil maravillas; he llegado tarde porque he atropellado a un
perro.
- ¿En serio?
- No. Por accidente.
- Pero... ¿de verdad?
- No. Era una broma.
Ella llevaba apenas cinco minutos esperándolo dentro del restaurante
“Mesa del Tejado”: uno de esos nuevos lugares dedicados al diseño
y a las delicias servidas en tejas esmaltadas con la correspondiente
espiral de salsa junto a la porción de tenedor y medio que lo
acompañaban y la dificultad añadida para cortar la comida con los
cubiertos por culpa de la forma en U del plato ultramoderno. Sabía
que ese tipo de restaurantes les chiflaba a ellas por el sentido de
sacrificio alimentario realizado en beneficio de la belleza que
llevaban implícito. Era como regalar flores: caras y sin finalidad,
y con forma de vagina abierta. Comer algo bello que te dejará con
hambre y que pagarás a cojón de pato representaba, en cierto modo,
un adelanto de lo que sería su vida en pareja de salir todo bien:
sacrificios absurdos y simbólicos fruto de una situación de
evaluación continua con respecto a la debida adoración y su
sinceridad y veracidad y profundidad y etc.
- Hay una terraza, ¿no te apetece más una mesa ahí afuera?- le
dijo él.
Este ambiente pulcro y sin humo lleno de prefolladores que exhiben
calma continente y se relajan con el tintineo de los cubiertos le
fastidiaba bastante. Y el hecho de no poder fumar, más.
- Prefiero estar aquí dentro- dijo ella con voz encantadora- me
molesta estar junto a tantos fumadores, afecta a mi percepción del
sabor.
- Ahhhh....- dijo él largamente para hacer tiempo y controlar los
estallidos de sarcasmo- pues yo soy fumador. La verdad ante todo y
por delante. Nunca por detrás. Al menos al principio- ella lo miró
extrañada, pero prefirió no dar crédito al segundo posible sentido
de sus palabras.
- Hay muchos profesionales que te pueden ayudar.
- Sí, realmente no tendría que pasar por esto, hay profesionales
para ello.
Ella lo escrutó con los ojos para averiguar si realmente había
querido decir lo que había querido decir. Él le guiñó un ojo y
sacó su más encantadora sonrisa: para él ya estaba claro que
aquello no iba a funcionar y era mejor largarse cuanto antes y
ahorrarse una pasta, pero era muy tentador seguir jugando. Y no podía
evitar ser en el fondo educado y convencional. Ese contraste, al
menos, le estaba divirtiendo, lo que ya era algo de por si. Llegó el
camarero.
- Buenas noches, ¿qué desean beber?
Ella no dijo nada. Él comprendió enseguida que se trataba de una
etiqueta en la que ella creía y que seguía como si fuera una
religión.
- ¿Qué deseas tomar, princesa?- le dijo satisfaciendo así su
subterránea exigencia.
- Un vino blanco, por favor.
- Yo tomaré una bebida energética- dijo él. Ella lo miró
sorprendida. Él hizo como que no se daba cuenta.
- ¿Se refiere a red bull?- dijo el camarero con una frialdad
inalterable basada en una carcasa de total indolencia.
- Pero de esta añada, por favor.
El camarero se marchó, no sin antes sonreír lo justo ante el
aparente chiste.
- ¿Bebida energética? ¿Estás cansado?- le preguntó ella.
- No, qué va; lo hago porque me inspira sufrir taquicardia, pero
háblame de ti: ¿te gusta el salto con pértiga?
- ¿Qué?- dijo ella.
- Una vez conocí a una saltadora de pértiga que tenía los hombros
igual de bien formados que los tuyos- le aclaró intentando desmontar
la bordería.
Esto de soltar la indirecta y luego desmentirla le estaba resultado
delicioso. Se preguntaba cuánto podría alargar eso antes de que
ella lo mandara al carajo.
- Gracias- dijo ella, con cierta musicalidad monótona e irónica.
El camarero llegó con las bebidas. Le mostró a él, hombre de la
cita, la botella de vino blanco para que aprobara la elección.
- No gracias, entender de vinos es de nuevo rico- le dijo. Entonces
el camarero, inmutable, le mostró la botella a ella. Ella asintió
sin más, y le escanció una copa. Luego sirvió ceremoniosamente la
lata de red bull en la copa de champán de él y se la dejó sobre la
mesa para que pudiera servirse el resto conforme bebiera. Se puede
ser sarcástico con los actos, notó él. Le caía bien el camarero,
quien tras entregarles las cartas se marchó.
- ¿Nuevo rico?- le preguntó ella- ¿es que eres rico tú acaso?
- No- dijo mientras hojeaba la carta sin levantar la vista de ella.
A los pocos segundos comprendió que no iba a matizar nada más su
respuesta, así que decidió hacer algunas preguntas.
- Bueno- dijo algo nerviosa- me dijo tu madre que has salido hace
poco de una relación larga, ¿qué tal lo llevas?
- Oh, bien. Quisimos tener hijos pero sólo conseguimos un perro y no
lo pudimos superar- respondió distraídamente sin apartar la vista
de la carta.
- Ya... – dijo ella algo cansada.
- ¿Y tú?- dijo él al darse cuenta de que estaba perdiendo el
tacto- Me dijo mi madre que tú también has salido de algo.
- Sí, pero no fue traumático. Somos amigos, hablamos mucho, nos
llevamos bien.
- Yo hablaría más con mi ex, pero ahora mismo tiene una polla en la
boca y eso supone una dificultad técnica para entender lo que dice... ¡Mira, estos espárragos
con salsa de soja caramelizada deben ser excelentes!- dijo
mostrándole su carta y señalando la foto con el dedo con una
sonrisa pretendidamente falsa.
- Sí que la tienen, creo que yo también los pediré- dijo ella
tristemente, bastante horrorizada por su último comentario.
Tras un rato de incómodo silencio decidió atacar con una buena
dosis de franqueza.
- Dime, si no te apetecía, ¿por qué has accedido a esta cita?
Esto lo sorprendió, lo cogió desprevenido. Normalmente se enfadan
de otra forma, más visceral, sin entrar en cuestiones, sin
preguntar. Él siguió mirando la carta para disimular su sorpresa e
intentar pensar algo y, tras un segundo, la cerró y la miró a los
ojos por primera vez. En realidad era una chica preciosa y había
nobleza en su mirada. Le sentaba muy bien ese vestido de tirantes
blanco, reflejaba buen gusto, y tenía una figura bonita que movía
con elegancia. Sus manos eran esbeltas. Sus ojos grandes y
expresivos. Por un momento sintió vergüenza por ser tan borde con
una criatura que sí, tenía tonterías, pero albergaba ese tipo de
bondad que hace bellas a las personas en profundidad. Y en un mundo
rodeado de gilipollas es casi un imposible no verse arrastrado por la
marea de majadería reinante, aunque sólo sea un poco.
- No lo sé- dijo, dubitativo por primera vez- la presión del
entorno, supongo. Todo el mundo está empeñado en que salga con
otras personas.
- Mira- dijo ella- aunque eres un borde, me gusta que no te sientas
en la necesidad de agradar a todo el mundo, refleja personalidad, me
gustan las personas independientes; pero si sigues por esa línea, me
temo que me marcharé. Eres muy gracioso, pero no sería fiel a mi
misma si permitiera que me trataras así. Eso tienes que
comprenderlo. Me han hablado muy bien de ti y por eso he venido, pero
eso no te da carta blanca para que te comportes como te de la gana.
Respétame, y nos conoceremos.
Él se quedó mirándola fijamente sin saber qué decir.
- Esto sí que no me lo esperaba- dijo al cabo de un largo minuto,
avergonzado- tienes corazón...
Ella lo miró en silencio sin añadir nada. Ahora era ella la que
jugaba su juego. En esto llegó el camarero.
- ¿Han elegido ya?
Ella lo miró a él a los ojos. Él la miraba también, bloqueado,
incapaz de decir nada. No lograba inventar una mentira convincente.
Para alguien como ella no. Tan sólo lograba intentar balbucir algo
que no salía y se quedaba en un movimiento absurdo de su labio
inferior.
- No, no voy a comer nada- dijo tras unos segundos demasiado largos,
mientras recogía sus cosas y se levantaba, mirándolo de vez en
cuando de soslayo con interés.
El camarero lo miró a él y ni siquiera preguntó: estaba con la
mirada al frente completamente paralizado. Se marchó a por la
cuenta.
- Cuando decidas no ser un animal, me avisas- le dijo- y te lo digo
en serio: me gustas, pero así no.
La observó salir del local. Se movía como alguien de otro mundo.
Había logrado lo que quería, joder la cita, sí, pero por primera
vez no le gustó lograrlo, lo que sin duda ya era algo ganado, una
superación.
Se quedó sentado con la mirada perdida más allá de la cristalera
del restaurante, atravesando a las parejitas de la terraza, más allá
de los edificios del fondo o del cielo oscuro de la noche, anonadado
por este descubrimiento, esperando a que trajeran la cuenta mientras
apuraba su red bull y se preguntaba cómo iba a lograr dormir esa
noche por culpa de la taurina tan estúpidamente ingerida.
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3 comentarios:
Qué divertido, querido. A ver si te prodigas algo más. Saludos.
Qué divertido, querido. A ver si te prodigas más. Saludos.
P.D.: La excusa por la que no habla más con su ex es cojonuda.
jajajaajajaaj, gracias, Gabriel! Me alegro de que te guste :)
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