Qué extraño alumbramiento
el de este yo cuyos ápices
se estiran tras la noche,
bajo sus arenas,
y en pos de aguas que enmarquen a la luna
Aprendí a sostener el pulso
del tiempo inflamado en madrugadas
y a verterlo en la mano abierta de una vela
a la que opongo poesía de estela y de timón
Recuerdo cuando el sol se estampaba
en alientos enfrentados por un diálogo de unión:
¿Qué fue de esa edad diurna
que atacaban las rachas de un verano
vestido de cortina que anunciaba la era
de las cometas?
Y tras hacerse la noche e izar la vela,
todo lo insufla el aire
-como si la surcara un soplo de corazón,
seguido de un viento de ausencia y de silencio...
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