A veces coincide en un punto el derrumbamiento de todos los pilares que sostienen una plácida vida entregada al capricho de la marea. La inercia acaba al final despertando, sobresaltada, al desastre. Caminar hecho de arriba a abajo una bruma, acabar siendo inasible como una brizna de vapor: es entonces cuando se empieza a sentir con distancia, cuando se pasea distraído y se observa, y se toca e incluso se rompe los figurines de cerámica blanca que adornan las vitrinas abiertas de la antesala de la abulia. Justo entonces todo pierde su carácter voluptuoso. Después, todo va cediendo poco a poco al diapasón del silencio y al metrónomo de la rutina. Todo se va tiñendo de amarillo-muerte.
El estallido del llanto contenido, cuando todo afecta, todo espanta o fascina, todo quema o hiela; la salida al aire fresco en forma de parto doloroso; volver a nacer, de la indolencia al dolor, a respirar el aire, ahora limpio y fresco, ahora libre del rancio olor de la humedad podrida. Volver a nacer para levantar el puño, dispuesto a hablar, dispuesto a hacer, dispuesto a volver, cuando queda obsoleto el vuelo en falsa vigilia; volver a nacer, pero ante todo, antes de nada, antes de reparar la mentira de ayer, llorar, sobre todas las cosas, llorar arroyos de cansancio y alivio.
Derramo versos cuando me deslizo por tus bocas. Escupo mi verbo sobre tu vid que es tu verbo. Nada, sin embargo, esclarece el misterio de tu mirada obvia, salvo el misterio mismo, así que canto el misterio de tu misterio; renuncio a saquear tu templo, que emite la luz de mis latidos. Este es el telégrafo del ansia. Mis palabras son puntos y rayas, mis palabras son interrogaciones. Mi historia es una interrogación. No busques respuestas ni puntos finales, pared. Yo describo el misterio, me deslizo por la gelatina de lo desconocido. Yo dejo a la sombra ser sombra y observo cómo la sombra lo es, y la abrazo como a la mayor de las verdades.
Y las líneas del telégrafo coincidieron de pronto en un punto en el espacio y tiempo, un punto de inflexión, un punto de crecimiento, de conciencia, donde levantarse y mirar los haces de luz que antes permanecían ocultos. Y ahí sembraría el lecho de hierba donde te revuelcas y te derramas mientras me hablas, mientras mi mirada se balancea en la tuya, y se contonea.
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