jueves, 29 de septiembre de 2011

Pantallas de cine





La hermosa vida, la hermosa luz.
Electro-sol que se cierne como un toldo de cine,
y todo se hace ficción,
distantes amarillos que se sigilan entre los ocres.

A pesar de la alegría de los verdes cilios que cosquillean felicidades en el aire,
a pesar de la feliz carrera de los perros que intuyen la brisa agradable
de una falsa primavera,
me pasan de largo las escenas,
sus decorados, sus diálogos y monstruos.

Se me han encogido las velas,
la madera se resquebraja con crujires de tierras desecadas,
y el centro neurálgico del peso se ha trepado tanto entre sus vértebras,
que apenas existen las piernas y la tierra,
bajo un timón que no navega en este mundo de pantallas.

Cómo entrar en las fricciones proyectadas
cuando sabes que nada alude a tu presencia,
polizón,
que ni eres mar, ni eres tierra,
ni eres un soplo falso del viento de los muertos...

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jueves, 22 de septiembre de 2011

Haiku III



La poesía va y viene.
Quien lo dude
no ha sido visitado jamás por ella...

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martes, 20 de septiembre de 2011

Haiku II


Las estrellas cantan
mientras las piedras buscan
el interruptor de la luz.

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martes, 13 de septiembre de 2011

Amalgama


Mammonio aporrea la guitarra. Está ciego, sabe que ralla a la gente. Es un suma y sigue. Yo lo acompaño. Algunos miran. A algunos les gusta. La chica tiene cara de aburrida. No me extraña, pero me cae mal, supongo que por prestarse a esto sin interesarle. A su acompañante le da igual que se aburra. Hay que vivir, qué coño...

(...)

Camino de su casa pasé de largo a una chica. Su teléfono sonó a mi espalda. Puso voz de seria e importante.

- Sí, soy yo, pero, ¿quién es usted?

Estaba esperando el clásico “ahhh” que entonan fingiendo sorpresa agradable cuando descubren que no es ni Freddie Kruger ni la CIA, investigando su interesantísima vida, quien les llama. Qué coñazo. Toda una vida viendo a la gente poniéndose a temblar cuando suena el teléfono y no conocen el número, ¿qué coño pasa? Ya sabes, de esas personas que dan un respingón cuando llaman a la puerta, da igual que sea al mediodía. No sé de dónde sacan ni el tiempo ni la energía para estar asustados todo el puto tiempo. La gente está amamonada.

- Ahhhh... Claro, ¿qué tal?

(...)

Paramos de tocar un rato. Ahora la chica aburrida me sonríe. No me jodas. Odio que me miren mal al principio, y que tras tocar me miren de otra forma, me hace sentir un mentiroso. Sigue despreciándome, guiri de mierda, al menos era un sentimiento puro y sincero. “Te vi el otro día en la tele” me dice uno de los invitados de Mammonio. Es la frase que más oigo últimamente. Las reposiciones de las cadenas locales, por falta de dinero, al final nos están viniendo bien. Todos los que conozco me han visto ya en una u otra cadena. Claro que, para un neurótico-paranoico como yo, eso da lugar a no saber estar en los sitios, a sospechar de cada mirada, a dar por sentado que todo el mundo me odia, a evitar la calle o los bares de copas, etc. Una amalgama de inseguridades, egocentrismos y megalomanías mal digeridas.

(...)

Mis vecinas las putas y los travelos prostis nos llevamos bien. Ya saben que soy vecino, que vivo con mi chica, etc. Ayer los transexuales me ayudaron a aparcar. ¡De puta madre! Hay que llevarse bien con el vecindario y mostrarse social y jovial, ¿no es eso lo que dicen? Creo que pronto saludaré a las chicas de los prostíbulos que esperan clientes en el portal, en la misma plaza, al pasar junto a ellas. Total, las veo y me ven pasar todos los días ante su puerta, y además creo que deberían ser legales y sindicarse, ¡¡qué coño!! ¿Dónde están los de CC.OO. y los de la UGT? A la mierda, ¡¡sodomitas de las subvenciones!!. Debería espiar por mi ventana, cámara en mano, por si viniera algún político al que chantajear y hacerme así de oro, pero esos no vienen a estos lupanares- ¿o sí? No debería confiar tanto en el sentido común en un mundo como este...

(...)


Si el reconocimiento me incomoda y los elogios me desenmascaran como ilusionista, ¿¿¿¿por qué cojones toco????

Y, sin embargo, hacer otra cosa hiede a tumba...


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lunes, 12 de septiembre de 2011

La clave-pez


Mientras X mete guitarra tras guitarra, me encierro en la cómoda presión de mi cabeza. La voz de control habla de detalles y se producen correcciones. Va a salir un disco cojonudo. Pero no estoy aquí, lo intento, pero salgo volando.

(...)

Le estuve enseñando a Peter Pan algunas de las composiciones nuevas. Curioso, de entre todas ellas mi favorita no es la que más le llama la atención. Es otra. Mi favorita me gusta porque por fin he hecho un tema presentable con ritmo de shuffle, en español. Siempre quise hacer un shuffle en español, un tema de guitarras molón. Pero no es esa la que le gusta a Peter, no; se trata de otra, de esas que simplemente fueron fáciles, las que responden a esa extraña potra que siempre indica que se acabará con su último aleteo, pero que no se acaba. Es raro, casi una ironía.

(...)

X hace comentarios. Yo tengo que salir fuera. Me va a explotar la cabeza; por mucho que me hablen, está surgiendo, naciendo, con ímpetu. Pasan a mi lado, me miran de soslayo. Están a punto de preguntarme qué me pasa, pero no se atreven. ¿Por qué? No lo sé. Enfurruñado por completo. Suena una canción sin nombre en mi cabeza. Me lo exige: quiere existir. Yo me limito a transcribirla. No sé de dónde viene ni para qué. Viene sola.

(...)

Peter Pan quiere volverla a oír. Se la pongo. Sí, le gusta. Le doy las gracias, pero sin estar muy convencido. Es como si hubiera pasado junto a un bar y la hubiera oído desde la calle, ¿qué mérito tiene? La otra fue planeada, perpetrada a conciencia, mientras que esta llegó sola, simplemente la oí. No tuve que pensarla, planificarla o sufrirla. La plagié, como si no fuera mía.

(...)

De repente, todo está claro. Salto del sofá, cojo la acústica y averiguo los acordes. Ya está. De repente, tras dos notas, ha nacido, está en camino. Vuelvo. Ahora hablo, me río. Me miran, se miran.
-¿Ya estás bien?
- Sí- les digo- ya he terminado.

No saben el qué, pero no tiene sentido contarlo; así no.

- Bueno, X, este tema creo que ya está- se dicen entre ellos, volviendo a su trabajo.

Yo, aunque satisfecho, empiezo a temer que la suerte se acabe. Ahora qué. Habrá que comprobarlo buscando otra. Cuando hay algo me desespero, igual que cuando no hay nada. ¿Hay alguien ahí? Sólo un sonido incipiente, una pequeña melodía. Bueno, así empieza todo. Sólo habrá que dejarla andar y crecerse.

(...)

Me encuentro a Peter unos días más tarde. Me lo recuerda de nuevo: le gustó mucho ese tema. Yo me siento fracasado, no logro descifrar el misterio. Soy tan ignorante y dependiente del azar como cualquiera. Mi shuffle pasa sin pena ni gloria, y era mi intento de averiguar dónde está la clave, mientras yo mismo me doy suspenso tras suspenso, entre extrañas felicitaciones...


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martes, 6 de septiembre de 2011

Hígados en solidaridad

Salí a la calle a por tabaco. La cosa estaba jodida, no tenía cambio y era de noche. Como es natural, ni las heladerías ni los restaurantes, tan modernos, tenían máquina expendedora; es más, como poco a poco se ha ido imponiendo en los dependientes esa gesticulación propia de los imbéciles cuya personalidad es el resultado de los años que lleven mamando operaciones publicitarias y campañas de marketing, no sólo no solucionaba el problema, sino que además tenía que soportar gestitos de asco, y cierta incomodidad por parte de los camareros ante un hábito que pronto será ilegal, como el cannabis, con el ya generalizado componente masturbatorio de las conductas, consistente en sentirse mejor persona a través del desprecio activo de los demás. Bueno, la verdad es que me aburre ya la misma pantomima pamplinera de los gilipollas, quienes tras autosublimarse sin motivo pueden permitirse no tener clara la identidad de los objetos; si les pides dos napolitanas y una ensaimada, no serán capaces de darte tu pedido correctamente, aunque lo discutas con ellos al estilo LOGSE con pizarra y todo: tras molestarse por tus exigencias, te pondrán una de cada o dos de cada una (lo otro es para elitistas: demasiado complicado y sofisticado combinar el 1 y el 2 en una misma frase, sin que sean 21 o 12), como se descubre luego en casa, al abrir el paquete, y ver la ineludible obra que un memo profesional articula a través de orgullo y estulticia a partes iguales. Yo, a diferencia de otros, no tengo esperanza alguna en el futuro y soy consciente de que la solución a estas atrocidades está en la extinción de la especie. Pero me desvío: iba calle abajo buscando un lugar lo bastante sucio para conseguir lo que quería, y por fin avisté de lejos un bar en mi lado de la acera que prometía.



Sin embargo, la vida es amarga y conforme llegaba a la puerta una chica morena, con minifalda y un generoso escote, que estaba custodiada por los tres camareros del bar y dos clientes, todo atenciones y babas, me llamó antes de que yo pudiera entrar en el local. Un mal rollo. Se veía a la legua. Yo venía cagandome en la puta, como es mi costumbre, y no estaba preparado para ser en absoluto amable.

- Hallo!- me dijo ella.
- Soy de aquí- le dije con prisa y hastío. Me toca los cojones que en todos lados me tomen por guiri (e imbécil, además).
- Oh, verás- me empezó a contar, mientras todos los tíos me miraban fijamente- no soy de Sevilla y me gustaría saber unas cuantas cosas.

Me acordé de Drácula de Coppola y su entrada a Mina en Londres, como un vil buitre de Trafalgar Square (“dsoy extranjero y no conodsco la dsiudad...”).

- ¿Por qué no entras aquí y te tomas una cerveza conmigo un rato, y ya vemos?- me dijo a continuación.

En fin, ¿por dónde empezar? ¿Cómo se sale de algo así con delicadeza, educación y respeto, sin herir los sentimientos de nadie? Daba igual. Antes de darme cuenta ya había empezado a hablar.

- No- le dije, lo que provocó sorpresa a todos los presentes- tengo prisa y no puedo pararme.

Los miré un segundo a todos, atónitos (no es para  tanto, cojones, pero ya hablaremos del síndrome de salidos irreverentes que percibo mire a donde mire- eso da para una buena diatriba), y aproveché para seguir mi camino.

- ¡Oh, vete al carajo!- me gritó mientras me daba la vuelta y me marchaba. “Que te follen” pensé, “seguro que lo harán”.

Lo peor era que había dejado el bar atrás y no me apetecía volver y entrar a pelearme media hora con la máquina con esa compañía. Más adelante vi un quiosco abierto, y eso que era bastante tarde. Sorprendente. La puta vieja que lo regentaba, sin embargo, cobraba el tabaco a precio de discoteca, aprovechando que eran las doce y no había otra. Lo compré por supuesto. Al regresar, por la otra acera, aún pude oír insultos etílicos de la susodicha cuando me vio pasar. Lo dicho, mal rollo. Al menos he aprendido de mis accidentes del pasado.

Insultos, insultos por todos lados, hagas lo que hagas, o no hagas lo que no hagas. Al llegar a casa le dije a mi chica que acababa de aprender que ni durmiendo en un sofá te libras de influir en los demás, casi siempre para mal.

La  vida solidaria de los humanos es una puta mierda.

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