Hay un olvido, da igual de quién sea, en todo este asunto de la literatura y la verosimilitud. Y es que entre tanto estilo narrativo autobiográfico resulta fácil no captar la intención o el trasfondo de lo que se lee. Y es normal que esto suceda en un contexto donde cada escritor hace epopeyas de sus diarios, pero ello también da lugar a equívocos- no siempre el escritor tiene esa intención 100% exhibicionista. Al escribir se crean mundos y con frecuencia se olvida que el que teclea es el demiurgo de lo que nace. Se olvida con frecuencia que se puede jugar más (mucho más), se puede transfigurar una experiencia, cambiarla, mejorarla o directamente inventarla, adornada con todas las galas de la narrativa autobiográfica. Así que cuando suceden los malentendidos uno puede a partes iguales felicitarse por el triunfo de la experiencia fingida, y reprenderse por no ser capaz de aclarar estilísticamente la verdadera intención del texto.
El caso es que estaba en la comida de cumpleaños de mi hermana cuando se me acerca su suegro, hombre de letras mayor y respetable.
- ¿Qué tal llevas la exposición de Berlin? ¿Puedo ver algunos cuadros? Seguramente puedes enseñarme las fotos en tu móvil.
Me quedo al principio estupefacto. ¿Exposición? ¿Berlín? Luego recuerdo cierto relato que colgué hace algunas semanas, veo la cara de mi hermana, veo el malentendido. En ese texto, como en muchos otros, hice algunas variaciones con respecto a la realidad por distintos motivos; primero para no resultar tan obvio; segundo, porque a veces las experiencias personales no son tan interesantes como para ser leídas, y hay que jugar con algo de ficción para añadirles sal. Efectivamente había surgido una remota posibilidad, relacionada con el arte, en Berlin, pero no se trataba de pintura. Cojones, es que no veo motivo para tener que ser tan literal y descriptivo en todo...
- Ah- le digo como si acabara de caer- ya, mi hermana te habrá hablado de ello, ¿no?
- Sí, ¿qué tal la llevas?
- Bueno, verás- empiezo, sin saber qué hacer, pues aclararlo podría hacer que se avergonzara un montón- llevo como cinco años sin dar una pincelada, estos vieron algunas cosas mías antiguas y les gustaron, así que estoy produciendo una colección nueva, pero aún no hay nada terminado- y busco la cara de mi hermana entre la gente, como si pudiera bronquearla a distancia. La miro, me mira, pero no entiende nada, claro, y sólo me sonríe.
- Bueno- continúa- pues en cuanto tengas algo enséñanoslo, el cuadro de los niños es precioso.
- ¡Gracias! lo haré.
Más tarde mismo proceso con su mujer, algunos de los cuñados de mi hermana, alguna amiga suya incluso. Hasta propuestas para representarme en un hipotético proyecto de retratos infantiles al óleo por encargo. Al final de la comida, trinco por fin a mi hermana.
- Hey, lo de Berlín no era eso, ¡además se trata de una posibilidad tan solo! Lo cambié al escribirlo, ¡pero todo el mundo me pregunta por ello!
- Ah, ya, perdona, no lo entendí bien... ¿cómo lo iba a saber? ¿y entonces, qué va a pasar con eso?
- Ni idea, está todo en el aire, por el momento sólo he de escribir sin parar y confiar en que esta chica haga buenas traducciones.
- Ah, lo de las chicas sí era cierto, ¿no?
- Eso sí, y muchas cosas y la mayoría de los hechos, aunque no exactamente con las personas que digo ni de la forma en que sucede, ¡es ficción, pongo los hechos como me da la gana!
- Bueno, pues ahora tienes que pintar, mira como está todo el mundo- me dice con cara de "te he pillado".
- El caso es que he vuelto a dibujar y pintaré pronto, pero menudo lío se ha montado, tengo que tener más cuidado con lo que escribo por ahí...
Llega la hora de irse y me despido de todos. Ahora tengo pendiente el retrato de mi sobrina pequeña. Tengo pendiente pintar algunos cuadros que enseñar, intentar que al final todo sea cierto en alguna medida. Odio las mentiras.
Regreso a mi cubil y me encuentro a mis compañeros de piso preparando una obra de teatro, los dos disfrazados de gordas. Mis compañeros son buena gente, muy divertidos y simpáticos, y entonces, al verlos, me acuerdo de cierto texto que escribí hace muchos años sobre un campo de concentración para artistas escénicos. "Mierda", pienso, "espero que no lo lean y se ofendan". La maldita literatura actúa como un guardabosques. Me premia y me castiga a partes iguales en función de unos principios elevadisimos como un campanario. Sus muertos.
Es extraño el destino. Parece un viejo maestro que no hace otra cosa que no sea darte lecciones sobre disparos que salen por la culata, preciso como un reloj, infalible. De repente, dicto la ficción y la realidad se me sube al carro. Dibujar. Pintar. Parece que toca.
Sea...
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