lunes, 3 de noviembre de 2014

Invención



Te inventé, y la ficción superó a la realidad...

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lunes, 14 de julio de 2014

Con volumen y masa







Descolgado. Que extraño miedo el de lo indeterminado, lo de escribir un porvenir en blanco, lo de reinventarse. Y qué extraño miedo era también el otro camino: el claro, definido, escrito sobre una línea recta limpia y sin brumas. Esa resignación cómica que se esgrimía para ocultar un espasmo de muerte tras la convención de la vida y los sentimientos así aceptados y asumidos. ¿Para qué negarlo? Algunos hemos nacido para ser anómalos. El anómalo es irónico y sarcástico porque el suyo es también un papel social, necesario en cierto sentido, y lo sabe. Y saberlo no sirve para nada porque es un papel inevitable de todas formas, como la personalidad. Un convencionalismo marcado por lo genuino. En cualquier caso, más apropiado para ciertos seres que sienten náuseas ante las acciones guiadas por una mera deriva de turba. Todo es cuestión de vocación. No tener ninguna debe hacer proclive a huir de uno mismo, ese gran desconocido que a otros tipos sociales da pavor. ¿Cómo se vive en las capas más superficiales? De todas formas es imposible abstraerse. Estás en lo más profundo o en lo más celestial, nunca en el suelo. Es una mera cuestión de brazos y piernas largas.

(...)

Había pasado toda la noche bailando y el sol me había impedido dormir lo suficiente. Me dolía todo el cuerpo. Me coloqué bajo la carpa y me dejé llevar. Pillé una silla. Los pies sobre la mesa. Los Djs pinchaban. Actuaron bandas. Estaba rodeado de gente. Bailaba cuando quería. No hablaba porque no tenía nada que decir. Tan sólo disfrutaba de ese silencio interior que acontece cuando el dolor se disipa. No hablar. No hay que hablar cuando no apetece. No hay que hacer nada que no apetezca en lo referente al ocio, a cuando eres tú mismo de verdad. Cuando te prostituyes en cualquier clase de trabajo es distinto, tienes una moto que vender. Para vivir buenos momentos es necesario estar vivo, ya sabes, que el corazón lata para poder ver, mirar, oír, escuchar. Diñarla es un trauma incómodo y molesto para esos menesteres. Le robaba a Juanlu de su marihuana periódicamente. Luego bailaba un rato, pero como presintiera el más mínimo atisbo de muerte en la música me sentaba sin dudarlo. Era extraño, nunca me robaban la silla. Parecía que me la guardaban.

Una pareja, entre sus amigos, estuvieron todo el rato sentados delante de mí. Ella me recordaba a dos o tres personas. Intentaba averiguar si era alguna de ellas. Luego me pareció confirmado que no. Pero ya se estableció un tímido juego de miradas que procuré no fomentar, aunque no podía evitar tenerla en el campo visual cuando miraba hacia el escenario. Tenía una mirada dulce, era agradable. Me puse a bailar y a dejarme llevar por el poder evocador de la música, para cargarme el encanto.

Mis colegas discutían sobre no sé qué con una pareja que habíamos conocido. Pepe despotricaba de la facultad de económicas a la que pertenecía ella. Juanlu me preguntaba periódicamente si estaba bien. Sí, estoy bien. Es que no abres la boca y no te mueves de esa silla. Estoy bien. En qué piensas. En nada.

Cerrar los ojos. Corre la brisa. La música es buena. La gente parecía estar bien. Bueno, no exactamente, pero... bueno.

(...)

El anómalo suele luchar continuamente por alcanzar ese estado de beatitud de lo convencional. Está seguro de que esconde algún misterio, algo que los demás ven y que se le escapa. Lucha y lo intenta una y otra vez, pero está condenado. Busca un oficio porque tener oficio parece el primer requisito. Lo encuentra y se entrega a él, cándido, cuando hallarlo constituye precisamente el verdadero estigma. Aportar a la sociedad, desmentir el porte de monstruo. Lees, te informas, encuentras personajes que tienen prestigio, que la gente nombra con admiración, modelos en que fijarse que se consideran pilares de nada menos que la cultura. Parece un buen papel. Un buen tipo social al que dedicarse. Y nace el artista, el mayor monstruo de todos. Ignorante de que ni la vocación, ni un contenido inmaterial, ni un mensaje útil sirven para nada, y no hablemos de la belleza en un mundo que sólo busca la glorificación de su propia mueca de catatonia; que en el fondo hasta las convenciones se ruborizan al mirarse al espejo e intentan fingir que no es el dinero el verdadero trasfondo de toda su vitalidad, cuando lo es. Por eso organizan exposiciones y las justifican con dinero, torpes en su maniobra para desmentirse. Por eso ponen dinero para comprar prestigio y de paso ganar más dinero: cine, música, literatura, pintura, escultura, arquitectura, arte digital y luego el resto de cuentistas que aprovechan la quema para participar del asalto a la belleza que acepta tarjeta de crédito. Corazón y sentido común lo llaman. Los artistas lo llaman mierda y acto seguido ponen la mano, porque ellos se pueden drogar con cualquier cosa, mientras que las convenciones sólo pueden hacerlo con esos cupones para conseguir cualquier entidad con volumen y masa. Y el dinero no es más que tiempo condensado de la vida de otro, y la codicia y la ambición pulsiones antropófagas que se engañan a sí mismas y se entregan a un bucle infinito de insatisfacción consistente en morderse la cola a cada instante con buenos modales y trajes exquisitos. O sin ellos.

(...)

Cuando ya se ponía el sol, de repente, la chica de en frente se me acerca. No puede ser, pienso. Me hace un gesto para que me acerque a su cara. La música está demasiado alta para hablar a distancia. Me acerco. Huele a ron que te cagas. ¿No se te ha quedado el culo dormido de estar en esa silla a piñón? No. ¿De dónde eres? Vivo en Sevilla. Yo vivo pegadita, en Huelva, ¿cómo te llamas? Kique. Ella... no recuerdo cómo se llamaba. Besos de rigor. No digo nada. Pues eso, tío, que estaba preocupada, creía que no te sentirías ni el culo ni la pierna. Pues sí.

Se me quedó mirando como a un bicho raro. Se suponía que debía seguir hablando, ya sabes, hacerme el simpático, al menos para ella y sus convenciones. Yo sólo veía una pareja ciega que tarde o temprano acabaría estallando en una bronca entre ellos. Se aburrió enseguida. Entonces llegó la chica de la otra pareja, la que discutía con Pepe y Juanlu.

¿Estás bien? Sí. Es que has estado casi toda la tarde ahí sentado. Sí, y he bailado a veces con vosotros. Pero no hablas, ¿estás bien? Sí.

Al rato Juanlu lo intenta de nuevo. ¿Estás bien? Sí ¿Todo viento en popa? Sí...

(...)


Se choca: lo convencional mata por placer, lo anómalo se expresa a sí mismo para no matar a nadie. Porque la superficie es tan absurda que o la reinventas, o te conviertes en un asesino, y eso es demasiado convencional; demasiado para el orgullo del anómalo. El artista es un homicida contenido de puro narcisismo y vanidad, porque aspira con total cinismo a los valores más elevados; el banquero finge serlo porque no le salpican a la cara los regueros de sangre con que atesora vidas enteras en su caja fuerte, pero es el rey de los asesinos, un yonki de robar tiempo; sólo que el banquero, a pesar de su trono con volumen y masa, está incapacitado para aspirar a nada más que no sea el dinero, mientras que el artista elige libremente como sumo corrupto, pues lleva la riqueza consigo mismo y nadie se la puede arrebatar. No tiene ni volumen ni masa. El vacío es su cofre de oro. Y mientras, juega con el otro oro, el que sí la tiene, para drogarse, despilfarrarlo, quemarlo, teñir de dorado el absurdo, como una anómala forma de exhibicionismo. Y sólo por joder. Nada más. Porque todo es susceptible de ser trascendido, aunque sea al nivel de un escupitajo virtual, y la gente comprende mejor que alguien les enseñe la polla a que hagan eso.

(...)

Había volado en los conciertos, bailando a mi puta bola otra noche. La chica de antes estaba ciega perdida y me buscaba con la mirada, coincidíamos en los sitios que elegía para bailar, pero me hacía el idiota y evitaba más historias. Abordó a Juanlu, que expresaba su anomalía con otra generosa borrachera. Que qué me pasaba. Que no me entendía. Déjalo, decía Juanlu, es un poeta, vive en sí mismo. En un momento mi cuerpo dijo que ya no más. Decidí engañarme y fui a sentarme un rato a la grada. Luego directamente me dejé de tonterías y realicé mi plan: me largué hacia la zona de acampada sin avisar a nadie. Lo había planeado con sigilo, incluso para ocultármelo a mí mismo, aquella tarde. Lucía una luna llena inmensa a las cinco de la mañana y quería hacer el camino entre las montañas sin luz y completamente solo.

El paisaje lunar de la sierra y el valle. La cámara sólo captó la luna, algunas estrellas y luces del horizonte, así que abrí los ojos con todas mis fuerzas para no olvidar la estampa, para no perdérmela, para vivirla. Respirar, dar los pasos a tu ritmo y gusto. Saborear la noche mágica de brisas frescas que calman la desazón del verano y de todo en general. A mi antojo y capricho. Fue magnífico.

(...)

Al final, estás solo, elaboras tu propio camino. Te has descolgado de la deriva, careces de recetas. Te has liberado porque eres una bifurcación. Estás de nuevo a merced de tus propias anomalías, justo cuando parecía que te habías integrado y resignado. Y sabes demasiado, demasiado para volver a dejarte engañar a cambio de un ratito de gloria, como diría aquel. Porque la gloria resultó también ser decepcionante. De ahí en adelante la vida no parece ser nada más que una actuación de muecas que acaba con la muerte.

Lo conseguí, en realidad. He estado a la altura de mí mismo. He pasado por vuestros palacios y sin embargo sigo siendo libre.


Que os den.


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martes, 1 de julio de 2014

Wendy y los dedos de los niños





Ella solía llegar los viernes de madrugada. No le gustaba ni el avión ni el tren, prefería conducir desde Madrid nada más terminar con su trabajo. Ese momento de soledad que tan bien se presta a la reflexión y al relax era, a pesar del número de horas de viaje, lo mejor tras una semana ajetreada.

A veces me pillaba despierto, esperándola; otras caía en un sueño profundo e inesperado del que me arrebataba ella: era como una visión. Me sentía como un James Stewart cualquiera ante la imagen brumosa de una Grace Kelly angelical en "la ventana indiscreta", pero yo no era ningún fotógrafo, no tenía ningún hueso roto y desde mi ventana no había nada que ver o mirar, ni ganas. Otras veces, si en lugar del sofá me pillaba en la cama, era su cuerpo desnudo y cálido lo que me sacaba del sueño para entrar en otro más real y palpable. El sol del sábado adquiría en este contexto un aire particularmente festivo: abrir la ventana, dejar que entrara la brisa matutina y su luz, redescubrir sus ojos verdes y su cuerpo perfecto yaciendo con total naturalidad entre las sábanas, destapado por el calor del verano con sus largas mechas rubias repartidas con desenfado por su espalda y hombros, como un regalo de mis propios sueños de la noche.

El viento y yo siempre nos hemos llevado bien. En la infancia solía salir a la calle cuando soplaban ráfagas fuertes, de esas previas a las tormentas que electrifican el aire y llenan todo de una extraña luz mezcla de gris y naranja, extender los brazos en cruz y cerrar los ojos para dejar que el vértigo se apoderara de mí, y ser consciente desde tan temprana edad de que había algo averiado en mí mismo. El sentimiento era de una extraña nostalgia sin referente real, igual que en ese momento, ante la belleza que tenía entre mis manos. Una melancolía de abismo.

Grace, al despertar, no solía hablar: abría, como si fueran planetas, sus enormes ojos y dejaba hablar al silencio. Yo, de espaldas a la ventana, sentía las ráfagas de aire fresco por la espalda y los brazos, me removían el pelo, se me metían algunos rizos por la boca, y eran esas las palabras más precisas del momento: el viento. La observaba atentamente. Sus mechones se movían como si fueran dedos de pianista cuando el soplo que me había estremecido la alcanzaba. Ella me sonreía y yo regresaba a la cama, me sentaba junto a ella, le besaba los hombros y le acariciaba el pelo, hacía dibujos con los dedos por su espalda. Pero quien dictaba los pasos era la brisa, hablaba y lo decía todo y yo me dejaba llevar por ella como si fuera una cometa. Hacía amagos de hablar, pero le decía, con la mirada y con la yema del dedo índice, que esperara, que saboreara, que dejara hacer al tiempo. Qué poder pueden tener unos ojos, una sonrisa, la forma de caer el flequillo, el tono y brillo de la piel, el aroma a romero mezclado con ese sabor a vainilla que desprendía su cuerpo, la curva de sus caderas, la esfera de su culo o la forma en que tenía descansando los dedos sobre la almohada. Grace surgía de la noche como si la noche hubiera sido destilada y depurada y reducida a su quintaesencia.

El sábado solía transcurrir allí, entre los cuatro lados del colchón, y el domingo por la noche se marchaba con la misma oscuridad que me la había traído, y pasaba la noche conduciendo, dejaba de ser Grace para ser Wendy.

Wendy sabía existir en varios planos. Mi problema era el mismo: mis planos se superponían y creaban imágenes extrañas que sólo ella descifraba. A veces era irritante, otras sorprendente; la mayoría de ellas, un alivio. Pero esos planos superpuestos... Wendy parecía saber exactamente de cuántos estaba compuesta ella, pero yo sólo veía una concentración amorfa de extrañas dimensiones contradictorias en lo que a mi se refiere. Ella se conducía con una espectral armonía de criatura nocturna que yo envidiaba desde mi solar lleno de luces, sombras, mares, desiertos, madrigueras, galaxias, oscuridad, soles.

Estaba tan cerca de mi que hubiera creído que sería para siempre de no ser tan consciente de que soy un juguete roto lleno de aristas y puntas que siempre hieren los dedos de los niños, y me preguntaba cuándo dejaría de traérmela la noche...


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lunes, 30 de junio de 2014

A tiempo

La clarividencia es hermana de la duda. Es tan cristalina que no parece cierta, demasiado detallada, demasiado real para ser verosímil. Te dicta lo que hay, la escuchas, lo cuentas, llega el escándalo, la duda se presenta, pides disculpas y luego, cuando lo olvidas, todo se cumple como un reloj.

Sólo sirve para lamentar haber dudado en el momento preciso...

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Error




A veces la ayuda es imperdonable; el socorrido sólo sueña con verte en su situación, destruir toda tu estructura por la humillación de haberla necesitado y aceptado...

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domingo, 22 de junio de 2014

Rencor de pedal





De bajón. Luce el sol. Paseo a las seis de la tarde. La luz naranja y el viento cuando sopla te hacen cerrar los ojos. Los entreabro: desde la otra punta de la calle hay algo borroso que se dirige hacia mí con los brazos abiertos. Los abro del todo: está muy sonriente, llega hasta mi. Me abraza fuerte. Me dice "vas a algún sitio, ¿verdad?". Huele a alcohol, está completamente ciego. Le digo que sí. Me suelta, me saluda, casi se cae y continúa, ahora dando eses por la acera. Sigo mi camino. No, no sé quién es ese tío.

El bajón es periódico. Es sólo una reacción química. Forma parte del asunto: viene y va, cada vez más suavemente, hasta que un día se vaya para no regresar más. Todo es así: nuestros dramas y justificaciones y argumentaciones no son nada, sólo proceden de vulgares intercambios de electrones. Enlaces. Sinapsis. Periodicidades. La nada en el centro del remolino, exactamente igual que cuando tiras de la cadena del water.

Esta mañana no había café en casa. Era temprano, se podía aún ir a la alameda a desayunar sin que hubiera llegado la marabunta en pleno. Todo bien, una temperatura perfecta para las diez y media. Al llegar al bar con la bici reventé la rueda trasera al intentar hacer una gilipollez sobre el agujero de uno de los árboles. La aparqué fingiendo indiferencia por el percance ante los que lo habían visto todo. No había tomado ningún café aún. Luego agarré la bici y me fui andando a casa a a dejarla allí. Joder, hay demasiada cera en los suelos. Mira que intentar saltar eso. Gilipollas.

Supongo que el bajón se caracteriza por la falta de ilusión, de un algo que te haga creer que hay un buen mañana, que hay cosas inminentes que te mantienen felizmente alerta. Nada mejor que tumbarse en la habitación, aislado, poner ruido de lluvia y cerrar los ojos. Dejarte llevar por un sueño en el que flotas y nada te puede alcanzar. Pero te obligas a romper esa rutina. Porque es todo química, son sinapsis y señales eléctricas que andan mal y hay que bombardearlas sensorialmente para que rompan su círculo vicioso.

Debería haber nacido perro. Entre ellos me va muy bien. Los perros aúllan cuando llego, se pegan a mi, se duermen. En general, no hago más que pensar en alternativas existenciales en lo relativo a mi especie o a mi ubicación. En los docus de la tarde salen ejemplos fantásticos. En una hora puedo pasar de desear ser un crustáceo a irme a vivir a la caldera del Kilimanjaro, encontrar encantadora la idea de ser un carroñero abisal o fantasear con la idea de vivir plácidamente con un huerto en un atolón del pacífico. Todo vale menos esto. Esta calma chicha.

El bajón te hace creer enfermo; que no puedes tirar de las cosas; que te has quedado sin fuerzas. Así que trabajas. Grabas un disco. Pero no oyes igual que antes. Temes no volver a oír igual que antes. Y sabes que es mentira, que has salido de otros que pintaban igual o más negro. Que es todo química. Grabas y grabas. Los más cercanos son entusiastas con los resultados. Tú simplemente no estás ahí. Enlaces. Sinapsis. El mundo es un zumbido secundario en mi oído derecho.

La calma me es familiar. Son tiempos de vivir y recargar baterías. Es extraña esta vida donde oscilas entre una deriva de la que no eres dueño (la nada), y otra, la artificial, construida con tu propio cuerpo y espíritu, que mantienes a costa de tu propio corazón. El corazón pedalea para mantener en vuelo el parapente y a veces se detiene a descansar, o se deja invadir por la nada y se ahoga en una indecisión insoportable sobre el rumbo. Sea lo que sea, nunca estás bien.

El bajón se empeña en recordarme que algo me ha desfigurado.

Pero él no sabe que yo sí sé dejar de pedalear, cerrar los ojos ante una luz naranja y dejar que el parapente vuele a capricho de las corrientes, y disfrutarlo, expandirme y regenerarme. Incluso en el peor de los bajones. El viento, chivato, me lo cuenta todo.


Tal vez sea esa la razón por la que me intereso tanto por los pedales; al viento lo tengo desde hace tiempo, mientras que a los pedales no los he derrotado nunca. Y seguramente sea mi viento lo que, a su vez, irrita tanto a los pedales: es un comodín y mi pulso con ellos, un juego...


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martes, 17 de junio de 2014

Bailarinas de joyeros







Como una momia, tus vendas no son de lino sino de mentiras; pero todo el mundo lo hace. Todo el mundo se viste con capas multicolor digitales que nunca han tocado algo rojo, naranja, verde o azul, a pesar de los pigmentos industriales que lucen. Si tiras de la vestimenta y te la quitas, descubrirás que debajo no hay nada, no hay cuerpo. Eso sí que es fascinante: que alguien sin sujeto pueda sin embargo guardar una insaciable ambición hacia lo estéril no deja de ser una contradicción y una confirmación a la vez. Que el vacío infinito de la nada de unos ojos se confunda con la totalidad de un universo fue sólo un error infinitesimal (donde o bien hay nadas inabarcables, o bien universos ilimitados). Sólo fueron unos ojos de buey de un barco cualquiera que transporta en secreto una sima oscura y sin fondo que sólo alberga a una nada que no da ni el eco.


Tal vez hayas aprendido de la indolencia con que gira sobre sí misma la bailarina del joyero- así conciben los inertes la danza. Sin alma, sin sangre, sin emoción, pero lista para bailar siempre la misma sintonía de todo el mundo como si fueras inmune al aburrimiento. Y lo eres: para aburrirse hace falta ser más grande que el propio envoltorio y tú simplemente no estás por ningún sitio.


Siempre recién maquillada y con el vestido perfecto, entre tintineos de campanillas, los ojos sin pestañear con una pose rígida de muerte, la bailarina hace la coreografía del trompo sólo cuando abren la caja porque carece de vida interior: todo es escaparate. Y sí, a todo el mundo agradan los objetos que se hicieron inertes por una total falta de personalidad. Sin embargo, las joyas, en casa, apenas dan una mínima satisfacción, ¿verdad? en casa no hay nada, ni siquiera inquietud: nada bajo las vendas, nada tras la puerta, nada que decir porque no se siente nada. La bailarina gira y danza, las joyas relucen y todo llama al desfile permanente. Porque bajo ellas, en el joyero, no hay rincón secreto, no hay ningún tesoro más allá, no hay ningún cajón secreto que esconda ninguna carta de amor.


Tu vida ha sido escrita y reescrita miles de veces y tú ni siquiera has tomado posesión de tus ojos para leerla. Yo me tomé la molestia: no había muchas líneas que leer y no me gustaron ni el nudo ni el desenlace, pero no te contaré el final; yo no.


Puede que esto lo haga también todo el mundo...

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lunes, 9 de junio de 2014

Receta para gente borrosa





A veces quieren que aceptes al amor en forma de demostración de indiferencia, orgullo y prepotencia. Y es así como se acaba: con tan pésima publicidad...


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viernes, 6 de junio de 2014

El emperador





Esclavos, sirvientes, fuentes de fruta. La parra y los toldos, el sol del mediterráneo. Flores. Esculturas. Música. Vino. Reclinado en el diván entre la seda agitada por la brisa del acantilado está el emperador, hastiado de belleza, lejos, sumido en un estertor de cuarenta años, mirando a una gaviota...


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jueves, 29 de mayo de 2014

Equipaje




De la vida te llevarás sólo aquello que no des,
y al otro lado los equipajes sobran.

En eso consistirá tu dolor,
así vas construyendo tu futuro infierno
piedra a piedra...

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domingo, 25 de mayo de 2014

El mástil de Odiseo




¿Tienes un túnel hueco que te atraviesa desde la cabeza y se hace en cuatro desde las manos hasta los pies? A este mundo no le gustan las cosas vacías, y por él circula sólo el vértigo vertido por el tiempo diligente, sólo su vértigo, que cae y fluye dentro de ti como una corriente feroz; el vértigo que te ata al vértigo frente a los cantos de sirena del mar, asido por una corriente eterna.

Era una pregunta retórica. Tú no lo tienes.

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martes, 29 de abril de 2014

Non-lovers



- ¿Y tú, no me aclaras, no me explicas ni me cuentas nada? llevo casi una hora hablando...
- No tengo nada que aclarar, he sido siempre cristalino, nunca te he mentido. No hay nada que variar ni excusas que soltar entre líneas por mi parte.
- ...
- Exacto. Pero no te preocupes, no eres distinta al resto. A las mujeres de mi vida les suceden estas cosas: si no deforman y manipulan la realidad, aunque la verdad al desnudo sea lo que más les convenga, les da algo, se les atraganta el corazón o el cerebro. Y eso me aburre, estoy harto de tanta tronada y su cuento de hadas y su crisis personal y sus dramas y sus neuras y su proyecto oculto con el que perpetrar familias, personas o algo peor- inconfeso, aunque presente siempre y bastante evidente. Eso es algo que antes intentaba averiguar: ¿era el cerebro o el corazón lo que se les atragantaba cuando intentaban no manipular la información, la verdad o las personas? Ahora me da completamente igual.
- Joder...
- Tira de memoria, está todo ahí. Lo que era y lo que cambió.
- Lo pones imposible.
- Lo es desde hace tiempo.
- No tienes razón.
- Y aquí estás tú, la portadora de la razón, pero escondida, qué digna y qué madura, todo un ejemplo, ¿a él no le cuentas esto, verdad? Debe ser adictivo lo tuyo, lo de crear mundos ficticios personalizados para cada pez que pescas. Supongo que sin anzuelo ya no es interesante, sin engaño, sin trampa; el anzuelo sustituye al corazón en los muertos vivientes. Deberías probar a ser clara, es el primer paso para ser libre.
- Me ofendes.
- Aquí no hay peces que piquen ya. Eso debe joder. Los espíritus soberbios suelen ofenderse incluso cuando se caen solos...
- Me voy.
- Naturalmente.


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jueves, 24 de abril de 2014

La mano izquierda




- Vaya- me dijo observando las líneas de la palma de mi mano- parece que tienes un alma vieja.
- Tócate los cojones, claro, nací siendo un viejo cascarrabias.
- No me refiero a eso; quiero decir que según veo aquí, tu alma se ha reencarnado muchas veces, tiene mucha experiencia vital.
- ¿Viene ahí el catálogo de transmigraciones? ¿He sido gorgojo? ¿O cuervo? Me llevo bien con ellos.

Levantó la vista para analizar el posible sarcasmo.

- No- continuó- aquí no dice nada de eso.
- Suena a repetir curso muchas veces, no es halagüeño.
- ¿Repetir curso?
- Bueno, los budistas consideran que una vida dedicada a la virtud puede hacer que escapes a la cadena eterna de transmigraciones; si yo me he reencarnado muchas veces, significa que, en fin, ya me vale...
- ¡Qué raro!- dijo ella volviendo a mirar la palma de mi mano izquierda.
- ¿Qué?- le dije intrigado.
- Tu destino, es raro.
- Ah, yo lo tengo clarísimo: perros, piedras, palos.
- No es lo que dice aquí; parece como si hubieras nacido con un papel, y lo hubieras cambiado sobre la marcha, o tuvieras varios destinos y no supieras cuál elegir. Estas líneas que se cruzan... es raro.
- Ah...
- Pero mira aquí- y en esto me señaló una de las líneas- no lo entiendo bien, pero al final todo se endereza.
- Pues mejor- le dije.
- Todo se endereza chaval- me fue cantando ella conforme me besaba el pecho e iba bajando hacia la entrepierna.
- ¿Otra vez? ¿Te da tiempo?

Ya no respondió, me la chupaba intensa y cálidamente. Tras la ventana se oían las conversaciones de la gente en la calle y el sol proyectaba estampados de lunares sobre la pared al atravesar los agujeros de la persiana. Acabamos follando otra vez. Entraba olor a azahar y un aire cargado de primavera de a media tarde. La cama deshecha, el cuarto desordenado, los pelos alborotados y algún momento en el que, simplemente, te sientes en una deriva distante y completamente despierta e incomunicable, como si te hubieras proyectado a ti mismo en toda la luz de la estancia. Luego, tras el polvo, se vistió y se marchó dejando mi cama llena de sus pelos rojos y largos. Me dejó sobre el escritorio unos bombones como regalo.

- Come bien- me había dicho a modo de despedida.

Me quedé sobre la cama mirando la pared moteada de manchas de sol: hay algo, una radiación, un aire extraño y potente, cargado de electricidad, sobre el que de algún modo se desliza mi respiración y me llena las venas de un extraño fuego, como si el aire te quisiera levantar como una cometa. Abrí la caja y me comí cinco bombones de un tirón.

(...)

Me duché y me fui al local de ensayo, donde había quedado más tarde con Rosana. El maldito móvil no paraba de molestar con mensajes y notificaciones de facebook. Es lo malo de tener una mañana ociosa: te lías a soltar barbaridades y luego vienen las reacciones del personal, más las invitaciones a fiestas, reuniones, salidas y conciertos de varias personas. Al llegar me esperaba Rosana y estuvimos durante horas tocando, cantando y oyendo música, y fumando porros todo el tiempo. Rosana olía bien y nos liamos de nuevo. La verdad es que no contaba con eso, pero era una cosa que sucedía a veces. Algunos días surgía de una manera completamente irresistible, porque sí, mientras otros ni se nos pasaba por la cabeza. Nos fuimos a su casa y me comí todo su cuerpo de arriba abajo hasta quedar completamente saciado.

- No sé qué haces aquí- me dijo luego, mientras descansábamos. Ella sostenía mi mano izquierda, igual que hiciera horas antes la quiromante: jugaba con ella, la observaba y toqueteaba, pero Rosana lo sabía leer manos.
- Hago lo mismo que cualquiera, lo mismo que tú- le respondí.
- Deberías largarte de aquí. En otros sitios podrías vivir exclusivamente de tocar, tú lo tendrías fácil.
- Descuida, si mi trabajo aquí me falla, me largaré.
- Vete a una ciudad con buen ambiente, como Berlín, Ámsterdam o Hamburgo.

Nos fumamos un peta, me vestí y me fui camino de mi casa. Rosana me había regalado un par de manzanas y caminé comiéndome una de ellas, a modo de cena. Parece que todas mis amigas se preocupan por mi futuro, mi alimentación y mi saciedad a otros niveles. Y mi mano izquierda. Era de noche, tarde, pero el aire me levantaba del suelo y caminaba como un ánima que ya no está aquí, en este mundo, sino en algún lugar de su imaginación que se proyectaba sobre sus propios sentidos.

(...)

Al día siguiente había quedado con Silvia para tomar un café en su casa y ver una peli. En un momento de la tarde, estando los dos sentados en el sofá del salón, cayó sobre mí sin avisar. Tampoco era la primera vez.

- Perdona- me dijo disculpándose- es que tu olor me puede.
- No te preocupes, no pasa nada.
- Es que no sé qué es lo que tiene, pero me desconcierta.
- Es algo muy específico, pasa sólo con algunas personas, yo lo he sufrido también muchas veces en mi vida. Pero no pasa nada, me apetece.

Silvia me empezó a desabrochar los pantalones mirándome paulatinamente, sin estar segura de hacer lo correcto.

- ¿Te la puedo chupar?- me dijo. No dejaba de resultar curioso que lo preguntara, ¿será algo generacional? Porque era una pregunta que últimamente oía con frecuencia en gente más joven, y Silvia era doce años menor que yo. Eso no se pregunta: si una tía se lía con un tío, él siempre quiere que se la chupen.
- Claro- le dije.

Al rato, descansando, Silvia curioseaba entre los dedos de mi mano izquierda.

- Te leo mucho- me dijo- deberías tomártelo en serio, dedicarte a escribir, centrarte en ello. Podrías vivir de eso.

Al rato, ya de noche, nos fuimos a su cama, pero esta vez preferí dormir. A la mañana siguiente echamos otro polvo y me marché desayunado y con unos donuts artesanales que ella se empeñó en que me llevara.

- Necesitas engordar un poquito- me dijo.


(...)


Me vino a visitar una antigua amante para saber de mi vida.

- Toma- me dijo entregándome un tupper con ensaladilla- me voy de viaje y me sobra esto, así que te lo he traído porque en mi casa se va a estropear. Además, comes mal, se ve.
- Gracias, vendrá bien- le dije mientras lo llevaba a la cocina y lo metía dentro del frigo.

Ella me siguió y cuando cerré la puerta me agarró por la espalda y empezó a besarme por la nuca. Me di la vuelta y empezó a besarme en los labios. Ella sabía hacerlo y enseguida se me olvidó todo y nos fuimos al dormitorio. Después de un polvazo largo e intenso, ya descansando, se dedicaba a pegarme pellizquitos en mi mano izquierda mientras hablaba de esto y lo otro. Observaba los dibujos, esbozos y cuadros que tenía colgados en mi cuarto.

- Me encanta cómo pintas y dibujas- me dijo.
- ¿Sí? Yo no les veo demasiado valor.
- Tú no tienes criterio. He visto muchos cuadros tuyos, son muy personales.
- Si tengo criterio para hacerlos, lo tengo también para juzgarlos; puede que seas tú la que no tiene criterio. Aún no he visto nada tuyo.
- Está todo en mi casa.
- Exacto, y ni siquiera quieres decirme dónde está.
- Ni te lo pienso decir; pero en serio, deberías hacerme caso. Se te da bien pintar, deberías dedicarle más tiempo, centrarte en ello, podrías vivir muy bien si te organizaras. ¡Qué desastre de cuarto y de hombre!- dijo tumbada boca arriba con lunares de sol sobre las tetas.

Le di la vuelta y empecé a morderle las nalgas. Nos reliamos otra vez. Al marcharse, además del tupper, sacó un paquete de frutos secos variados del bolso y me lo dejó en la mesita de noche.

- Eres un animal- me dijo- hay que echarte cacahuetes.

Me quedé en mi cama otra vez, mirando al techo, y recordé a la chica que leía manos. Examiné mi mano izquierda. Miré la línea del destino, esa raya tan extraña en la palma, con sus cruces y su extraño recorrido, y ese destino bifurcado en varios. Tocar, escribir, pintar.

Tal vez no fuera esa la cuestión. Nadie parece darse cuenta de que no puedo hacer caso a todos, es imposible dedicarse exclusivamente a pintar, dedicarse exclusivamente a escribir o dedicarse exclusivamente a tocar, todo a la vez, porque entonces ninguna actividad es exclusiva. Alguien se equivoca.

No está ahí la respuesta, y seguramente de ahí procedan la mayoría de mis silencios, pero estoy en ello. Se trata de algo que va más allá de cualquier actividad.

Se trata de ponerle nombre a ese extraño aire que me embriaga, me levanta sobre el suelo sin elevarme un solo centímetro y da luz a cualquier oscuridad...



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martes, 25 de marzo de 2014

Los frutos de la derrota




Él estaba sentado al fondo en un sofá junto a una mesa con una chica rubia muy guapa. Se levantó para ir al baño y empezó a cruzar la pista de baile. De repente, otra chica que bailaba le llamó la atención: lo miraba fijamente al pasar, y había imperativos elevados a ese respecto. Se acercó a ella y le tomó la mano.

- ¿Te importa que le de un lametón?- le dijo.
- ¿Qué? ¿Un lametón? ¿En la mano? ¿Por qué? ¿Estás pirado o qué?
- Me gusta cómo bailas el cha cha cha. Sólo un lametón en el dorso, poca cosa.
- No bailo el cha cha cha, esto es hip hop.
- ¿Entonces puedo?- dijo acercando la mano a la boca con la lengua ya fuera.
- Me vas a llenar de babas- dijo apartándola- ¡No! ¡qué asco!
- Bueno, pues un besito, con reverencia, como un saludo dieciochesco- dijo él volviendo a cogerle la mano con una sonrisa angelical de niño bueno.
- Bueno, eso sí- dijo ella con paciencia y resignación.

Acercó la mano a su boca y entonces le empezó a dar un lametón largo, lento y despacio, desde el dorso hasta la muñeca. Ella le apartó la mano y empezó a secársela con la camiseta.

- Pero tío, ¡mentiroso! ¡guarro!- dijo ella- ¡eres un caradura! ¿Por qué no le haces esto a tu novia?- dijo señalando a la rubia.
- Ah- contestó- eres una romántica sentimental; esa que ves allí tampoco me suele dejar hacerle esto, pero no es mi novia, es mi exnovia- dijo señalando a la rubia, que se reía sin parar- ahora somos ratas asociadas; el amor es muy vulgar.
- Ah, ¿y te das la paliza con ella aquí por mantener las viejas costumbres?
- ¡Me has estado observando! ¡Mi corazón ha dado un vuelco! Pero no, sólo follamos si no encontramos algo nuevo; entendemos que debemos mirar al futuro, y lo pasamos muy mal. Nos damos la paliza aquí por pura desesperación, pero ya ves que no pierdo la entereza. Tú podrías salvarme, salvarla, salvarnos a los dos de nosotros mismos hasta la eternidad de esta noche sólo.
- Ya veo, y dime, ¿te ha gustado lamerme la mano?
- Sí, está muy rica.
- Pues lo último que ha tocado es la polla de mi novio.
- Joder- dijo haciendo gestos raros con la boca y la lengua- ¡Y encima un novio! si al menos fuera un ex... Chica, ten autoestima, dignidad, date valor. No tienes por qué vivir así, de esa manera, la vida puede ser muy bella si te lo propones.
- Pues ahí viene, y sus colegas creo que le están contando la escena.

Un tipo enorme de dos metros venía lanzado hacia él con malas intenciones. Lo cogió del cuello, lo puso contra la pared y lo elevó un palmo sobre el suelo.

- ¡¡Hijo de puta!! ¡¡Te voy a matar, cabronazo!! ¡¡Te voy a rajar de arriba a abajo, maldito maricón!! ¡¡Mamarracho!!

La rubia seguía partiéndose al fondo.

- Perdona- le decía con un hilo de voz casi afónica, con el poco aire que le quedaba en los pulmones- ¡estaba de broma! ¡Era una apuesta con esa chica!- dijo señalando a la rubia- ¡Vengo con ella!

El tío se lo pensó dos veces. Su novia también intentaba convencerle de que no tenía importancia. Al final lo soltó y se largaron discutiendo a gritos. Él regresó a su mesa y se sentó junto a su amiga con una sonrisa total de satisfacción, ironía y complicidad, como un niño que acabara de cumplir con todas sus tareas y buscara un gesto de aprobación.

- Eres incorregible- le dijo.
- La inspiración es la inspiración.
- Ya lo veo, ha sido toda una exhibición de intuición y tacto.
- ¿Ves? ¿A que soy cojonudo?
- No sé ni por qué me lío contigo.
-  Pues yo creo que lo mismo hay posibilidades, he visto el brillo del amor en sus ojos.
- ¿Ah sí?- dijo ella entre carcajadas- Y en los míos, ¿ves ese brillo?

Le dedicó una mirada escrutadora.

- No- le respondió tras analizarla- pero nosotros ya hemos adquirido demasiado buen gusto para eso.

Siguieron enrollándose como antes.

- ¿Por qué lo hacemos?- dijo ella.
- Por que no tenemos ningún futuro y no hay lugar para ser hipócritas...
- Bueno... ¿Qué hacemos, vamos a tu casa, a la mía...?
- ¿Ya nos damos por vencidos?
- ¿Lo quieres intentar otra vez con otra? Que yo me divierto mucho con el show, ¿eh?
- En realidad aún me falta algo de riego sanguíneo en la cabeza; no sé, ¿a la mía? está más cerca...


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viernes, 21 de marzo de 2014

El retratado de un emoticono




Solía usar con frecuencia ese emoticono. Los demás apenas lo utilizaban. Era una cara muy graciosa. Y para él, era su cara, sin más. La expresión facial necesaria: lo describía todo. Al principio dolía verlo, recibirlo de otros o querer utilizarlo. Pero era la expresión facial necesaria, y es el rebaño el que gana siempre. Luego pasó a ser un emoticono impersonal más, era como si se le hubieran gastado las pilas. Sólo era una cara. Un algo esquemático. Iconografía del Siglo XXI. Pero era llamativo cómo, conforme se había ido disipando el valor sentimental del símbolo a fuerza de usarlo ininterrumpidamente, sus rasgos habían ido adquiriendo la forma de los del emoticono en cuestión, hasta confundirse con él. 


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domingo, 16 de marzo de 2014

La audición





- Muchas gracias, amigos- dijo con un ligero azoramiento en la voz- vosotros, que siempre me habéis acompañado y apoyado; ¿cómo agradecer vuestra entrega, vuestra lealtad a lo largo de todos estos años, con unos inicios tan duros, pero también con tantos y tantos logros y triunfos? Largas noches de trabajo, el hastío de los momentos de infertilidad, la borrachera de la inspiración, las ausencias prolongadas, el duro quehacer diario para que todo funcione- nada hubiera logrado sin vosotros. Alimentáis y saciáis, sólo con vuestra fe en mi trabajo, al hambre de mi espíritu inquieto... Os preguntaréis por qué os he convocado y reunido aquí a vosotros, mis más queridos, mis más íntimos; aquellos, y sólo aquellos ante los cuales puedo desnudar mi corazón. Pues bien, ha llegado el momento de desvelar el misterio. Estamos aquí congregados, sumamos entre todos tantos años de amistad sincera, y nos preguntamos por el misterio, con este piano a mis espaldas, llenos de intriga... Pues bien, amigos, quiero presentaros, antes que a nadie, lo que será sin duda mi obra maestra, ¡la obra por la que seré recordado, la obra que engrandecerá y renovará la música universal!

Todos aplaudieron.

- Ya conocéis de sobra mi nula predisposición hacia la megalomanía o hacia la vanidad, sobre todo en lo referente a mi trabajo, pero estos meses han sido tan excepcionalmente creativos, mágicos, inspirados, que no puedo cerrar los ojos ante la evidencia de un resultado brillante, que marcará un hito. Queridos amigos, voy a interpretar como primicia para vosotros, al piano, mi obra maestra, a la que he titulado "Foca-screaming ain't 'bout you".

Todos aplaudieron de nuevo e interpretó la pieza, de 45 minutos de duración. Al terminar, con una coda apoteósica, se quedó lleno de sudor, casi sin aliento, exhausto, observando a su público. Nadie decía nada. Nadie reaccionaba.

- ¿Cómo os habéis quedado?- dijo, ahogándose entre palabra y palabra.

- No es para tanto.
- Yo me he quedado igual, ¿cuando vienen las copas?
- Tenía cosas que hacer, la próxima vez avisa para algo importante.

Estas y más cosas se podían oír entre el murmullo de críticas que se inició y que no paraba.

- Ah, ¡malditos traidores, villanos, ratas desleales!- empezó a gritarles- ¡Sois unos miserables bastardos, una panda de inútiles con la que me he flagelado incomprensiblemente durante todos estos años! ¡Ratas malhechoras renovadoras del vicio de la infamia! ¡Es duro crear, pero más duro aún es aguantar a un enjambre de idiotas, memos y gilipollas de todas las subespecies, que eructan sus exabruptos mentales sin el más mínimo sentido del pudor, del respeto o de la higiene! ¡A pesar de vosotros he triunfado! ¿Me oís, roedores del arte? ¡Sólo sois unos tísicos del alma que tienen la pulsión creativa de una ameba! ¡Almas vanidosas hambrientas de algo que despedazar y triturar, como una manada de hienas carroñeras! ¡Alimañas abisales que comen ballenas en descomposición! ¡Me da igual! ¡Podéis escandalizaros y murmurar todo lo que queráis, seguiréis sintiendo dolor, el dolor de la podredumbre del alma, el hedor de vuestra decadencia (...)

Los asistentes se fueron levantando y marchando mientras él se quedaba gritando solo, por el micro, iluminado por un foco, en aquella sala de reuniones alquilada al hotel. Algunos comentaban cosas al salir.

- Bueno, más o menos como el año pasado, ¿no?
- Sí; en este por lo menos ha dado tiempo a oírla entera.
- Sí, eso sí.

A lo lejos, aún retumbaban sus gritos.

- (...) ¿lo podéis sentir? ¿lo sentís, insectos, escarabajos, crustáceos? ¿sentís ese hedor a huevos podridos? ¡Sois vosotros, os estáis oliendo vuestro espíritu de comadreja sarnosa! Noto a diario desde la distancia cómo vuestros ojos sienten lástima por vosotros mismos al miraros al espejo; ¡¡noto cómo la culpa y el resentimiento brotan como único fruto posible de unos sub-humanos con vocación de reptil y roedor!! No podéis disfrutar de nada porque sabéis lo poco alto que podéis volar, ¡¡y disparáis con vuestra ceguera y vuestra torpeza a las aves que pasan con la escopeta al revés!! ¡¡Jamás cometeré el mismo error!! ¡¡Sois la ruina y la cochambre de todos los valores que merecen ser respetados en este mundo construido exclusivamente a base de excrementos, estulticia, crímenes impunes que...


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miércoles, 12 de marzo de 2014

El peso del cielo




Me la solía cruzar todos los días camino del estudio, por las calles cercanas a él. Una chica muy guapa, con el pelo liso y negro, un bonito flequillo, ojos grandes, piel muy clara, un tipo estupendo. A veces pasaba en bici, otras caminando, y tenía una mirada intensa que siempre me azoraba un poco cuando se cruzaba con la mía. Saltaban chispas: ese mirar verde, esa boca de labios rojos, redondos y mullidos, y esa media sonrisa de simpatía que solía acompañarla me provocaban un dulce cosquilleo por el estómago. Cuando llegaba al local aún estaba con ella en la cabeza, aún me sentía perturbado por el micro-encuentro de hacía dos minutos, algo nada común: recordaba y analizaba sus ojos, con esa serenidad encendida con que se sostenían y miraban; saboreaba las últimas notas de su olor, que se me quedaban alojadas en la nariz tras el soplo de perfume que dejaba a su paso; recordaba su forma de moverse al caminar o cómo resaltaban la esbeltez de sus piernas y su culo redondo cuando pedaleaba. Tan grandes sus ojos, tan despiertos, con unas caderas que se movían con tanto estilo: puedes amar durante unos segundos a muchas chicas por la calle, pero acordarte de ellas minutos después marca la diferencia. El amor eterno no suele sobrevivir más que unos breves segundos.

Aquel día, sin embargo, no me la había cruzado por los caminos por los que me dirigía diariamente al lugar. Estaba en el pasillo peleando con la máquina de café intentando conseguir un capuccino sintético, que era de todas las opciones la que mejor engañaba al paladar y casi parecía café de verdad, cuando percibí una presencia a mi derecha. Me giré y ahí estaba ella, esperando a que terminara.

- Hola- le dije sorprendido tras el primer respingón. Creía que estaba solo y encontrarme de golpe acompañado, y de golpe acompañado por ella, fue algo completamente inesperado.

La máquina acabó de servirme el café, pillé una cucharilla de plástico de las que estaban amontonadas en un vaso sobre la máquina, y me disponía a huir al interior de mi local.

- Oye, ¿cómo funciona esto?- me preguntó entonces la chica.
- Mete sesenta céntimos y aprieta la opción que desees. No funciona bien y no da cucharillas, la tienes que coger del vaso de ahí arriba.
- ¿Da cambio?
- Sí, menos de las monedas de dos euros; ahí la cabrona aprovecha y te cobra el café a 1.60.
- ¿Y el azúcar?
- ¿Tomas azúcar?
- Sí.
- Pues te lo pone. Y bien. Yo soy persona de tres o cuatro cucharadas y me va bien.
- Estupendo.

En esto salió Elvira, profesora de baile.

- Hola- me dijo y, luego, dirigiéndose a ella- ¿qué tal, Silvia, te ha gustado la clase?

Ella acababa de empezar a tomarse el café.

- Sí, me ha gustado mucho.
- Me alegro- dijo Elvira sonriéndome y dirigiéndose a la máquina- pues yo creo que me apunto también.

Al final no me dejaron irme y me tuve que tomar el café con ellas. Pude averiguar cosas: Silvia vivía por la zona, había empezado a recibir clases de baile de Elvira, curraba en una tienda de cuadros, pósters y fotografías y vivía con un perro. Tenía una bonita voz y me gustaba cómo hablaba. Tras el café, se volvieron a meter en la sala de baile y yo me metí en mi local y estuve practicando hasta que se me durmieron los dedos.

(...)


A los pocos días me la volví a encontrar por la calle, camino del estudio. Ahora la podía saludar. Estaba como siempre, preciosa.

- Hola- le dije.
- ¿Qué tal? ¿Otra vez a practicar?
- Seguramente, ¿y tú?
- Voy a dar un paseo, tengo la tarde libre.
- ¿Hoy no bailas?
- Hoy no.
- Pues antes me voy a tomar un café ahí en la plaza, al sol, ¿te apetece?
- Vale.

Al final, los caminos civilizados parecen ser los más fáciles. Sólo era cuestión de proponerlo. Nos fuimos a aquel bar y nos sentamos fuera, en las mesas.

- Bueno- me dijo ella- ¿qué tal te va con la música?
- Tirando, estoy en un momento de cambios.
- ¿Cambios?
- Sí, ha habido cambios en el grupo, aparte de iniciar nuevos proyectos.
- Ya. ¿Vives por aquí?
- Sí, muy cerquita.
- ¿Solo?
- No, comparto piso con dos personas.
- El café de aquí está regular nada más- dijo nada más probarlo.
- Yo suelo preferir el de dentro, salvo en días como este.

Se hizo un silencio. Ella observaba disimuladamente mi indumentaria, detalles. Miraba mis zapatos, mis muñequeras. Buscaba indicios. Sacaba conclusiones.

- Dime la verdad- le solté en plena radiografía- ¿te acordabas de mi?
- ¿Qué?
- Me refiero a todas las veces que nos hemos cruzado antes de que nos presentara Elvira.
- Bueno- dijo mirando despreocupadamente hacia un lado, tocándose el lóbulo de la oreja derecha- me sonaba tu cara un poco. Una vez te pregunté la hora. Pasaste de largo como si fueras un holograma.

Y se me quedó mirando a los ojos. Al sol, sus ojos verdes enormes se llenaban de reflejos amarillos y grises. Me gustaba que me mirara así, me hacía sentir bien. No recordaba eso que me contaba. Me quedé callado, intentando rememorar el momento. ¿Cómo se me podía haber pasado?

- Era de noche- me aclaró ella, que se había percatado de mi amnesia- e ibas hacia el local, no hacia tu casa. ¿Qué haces allí a esas horas?

Me gustaba cómo miraba al hacer preguntas. El pelo, brillante, le caía precioso sobre los hombros.

- Un poco de todo. Grabar, componer, practicar, oír música, organizar pequeñas fiestas, vaguear. A veces incluso escribir.
- Sólo te falta dormir.
- Sólo eso.
- ¿Sólo?
- Sólo- y añadí para cambiar de tema, tras un trago de café- pues no me lo explico. No recuerdo que me hayas hablado nunca, y habría estado encantado de darte la hora.
- No tiene importancia- dijo con una ligera sonrisa de satisfacción.
- Encantadísimo habría estado...

Silencio. Sorbos de café. Chispas de mecheros para encender cigarrillos. Palomas. Gatos.

- Ahora quiero yo una verdad- me dijo.
- Vale, es justo.

Me imaginaba por dónde iban los tiros. Tenía que averiguar si el día que me pidió la hora había quedado con una chica en el estudio.

- ¿Tienes novia?
- No. Tampoco soy diabético. Y nunca han tirado de mis extremidades con caballos.

Ella se rió un rato.

- ¿Te llevas a las niñas al local?- dijo finalmente.
- Ya son dos verdades.
- Te deberé una.
- Perfecto: pues a veces sí, pero prefiero mi cama, la verdad. Y a ti, ¿te gusta en tu cama o en la de otro?

Se volvió a reír sonoramente.

- ¿Así estamos?
- Entiéndeme, ser un filántropo despierta la curiosidad sobre los detalles.

Volvieron la carcajadas. Luego se me quedó mirando un rato, a los ojos. Entonces le tomé despreocupadamente la mano: me había llamado la atención un anillo de plata con una piedra negra que llevaba puesto en su mano izquierda. Le quedaba bien en esos dedos largos y finos.

- Tienes unas manos bonitas- le dije observando su mano, luego la volví a mirar a los ojos- y me debes una verdad.

Me volvió a radiografiar, pero la notaba nerviosa por no controlar del todo la situación.

- Bueno- respondió sin soltarme la mano- digamos que donde haya intimidad y los colchones no hagan ruido me apaño. Lo demás me da igual.

Estaba cada vez más inquieta. La noté tensa. Le solté la mano y le acaricié brevemente la espalda.

- Eres muy linda- le dije, y volví a poner mis manos en su sitio.

Otro silencio. Perros. Alguna ráfaga de viento. Bofetadas de azahar por las narices.

- ¿Me enseñas tu local?- me dijo.
- Claro.
- Pero conmigo no te vas a liar allí como con las otras.
- Es muy incómodo, ya sabes que yo soy de cama.
- Me irritas. Me irrita no mandarte a la mierda. Me irrita que me caigas bien.
- A mí eso no me irrita en absoluto.

Se rió, pagamos y nos metimos allí. Le enseñé cosas del grupo, algunas grabaciones. Luego nos tomamos otro café, pero de la máquina. Estábamos sentados en nuestros respectivos sillones con ruedas, pero muy cerca. A ella le gustaba mirarme a la cara en silencio, como si esperara algo.

- Voy a explicarte algo que hace de nuestro amor algo imposible- le dije de golpe.
- A ver- dijo entre carcajadas- sorpréndeme.
- Me quieres limpiar los zapatos.
- ¿¿Cómo??
- Te he visto mirarlos. Los quieres ver limpios.
- Eso no quiere decir que te los quiera limpiar.
- Da igual, es imposible- le dije mientras la tomaba de la cintura y la sentaba sobre mis piernas- no te gustan mis zapatos y sus manchas, y aún no has visto mi casa.
- Ya lo veo, eres muy coherente- dijo mientras me rodeaba el cuello con los brazos.
- Sí, no tenemos ningún futuro, no me gustas nada- le decía mientras restregaba mi nariz contra la suya.
Me caían algunos mechones de su pelo por encima. Olía a frutas. Me gustaba sentir su peso entero sobre mis piernas. La acerqué un poco hacia mí y la besé en los labios. Nos restregábamos el uno contra el otro con mucha comodidad. Me miraba en silencio, entre beso y beso, con esa extraña calma contagiosa de los gatos cuando son delicados. Era un cuerpo acogedor. Sus costillas encajaban a la perfección entre mis brazos. Las pulsaciones se aceleraban. Los besos provocaban escalofríos y hormigueos por la barriga.
- No me lo puedo creer, sinvergüenza- decía entre beso y beso, mientras le acariciaba toda la espalda bajo su camiseta. Tenía la piel extremadamente suave.
- Es imposible- le repetía, entre besos y más besos- estamos condenados, no nos podemos soportar.
- Caradura...- me susurraba al oído.

Nos liamos y echamos un polvo, en el suelo, muy incómodo, bonito, largo y precioso.

(...)

Al día siguiente al llegar al local me la encontré en la puerta.

- Quiero ver tu casa.
- Ah, ahora te preocupa, ¿no?
- Tienes los zapatos sucios.
- Te lo advierto, hay formas de vida nuevas bajo mi cama.
- Por eso. Tienes los zapatos muy sucios.

Estábamos abrazados, y no recuerdo quién fue el culpable.

- Me quieres hacer caer- le dije.
- Ya has caído.
- No tenemos futuro.
- Estás perdido.
- Aprecio mi porquería de vida.
- Hay que adaptarse o morir.

Sus besos me sabían fracasadamente bien. No necesitaba novia, ya tenía problemas mentales suficientes. No quería nada sentimental. Quería escapar. La llevé a mi casa. Ella sabía a nata, a melocotón y a melón. Nada la espantó, ni mi cortina asesina ni mis insectos ni mis formaciones geológicas de polvo. Tal vez debería pensar menos. Tan sólo era cuestión de saborear un minuto más, y luego otro. Y no quería que se fuera. Y quería seguir siendo libre. Me sostenía sobre mis dos piernas, no veía sentido a ponerme a pata coja sólo para que alguien encajara a pata coja también. Las ráfagas de la primavera entraban por la ventana y bañaban ambos cuerpos desnudos y acoplados.

Es tan extraño el azul del cielo, tan profundo, que aplasta...

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domingo, 9 de marzo de 2014

Salto al vacío



El azul del agua
y el verde del musgo
en una sombra gris de acera
- hago un picado de mosquito
hacia el bordillo,
y me estalla en el pecho
un vendaval de primavera...


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jueves, 6 de marzo de 2014

Cenicienta



Cuando todos se reúnen y deciden ser felices es cuando más tristes parecen. Entonces ves con qué se conforman. Los niños perciben en la alegría de sus mayores la aceptación necesaria para que todo siga igual: les gusta este pantano; les gustan sus caimanes y sus mosquitos, celebran el barro, homenajean el agua sucia. Un grupo de humanos riendo es una especie diciendo sí a un mundo insulso y carente de magia.

La soledad entre las multitudes, la plenitud del solitario frente al sol. 

Mi sitio está junto a los animales, en los ojos de un gato, en el vuelo del búho, en el silencio pensativo de los lobos. Mi trabajo es contarle a los bosques y valles la música que cabe en la verde circulación de la savia, en la pura mirada que se apaga de sinceridad al mirarte. Mi atención se va hacia las rocas, hacia los senderos, se expande y crece en las hondonadas y llanuras. Las piedras tienen cohesión de calma, el agua de reloj, el viento la tiene de añoranza. Y el cielo nocturno es pura conciencia.

No quepo en tus salones y reuniones, romperé las vitrinas, me estrellaré contra los cristales, saltaré desde las barras y mesas, me envenenaré con fuego y me dilataré tanto que acabaré muerto entre tablones de árboles talados que conforman el mundo imaginario de un comedimiento de porcelana. Yo nací para quemarme. Otros para pasar el tiempo, hacer curriculum, alistarse en la vida de los hombres como si fuera cierta. Como si no vieran más allá.

¿Qué es lo que echas de menos? las sangres nocturnas iluminan y calientan el cristal de tus zapatos, pero se hacen trizas. 

Si me encierras, tarde o temprano, saldrás ardiendo.

Tú, y tu alma simple de acerado...



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Siempre son las ocho de la tarde en las sombras de los bares





No siento lástima por la gente,
sino por la silla,
por la pintura marrón casi negra de la barra,
por la baldosa opaca de grasa de la esquina.

Ellas estarán ahí siempre,
bajo una tenue y triste luz de ocaso,
con la agonía profunda con que el sol
precipita en el horizonte los corazones
arrastrados por su estela.

Mesas inertes en el infierno,
serrín sucio sobre el que tú te ríes,
bombillas solitarias que se ahorcan
con ese tintineo de cobre
de los relojes tristes...


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miércoles, 5 de marzo de 2014

Receta




De los dos, sólo yo estoy en mi sitio...


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martes, 4 de marzo de 2014

Sendero




Me perdí.

Debía o desandar los pasos y volver a abrir y cruzar las puertas que dejé cerradas tras de mí para reencontrarme con la encrucijada, o caminar hacia lo desconocido con el alma serena. Sin ninguna garantía.

Y el alma serena sabe que tan incierto es el horizonte que se extiende al frente como las posibilidades que la esperan a sus espaldas. El sendero queda entre paréntesis, con la incógnita de su equis final sin resolver, y el camino recorrido en vano susurra que todo se despeja andando, abriendo las puertas que cerraste desde el mismo lado, con el mismo pomo, con la misma mano, y a ciegas.

Que lo incierto es la esencia de tener un porvenir,
y el tiempo no tiene ni frente,
ni por supuesto espalda,
ni sabe nada de promesas
ni de preguntas ni respuestas:

es una estatua que mira hacia donde nadie puede mirar,
desde donde a nadie puede ver,
completamente blanca...


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lunes, 3 de marzo de 2014

Los Fénix cantan




El viejo orgullo que siempre vuelve.

¿Qué es? ¿Por qué regresa?

Parecías muerto, viejo ave,
pero camino bajo el sol y veo con tanta definición
que lo hago despacio,
y el calor me viste con seda
al soplarse entre mis ropas
-hervor, la vocación sanguínea de los buenos vinos.

La música vuelve a emborrachar como si una nube negra de silencio
nos hubiera taponado los oídos a ambos.

Se me ha encendido en el pecho una estrella,
se me derraman llamaradas por la boca,
se me trasluce el astro por los ojos...

Pero camino despacio,
floto sobre el pavimento apisonado de luz.

Piedras, granos de arena, rugosidades del mundo,
tanto que es tan poco: insectos, hierba.
Un río, un destello.
Una línea cortante de canoa,
una sierpe líquida de fondo de verde y musgo.

La distancia se dilata,
todo pide calma entre los besos del sol.
Tierra. Muerte. Líquenes.

Una ciudad contaminada de recuerdos,
preñada de lugares envenenados de experiencias,
lugares desgastados,
amarguras coordenadas entre sí.

Te voy a borrar las huellas desde mis zapatos,
hasta que sea mi rastro de fuego el dueño de cada esquina,
y no aquel beso,
ni ese adiós,
ni ese último crujido entre sonrisas
que no eran ni tú ni yo.

Lo limpiaré con llamas,
allá donde impusiste tu alma de arcón de luto,
olvidado en el fondo de una cripta,
elegida por esas otras sangres,
a la sombra de esos otros vinos
de cuencas tan gélidas como
la vergüenza del vidrio de los borrachos,
cuando te miran...


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Fractal-Penélope 10.1




Justo cuando el último episodio quedó cerrado, reapareció lo que parecía acabado hacía años. A veces es necesaria una paciencia de décadas para que se confirme lo que ya se sabía. Fuiste un epílogo de algo más largo y grande y yo sin saberlo, a pesar de ir en esta historia siempre diez libros por delante de tu miopía de perspectiva que se cree telescopio. Pues sí. Confirmados los pronósticos. Una larga historia que ha contenido historias más cortas con el mismo esquema que el continente. Fractales. Copias. Fotocopias. Tú la más reciente. Contenida en otra que acabó. Solapada por el mismo guión.

Como capítulos dentro de capítulos, las historias se superponen y son cíclicas, calcadas, como si la personalidad no contara. Tan sólo eres una Penélope nueva, recién llegada, que deshace la misma prenda para rehacerla idéntica como si fuera la primera vez, sin diferenciarte en nada de las anteriores ni de las siguientes.

Pero no existe Troya, ni Elena, y nadie está luchando contra cíclopes por ti. Nadie matará a tus pretendientes. Nadie te salvará de ti misma.

El final, que es el mismo, lo averiguarás tú sola, aunque yo ya lo sepa.

Y lo harás tejiendo y destejiendo, hilando y deshilando, hiriéndote con el huso y buscando en vano mi mano culpable bajo el ovillo...


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miércoles, 26 de febrero de 2014

Lo mejor que le puede pasar a un gato





Me gusta acercarme a esa confitería en concreto, no sólo porque el género sea excelente, sino porque además te dan bebida caliente para llevar. Un buen croissant, o una napolitana rellena de crema o de chocolate, un buen café y un banco de la alameda bajo el sol de las diez o las once es la mejor manera de empezar un día ocioso. Ninguna tostada de mierda servida por un camarero a través del aire suicida de las terrazas se puede comparar con eso. Pronto van llegando las familias, los niños, los grupos de amigos y en general toda la gama de decadencias varias que van a dejarse servir comida que sabe siempre igual mientras miran al más allá acariciando la idea de suicidarse porque ese sumum para el que han trabajado toda su vida no les hace felices. La insatisfacción de la infancia perfectamente intacta desde una inconsciencia de cabeza de chorlito. Una vida tirada a la basura, en lo que respecta a lo que realmente importa. Comer solomillo y no alcanzar la plenitud. Qué abismal testimonio ante el que quedarse sin ningún plan B. Ah, sí, el alcohol es el plan B de todo el mundo, pero con distinción. No se trata de ponerse al sol mientras un trabajador que gana una mierda te sirve la comida lista para que sólo le tengas que hincar el diente como si fueras un imbécil inerme. No funciona, de alguna manera la treta hace aguas, algo se escapa entre las manos como si fuera arena. Hay que ser feliz, felicitarse a uno mismo o a los demás dentro del fingido círculo de amistad pura y desinteresada, ejercida por depredadores de la comparación dolosa, en un marco de olímpicas vanidades disimulado con una pretensión de elegancia que sólo queda en ordinariez evidente; hay que encumbrarse a base de cerveza. Entonces sí, todo parece no ser lo que es. Unidades de insatisfacción en torno a mesas encantadoras y bajo un sol primaveral medicándose con etanol para no morir del dolor del absurdo de sus vidas, mientras se desean lo peor unos a otros tras hipócritas sonrisas y muestras de altruismo que sólo pretenden ser reclamos publicitarios de un ego que atrae todo hacia si como si hubiera tirado de la cadena del retrete. Van llegando a las doce, a la una. Lo invaden todo. Las unidades de insatisfacción acuden en manada para calmar la conciencia con un fracaso soleado de sábado o domingo más. Ese es el momento de largarse.

Lo he intentado otras veces. Vas, te sientas, te sirven, y te sientes un discapacitado, un paciente de una residencia para inútiles, y no puedes disfrutar del sabor. No puedes disfrutar de nada. Occidente se ha convertido en un infierno de césped donde los tontos tragan basura servida con diligencia mientras los bancos se quedan su dinero y hacen guerras por el mundo que ninguno de los idiotas, que las pagan, ve. Me voy a una frutería. Plátanos y manzanas. Me largo al parque, pero está lleno de gente. Y también hay bares para que las familias se pregunten por qué lo hicieron, mientras corren tras los niños sin poder saborear nada, como cada vez que lo intentan y lo intentarán. El mejor momento del día, el croissant y el café al sol en la independencia de mi banquito. Lo demás lo estropea la desesperación comunitaria y sus tretas.

Así que me largo del parque. Es difícil huir de un sábado o un domingo. Me siento junto al río y me pongo hasta arriba de fruta. El río está lleno de deportistas, pero al menos pasan de largo. Como siempre, sentado en el suelo con algún gato cerca. Luego me largo al local.

Al entrar en el corralón veo un gato negro que me mira como si me conociera. Me paro. Lo saludo. Lo acaricio. Me maúlla como si fuera un hermano que llevara mucho tiempo sin ver. Quiere algo. Lo acaricio otra vez, le hablo un poco y sigo. El gato va tras mis pasos. Entro en la nave y abro el local. El gato me sigue. Me siento en el sillón. Se me sube encima. Maúlla. Me da cabezadas. Ronronea, se pone cómodo en mi regazo y se duerme. Entra Carlos.

- ¿Y este gato?
-  Pregúntale a él.
- Qué raro, araña a todo el mundo- me responde, y se va.

Grabo unas armónicas sin poder desembarazarme del minino. Desde entonces, sólo tengo que tocar la armónica para que acuda desde donde esté cada vez que voy. Punto del día. Luego recibo un mensaje. Julia viene. Me voy a casa, me ducho, la espero, llega.

Nos revolcamos toda la tarde desnudos por la cama. Una piel suave, un olor que despierta, besos y caricias. Palabras agradables, abrazos cálidos y fuertes. Todo tan extraño, tan sorprendente, tan absurdo. Sé una persona un rato. Déjate engañar por lo inmediato. ¿Recuerdas cuando el tacto abría mundos? No todo es sólo piel y vanidad.

Pero no lo puedo evitar, al final la aferro por la cintura, aprovechando que está tumbada a mi lado y me da la espalda, mientras le muerdo la nuca como un gato y se ella se retuerce en medio de un no-sé-qué que sólo es una proyección de todo este no-sé-qué general en que vago de delirio en delirio sin entender nada, esperando a procesarlo todo a la mañana siguiente mientras bebo café y pellizco el croissant bajo la luz cálida de una explosión nuclear eterna a la que transijo en llamar sol, aunque sólo sea hidrógeno sin nombre, casi como los gatos...

... casi como todos nosotros...


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martes, 25 de febrero de 2014

El por qué de los gatos




Cuando era niño solía pasar tardes enteras subido a la azotea de la casa familiar, completamente solo, para observar el paisaje, la puesta de sol, dejarme llevar por las ráfagas del viento, o pasar las horas entre alguna travesura y muchos sueños. A veces disponía de un carrete y hacía fotos. Otras, observaba con los prismáticos a los pájaros, o las viejas torres de las iglesias; a veces, cuando tocaban a muerto, buscaba el campanario, luego la campana más grande, que daba la nota más grave, y después localizaba el martillo o el badajo con la intención de verlo percutirla antes de oír esa nota tan trágica; la que estremecía el corazón de un niño que pensaba en los difuntos. Eran tardes llenas de magia: el naranja del atardecer en un cielo abierto de par en par, la muerte en el aire, las nubes y el aliento soplado desde los cielos. Te hacía suspirar sin un motivo claro. La mayor parte del tiempo me dedicaba a dejarme llevar por los pensamientos o a procesar las vivencias del momento, tirado sobre el suelo, al sol o bajo las nubes. 

Solía ocurrir que siempre, en algún momento de la tarde, los gatos solitarios que pasaban de largo por los tejados como si vivieran en otra dimensión, me llenaran de curiosidad durante un rato, absorbieran mi atención. Los observaba, los seguía con la mirada, se daban cuenta y se volvían y me miraban a los ojos desde una distancia segura. A veces se quedaban allí unos minutos, intrigados al sentirse tan vigilados, para intentar averiguar si había algún negocio que les interesara. Luego se marchaban y seguían su camino.

Me preguntaba qué asuntos importantes y graves ocupaban la mente de estos gatos que les hacía vivir una vida solitaria y, sin embargo, llena de una extraña responsabilidad secreta que les llenaba la vida.

¿Cómo se hacía eso de estar solo y sin embargo sentirse pleno?


Ahora, cuando recuerdo y pienso en ello, me resulta curioso que investigara el por qué de la soledad serena de los gatos, cuando era yo quien pasaba las horas arriba, como ellos, sin ninguna compañía y sin siquiera darme cuenta de ser un solitario feliz.

Yo era un gato que observaba gatos, tan intrigado por ellos que olvidaba ser otro felino eremita; ese, al que observo ahora desde la distancia segura del tiempo con mucha atención: siempre en la exclusiva compañía de sí mismo y cerca del cielo abierto, con los ojos de par en par como dos lunas.

Le pregunto cómo lo hace;
se lo pregunto en el sueño y en la vigilia,
se lo pregunto en todos los segundos de mis días...


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lunes, 24 de febrero de 2014

Tarde, o más tarde



Era natural que la envidia y los celos hechos profesión nos acabaran salpicando; no era ya ser más que ellas, cualquiera; la que te disputara el puesto de jarrón erectador en cualquier ámbito o la que te disputara el de la profesión más remunerada y vistosa, sino ir más allá y ser más que yo. Las almas mezquinas no hayan la tregua ni en el afecto. Por la osadía de referirme a tu cordón umbilical sin romper me creíste por encima, y la altura y sus estratos son muy del gusto de los niños que miran estanterías como si fueran el mundo. Como un borrón sin definir...

Y entonces las sospechas, la deslealtad, el desprecio, y la marcha.

El cordón sigue sin romper, has encontrado enfermero nuevo, y yo sigo por encima en tu cabeza.

La verdad no es cuestión de voluntades. No te necesita ni a ti ni a mí.

Pero te encontrará tarde, o aún más tarde...


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