El mar es tan profundo
que su superficie parece banal
- esa es la tranquilidad
con que jugamos a matarnos...
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El mar es tan profundo
que su superficie parece banal
- esa es la tranquilidad
con que jugamos a matarnos...
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¿Por qué te llueves,
te soplas, te nievas,
te ardes o te secas,
como si dentro de mí estuviera
el país de tus estaciones?
Tu mensaje es tan milenario
como los recuerdos antiguos
de lo que aún no ha sido visto...
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Nunca tuviste apodo
y te lo he puesto ahora,
porque es tarde:
es tarde para la luna,
es tarde para la noche
y es tarde para los vocablos.
Poner un nombre para un eco
que nunca salió de sus sueños
- como hacen los sueños con nosotros...
¿Sabes que las cosas importantes nunca fueron puntuales?
La luna nunca estuvo antes impregnada de tu nombre
hasta que cronometró las idas y venidas de estas mareas inquietas
- en ella está tu luz ahora,
como si cada luna fuera
el espejo de ese sueño
arrasado por un reloj...
... ¿y respirar la noche en la mirada,
robar la luna en el aliento,
y saborear nocturnos espacios caldeados
en los imanes de silencio entre los ojos?
Te quedaste la luna,
persistente y formal,
y yo me quedé el nombre,
el néctar y el destello de aire
de sus zumbidos cálidos de plata...
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Como una luciérnaga juego
alrededor de tu cabeza
mientras finges hablar de algo.
Será que dar luz es saber verla,
porque se transparentan,
como sombras estampadas desde dentro,
los rasgos precisos que oponen resistencia
a la luz de ocaso que entre tu cabello
lanza destellos de enramados a contraluz
a cada pasada de mis vuelos.
Y si me detengo ante tus ojos,
más allá del reflejo blanco
que los hace cristalinos, éste,
a quien pongo un nombre-contraseña,
me replica en consonancia y al oído
el paso a la oscuridad profunda
que me aguarda a sus espaldas.
Y dentro, dentro de ellos,
nado iluminando las palabras
escritas en el reverso oculto
de un glóbulo ocular profanado
por mis ojos compuestos e intrusos.
Entonces te estremeces,
yo aparto la mirada,
tú ya no preguntas
ni yo contesto nada;
sigues fingiendo hablar,
aunque haya puesto nombre
a los miedos sin pronunciar
de los que hablamos
completamente mudos
y anudados en secreto...
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Como un cielo bajo el que
todo el mundo pasa,
es eso que no se deja decir
- eso.
Parece un universo, un entorno,
un molde de vapor,
una silueta de gas,
un poder y unos mandamientos
- pero no se deja decir...
Y si un día te levantas,
le borras los horizontes
y lo miras cara a cara,
por encima de las nubes,
y tal y como es,
le hablas,
se caerá el decorado,
se apagarán todos los focos,
tendrá una cara concreta
y un nombre...
ese nombre secreto...
Él, que es trémulo como un humano,
y ni siquiera cree en sí mismo,
sumerge los ojos en la astucia
de falsificar miradas,
y no se deja decir, no,
porque la nada no se pronuncia
ni con el silencio de su propio eco...
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