jueves, 16 de diciembre de 2010

La dialéctica del gazpacho




Una de las consecuencias de la metriocracia es la consiguiente victoria de la lógica erróneamente formulada sobre la correcta (entiéndase formalmente correcta, que la verdad es otra cosa), en tanto que su comprensión implique un cierto grado de excelencia. Y el consenso general prefiere una versión más amena (o incluso ingeniosa, pero desde la estética) antes que abrazar posturas que se salgan de la media, aunque apunten mejores maneras. Ha llegado la tiranía de los metiócratas, donde lo visceral triunfa sobre lo racional (y esto representa el triunfo de las vanguardias históricas- todo empieza como una liberación, y acaba en tiranía).

Curioso, cómo ha degenerado también el sueño de la Ilustración. El hombre libre prefiere ser un imbécil cuya libertad, falsa, engañe a todos, con él incluido, siempre que la apariencia calme su terror ante la muerte por una suerte de sublimación delirante de la propia personalidad, que no es capaz de realizar nada y ve, sin embargo, toda la potencialidad del genio en esa inactividad (“mientras no se demuestre lo contrario...”). Por eso el arte es hoy más que nunca una impostura sin objeto. Y la filosofía, y la política.

Esto, que puede parecer trivial para algunos (o arrogante para la mayoría, como no podía ser de otra forma), ilustra a la perfección la tendencia vigente: una sociedad de estetócratas y metiócratas no puede sobrevivir ni por sí misma, ni mucho menos en solidaridad con otras sociedades que sí tienen en cuenta el momento histórico, la realidad y ejercen un pragmatismo responsable (para sus propios intereses, por supuesto).

Mientras aquí se prefieran los gazpachos multidisciplinares como forma de autopromoción, quedando en segundo plano la coherencia interna, la lógica formal y la veracidad de lo que se razona (más el abrazo nihilista al fraude retórico que demuestra que el estilo soviético ha triunfado), como forma de engaño general (y autoengaño, en particular), todo irá necesariamente a peor.

Hay tanta vanidad y tan pocos méritos, que esta sociedad se está autofagocitando mediante sus propios mitos: se niega la vitalidad, cediendo su lugar a fantasías publicitarias, cinematográficas e incluso literarias. El hombre occidental ya no se conforma con ir al cine; desea ese mundo en su realidad. De ahí la trascendencia de lo cotidiano, la sublimación de la circunstancia, todo engrandecido con los tintes masivamente aceptados de la autoconsideración dramática, tan ridícula y patética. Los trabajadores explotados quieren ser vistos como profesionales neuróticos al estilo de Ally McBeal, y se lo acaban creyendo: se disfrazan del personaje y hacen al papel a la perfección... pero cobrando una mierda, y siendo en su mayoría unos completos inútiles en sus respectivos campos.

Tanta ficción chirría, tanto como la crisis actual, que es sólo una consecuencia de la podredumbre moral e intelectual del metiócrata europeo. Las condiciones del Tratado de Maastrich abrieron la puerta al fraude empresarial institucionalizado en los Estados. Inflación, crecimiento interanual, deuda, fueron los índices elegidos por los metiócratas de Europa para calificar algo tan heterodoxo y complejo como es la economía de un país. Fue una chapuza total, como se ha demostrado ahora. Ni la economía de España valía una puta mierda, ni lo valía prácticamente ninguna de Europa, visto lo visto. Pero los numeritos del Tratado, esos sí que cuadraban. Y todos los gilipollas de entonces los miran ahora sin entender qué coño ha pasado.

Sencillamente, los gobiernos se engañaron a sí mismos creyendo que todo podía ser tan sencillo y tan matemáticamente medible; luego los gobiernos engañaron a los organismos europeos maquillando los datos de su economía para ajustarse a las condiciones; después los gobiernos se engañaron a sí mismos y a sus ciudadanos con su triunfalismo sin fundamento, y al final hasta el ciudadano medio era feliz sentado sobre su propia bomba con temporizador, bajo condiciones salariales inadmisibles, con la vida hipotecada a cambio de una vivienda que no valía ni la cuarta parte de su precio, y permitiendo que ciertos derechos hayan sido recortados paulatinamente con una sonrisa de pequeño-burgués en la boca. Y estos ciudadanos, de quienes lo mejor que podría decirse es que fueron unos cándidos inconscientes (lo peor me lo guardo), son paradójicamente los más soberbios, desde sus jaulas unipersonales de mierda y mentiras.

La mentira, el fraude dialéctico, la vanidad y la estupidez “quinomórfica” han dado forma a esta nueva realidad, que es un delirio colectivo donde los tontos mandan. Hoy es preferible morirse de hambre a aceptar la excelencia de nadie, y en eso estamos: seremos unos pordioseros vanidosos y sonrientes para cuando la realidad llegue en forma de hundimiento político total, y optaremos por no creer de nuevo lo que se presenta ante nuestro ojos, sumergidos en nuestros sueños de miras tan cortas...


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martes, 14 de diciembre de 2010

Hormigalas

En la senda,
una guerra.

La sombra del águila
dibuja espirales
con caricias de pluma por la arena.

Y en sus olas
cabalga el destello de la espada,
curvándose a su paso las cadenas.

Pero nadie repara
en el instante eterno
de la hormiga,

que sueña con blandir
el chispeo de sus alas...

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