jueves, 6 de marzo de 2014

Siempre son las ocho de la tarde en las sombras de los bares





No siento lástima por la gente,
sino por la silla,
por la pintura marrón casi negra de la barra,
por la baldosa opaca de grasa de la esquina.

Ellas estarán ahí siempre,
bajo una tenue y triste luz de ocaso,
con la agonía profunda con que el sol
precipita en el horizonte los corazones
arrastrados por su estela.

Mesas inertes en el infierno,
serrín sucio sobre el que tú te ríes,
bombillas solitarias que se ahorcan
con ese tintineo de cobre
de los relojes tristes...


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