Me perdí.
Debía o desandar los pasos y volver a abrir y cruzar las puertas que dejé cerradas tras de mí para reencontrarme con la encrucijada, o caminar hacia lo desconocido con el alma serena. Sin ninguna garantía.
Y el alma serena sabe que tan incierto es el horizonte que se extiende al frente como las posibilidades que la esperan a sus espaldas. El sendero queda entre paréntesis, con la incógnita de su equis final sin resolver, y el camino recorrido en vano susurra que todo se despeja andando, abriendo las puertas que cerraste desde el mismo lado, con el mismo pomo, con la misma mano, y a ciegas.
Que lo incierto es la esencia de tener un porvenir,
y el tiempo no tiene ni frente,
ni por supuesto espalda,
ni sabe nada de promesas
ni de preguntas ni respuestas:
es una estatua que mira hacia donde nadie puede mirar,
desde donde a nadie puede ver,
completamente blanca...
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