jueves, 25 de junio de 2009

U-Bets under construction


Nuestra cantante se fue, no voy a explicar los motivos; sólo diré que aquí el trabajo, la seriedad y la profesionalidad son indispensables, por encima de todo talento innato.

Vaya con los cantantes... No me voy a despachar con un tema tan trillado en este blog. Lo doy por sobreentendido. He contactado con un montón, pero de ellos sólo uno vino al local, lo que, visto el panorama, ya es un logro; ni que decir tiene, no se había mirado las canciones, eso ya es mucho pedir. Escuchar y leer (me refiero a un simple párrafo) son actividades cada vez más costosas en un mundo donde la inteligencia y las sutilezas se consideran rasgos excesivamente “sofisticados”. El caso es que no nos convenció a ninguno. Hay que añadir los tres o cuatro iluminados que siempre surgen cuando buscas gente (por suerte los reconozco enseguida al primer mail), un italiano que no vino y ni avisó, y trescientos mil contactos que ni responden para decir que no a la propuesta (cosa que suelo agradecer, pues así cerramos posibilidades, además de ser un signo de madurez y profesionalidad el agradecer la confianza puesta con la debida honestidad). Está claro que el auto-marketing, tan de moda (siempre articulando el desprecio como medio para revalorizarse positivamente), se antepone a la actividad que se supone que publicita: ante todo, hay que hacerse de rogar para sentirse valioso (y hay lanchas hinchables infantiles con unos pabellones enormes y altos que se ven desde varias millas de distancia). Muy bien. Pretty fine. Sehr gut. Ochin jarashó. Pues fuera quedan, con su valor mercantil intacto.

Visto el panorama, los U-Bets nos metemos a grabar el mini-ep solos y la voz será grabada por varias voces profesionales (contactos que nos va a proporcionar el gran Yuyu) para las sesiones. Ahí os quedáis, artistas de pacotilla (y que os den, saludablemente, eso sí).

Paul, nuestro batera, regresa a Nueva York, así que, hasta que no encontremos el batería adecuado, tras los parches tendremos también un mercenario. Esto es lo que hay. Pasamos de perseguir a tanto artista con tanto pájaro en la cabeza sin saber siquiera si vale lo que tiene que valer. El que juegue a eso, ya sabe lo que va a conseguir con nosotros. Hablan y hablan y especulan y especulan consigo mismos, pero nunca llegan a donde se demuestra lo que realmente hay, ese lugar llamado local de ensayo; en lugar de eso, se pierden por las múltiples aceras de los subterfugios y los circunloquios.

Ahora, mientras preparamos el estudio, toco con los Rolling Stones (mp3 metido por mesa), y estoy la mar de a gusto, la verdad, estudiando el ritmo de shuffle, que nunca está de más (sin embargo, esos cabrones grabaron discos y singles sin afinar con diapasón, o sea, te encuentras temas que están en un tono perdido entre La y La#, una putada que me obliga a, o bien afinar la guitarra para cada tema, o pasar y darle al siguiente, a ver si hay suerte y afinaron en estándar).

Pero qué grandes, y cuántos tan pequeños pretendiendo gritar tan alto...

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La esponja y la ballesta

Me empuñas con la piel de bruma de las piernas,
y te palpita la fibra del vientre,
los filamentos de la carne,
los dibujos de los músculos tensados;

tu sudor se hace de viento en tu garganta
cuando ahoga los gemidos del trenzado de los miembros,
y tus labios se mecen entreabiertos sonámbulos de danza,
allí donde el esfuerzo es el arrojo del silencio.

Porque en silencio te estiras y te pliegas,
te agarras y me sueltas,
te haces guante de mi piel
con el arrojo de una y cada una de tus células;

y, en silencio,
oscilan inercias de ballesta
y obediencias de esponja empapadas en mar;
allí, cuando tus ojos entonan
su gravedad oscura de astro,
y tu cuerpo se cubre de mosaicos de agua,
gotas que saben a sal.

Pero seguimos, bailamos,
te tensas con los brazos por mi espalda
y te exhalas, toda una rosa, por tu cuello,
con tus piernas en ballesta.

Y cuando ballesta y saeta son una y sólo una fricción,
se dilatan todos los labios,
se endurecen todas las lenguas,
listos para desgarrar el cielo
de un disparo de voz...

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lunes, 22 de junio de 2009

La opresión que subvenciona, y el delirio


Hace ahora un año que fui a ver una obra musical de teatro del grupo Atalaya (curioso que se llamen igual que la revista de los testigos de Jehová) en el patio de la Diputación. Representaban un musical titulado “la ópera de los cinco centavos” (no recuerdo si eran cinco, tres ó 3.1416). Recuerdo que hasta la mitad de la representación todo iba bien, el argumento se desarrollaba con ritmo y las partes musicales estaban bien puestas, sin excesos ni carencias; sin embargo, de ahí en adelante empezaron los problemas. Y es que si a un grupo de actores le das la oportunidad de descubrir la expresión mediante el canto (y si no hay un director no-actor con cuyo látigo aplaque los ataques agudos de ego auto-fascinado que suelen sufrir a la mínima de cambio), la cosa se puede ir de madre, como ocurrió. De pronto, el argumento dejó de tener peso, se ralentizó hasta casi la detención total, y las partes cantadas se hicieron eternas. Como músico, sé que puedes estar arriba sintiendo maravillosas cosquillas y escalofríos durante horas, sin que ello implique que los de abajo las sientan también, cosa que sólo la experiencia y los tomates te enseña.

Los actores, tan dados a la autocomplacencia, estaban enervados por la experiencia musical, nueva para ellos, olvidándose por completo de que abajo había un público que quería algo más que contemplar la epifanía que creían estar representando, dilatada en dos horas más, en las que no paraban de cantar; y no era una obra de Bob Fosse, precisamente, con su consecuente calidad compositiva, no.

Para colmo de males, al final, la obra desembocó en el delirio total. De pronto, un villano mafioso, asesino y proxeneta (uno de los protagonistas) se convierte en un héroe que se presenta como víctima de la injusticia social, y la sociedad queda declarada culpable de todas sus desgracias, delitos, asesinatos, etc. (todo esto enmarcado en conocidas reivindicaciones feministas, a pesar de la incongruencia inherente: si los nabo-pensantes consideran que “todas las mujeres son unas zorras”, en lugar de rebatirlo como es debido, se sublima el concepto “zorra” y se dejan intactos los roles tradicionales de “mujer-sumisa flipa con bandolero-héroe”, es decir, la agresividad masculina como elemento de encanto y como señal de una nobleza oculta por descubrir, puesto que enfrentarse a la sociedad, aunque sea mediante el delito, se considera un rasgo de nobleza cheguevárica). El mensaje “revolucionario” que no falte en el orden del día (aunque sea de chichinabo). Olvidan que tanto el Che como Fidel Castro eran burgueses de familia acomodada que tuvieron por tanto acceso a los estudios universitarios, nada que ver con un ratero.

No sé si habéis visto películas dirigidas por Kevin Costner, pero al final suelen acabar delirando tanto los argumentos como los personajes en una especie de mal sueño de cerebro hervido. Recuerdo una sobre un campo de béisbol cuya segunda mitad, simplemente, era un argumento más que suficiente para que internaran en un psiquiátrico al autor de semejante ataque patogénico. En el caso de esta obra, la evolución era similar conforme avanzaba: pasaba de un buen arranque, para ir gradualmente iluminándose con las luces de neón de la paranoia alucinatoria desembocando en la sorprendente reivindicación arriba indicada. Y es que los machotes tipo Curro Jiménez están de moda, cogidos de la mano de este vomitivo hispanic-revival que, al parecer, consiste en reclamar la excelencia de todos los mitos machistas del cabestro español: apoplejía edípica, la polla y sus virtudes como elemento andro-representativo, el recurso a la violencia como salvaguarda de una homosexualidad mal llevada (tocar a otro hombre en todo momento, aunque sea con los puños) y, por supuesto, el latrocino pícaro como habilidad social, elemento tan idiosincrásico de la sociedad sevillana.

La verdad es que choca que un grupo de teatro pinte a la sociedad de ese color mientras un organismo público como la Diputación les pasa el cheque para que puedan mantener un cotarro que no suelen ser capaces de hacer sobrevivir si ello dependiera sólo del público (ergo de su capacidad de convocatoria). Sin embargo, la sociedad tiene que ser injusta, opresora, tiránica, etc. porque ellos tienen que ser rebeldes, revolucionarios, antisistema, etc. por un motivo meramente ornamental: a la vanidad le complace ser muy radical, en el sentido en que la vanidad se alimenta mediante el desprecio de lo que se le ofrece (“nada es lo suficientemente bueno para mí”).

La sociedad actual es muy criticable, pero una buena crítica implica aplicar algo de esfuerzo analítico y tiempo para desarrollarlo. Las consignas y motivos revolucionarios tradicionales ya están hechos, y resulta más fácil recurrir a ellos como elementos que ya forman parte del acerbo socio-cultural occidental (al estar plenamente integrados, pierden su carácter revolucionario en beneficio de otro meramente decorativo que identifica a quien lo usa de una manera análoga a como lo haría una prenda de vestir). Es decir, hace que quienes no tienen ideas propias se pongan un uniforme que sólo es crítico en una perspectiva histórica involutiva; se lo ponen aunque el fenómeno en sí sea necesariamente estéril en este momento histórico. ¿Desean cambiar las cosas, o tan sólo militar en el mundo de las personas buenas, guapas e inteligentes de la izquierda? Porque denunciar la censura estatal en un país en que la censura ya no se ejerce a ese nivel es un anacronismo; tener que pensar en el control privado de los medios de comunicación como nueva forma de censura implicaría pensar demasiado, y es preferible adscribirse a la denuncia que tenía correlato histórico en un franquismo que, lo siento muchachos, ya no existe. En la obra de teatro condenan a muerte al villano, y todos se indignan por la injusticia de semejante acto. Bueno, muy bonito, sí, pero siento comunicarles también que no hay pena de muerte en Europa. Y así todo. Los universitarios hacen pelis, obras, donde los malvados profesores coartan la creatividad de los estudiantes; pero las pelis en sí están hechas con la ayuda material de sus respectivas universidades, ¿qué coño pretenden denunciar si ese mundo que denuncian no existe? Esas injusticias pasaban en el franquismo. Ahora no entran los grises en las facultades. Esta tendencia parece una corriente estilística heredera de una vasta tradición, pero con los ojos tapados frente a la realidad. Ha nacido la literatura de ciencia-social-ficción, señores.


Y, curioso, salen por la puerta grande con más pasta en sus cuentas bancarias que antes, gracias a la sociedad opresora que pretende coartar sus peligrosas intenciones de ruptura...

El narcisismo imbécil es sorprendente en sus imprevisibles formas y fenómenos...

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martes, 16 de junio de 2009

Tecnócratas y sus pajas



He conocido a muchísimos tecnócratas a lo largo de mi vida; es más, son una plaga. Ya sabéis, esos que consideran que debería haber una criba para los candidatos a puestos y cargos públicos políticos, de manera que sólo la gente debidamente preparada pudiera acceder a los mismos. Incluso llegué a oír ideas similares para conceder el derecho a voto: que sólo los debidamente preparados pudieran ejercerlo. Siempre me he preguntado quién sería el que estableciese los perfiles idóneos. Al parecer, estos tíos, tan listos que siempre están alertas y miran con escepticismo todo lo que les rodea, no se sienten amenazados ante la posibilidad de que “vaya usted a saber” qué manos deciden qué criterios para hacer el censo y formar la nueva clase política. Crear, en nombre de la justicia social, una clase privilegiada que no tiene que responder ante nadie no les genera desconfianza alguna. Quedaron contentos con no ir a la Expo, dudar de la existencia del Holocausto, de la llegada a la Luna, etc. (o sea, formas vanidosas de autoglorificación mediante una imbecilización gradual del individuo, que se refuerza y consolida mediante la seducción de otros individuos, profundamente estúpidos, al quedar los sujetos fascinados por el abismo donde-todo-es-posible de una mente cuyo discurrir no responde a lo necesario). En resumen, que lo importante es hablar muy alto e impresionar, mediante el vacío formidable de la cretinidad, a alguna niña bien vestida y sin cerebro (de otra forma la seducción no podría suceder), para darse satisfacción a sí mismos. Todo es un juego de escaparate y decoración en este mundo de todo lo posible lleno de patitos rosas y buenas intenciones verbales (y orales).

De todas formas, esta no es una idea para nada nueva (ni los que la defienden: tontos ha habido siempre). El gobierno de los mejores (el sentido primigenio de la palabra “aristocracia”) ya lo señaló Platón, para quien los filósofos deberían ejercer el gobierno de los estados; obviamente, el Tirano de Siracusa lo vendió como esclavo cuando empezó a intentar llevar a la práctica sus teorías, pero nadie ha parecido entender a fondo el sentido de este acontecimiento excepto él, que no volvió a plantearse semejante propósito nunca más. Las Vanguardias Históricas promulgaban el Arte Total, o sea, el pleno dominio de los artistas en todas las esferas como una clase visionaria. ¿Y qué decir de la Santa Iglesia Católica? Si por ellos fuera, volvería el poder absoluto de los constructores de puentes. En cualquier caso, y más en el mundo majadero de la autosublimación inmotivada (o sea, posmoderno), un futbolista afirmaría sin complejos que un delantero sería un buen presidente del gobierno. A igual a A. La fácil lógica del espejo para agradar la simpleza de los memos.

En cualquier caso, estos tecnócratas de tres al cuarto que van de revolucionarios, cuando se les pregunta por el criterio a seguir para distinguir a los privilegiados, siempre se van en primer término, qué curioso, a los criterios más académicos. Choca que ninguno de los tecnócratas que he conocido haya terminado (algunos ni empezado siquiera) una carrera universitaria: quedarían, en su maravilloso mundo aristocrático, inhabilitados para votar o ejercer cargo público alguno. Es en ese momento cuando se paran a pensar (gesto plausible) y matizan: habría que hacer una serie de tests (los que ellos pudieran pasar, claro) y, si los candidatos respondieran adecuadamente, darles la patente de corso política.

Los tecnócratas forman pequeñas sociedades de genios enfadados que en sus reuniones de café se lamentan de lo mal que va el mundo y muestran sus fórmulas mágicas que resolverían todos los problemas si se les escuchara. Microsociedades de estas, formadas por una autoerigida “élite de la sociedad”, he conocido cientos, miles. Una proporción tan alta no puede ser una élite, sino una pequeña mayoría, como mínimo. Vamos, que para proclamarse elitistas parece que no se han aprendido la premisa principal que define el término: la minoría, la excelencia y la exclusividad (cualidades que nadie regala, al igual que los buenos expedientes académicos no llueven del cielo, sino de los codos de cada uno). Claro que cada minisociedad elitista considera que ellos tienen razón, y los de las otras miles de minisociedades sitas en las mesas contiguas de las terrazas, no.

Técnicamente hablando, si bien es difícil decidir quién es élite y quien no, reconocer a un gilipollas, término menos glamouroso pero menos contradictorio con la realidad también, es tarea sencilla. Yo los mandaría a un campo de trabajo maoísta para que los reeducaran pero, claro, por eso no me considero la persona más adecuada para gobernar. Yo sí lo sé. ¿Cuándo lo sabrán ellos? Para saber algunas cosas, hay que ser capaz de saberlas...

Los tecnócratas se pajean alardeando de su idiocia. Bueno, eso es mejor que muchas otras cosas; les podría dar por hacer algo productivo, a saber qué despropósitos, no gracias.

En un mundo donde ser un imbécil se premia, resultaría peligroso, hey. Mejor dejarlos dudando de si hay realmente cambio climático y apareándose con sus homólogos.

Que se pajeen a gusto y de manera estéril, por favor...

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viernes, 12 de junio de 2009

Ventisca de siesta

Como una sábana de seda hecha de aire,
me arrebata la marea de un viento un escalofrío.

¿Qué cielo de noche susurra el techo hecho de sombra
bajo el sol que hierve de luz?

¿Una esperanza de lluvia y estrellas polares de frío?

No lo sé,
pero el escalofrío me abandona,
siempre mirando hacia arriba...

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miércoles, 10 de junio de 2009

Agua

Podría enzarzarme en palabras de odio
encadenadas como redes de pescar;

sin embargo, todo se resume así:
plantas pintadas de verde
que no tienen raíces.

No de las que dan color,
identidad, argumentos para la fiereza,
sino de aquellas que, en soledad,
te entregan el agua filtrada por las nubes y la tierra…




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martes, 9 de junio de 2009

El suicidador de Cioran


Me viene a la cabeza la idea de un relato sobre un “suicidador” de artistas atormentados por el dolor, el hastío y la sensación de futilidad de la existencia. Y todo es porque me enteré hace poco de que grupos como Coldplay o Radiohead siguen tocando, sí, y además las mismas canciones de dolor y sufrimiento. Le dije a quien me lo confirmó que eran unos farsantes, que lo lógico, si sus sentimientos hubieran sido esos que plasman en sus canciones, sería que se hubieran suicidado hace ya años, y que, por lo tanto, todo era una pose, aburrida, además, ideada para mojar bragas de niñas neurótico-depresivas.

De ahí me vino todo: un suicidador que se encargara de corregir sus debilidades acabando lo que ellos casi habían completado. Pero, ¿por qué limitarnos al estúpido, pretencioso y superficial mundo del pop y del rock? Hay grandes candidatos en otras áreas cuyo “suicidio” pasivo resultaría mucho más interesante de imaginar. En el mundo de la poesía el suicidador se nos acabaría poniendo en huelga, de eso no hay duda, pero Cioran, por ejemplo, mi filósofo-poeta favorito (¿se le podría llamar “estetósofo”?), es un candidato ejemplar, a pesar de que me resultaría difícil elegir el momento y, por lo tanto, renunciar a sus libros posteriores a mi intervención a través del suicidador. Pero bueno, esto es ficción, qué coño.

Corre el año de 1950. Cioran está en su apartamento en París. Acaba de desayunar dos rebanadas gruesas de pan de hogaza con mantequilla y mermelada, sin tostar. Prueba el café. Está bueno pero le jode una fina corriente de aire frío que se cuela por la rendija de la ventana. Deja la taza sobre la mesa y mira al cielo a través del cristal. Llaman a la puerta.

- ¿Quién es?- dice Cioran.
- Somos del sindicato de escritores.
- ¿Sindicato de escritores? Pero- dijo mientras retiraba los cerrojos de la puerta y la abría- ¿es una broma? No conozco ningún sindicato con ese nombre, excepto el de Breton, je, je, jeee…

Ante él se presentaban dos tipos con trajes oscuros y sombreros. Tenían un gesto de seriedad inquebrantable, y ni la broma sobre Bretón pareció afectarles en absoluto. Tras unos segundos de silencio, se presentaron.

- Verá- empezó el de la izquierda- no es un sindicato en el sentido estricto, pero respondemos a necesidades que existen en el ámbito de los escritores como un conjunto.
- Ya, ¿y a quiénes representan ustedes?
- Representamos al Consejo de Observadores Atentos y Críticos de la Evolución del Conjunto de las Artes, el COACECA. Ellos nos han enviado. Son, en su mayoría, millonarios excéntricos, ermitaños, algunos psicópatas en tratamiento y gente, en general, que dispone de todo el tiempo del mundo para dedicarse en exclusiva a la observación crítica de los sucesos artísticos.
- Bueno, el COACECA no lo he oído nombrar en mi vida.
- Ninguno de los sujetos a quienes visitamos lo conocen-dijo el de la derecha- Sólo lo saben los que están en la misma situación que usted ahora.
- Es decir, ¿hay más como yo?

Ambos visitantes se quedaron callados unos segundos.

- De manera simultánea, no- dijo, por fin, el de la izquierda.
- No lo entiendo.
- Mire- le explicó- en realidad, si usted nos diera cinco minutos le aclararíamos esta cuestión con todos los detalles. Sólo le pido cinco minutos en la tranquilidad de su despacho, y le prometo que nos marcharemos una vez cumplido el cometido.
- Bueno, pasen. La casa está bastante desordenada, pero nos arreglaremos.

Pasaron a su despacho, lleno de estanterías y cajas de libros apiladas en todos lados. Su mesa estaba llena de papeles desordenados y libros abiertos o marcados.

- Siéntense, por favor- les dijo Cioran.

Se sentaron en dos sillones de piel, llenos de páginas sueltas.

- ¿Y bien?
- Los del Consejo- empezó el de la derecha- han estado observando su trayectoria, y creen que hay detalles que precisan ser terminados para que su omisión no degrade por completo el significado de su obra.
- Ya, bueno, ¿a qué se refieren? ¿hay temas que a su juicio haya ignorado?
- Se trata más bien- comenzó el de la izquierda- de lo que ellos llaman “la búsqueda de la congruencia sujeto-objeto”. Verá, querido amigo, el factor humano es importante. Si quiere que sus obras pervivan tiene que contar con ese factor. Y a los humanos les complace mucho descubrir una total identificación entre el escritor y la persona que hay detrás. Una incongruencia de ese tipo les resulta intolerable per se.
- Ya, bueno, je, je, y ustedes me traen la receta, ¿no?
- Efectivamente- respondió el de la derecha- Es muy sencillo y, como verá, no sobrepasaremos el caro límite de los cinco minutos que nos ha concedido.
- Usted- continuó el de la izquierda- siente una total fascinación por el absoluto, el instante eterno y, por lo tanto, la muerte como superación del tiempo.
- Es un resumen grosero y muy discutible…- dijo Cioran, mientras observaba una mancha de su camisa.
- Pero es cierto- dijo tajante el de la derecha- Y no obstante, ha vivido usted ya demasiados años para que esa fascinación sea creíble.
- ¿Cómo?
- Que lo lógico sería que usted se suicidara lo antes posible-contestó el de la izquierda.
- Ya; esa es la opinión del Consejo, ¿no?
- Así es.
- ¡Esa panda de flipados lameculos creen que por leer mucho pueden ni siquiera tener un mínimo atisbo de lo que pasa por la cabeza de alguien que emite juicios, y no comentarios sobre…

Cioran se detuvo porque el de la derecha había sacado un revolver y le apuntaba con él en la cabeza.

- Sería una LÁSTIMA que toda su vida y su saber cayeran en el descrédito, ¿no cree? Para eso estamos nosotros aquí: para suplir, con honrosa piedad, su falta de voluntad o su miedo para cerrar el círculo perfecto que hasta ahora ha trazado usted a lo largo de su admirable vida.
- Pero, ¿está loco?
- No- dijo el de la izquierda, que ahora le apuntaba con otro revolver al pecho- tiene CONCIENCIA, ¿comprende? ¡Este momento mágico en que salvaremos y aseguraremos la corona de oro para otro grande de las letras quedará grabado en nuestros corazones para siempre! ¡Le admiramos, Emil Michel Cioran, y siempre afirmaré con orgullo que fui yo quien lo suicidó en acto de defensa!
- Pero, ¡qué es esto! ¿Están locos? ¡¡Noo!!

Sonaron hasta cuatro disparos. Los visitantes bajaron las escaleras y se montaron en su coche.

- Estoy un poco aburrido ya de este trabajo.
- Sí, y el protocolo elegido es una mierda.
- Tú eras becario, ¿no?
- Sí, claro, ¿y tú?
- Oposiciones.
- Vaya, felicidades…




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lunes, 8 de junio de 2009

Café, un estadísticamente-cabrón, y cigarrillos



Allí estaba Uli, por voluntad propia, en un nuevo intento. Esta vez se sentó en una mesa del Hefestos, de las de fuera, para mirar. Pronto, sin embargo, lo rodearon en la mesa un grupo de amigos que habían llegado allí puntuales. Hubo saludos, palmadas en el hombro, gestos, preguntas y respuestas. Y pidieron café. Era lo propio a las seis de la tarde, en esa tarde de sol de verano-infante. Eso está bien- se dijo-, es lo que se supone que debo hacer a continuación: socializarme. Así que ahí estaba, sentado con todos, dispuesto a charlar.

- El fin de semana- comenzó Beatriz, administrativa en una consejería- alquilamos Rober y yo una casa rural en la Sierra Norte que te cagas. Os la recomiendo, además…
- Se come de puta madre, ¿no?- la interrumpió Uli con tono de monotonía y aburrimiento.
- Sí, bueno, a eso iba, sí…

Todos se quedaron callados.

- Me ha venido muy bien- continuó ella, tras un fugaz resoplido lanzado “de soslayo”- llevaba una época muy agobiada y…
- Ya- dijo Uli- el trabajo y la crisis y el agobio de las compras, sí.
- Pero tío, ¿me quieres dejar hablar?- le dijo ella, ya enfadada.
- Si es que me imagino el resto: una enumeración de gastos encantadores. Dime, ¿después de pagar tres veces el valor de un montón de vistosas y sazonadas palas de colesterol con denominación de origen, comprar nuevas muestras del poder de la artesanía textil y pagar una paja virtual en forma de chorro de spa y masaje “anti-estrés” posterior, no se te ha puesto en huelga el cerebro?
- Vete a tomar por culo, sigues igual que siempre. Estabas mejor cuando bebías y casi no podías ni hablar.
- Ah, esa visceralidad femenina que salpica sangre... Pero es que, ¿de qué estás agobiada tú? Trabajas media jornada, estás todo el resto del día comprando trapos para calmar la “ansiedad” que te provoca tener asegurados para el resto de tu vida 1500 euros mensuales, vives en permanente crisis personal y vas a cursos y a especialistas, y no lees ni un solo libro que no contenga polvos, intrigas y asesinatos (literatura clásica, vamos, pero parodiada por pajos que sueñan con tener una lengua de vaca para poder lamerse a sí mismos la cara y el flequillo), no mueves un dedo por nadie porque te desmayas sólo con las malas noticias, y lo peor es que te crees especial por eso. Lo especial es un fenómeno estadístico según el cual, algo o alguien tienen una o unas cualidades estadísticamente poco frecuentes. Y tu subespecie de depresión de Click de Famobil es una pose vulgarmente utilizada por todo quisqui para no pasar ni un sólo rato a solas consigo mismo. Y vienes aquí a aburrirme contándome la misma historia que oigo a los memos de mi trabajo en los desayunos (por eso desayuno solo) lunes tras lunes: “hemos ido a tal, nos ha costado tal, luego comimos en tal, después compramos tal, y luego fuimos a ver unas tiendas que habían abierto en tal, y la verdad es que estoy reventado del fin de semana”. Mira, te seré sincero. Te voy a hablar de tus crisis y, como sólo las he conocido a través de ellas, hablaré de mujeres, es decir, de todas y cada una de mis novias, en concreto. De los hombres no lo sé, porque en general fingimos ser más indolentes y estos sentimientos, si existen, no se suelen confesar así como así ni entre amigos. Quiero decir que posiblemente estemos igual de tarados, pero parece que hay estilos para demostrarlo. El de las chicas de mi vida (TODAS sin excepción) era el siguiente: estar siempre en un momento crítico y decisivo de una larga crisis arrastrada desde siempre, pero con referencias recientes por economía verbal. Siempre estaban fatal. Demasiado tristes y hundidas en la miseria, apenas podían ni darse cuenta de mis manifestaciones de estupidez al estilo masculino, que, como el canto de un canario que desea hacerse notar, consistían en mamarme todo lo posible cada vez que salía y tirarme a todo lo que se meneara, siempre que ella no mirara. En cualquier caso, si me ponía enfermo y deseaba su compañía, anteponían siempre sus crisis existenciales a las mías (motivadas, por ejemplo, por discutir con su madre por haber comprado pescado congelado, y no fresco), y me tenía que joder. Luego, te las encuentras al cabo de años y siguen en un momento difícil, que achacan a su peculiar e infrecuente sensibilidad, y no pueden escuchar tu historia porque tras bombardearte con todos los detalles de su última desgracia (que, por ejemplo, no le hayan subido el sueldo de 1500 a 1700 euros y a un compañero sí), con los detalles de los consumibles, por supuesto, no queda tiempo más que para dos besos y largarse a toda prisa alegando que no tiene tiempo porque tiene que ir a ver unos muebles. Seguro que cuando, con ochenta años, les diagnostiquen cáncer llorarán porque ese momento no será tampoco bueno para morirse, puesto que estarán pasando por una etapa muy difícil y tendrán a tres especialistas intentando averiguar por qué no es feliz la pobre. Y es que ninguna de ellas podía relativizar. No tenían el referente contrario, el del miedo. Miedo a un motivo real. Yo he pasado hambre, he sufrido adicciones, mi vida ha estado en peligro, han muerto amigos míos, he conocido la realidad de la pobreza viviendo en otros países. Esto no es estadísticamente el mundo. Si un extraterrestre tuviera que recoger una muestra representativa de la humanidad, tomaría una familia miserable. Ese es el momento histórico. Ese es el estado del mundo. Esas otras crisis proceden precisamente de ignorar todo eso. Pero suelen estar demasiado agobiadas por empezar a informarse, o la magnitud del corpus de información que se les presenta les provoca ansiedad y lo abandonan. Yo creo que una persecución a pedradas a tiempo (sin dar en el blanco, sólo como didaxis del miedo) les hubiera ayudado a todas (a mí lo hizo repetidas veces en la infancia, dando en el blanco con frecuencia, etapa proclive e ideal para eso- los huesos son más flexibles). El caso es: ¿en qué mundo te crees que vives tú? ¿para qué usas tus ojos? ¿cómo se puede tirar lo que se ve a la basura? Dime, ¿cómo se hace? ¿Has pensado alguna vez en algo distinto de ti misma, tus ambiciones, tu vanidad y tus compras- aparte del sexo, claro? Vives en tu jardín de infancia creyéndote que es así la realidad, a pesar de todos tus viajes de verano y fin semana por todo el globo, adoleciendo de una profunda tristeza e insatisfacción. Qué decadencia… ¿me voy ya?
- No, quédate.
- ¿No me echáis aún?
- No, estás a punto de igualar tu record. Espera aunque sólo sean unos diez segundos- le dijo Alex, mirando el cronómetro.
- Pero así no vale…
- Espera un poco, ¡joder!
- ¿VES? Vives en el Media y crees que puedes manipular la realidad sólo para lograr una marca. ¡Así está todo, hecho con remiendos puestos por idiotas que ni siquiera se preguntan por qué cojones corren así, a toda prisa, y…



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viernes, 5 de junio de 2009

El espíritu de Jumping Jack Flash y las relaciones abiertas


Leo estaba en el Fun Club cuando empezó a notar los familiares primeros síntomas de una bajada de tensión. Corrió como pudo a la sala del fondo para sentarse en una silla, y llegó hasta ella justo cuando se le empezada a nublar la vista. Cayó sobre el respaldo como un trapo y se quedó sentado, con la cabeza entre las piernas, en medio de toda la gente. Entonces oyó una voz de chica que le hablaba.

- De qué vas, ¿de coca, pastis, speed?
- Porros- pudo articular sin apenas convicción.
- ¿Qué?
Leo tuvo que levantar la cabeza para contestar más alto.
- ¡Porros!
- Ah- dijo la chica. Leo se había sentado a su mesa sin darse cuenta. Vio que llevaba un top con la cara de Mickey Mouse estampada. Leo pudo ver que era guapa, pero no estaba en condiciones de preocuparse de nada más- ¿quieres que te traiga algo? ¿una cerveza?
- No creo que me siente bien- respondió, con la cabeza de nuevo entre las piernas.
- ¿Qué?
Suspiró con paciencia y volvió a erguirse.
- Creo que será mejor que tome una coca-cola- y volvió a la postura anterior.

La chica, muy amable, fue a por ella y se la trajo.

- Gracias- le dijo Leo, mientras bebía un buen trago. Sabía que las bebidas azucaradas eran lo mejor para recuperarse de estos chungos.
- ¿Eres de aquí?- preguntó ella.
- No- dijo- vivo aquí pero no soy de aquí. Sin embargo, casi prefiero contestarte que sí que soy de aquí. Lo otro supondría contarte mi vida, y me da bastante pereza ahora mismo.
- Yo soy de Madrid.
- Ajá...- dijo mientras seguía bebiendo el refresco. Ya notaba la recuperación y la observaba mejor. Joder, pensó, estaba buenísima.
- Sí, soy gogó en una discoteca de allí, ¿sabes?
- Ah... Vaya, un trabajo duro, ¿no?
- Bueno, a mí me encanta- y entonces le extendió la mano y se puso a acariciarle la cara- ¿te encuentras mejor?
- Sí- le dijo- ya se me está pasando.

“Si te hubiera cogido hace una semana”, se dijo para sí. Hacía apenas cinco días que había empezado una relación con una chica, estaba ilusionado y no tenía ganas de meter la pata, al menos tan pronto. Además, odiaba que las tías buenas que saben que están buenas consideraran siempre que cuatro gestos bien puestos implicaran necesariamente una reacción prevista por parte del hombre-capricho del día. Iba a pasar de ella.

- ¿Sabes?- le dijo- voy a liarme un porro ahora mismo, me apetece.
- ¿No te sentará mal?
- Nunca sucede dos veces. ¿Qué te debo por el refresco?
- No te preocupes, te invito- y le volvió a acariciar la cara.

Entonces llegaron los colegas de Leo. Lo habían estado buscando. Él abandonó la mesa y se puso a charlar con ellos mientras se fumaba el porro. La chica se levantó, y se detuvo al pasar junto a él.

- Voy a bailar, ¿te vienes?- la cara de Mickey sonreía entre sus dos tetas tan bien puestas. Era alta, morena, llevaba unas mayas negras y tenía un culo perfecto.
- Quizá luego.

Le volvió a acariciar la cara mirándolo a los ojos y se fue. El resto de los colegas lo animaron para que fuera con ella, pero no hubo manera. Para ellos se trataba de un escándalo intolerable.

(...)


Habían pasado un par de semanas y la cosa se había enfriado en algunos aspectos; es decir, Leo y Cristina habían entablado una relación abierta donde toda infidelidad cabía, excepto una: la prioridad.

- A mí no me importa que hagas lo que quieras cuando no estés conmigo- le decía Cristina- pero ni se te ocurra dejar de verme por ver a otra. Cuando te necesite, tienes que darme prioridad absoluta.

Leo nunca se creía esas cosas. No era la primera vez que una chica le venía con “modernidades” de ese tipo para luego, cuando sucedían los hechos, cabrearse con argumentos tradicionales. A los 21 años se aspira a ser un panfleto andante, pero no se tiene ni idea de la persona que hay debajo de los signos de identidad y de las adscripciones tribales.

Leo se quedó un poco decepcionado y, sobre todo, arrepentido de no haber aprovechado la ocasión que tuvo a huevo con la gogó de Madrid, pero aún así le gustó ver que era capaz de controlar las situaciones y no reaccionar como un mamífero que sólo tiene instintos, y nada de voluntad. Al menos ahora sabía que no iba a dejar escapar otra ocasión como esa en el futuro, sin engañar a nadie, además. Bueno, en realidad, se juró a sí mismo no volver a cometer ese error.

Así que estaba de nuevo en el Fun, bailando, y se fijó en una chica muy guapa, Inma, que bailaba junto a ellos. Le gustó cómo se movía y miraba de soslayo, le pareció elegante y morboso al mismo tiempo. Así que al cabo de un rato se puso a hablar con ella y cuando fueron a pedirle un tema al Dj se enrollaron y pasaron así el resto del tiempo hasta que cerró el local.

(...)

Quedó con Inma en la facultad de filología un miércoles por la mañana. El bar daba a un patio abierto donde Leo solía pasar las horas con sus amigos, fumando porros como locos. Cuando la vio entrar se acercó a ella y estuvieron dándose la paliza hasta que ella se marchó a almorzar, pero algo se crujió dentro de Leo. Ya no le gustaba tanto, y ella se mostró preocupada por el consumo continuado de drogas que mantenía el recién conocido espécimen. Son las cosas de los flashes de fin de semana. Todo es más bonito bajo las luces de colores. Cuando ella salió por la puerta respiró aliviado y regresó con su grupo de amigos.

- Vaya- le dijo Miguel, un colega tres años mayor que él- ¿de donde has sacado a esa chavalita?
- La conocí el fin de semana.
- ¿Y la otra con quien te vi hace poco por aquí?
- Esa es Cristina, mi lo-que-sea. Salimos juntos, pero se permiten ciertas licencias.
- Ya- contestó con escepticismo.
- De verdad.
- Pues creo que le gustas a esa niña. Parece joven, ¿qué edad tiene?
- Dieciocho o diecinueve.
- Ay, Leo, te tengo calado, ¿sabes?
- Explícate mejor.
- Vas con tu cara de niño bueno y cada semana te veo con una tía distinta. Las embaucas con eso y luego las dejas tiradas. Te llevarás una lección, tarde o temprano. La pides a gritos.
- Te equivocas, las cosas están un poco complicadas últimamente, pero es por casualidad. Mi vida no suele ser de esta manera. Esto no forma parte de ningún programa ni nada de eso, no es voluntario ni premeditado. Está sucediendo así, se me mezclan las cosas. Ni yo mismo lo entiendo, pero estas situaciones no molan en absoluto, créeme, son un agobio.
- Bueno, tú mismo, yo no voy a sermonearte.
- Tranquilo, me las arreglaré.
- Ya, pero me dan pena esas niñas tan monas. Todas parecen buenas personas.
- Y lo son. Soy yo, que no sirvo para las relaciones.

Pasó un silencio.

- Está nublado y sopla el viento- dijo Leo- Me voy a fumar un porrazo ahora mismo. Todo es gas, Miguel. Humo, aire, viento, nubes y promesas.
- Yeah, in fact it’s a gas...
- Sí, en realidad es una pasada. I’m jumpin’ Jack Flash, it’s a gas, gas, gas…
- Toma, hazte uno de los míos.

(…)

Estaba por Triana, bastante puesto, y entró en el bar una chica que hacía algún tiempo lo había acusado de “autismo moral”. Estaba en la misma facultad, aunque un año por delante de Leo, y se llamaba Fanny. Una niña muy guapa. Cuando decidieron irse a la Alameda, se apuntó al viaje y, en el coche, sentada con Leo en el asiento de atrás, volvió a complicarse la cosa.

Entraron en el Fun y recorrieron toda la sala dándose la paliza y, una vez en el fondo, ella entró en el baño. Leo la esperaba cuando sintió que alguien le tocaba la espalda. Era Cristina.

- ¿Qué pasa, Leo? ¿Cómo estás?
- Vaya- contestó sobresaltado- ¿no me dijiste que no ibas a salir?
- Sí, pero me convencieron y vinimos aquí porque esperaba verte.
- Ya- dijo Leo, pensando que en cualquier momento saldría Fanny del baño- ¿puedes esperarme un momento, que entre en el baño a mear?- necesitaba un respiro, pensar algo.
- No, no te preocupes- le dijo, sujetándolo por el brazo porque iba lanzado a quitarse de en medio- si me voy ya.
- ¿No quieres quedarte conmigo?- le dijo, dispuesto a cumplir su promesa sobre las prioridades, besándole la mejilla.
- No; además, ya he visto que estás bastante “entretenido”...

Para cuando la otra salió, ya se había marchado Cristina y Leo se quedó un poco aplastado por la situación. Los amigos se limitaron a mirarlo desde lejos.

Quedó con Cristina al día siguiente. Salieron, follaron, todo ello sin mencionar el tema, como si no hubiera sucedido. Pero era un silencio demasiado artificial, y de ahí en adelante Cristina se mostró gradualmente más reacia a quedar con él, y las citas se hicieron cada vez menos frecuentes.

(...)

Durante las semanas siguientes quedó a veces con Inma, a veces con Cristina. Lo de Inma empezaba a resultarle agobiante, pues no le acababa de gustar lo suficiente como para implicarse en el tema todo lo que ella quería; además, ella no sabía nada de la existencia de Cristina, y contárselo era cada vez más difícil por el efecto bola de nieve: cuanto más esperas, más grande se hace la bola, y no dices nada, y crece y crece y crece conforme baja por la colina de las mentiras y las verdades a medias. Y a Cristina tampoco le contaba nada, puesto que comprendió que ella lo prefería así.

Era Viernes de Dolores y Leo había quedado para salir con su hermana mayor y sus amigos. Por lo general, siempre se entendía mejor con gente mayor que él y le gustaba quedar con ellos; además, esta vez saldría sin ningún compromiso, libre como un pájaro. Fueron a un concierto-homenaje a Tequila que estuvo bastante bien y, entre los amigos presentes, estaba una chica rubia con aspecto de quinceañera que ya había visto antes: en un bar, hacía meses, con uno de los amigos de su hermana, a quien tomó por una especie de buitre pederasta, al ver cómo se acercaba a aquella chavala aparentemente tan joven. Se enteró de que era mayor que él cuando se lo contó a su hermana. Las apariencias y tal.

Tras el concierto fueron a un bar donde se entretuvo con un montón de revistas “El Jueves” y “Vívora”, que había en una mesa a disposición de la clientela. Entre el alcohol, los porros y la coca, era fácil descojonarse de todo lo que ahí había, y se formó un corro alrededor que se partía de risa. Al fondo, desde lejos, Leo se dio cuenta de que la rubia miraba y miraba, y cuchicheaba con una de sus amigas. Le gustó cómo levantaba el brazo para apartarse el pelo, y como ya no era una niña, como había pensado hasta entonces, la empezó a mirar de otra forma. Entonces entró Fanny en el bar, una de esas terribles coincidencias, y se acercó a Leo, horrorizado de agobio. Estuvieron charlando durante un rato. Luego llegó el momento de cambiar de sitio.

- ¿No te importa que vaya con vosotros?- le dijo Fanny.
- No, claro- dijo Leo, incapaz de decir lo contrario- vente, no te preocupes.

Sin embargo, Leo decidió que no iba a suceder nada esta vez. No le gustó la mirada de carnero degollado que le había echado al llegar, y no quería dejar que la cosa se complicara aún más. Fanny se puso a charlar con la hermana de Leo y dos chicas mientras caminaban camino del XL, y Leo estaba unos metros más adelante, solo. Entonces la rubia se le puso al lado.

- ¿Qué estudias tú?
- Filología alemana.
- Yo he terminado Derecho y estoy liada con el Doctorado.

Fanny reapareció entonces y la conversación no pudo continuar. Leo estaba incómodo y empezó a resultar patente para todos. Ya en el XL, Fanny decidió irse, dadas las circunstancias.

- Me marcho, no estoy cómoda, ¿te vienes?
- No, estoy a gusto, prefiero quedarme. Había quedado para salir con mi hermana, ya sabes.
- No hay manera, ¿no?
- Supongo que no.
- ¿Me das un beso y me voy?
Leo le besó las mejillas.
- Me refería más bien a otro tipo de beso.
- Mejor no.

Funny se dio la vuelta y se fue, triste, y Leo la observó hasta que salió del bar, con tristeza también. Odiaba que estas cosas pasaran, pero no le dio tiempo a pensar más. La rubia se le acercó inmediatamente, aprovechando que estaba solo y apartado de los demás.

- Entonces... ¿tú qué estudiabas?
- Ya te lo he dicho, filología.
Se le acercó más y le puso el brazo sobre los hombros.
- ¿Tú qué estudiabas...?

Leo, que hasta entonces había permanecido sumido en la tristeza, los remordimientos y el arrepentimiento por lo que acababa de suceder, se dio cuenta de lo que le estaba pasando entonces. Sonrió con una malicia cuyo origen ignoraba, la tomó por la cintura con un brazo y la acercó para besarla. La chica se echó para atrás.

- Bueno, me voy- le dijo, pasado un largo silencio, ya sin comprender nada.

La rubia volvió a pegarse a él para evitarlo, y esta vez sí. Los demás, visto el panorama, se fueron y los dejaron solos en aquel bar, y al cabo de un rato se fueron a un hostal a terminar la faena.

- ¿Tienes novia?- le pregunto fríamente, después.
- Tengo una especie de lío.
- Yo no quiero novios- contestó ella- hay demasiada gente interesante en el mundo como para conformarse con probar sólo uno.
- Veo que nos entendemos.

Leo, sin embargo, no tenía unas ideas tan claras, tan programáticas, sobre el tema. Él se dejaba llevar por el viento y le echaba siempre la culpa a él. Sin embargo, su conducta parecía ir en la misma dirección, en la práctica. No estaba satisfecho en absoluto con su vida, pero sabía que tampoco lo estaría de estar en una situación estable. I can’t get no-satisfaction...

Por la mañana, se despidieron en la calle y Leo salió corriendo para llegar a tiempo a su cita con su hermana para marcharse a pasar la semana santa en la Sierra de Cazorla con otros amigos. Tenía la espalda llena de arañazos y tarareaba mentalmente “it’s a gas, gas, gas...” bajo un sol primaveral de ensueño.

- ¿Cómo se llamaba tu amiga?- le preguntó al subirse en el coche de su hermana.
- Elvira, capullo...- le contestó con paciencia.

(...)

Pasaron dos semanas, Leo cortó con Cristina, y se encontró con Elvira en el Fun. Estaban charlando los dos cuando apareció Inma por la espalda y le dio un beso de tornillo por sorpresa, delante de Elvira. Elvira se sintió violenta y se marchó. Leo se quedó callado y serio. Ella lo entendió todo.

- Espera un momento- le dijo a Inma, y salió tras Elvira.

Esta vez Elvira se lo llevó a casa de sus padres. Entraron a pie puntillas y subieron a la buhardilla... Cuando descansaban, Elvira no hacía más que preguntarle que quién era esa chica. Leo se lo contó todo. Ella estaba cabreada. Por las dos cosas, la conducta de la chica, y por repetir con él.

- Estoy enamorada de un tío, lo tenía a huevo anoche, y me fui contigo. No lo entiendo.
- ...
- No quiero ninguna relación seria, con él tampoco, pero ayer era el día...

Al día siguiente salieron de su casa, ya al mediodía, con la naturalidad con que saldrían si Leo fuera un amigo que la hubiera visitado por la mañana. Aún así, no se cruzaron con nadie...

(...)

Se siguieron viendo esporádicamente, en plan relación abierta, hasta que una compañera de piso de Elvira vio a Leo con otra chica por el centro, en un bar. La siquiente vez que quedaron, se enrollaron, se desnudaron, se metieron en la cama y, una vez allí, en el momento crucial, le preguntó por esa nueva chica.

- Sí, estuve con ella.
- ¿La vas a ver más?
- Creo que sí.
- Prefiero no seguir. Estoy hecha un lío y mis citas contigo me lían aún más.
- Sigues liada con el asunto de ese tío, ¿no?
- Tú lo has dicho. Y tú me desestabilizas aún más de lo que ya lo estoy.

A pesar de tratarse de una venganza afilada y fría, no pudo evitar servirle en bandeja un buen argumento para salir del paso. Cumplidos los deberes, se dispuso a vestirse.

- Pero no te vayas, ¿no?
- Lo siento, no podría dormir. Estaba predispuesto a otra cosa.

Ella lo acompañó a la puerta.

- Lo siento, de verdad, estoy hecha un lío.
- Y que lo digas- le dijo cruelmente.

Así que, de nuevo, una cosa es lo que se dice, y otra lo que se hace. La historia con Elvira acabó ahí. Una relación abierta, pero de esas en las que, en realidad, no hay más que pose, dolor, inseguridad y miedo. Justo de lo único que no se hablaba. Qué más daba, pensó.
But it’s all righ now, in fact it’s a gas. I’m Jumping Jack Flash, it’s a gas, gas, gas…

Con esa nueva chica Leo salió durante dos años. Fue un descanso. Pero siguió mintiendo todo el tiempo. Prefería la hipocresía tradicional a la moderna. Estaba mejor preparado para enfrentarse a ella, por el momento.

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miércoles, 3 de junio de 2009

La cápsula mágica de los dos botones

Recuerdo cuando todo estaba claro. Pero es un recuerdo falso, no todo lo estaba. Era quizás más simple, pero sólo quizás.

Existiendo la cocaína, el alcohol, las pastillas, los porros, los tripis, el speed, no podía comprender cómo a una persona, al llegar la primavera, le podía complacer una granizada de limón. Ni hablemos ya de la ilusión de la expectativa, eso era ya inconcebible. Ningún objeto material era interesante. Me importaban un carajo los zapatos, la ropa o los coches. Es decir, no me interesaban nada, no me atraían, no tenian nada que ofrecerme, los despreciaba. Nada salvo la noche y el fuego en cualquiera de sus formas. Ante cualquier cosa, anteponía la llama.
En general, nada era lo suficientemente dulce o salado o amargo. Nada era tan caliente como el sexo, nada tan frío como el vampirismo de los que viven sin sentimientos. A los dieciocho años tenía la sensación de que ya estaba harto de todo, como si hubiera nacido a la edad de 200; ya bastaba, todo sería siempre igual; había que empezar a pensar en un final brillante e intenso. Todo transcurría en la cabeza, que vagaba en una cápsula onírica donde se solapaban los falsos sentimientos artificiales hacia sustancias y personas que, tarde o temprano, serían desechadas como estampitas desgastadas. Una vez agotado este juego, aparte de la ruina humana que quedó como resto, ¿qué hacer? Bueno, la muerte ya la tengo, juguemos a vivir, a ver qué pasa.
Ahora, en cuanto a ilusiones, sólo me queda el mecanismo de la cápsula, y un sentimiento real.
Lo demás, se desvanece ante mis ojos como la nada que en realidad es. Es tranquilizante, esclarecedor.
La diferencia con respecto a antes es que ya no me importa. He dejado de ser un amoralista escandalizado permanentemente.
Resultó que el mecanismo, que fue la maldición, también era el don. Dos botones, simple, sencillo, infalible, con los dedos en perfecto estado, esperando a accionar la máquina sencilla que, sin embargo, resulta sorprendente.
Elegí el izquierdo. Por el amor propio y tal. Por ver qué pasa. En ello estamos. La muerte me sigue a todas partes como un testigo fiel que toma nota de todo. Estoy aquí.
Me aburres, muerte. Eres un premio ganado de antemano, una victoria amañada. Paso de tu rollo. Que te den. Procura ser puntual cuando exija tu trabajo sucio. Mientras tanto, disfruta de lo que ven mis ojos, si eres tan osada...
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