A veces hay preguntas que contienen la respuesta que buscan; en realidad, de las que importan, la mayoría posee esa virtud.
Por el taller de Richard solía pasar mucha gente. Ello era debido en parte a que muchos de los alumnos eran generalmente chicas extranjeras que andaban por Sevilla de erasmus; a los tres o cuatro meses se marchaban y llegaban otras nuevas. Era bastante común que probaran con la pintura, de mismo modo que unas semanas después iniciarían, además, cursos de yoga, se interesarían por el budismo, harían sus pinitos con el baile flamenco, caerían en las garras de los cursillos de expresión corporal, naturismo, vegetarianismo, etc. Yo empecé a ir al talller de pintura porque ello me obligaba a ser regular con ella. Con seis horas semanales, en un ambiente de trabajo, no caía en mis trances de desesperanza con respecto a la obra. Parecía hacerse sola.
Enseguida puedes ver a quien vale y a quien no: se ve en cómo mojan el pincel. Los que miden la cantidad justa para ahorrar, simplemente no pertenecen a la especie. Hacer eso es como follar contando flexiones, intentando minimizarlas de un polvo a otro; dan ganas de gritar "¿es que no te has enterado de nada en todos los años de tu vida, imbécil?". Pero no importaba, pintar no es como follar, no es imprescindible, no es necesario ser pintor para el que quiera pintar sin serlo (y ser pintor no es sino tener vocación de pintar- ¿y la vocación? depende de cómo se entienda su significado o sentido; ¿y la semántica? todo es en realidad tan personal que lograr una comunicación completa nos impediría vivir), y hoy en día todo puede redefinirse como una terapia- un esperanzador indicio de lucidez, al implicar el recurso a lo terapéutico el hecho de que se es consciente de que la sociedad está enferma, indicio esperanzador que, sin embargo, desgraciadamente, no cumple las expectativas generadas sino, más bien, las defrauda. Así que simplemente estos estaban allí por los efectos beneficiosos de "ser creativo" y etc. Como luego el yoga, el budismo, la anti-gimnasia, la meditación tendrían también efectos beneficiosos sobre ellos- un esperanzador indicio de lucidez al implicar que saben que están completamente enfermos, que, desgraciadamente, no pasa más allá de generar una estúpida esperanza- a años luz de acertar con el diagnóstico.
Todo trata de lo mismo, todo lo que no sea estar estático. El tacto tiene magia, y esa magia te ayuda luego a vislumbrarla metamorfoseada en todo lo demás; el equilibrio de la mano, el movimiento ondulatorio en trance o sereno, el baile; la viscosidad de la pintura que se extiende como una caricia o como un extraño manjar. El olor aparece entonces y lo respiras: tu nariz ha aprendido de tu mano, tus pulmones bailan. Todo es lo mismo. Mirar y ver a los colores luchar por salir gritándose unos a otros. El tacto, la caricia, el movimiento de la mano, todo baila ahora en la luz y te dice cosas. ¿Y la música? Naciendo de las yemas de los dedos como vino o como sangre o como frambuesas; todo es lo mismo: el equilibrio o el trance, la mano que se hace baile que se transfigura en música. Tacto. El tacto en la luz y en el sonido. Y escribir- dejarte dictar por palabras que son manos y son dedos y son luz y son música.
Y tal vez consista en eso la falta de vocación: en no desarrollar el tacto, en no saborear- no observar, no reflexionar, no interiorizar, no esperar. Querer ser en vez de ser. Y a veces, ni siquiera eso; no contentos con no ser ellos mismos, tampoco saben qué quieren ser. A veces surgen preguntas que contienen su solución; preguntas que se distraen de si mismas; preguntas que, al formularse, se condenan de antemano a no hallar la respuesta resplandeciente que llevan tatuada en la frente, aún cuando disponen de un espejo que está delante de sus narices. Los ojos que no se quieren mirar. Los ojos que no miran al espejo porque creen que lo que buscan aparecerá por la derecha o por la izquierda; nunca desde sus almas vacías.
Estas chicas deambulaban buscándose a sí mismas cuando aún no habían aprendido ni a respirar, y ni siquiera sabían qué era realmente eso. ¿Y la semántica? todo es en realidad tan personal que lograr una comunicación completa nos impediría vivir.
Ese deambular sin vocación para evitar mirarse a sí mismas cara a cara las hacía, a la vez, lánguidas almas en pena de largos cabellos rojos, piel pálida y ojos grandes, que nadaban como sirenas en su mar de melancolía, condenadas a él, pero esperanzadas en los espejismos. Casi almas gemelas- salvo por el error imperdonable de la esperanza. Y hasta los mejores cuadros se convierten en una mera excrecencia con tan solo un simple y leve cambio en el equilibrio compositivo. Aspiran a trascender, cuando son sólo superficie. Al no disponer de tiempo suficiente para profundizar, van ocupadas alimentando el ansia de ser otra cosa que ni siquiera están seguras de cuál es, mediante la divagación a través de los actos erráticos.
Una de ellas nos invitó a todos a su fiesta de cumpleaños, en su piso con patio y azotea. Yo estaba ya bastante ciego y llegó la hora de la cena; ella entró en la cocina americana y empezó a sacar lo que iba a utilizar: pasta, obviamente, y dos botes de salsa preparada, mientras todo el mundo bailaba ya en el salón resguardándose del frío.
- Eso es un crimen- le dije- ¿así la vas a hacer?
- Sí.
- Espera- y solté nervioso el cubata sobre el frigorífico- ¿qué tienes?
- No me digas que vas a cocinar...
- Pues eso quiero hacer.
Me apetecía. Picar la verdura, usar los dedos, el olor de la cebolla que empieza a freírse, el equilibrio de la mano que baila con la cuchara de palo, ser todo ojos y oídos y olfato y tacto; el movimiento sereno o poseído de la muñeca, etc. etc. Todo es lo mismo. Me puse a buscar. Había aceite de oliva. Había pechugas de pollo. Había cebollas. Había ajos. Había pimientos verdes, amarillos y rojos. Había leche. Había harina.
- Sí, ya está. Te vas a cagar- le dije todo ciego.
- Genial, me libras del marrón.
- Ok.
A través del ventanal que comunicaba la cocina con el salón oía la música como cualquiera de ellos. Picaba verdura bailando. La anfitriona me reponía las copas. El agua hervía. Puse la pasta. La cebolla se freía. Se ponía perlada. Le añadí entonces los pimientos picados- rojos, verdes y amarillos. Añadí las pechugas en tiras cortas al sofrito de verdura. Removí la pasta en el agua hirviendo. Sentía la resistencia de los raviolis contra el movimiento líquido de la corriente que generaba mi muñeca. Con eso sabía en qué grado de cocción estaban. Tacto. Puse dos ajos muy picados. El pollo estaba ya dorado. Cucharada de harina en el centro de la gran sartén donde estaba todo. Mantener un chorro moderado y continuo de leche sobre la harina mientras a la vez haces un movimiento circular con la cuchara de palo y se mezclan bien y se van extendiendo entre la verdura y la carne. Más copas. Más leche. La bechamel ya estaba fina entre la verdura y el pollo. Pimienta. Orégano. Cuatro vueltas. Pasta escurrida. Todo mezclado en un enorme bol de madera. Voilá.
Estaba el doble de ciego que al empezar. Nos pusimos a cenar. Lo fliparon. Entonces simplemente noté su mirada. Estaba sentada a mi lado y no había reparado en ella. Esta no era del taller. Una italiana preciosa de Venecia de ojos grises y enormes, piel pálida, pelo oscuro y liso. Me perdía en su mirada, me quedaba absorto dejándome llevar por esos ojos, sentados uno junto al otro sobre la alfombra, entre dos sofás, donde antes había estado una mesilla de centro de cristal, rodeados de gente por aquí y por allá, casi a oscuras. Percibía el surfeo de los dedos, no sé si suyos o míos, entre las olas del pelo, en sus ojos encendidos. Cuando permitas al tacto ser tu amigo, descubrirás el tacto de los demás. El tacto de Carla entraba por los ojos y se extendía por el cuerpo como el calor de un trago de alcohol se apodera de ti.
- ¿De qué conoces a Juliana?- me dijo. Juliana era la anfitriona.
- Vamos al mismo taller de pintura.
- Ah, ¿pintas?
- Me flipa hacerlo.
- ¿Eres pintor?
- Depende de lo que tu consideres pintor.
Ella se rió un rato. Luego siguió.
- Aunque no vendas, ¿sabes pintar?
- Para saber pintar hay que saber mirar; yo sé mirar. Y pinto.
- ¿Alguien te compra?
- Si pensara como un comprador, alguien lo haría, sí.
- ¡Jajajajajajaja! ¿Perdona?
- Si sabes comprar realmente, significa que sabes distinguir lo que realmente importa de lo que es sólo relleno, cosa de agradecer en el arte; entonces, que te compren o no es una simple cuestión de voluntad si tienes las claves.
- Pero, ¿eres bueno?
- Soy malísimo.
Se rió a carcajadas otro rato.
Nos levantamos y salimos a la plaza a la que daba el bloque de pisos. Nos paramos junto a una farola. Hacíamos eses los dos.
- ¿A qué hemos salido?
- Creía que lo sabías tú.
Dos minutos de carcajadas.
Luego el silencio de la calle, el frío. El tacto de sus ojos. Una caricia en la mejilla. Un largo beso. Una pregunta importante.
Nos fuimos a su casa. Desperté sin recordar nada al principio de tanto que habíamos bebido. Ella no estaba allí. Entonces recordé: polvazo a pesar del ciego. Ella apareció con sólo una camiseta larga. Debía venir del baño. A la luz del día era aún más preciosa. Nada más llegar a la cama caí sobre ella. Y todo era lo mismo: el tacto, el movimiento equilibrado de las manos, el olor, el sabor. Todo no es más que una danza de curvas y Carla tenía alma de espiral.
Pasamos así todo el día hasta que por la tarde me decidí a marcharme.
A veces hay preguntas que contienen en sí mismas la respuesta que buscan; en realidad, de las que importan, la mayoría posee esa virtud. Y esta pregunta nos la leíamos mutuamente en cada gesto.
¿La quería? ¿me quería?
No son preguntas propias de quienes saben querer.
Cuestión de tacto...
...
...
...
..
..
..
.
.
.
P.D: ¿Y la semántica? todo es en realidad tan personal que lograr una comunicación completa nos impediría vivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario