Me gusta acercarme a esa confitería en concreto, no sólo porque el género sea excelente, sino porque además te dan bebida caliente para llevar. Un buen croissant, o una napolitana rellena de crema o de chocolate, un buen café y un banco de la alameda bajo el sol de las diez o las once es la mejor manera de empezar un día ocioso. Ninguna tostada de mierda servida por un camarero a través del aire suicida de las terrazas se puede comparar con eso. Pronto van llegando las familias, los niños, los grupos de amigos y en general toda la gama de decadencias varias que van a dejarse servir comida que sabe siempre igual mientras miran al más allá acariciando la idea de suicidarse porque ese sumum para el que han trabajado toda su vida no les hace felices. La insatisfacción de la infancia perfectamente intacta desde una inconsciencia de cabeza de chorlito. Una vida tirada a la basura, en lo que respecta a lo que realmente importa. Comer solomillo y no alcanzar la plenitud. Qué abismal testimonio ante el que quedarse sin ningún plan B. Ah, sí, el alcohol es el plan B de todo el mundo, pero con distinción. No se trata de ponerse al sol mientras un trabajador que gana una mierda te sirve la comida lista para que sólo le tengas que hincar el diente como si fueras un imbécil inerme. No funciona, de alguna manera la treta hace aguas, algo se escapa entre las manos como si fuera arena. Hay que ser feliz, felicitarse a uno mismo o a los demás dentro del fingido círculo de amistad pura y desinteresada, ejercida por depredadores de la comparación dolosa, en un marco de olímpicas vanidades disimulado con una pretensión de elegancia que sólo queda en ordinariez evidente; hay que encumbrarse a base de cerveza. Entonces sí, todo parece no ser lo que es. Unidades de insatisfacción en torno a mesas encantadoras y bajo un sol primaveral medicándose con etanol para no morir del dolor del absurdo de sus vidas, mientras se desean lo peor unos a otros tras hipócritas sonrisas y muestras de altruismo que sólo pretenden ser reclamos publicitarios de un ego que atrae todo hacia si como si hubiera tirado de la cadena del retrete. Van llegando a las doce, a la una. Lo invaden todo. Las unidades de insatisfacción acuden en manada para calmar la conciencia con un fracaso soleado de sábado o domingo más. Ese es el momento de largarse.
Lo he intentado otras veces. Vas, te sientas, te sirven, y te sientes un discapacitado, un paciente de una residencia para inútiles, y no puedes disfrutar del sabor. No puedes disfrutar de nada. Occidente se ha convertido en un infierno de césped donde los tontos tragan basura servida con diligencia mientras los bancos se quedan su dinero y hacen guerras por el mundo que ninguno de los idiotas, que las pagan, ve. Me voy a una frutería. Plátanos y manzanas. Me largo al parque, pero está lleno de gente. Y también hay bares para que las familias se pregunten por qué lo hicieron, mientras corren tras los niños sin poder saborear nada, como cada vez que lo intentan y lo intentarán. El mejor momento del día, el croissant y el café al sol en la independencia de mi banquito. Lo demás lo estropea la desesperación comunitaria y sus tretas.
Así que me largo del parque. Es difícil huir de un sábado o un domingo. Me siento junto al río y me pongo hasta arriba de fruta. El río está lleno de deportistas, pero al menos pasan de largo. Como siempre, sentado en el suelo con algún gato cerca. Luego me largo al local.
Al entrar en el corralón veo un gato negro que me mira como si me conociera. Me paro. Lo saludo. Lo acaricio. Me maúlla como si fuera un hermano que llevara mucho tiempo sin ver. Quiere algo. Lo acaricio otra vez, le hablo un poco y sigo. El gato va tras mis pasos. Entro en la nave y abro el local. El gato me sigue. Me siento en el sillón. Se me sube encima. Maúlla. Me da cabezadas. Ronronea, se pone cómodo en mi regazo y se duerme. Entra Carlos.
- ¿Y este gato?
- Pregúntale a él.
- Qué raro, araña a todo el mundo- me responde, y se va.
Grabo unas armónicas sin poder desembarazarme del minino. Desde entonces, sólo tengo que tocar la armónica para que acuda desde donde esté cada vez que voy. Punto del día. Luego recibo un mensaje. Julia viene. Me voy a casa, me ducho, la espero, llega.
Nos revolcamos toda la tarde desnudos por la cama. Una piel suave, un olor que despierta, besos y caricias. Palabras agradables, abrazos cálidos y fuertes. Todo tan extraño, tan sorprendente, tan absurdo. Sé una persona un rato. Déjate engañar por lo inmediato. ¿Recuerdas cuando el tacto abría mundos? No todo es sólo piel y vanidad.
Pero no lo puedo evitar, al final la aferro por la cintura, aprovechando que está tumbada a mi lado y me da la espalda, mientras le muerdo la nuca como un gato y se ella se retuerce en medio de un no-sé-qué que sólo es una proyección de todo este no-sé-qué general en que vago de delirio en delirio sin entender nada, esperando a procesarlo todo a la mañana siguiente mientras bebo café y pellizco el croissant bajo la luz cálida de una explosión nuclear eterna a la que transijo en llamar sol, aunque sólo sea hidrógeno sin nombre, casi como los gatos...
... casi como todos nosotros...
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