Si el silencio ruidoso con que la noche envuelve la selva es el respirar de la víspera de la matanza diaria, el aliento tranquilo de las bestias que descansan y acechan, y el viento anunciador de una tormenta, de igual manera el silencio de la avenida en la noche tiene cadencia de amenaza, surcada por el vacío asfalto donde serán arrasadas por el sol todas las sombras, donde el ruido anulará los lamentos de los simios atrapados.
Desde mi Torre de Babel mastico plátanos y arrojo las cáscaras como si fuera un chimpancé. Arrojo colillas de cigarrillos como lo hacen los marineros al mar. Soy el simio que os observa, el chimpancé que os desprecia. Soy el animal que recibe ilusionado vuestras piedras, el usurpador de vuestros feudos, el que estropea vuestras fiestas, celebraciones, el que rompe la armonía de las calles, el que se entromete, el ilegítimo, el enemigo absorto, el infanticida, el estúpido, el pirado, el pretencioso. El espectador.
El despertador de cuerda, el timbre chirriante, el desagrado. Experimento con la hipnosis de los dormidos. La inconciencia de los hipnotizados que deambulan entre alucinaciones truena tanto que detiene el silencio, el infinito. El sentido de la eternidad destruido por el frenesí.
Desde la Torre ensayo vuelos y suicidios, sólo para revolcarme por el suelo, beber vino y reír, reírme como un condenado de la desgracia cómica de los que creen en la bóveda celeste, la bóveda-sombrilla del descanso-barbitúrico de los dormidos. Planeo un juego eterno de deslices, de coqueteos, de traiciones, de simulacros. El piso de la torre es cálido, es cómodo, es acogedor. Me tumbo boca arriba y juego a besar el cielo, y duermo.
A veces hablo sobre el pasado como si fuera el presente, y otras veces hablo sobre el futuro como si fuera el presente, y las menos veces hablo sobre el presente como si fuera el presente. Sólo una crónica del desaliento de la modernidad, una crónica donde la intensidad de la desesperanza de los que se extraviaron en el camino fuera protagonista, dará buena cuenta de él. Un diario donde realzar el ahogo que reafirma la vida de los perdidos: lanzar páginas incendiarias desde avionetas amarillas por las mañanas soleadas; lanzar páginas azules cuando llueva para encoger los corazones; provocar una lluvia de páginas que acaricie los rostros de los peatones y cierre el cielo con palabras de alarma.
Alarma. Se han extraviado las últimas cajas rojas con que regalar papel de seda. Alarma. El aire se está deteniendo y los árboles desentierran sus raíces. Alarma. Multitudes alaban el golpe, la patada, el desprecio. Alarma. La lluvia se está endureciendo; la nieve esconde un corazón de piedra. Alarma. Los globos oculares son ahora de vidrio, las pestañas de alambre de espino. Alarma. Hay sed de sangre y de venganza en el susurro sordo de cuchilla de las hojas de los árboles, cada vez más quietas, cada vez más resueltas. Alarmaos, y cubrid con flores el cuerpo lácteo de la piel amada, enjugadle la cara con savia de frutas frescas. Alarmaos y despertad a los ojos, encended vuestra piel. Alarmaos y escuchad el cántico de alarma, el resurgir del corazón henchido de una sangrienta explosión de pasiones cálidas. Esta alarma os ofrece la partitura del reencuentro con la divinidad perdida del alma destronada, y no diré nada más.
En la víspera de un nuevo medievo en Europa, justo antes de que Occidente acabe de configurar su propia caricatura mediocre con sus fauces carcomidas, que ya todo lo mastican, lo muerden, lo desgarran con aire distraído y van dejando tras de sí una estela de putrefacción y hedor. Será necesario escapar u ofender, ofender largo y tendido hasta que se decidan a eliminar la queja y el reproche que dentro de mil años será recordado tras un milenio de olvido y de noche. En realidad nada tiene importancia. ¿Qué hay de la tercera vía, la de la pereza? La pereza nos haría livianos como el aire, vagas sombras que mantendrían un pulso con el peso de los cuerpos que caen en el vacío desvaneciéndose en un sueño de farmacopea.
La dulzura de negarlo todo y renegar de todo, de todas las doctrinas, de todos los malentendidos, de todo lo supuesto e impuesto. El privilegio de los renegados, traidores, difamados y expulsados, los desterrados de hoy. Renegados de hoy aplastados por una filosofía adoctrinaria basada en el pragmatismo de los agenda-pensantes, los resentidos, los hipócritas, los frustrados. Hoy se extiende el manto de su naufragio por el mundo; por las mentes retumban los ecos de promoción de sus castillos en el aire, su canto de sirena, su llamada a la zozobra generalizada. Hoy se extiende el olvido y la somnolencia, la ignorancia de la impotencia de todos y cada uno, el abrazo a la lapidación que los usurpadores de los poderes creados por la miseria humana ensalzan.
Niego. Reniego. Reparto lápidas con poemas, reproduzco las nauseas de los despertares no deseados. Niego. Reniego. Escupo aviones de papel con cuervos a la acuarela, expiro alientos de reproches, no olvido nada, tomo nota. Lo integro todo en un mapa de suficiencia que me aterra: la suficiencia de los inconscientes, que todo lo engullen, como una plaga de langosta. Niego. Reniego. Despertaremos a los sedados. Raudos despertadores de campana. Somos los despertadores insomnes. No se puede dormir. ¡Hoy no se puede dormir!Pero dormito, dormito porque he recorrido tu senda. He dormitado en la hipnosis que provoca tu tacto y tu susurro de cercanía. Pero es un sueño vigilante, es una vigilia de delirio. Dormito agotado de ver, dormito y descanso.
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1 comentario:
La cosa no está en la edad, está en la bebida y en los excesos..
El caso es no mirar atrás: ni estando sobrio ni siendo treinteañero.
To pá lante, recto, y a la derecha.
Besos
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