Atracaría un banco por ti. Te dejaría en un lugar cálido y seguro, a salvo. Te dejaría la nevera llena, la cama con las sábanas limpias, un edredón de plumas y una manta para tus extra-fríos. El congelador estaría repleto de helado de todas clases. Te dejaría el botiquín lleno de todo tipo de analgésicos, y con algún ansiolítico, por si acaso. Tu puerta sería la más segura de las puertas, las paredes estarían hechas a prueba de bomba. Tendrías en tus manos la forma de pedir ayuda a tus amigos. Nada malo te pasaría allí. De salir mal, nadie sospecharía de ti, nadie iría a detenerte.
Estarías segura. Te lo garantizo.
Los bancos no manejan ya grandes cantidades; pero tú y yo tampoco necesitamos demasiado. El atraco perfecto para pagarse unas vacaciones. Verte feliz en una tumbona en el Caribe. Merece la pena, claro. No nos cogerían. Iríamos a Cerdeña. A Roma. A San Petersburgo. De hotel modesto en hotel modesto, entre tus brazos de cinco estrellas. Berlin. Doner frente a la puerta de Branderburgo. Abrazo en Check-Point Charlie. Promesas de amor eterno bajo los acordes estridentes de una guitarra eléctrica en Conney Island, Leipzig. Fotos y risas junto a la catedral de Colonia. Vértigo en el National Gallery de Londres. Vértigo por los acantilados de Irlanda.
Saldría de nuestra guarida- en la montaña, lejos de toda la mierda. Me sentiría natural, en tanto que atávico. El amor humano. Los roles milenarios. El cazador que sale y la mujer que espera. Protección. Posibilidad de no volver. Protección; que nunca le pase nada, que nunca pase hambre ni frío, que nada ni nadie le haga jamás daño.
Es raro. Pero es un sentimiento. Está ahí.
Te dejo en casa. Tengo que hacerlo y arreglármelas para volver sano y salvo. No puede pasarme nada malo. Nunca necesitarás ansiolíticos, te lo juro. No puedo morir. Es como irse para siempre. No puede ser. Ya no.
Espero el autobús. Sí. Voy a hacer el atraco yendo en bus. Sería absurdo que me pillaran con todo el dinero por no tener carné. Todos los atracadores usan vehículo propio. Llego a la ciudad. Me paso por casa del abuelete.
Lo conozco porque voy a leerle libros todas las tardes, como voluntariado. Es parte de mi plan. Duerme toda la mañana. Tengo las llaves. Es perfecto.
Llego a casa del viejo. Lo saludo, le preparo un cola-cao y luego se duerme. Me cambio y me pongo el traje de obrero, y regojo los enseres que dejé aquí ayer por la mañana, en uno de los armarios que él nunca usa. Bajo a la calle. Con una peluca y gafas de sol y el mono azul.
Abro una alcantarilla y pongo la vallita portátil para que nadie caiga dentro. Bajo. Para que crean que hago algo. Subo. Me alejo haciendo que atiendo una llamada. La alcantarilla está frente a la sucursal. He elegido al Santander. Es mi banco y son unos hijos de la gran puta.
Subo de nuevo a casa del viejo. Cojo su silla de ruedas y una manta a cuadros para taparme las piernas y evitar, así, que la imagen en las cámaras de seguridad del banco les de pistas sobre mi estatura. Me cambio de peluca y me pongo una barba no muy larga, y unas gafas culo-de-vaso con una hendidura en el centro que me permite ver. Bajo, ya en la silla. Me dirijo al banco. Al intentar entrar me salen a ayudar dos empleados. Ya dentro, le pongo a uno de ellos la pistola de imitación en las costillas, apretando para asustarlo más. Me dan lo que hay. Sólo 20.000 euros. Para ellos es poco. Para mi va de sobra para mis planes. No saben que soy millonario. Es una simple cuestión de saber qué moneda vale más.
Todo va bien y fluido. Salgo en la silla y, ya en la calle y fuera del alcance de las cámaras me levanto y salto en la alcantarilla que me espera abierta. En la silla de ruedas dejo la dirección del viejo para que se la devuelvan. Él no tiene fotos mías, no sabe mi verdadero nombre. Tiene, además, Alzheimer, y sus recuerdos son siempre borrosos y sin sentido. La ONG a la que dije pertenecer no existe. Además, lo traté muy bien. Él sí que me echará de menos. Él sí que estaría orgulloso de mí.
Dentro de la alcantarilla tiro las pelucas y las barbas y cojo una mochila que dejé allí, donde meto el dinero. Sigo los pasadizos que ya conozco y salgo por un callejón que da a una parada de bus. Ahora soy un estudiante. Cojo el bus y me dirijo a la estación de autobuses para regresar a casa. Pasan muchos coches de policía por la calle, pero el bus de línea no tarda en pasar y pronto estoy en la estación esperando el que me lleve hasta ella.
Todo sale bien. Abro la puerta y ella está segura, sana y salva, en casa. Le enseño el dinero.
Vayámonos a donde sea.
Te quiero.
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1 comentario:
Guauuuu, enorme historia de amor a lo Bonnie and Clyde..o mejor dicho como Bruce willis y su "caramelito" en Pulp fiction...me mola tu historia, no me olvidare del pobre viejo del colacao!.
guionista debes ser!!,
Saludos y perdonad mi ausencia, estuve en Donostia, de puta madre por cierto. mucho aire fresco!
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