lunes, 30 de junio de 2014

A tiempo

La clarividencia es hermana de la duda. Es tan cristalina que no parece cierta, demasiado detallada, demasiado real para ser verosímil. Te dicta lo que hay, la escuchas, lo cuentas, llega el escándalo, la duda se presenta, pides disculpas y luego, cuando lo olvidas, todo se cumple como un reloj.

Sólo sirve para lamentar haber dudado en el momento preciso...

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Error




A veces la ayuda es imperdonable; el socorrido sólo sueña con verte en su situación, destruir toda tu estructura por la humillación de haberla necesitado y aceptado...

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domingo, 22 de junio de 2014

Rencor de pedal





De bajón. Luce el sol. Paseo a las seis de la tarde. La luz naranja y el viento cuando sopla te hacen cerrar los ojos. Los entreabro: desde la otra punta de la calle hay algo borroso que se dirige hacia mí con los brazos abiertos. Los abro del todo: está muy sonriente, llega hasta mi. Me abraza fuerte. Me dice "vas a algún sitio, ¿verdad?". Huele a alcohol, está completamente ciego. Le digo que sí. Me suelta, me saluda, casi se cae y continúa, ahora dando eses por la acera. Sigo mi camino. No, no sé quién es ese tío.

El bajón es periódico. Es sólo una reacción química. Forma parte del asunto: viene y va, cada vez más suavemente, hasta que un día se vaya para no regresar más. Todo es así: nuestros dramas y justificaciones y argumentaciones no son nada, sólo proceden de vulgares intercambios de electrones. Enlaces. Sinapsis. Periodicidades. La nada en el centro del remolino, exactamente igual que cuando tiras de la cadena del water.

Esta mañana no había café en casa. Era temprano, se podía aún ir a la alameda a desayunar sin que hubiera llegado la marabunta en pleno. Todo bien, una temperatura perfecta para las diez y media. Al llegar al bar con la bici reventé la rueda trasera al intentar hacer una gilipollez sobre el agujero de uno de los árboles. La aparqué fingiendo indiferencia por el percance ante los que lo habían visto todo. No había tomado ningún café aún. Luego agarré la bici y me fui andando a casa a a dejarla allí. Joder, hay demasiada cera en los suelos. Mira que intentar saltar eso. Gilipollas.

Supongo que el bajón se caracteriza por la falta de ilusión, de un algo que te haga creer que hay un buen mañana, que hay cosas inminentes que te mantienen felizmente alerta. Nada mejor que tumbarse en la habitación, aislado, poner ruido de lluvia y cerrar los ojos. Dejarte llevar por un sueño en el que flotas y nada te puede alcanzar. Pero te obligas a romper esa rutina. Porque es todo química, son sinapsis y señales eléctricas que andan mal y hay que bombardearlas sensorialmente para que rompan su círculo vicioso.

Debería haber nacido perro. Entre ellos me va muy bien. Los perros aúllan cuando llego, se pegan a mi, se duermen. En general, no hago más que pensar en alternativas existenciales en lo relativo a mi especie o a mi ubicación. En los docus de la tarde salen ejemplos fantásticos. En una hora puedo pasar de desear ser un crustáceo a irme a vivir a la caldera del Kilimanjaro, encontrar encantadora la idea de ser un carroñero abisal o fantasear con la idea de vivir plácidamente con un huerto en un atolón del pacífico. Todo vale menos esto. Esta calma chicha.

El bajón te hace creer enfermo; que no puedes tirar de las cosas; que te has quedado sin fuerzas. Así que trabajas. Grabas un disco. Pero no oyes igual que antes. Temes no volver a oír igual que antes. Y sabes que es mentira, que has salido de otros que pintaban igual o más negro. Que es todo química. Grabas y grabas. Los más cercanos son entusiastas con los resultados. Tú simplemente no estás ahí. Enlaces. Sinapsis. El mundo es un zumbido secundario en mi oído derecho.

La calma me es familiar. Son tiempos de vivir y recargar baterías. Es extraña esta vida donde oscilas entre una deriva de la que no eres dueño (la nada), y otra, la artificial, construida con tu propio cuerpo y espíritu, que mantienes a costa de tu propio corazón. El corazón pedalea para mantener en vuelo el parapente y a veces se detiene a descansar, o se deja invadir por la nada y se ahoga en una indecisión insoportable sobre el rumbo. Sea lo que sea, nunca estás bien.

El bajón se empeña en recordarme que algo me ha desfigurado.

Pero él no sabe que yo sí sé dejar de pedalear, cerrar los ojos ante una luz naranja y dejar que el parapente vuele a capricho de las corrientes, y disfrutarlo, expandirme y regenerarme. Incluso en el peor de los bajones. El viento, chivato, me lo cuenta todo.


Tal vez sea esa la razón por la que me intereso tanto por los pedales; al viento lo tengo desde hace tiempo, mientras que a los pedales no los he derrotado nunca. Y seguramente sea mi viento lo que, a su vez, irrita tanto a los pedales: es un comodín y mi pulso con ellos, un juego...


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martes, 17 de junio de 2014

Bailarinas de joyeros







Como una momia, tus vendas no son de lino sino de mentiras; pero todo el mundo lo hace. Todo el mundo se viste con capas multicolor digitales que nunca han tocado algo rojo, naranja, verde o azul, a pesar de los pigmentos industriales que lucen. Si tiras de la vestimenta y te la quitas, descubrirás que debajo no hay nada, no hay cuerpo. Eso sí que es fascinante: que alguien sin sujeto pueda sin embargo guardar una insaciable ambición hacia lo estéril no deja de ser una contradicción y una confirmación a la vez. Que el vacío infinito de la nada de unos ojos se confunda con la totalidad de un universo fue sólo un error infinitesimal (donde o bien hay nadas inabarcables, o bien universos ilimitados). Sólo fueron unos ojos de buey de un barco cualquiera que transporta en secreto una sima oscura y sin fondo que sólo alberga a una nada que no da ni el eco.


Tal vez hayas aprendido de la indolencia con que gira sobre sí misma la bailarina del joyero- así conciben los inertes la danza. Sin alma, sin sangre, sin emoción, pero lista para bailar siempre la misma sintonía de todo el mundo como si fueras inmune al aburrimiento. Y lo eres: para aburrirse hace falta ser más grande que el propio envoltorio y tú simplemente no estás por ningún sitio.


Siempre recién maquillada y con el vestido perfecto, entre tintineos de campanillas, los ojos sin pestañear con una pose rígida de muerte, la bailarina hace la coreografía del trompo sólo cuando abren la caja porque carece de vida interior: todo es escaparate. Y sí, a todo el mundo agradan los objetos que se hicieron inertes por una total falta de personalidad. Sin embargo, las joyas, en casa, apenas dan una mínima satisfacción, ¿verdad? en casa no hay nada, ni siquiera inquietud: nada bajo las vendas, nada tras la puerta, nada que decir porque no se siente nada. La bailarina gira y danza, las joyas relucen y todo llama al desfile permanente. Porque bajo ellas, en el joyero, no hay rincón secreto, no hay ningún tesoro más allá, no hay ningún cajón secreto que esconda ninguna carta de amor.


Tu vida ha sido escrita y reescrita miles de veces y tú ni siquiera has tomado posesión de tus ojos para leerla. Yo me tomé la molestia: no había muchas líneas que leer y no me gustaron ni el nudo ni el desenlace, pero no te contaré el final; yo no.


Puede que esto lo haga también todo el mundo...

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lunes, 9 de junio de 2014

Receta para gente borrosa





A veces quieren que aceptes al amor en forma de demostración de indiferencia, orgullo y prepotencia. Y es así como se acaba: con tan pésima publicidad...


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viernes, 6 de junio de 2014

El emperador





Esclavos, sirvientes, fuentes de fruta. La parra y los toldos, el sol del mediterráneo. Flores. Esculturas. Música. Vino. Reclinado en el diván entre la seda agitada por la brisa del acantilado está el emperador, hastiado de belleza, lejos, sumido en un estertor de cuarenta años, mirando a una gaviota...


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