viernes, 9 de diciembre de 2011

El sarcasmo, la ironía y la mentira


Estaba en el fun cuando una mano le tocó violentamente en el hombro.

- Eh, tú, cacho de caradura, ¡eres un mentiroso!

Era una chica muy mona y morbosa que había conocido una semana antes. Esperaba para mear en un tugurio cuando la vio parada frente a él, apoyada en la pared, con un vestido rojo bien ceñido y unas buenas curvas. “¿A dónde vas, Caperucita?” le espetó. “Supongo que tú eres el lobo...”, respondió ella, a lo que él sólo replicó con un aullido. Muy simpática, se lo llevó a charlar sentados en un sofá. Fue una charla agradable, ella tenía 28 años, él 24. Al final, lo desenmascaró y lo consoló de sus dolores espirituales, pero sin sexo. Se marchó a su casa bastante decepcionado de sus malas artes dramáticas.

- ¿Mentiroso? ¿De qué hablas?- le respondió a gritos, pues la música hacía difícil hablar.
- ¡¡Me has puesto en ridículo!! Me dijiste que eras pintor y que exponías en galerías, y resulta que yo trabajo en eso, he preguntado por ti y nadie sabe nada, ¡¡eres un farsante!!

Se quedó flipado, no sólo no recordaba haber urdido semejante patraña, sino que no era propio de él inventar semejantes historias.

- ¿Estás segura? Yo no recuerdo haberte contado nada de eso, ¡ni mucho menos! Yo no soy pintor, nunca he expuesto, ¡estoy totalmente fuera de ese mundo!
- Lo hiciste, chaval, y me ha sentado fatal,  ¡creía que eras un buen tío!
- Es imposible, nunca me invento cosas ni voy de bribón, ¡tienes que haberme entendido mal!
- De eso nada, tío, que te den, ¡paso de creerme más mentiras!

Intentó darle vueltas a la cabeza, recordar lo sucedido. Ella parecía no mentir en absoluto, así que tuvo que haber dicho algo en el momento que diera lugar al malentendido. Era posible que ella le hubiera preguntado si era artista y él, en tono sarcástico, le hubiera respondido “sí, claro, las galerías se dan hostias por mí”, por ejemplo, era la única explicación.

- Es posible que te lo dijera en broma, pero que te lo creyeras y yo no me diera cuenta.
- Eso ya es rizar el rizo. Bueno, me marcho, me has decepcionado mucho, y todo el mundo se ha creído que soy idiota.
- Lo siento, nunca fue mi intención.
- Todos los tíos sois iguales...


(...)


- ¡Diga!
- Soy Javi, estoy en casa de unas amigas con el depravado..
- Ah, o sea, que dejamos la grabación para otro día.
- Mejor, estoy aquí apalancado.
- Bueno, ya  hablamos.
- Por cierto, ¡aquí una de ellas dice que trabajas en educación infantil y de animador sociocultural para niños!
- ¿Qué?- “no puede ser, otra vez”, se dijo.
- Dice que se lo dijiste tú hace años en una fiesta en su casa.
- Dile que me estaba quedando con ella, pero que no me di cuenta de que se lo creyó.
- Ok, ¡adiós!
- ¡Adiós!

No se acordaba ni por asomo, pero tampoco lo creerían si lo explicara mejor; más bien al contrario. No podía culpar a nadie de eso, ¿la vida? Un recurso estúpido. Pero tuvo que ser así, malentendido tras malentendido. La ironía y el sarcasmo se vengaban de él...


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