miércoles, 29 de enero de 2014

Café, arcilla y proteínas





El café es un mejunje extraño, pensaba mientras le daba vueltas con la cucharilla para disolver la generosa dosis de azúcar. La camarera, en un alarde de amabilidad, le había servido un enorme café cremoso y estupendo. Le dijo "¿Quieres uno bien grande?", "sí, grande y con leche, gracias" le contestó. Y, muy consciente ella de la maravilla que había hecho, le puso por delante aquella delicia con una enorme sonrisa en la boca. La leche se había quedado en la parte superior central del gran vaso con asidero metálico, formando una bola blanquecina como un hongo nuclear que se abriera paso entre las nubes marrones de alguna tormenta del desierto. El café es un mejunje extraño rodeado de muchas ceremonias, y todos los locos piensan en él. Todos los locos se pasan la vida sentados en terrazas y tomando un café tras otro, y otorgándole un sentido casi mágico. Puedes representar un nuevo inicio de tu vida sentándote y tomándote un café inaugural, como solía hacer Blanca, aquella flipada pastillera impredecible, todos los días. "Es una adicción" decía, "tengo que dejar de tomar esos cafés de vida nueva". Al día siguiente te la encontrabas y te confesaba su fracaso. "Ayer la cagué con mi padre y volví a meterme en un bar a tomarme otro café para empezar de cero". Blanca se enganchaba a todo: café ceremonial, alcohol, cocaína, pastillas, meta-anfetaminas, quetamina, llorar.

Una sonrisa de ojos grandes y pelo negro, y un café como ese hace que te quedes con el lugar y lo marques entre los sagrados. Salió con él a la terraza y le puso dos sobres de azúcar y se dedicó a jugar al reloj removiéndolo con la cucharilla: en el sentido de las agujas del reloj, o al contrario. La cuchara marca las horas y puedes adelantar o retrasar el tiempo un día con sólo dos vueltas de doce horas en apenas un segundo. Sería tan interesante manejar así el tiempo. Ya había destrozado la bola de leche que flotaba sobre ese cremoso café, el azúcar estaba disuelto. Empezó a liarse un cigarro. Cuando acabara, la temperatura sería perfecta para el primer sorbo. La vio llegar entre niños que juegan a la pelota, carritos de bebé y parejas que pasean entre los árboles para oxigenarse. Demasiada calma. Deja que el zumbido de lo absurdo se amplifique y no te deje oír nada más.

- Hola- le dijo antes del primer beso en la mejilla- ¿qué tal?- le dijo antes del segundo. Se sentó soltando el bolso y el abrigo en otra silla. Cansada. Cansada de llegar.
- Bueno- dijo él, sin saber muy bien qué responder a esa pregunta. ¿Quién coño sabe realmente cómo está? La realidad que ves es sólo una alucinación modelada como plastilina o arcilla, demasiado parcial, demasiado subjetiva, demasiado tú como para confiar en ella. Benditos aquellos que cuando ven la luz soleada de un mediodía sólo ven la luz soleada de un mediodía; él veía el ocre amarillento de una hoja de papel vieja y seca. El amarillo es una imagen mental. La luz real, la objetiva, seguramente no es así. El sol es sólo una estrella que nos engullirá y la sensación de realidad estable de lo cotidiano pone de manifiesto la esquizofrenia natural de toda un especie- aquí, tomando el aire.
- Voy a pedir.
- Vale.

Todos somos más parecidos unos a otros de lo que creemos. El color favorito de todo el mundo es el mismo color. Nuestra personal e intransferible configuración proteínica seguramente nos hace percibir un tono en el rojo donde otro individuo lo percibe en el verde o el azul. De ahí que los colores favoritos sean distintos pero los mismos, en el fondo de nuestra alucinación. Las proteínas del ojo y del cerebro. La realidad convertida en entretenimiento de alfarero. Regresó con su café. Este era un café con leche normal y sin encanto. Así es la vida.

- Cabrito- le dijo- ¿por qué a ti te han puesto esa maravilla y a mi no?
- Será por lástima.
- Ya...

Pasó un silencio de esos que evidencian que todo es absurdo, incluido quedar.

- Se está bien aquí, ¿eh?- dijo ella para intentar romper el silencio.
- Es todo muy decadente.
- Bueno, hoy precisamente no; hay muchos niños y padres y se ve poco vicio.
- Por eso lo decía.
- Ah- y empezó a reírse. Será que la imagen de la decadencia viene también determinada por la especificidad proteínica de cada uno, pensó él.
- Para mí lo decadente es esto: niños en la alameda, familias, mesas, gente tapeando, el sonido pausado de los cubiertos. Todos se quieren suicidar. Era mejor con las putas y los yonkis. Demasiado sinceros para engañar. Ya te he contado mi sueño sobre la manada de diez mil ñúes, ¿no?
- Sí, mil veces: por la calle Calatrava, bajando a toda velocidad a la alameda arrasando con mesas, personas, etc.
- Qué asco. Estoy acabado- y le dio caña al café, que casi se le olvidó y se le enfriaba. Estaba de puta madre. Se dio la vuelta y le lanzo una mirada radiante de agradecimiento a la camarera, que por supuesto fregaba vasos y pensaba en sus cosas sin darse cuenta de nada.

Ella siguió riéndose.

El sol bajaba y empezaba a enfriarse el aire. Qué vasto espacio para tan poco, pensaba observando las distancias, los árboles, las casas del otro lado, el trasiego de desgraciados que intentan ser felices con un plato de cabra confitada. Otro silencio.

- Tengo algo de maría, ¿nos vamos a fumárnosla?
- Bueno, ¿vamos a mi casa?
-  Nada como un refugio, ¿eh?
- El peligro es real: podría gustarme toda esta mierda, claro indicio de volverme gilipollas.
- Pues vamos, en realidad es mejor.
- ¡Claro que es mejor!

Caminaron, él concentrado en no andar demasiado rápido para no dejarla sin aliento. Llegaron, fumaron. Él empezó a contarle sus delirios hasta que ella no pudo más.

- ¿Puedo hablar yo en algún momento?
- Oh- dijo él, interrumpiendo su argumentación sobre el porqué había que fusilar a todo el país.

Ella era menos radical, claro. Tenía una extraña fe en la bondad esencial de existir. Al cabo de un rato se marchó porque él hacía tiempo que no estaba.

Es extraño cómo los ojos modelan la realidad al antojo de la enfermedad mental del sujeto. Buscó un documental sobre el fin del universo, pero el que encontró resultaba irritante: el locutor no hacía más que maravillarse por un cosmos que es, a todas luces, una mierda chapucera y peligrosa. Quasars, hipernovas, galaxias, agujeros negros, meros accidentes para impresionar a imbéciles. Con lo interesante que es que reviente el tejido espacio temporal y sacar conclusiones de ello.

Comer, respirar, todo es algo que con una buena dosis de majadería se puede incluso considerar real. Pero seamos serios. No estamos menos atrapados en el tiempo que el protagonista de una película que la mayoría de la gente cree que es ficción, cuando representa cada uno de sus días de vida, de sus domingos, de su mirada parcial e inconsciente. Normal que se emborrachen.

Intentó hacerse un café como el de la camarera y fracasó...



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miércoles, 22 de enero de 2014

Rodamientos









El tiempo es como una tirolina, y eso es precisamente lo que jode de él. Si fuera una cama elástica, en fin, todo sería distinto, pero quiso la divina providencia que sólo fuera un cable del que colgarse. Para cuando te has dado cuenta, ya estás en medio del viaje y la alternativa es leñarse contra el hielo, el tronco de un ficus, rocas o incluso el mar, desde la altura nada desdeñable de este universo. No veo en el cosmos a un dios que no sea un tipo en bata bastante ciego que pone petardos en la mesita central del salón sin saber por qué no se lava, sale fuera y se deja dar por el sol, en vez de ponerse ciego de coca y hacer explotar traca tras traca sintiendo desprecio por sí mismo. El universo, como plan, la verdad es que es una puta mierda; es tan absurdo como poner un petardo para sentir algo: no tiene finalidad ni hacia adelante ni hacia atrás de la tirolina, y los extremos son inalcanzables e invisibles; la vista no apreciaría el final ni siquiera en línea recta, y la bruma del aire del futuro tampoco ayudaría. Incluso si se pudiera ver, incluso si se dispusiera de una eternidad que te permitiera aproximarte y ver el extremo: sentirías cómo se desliza tu tirolina sobre el cable del tiempo, cambiaría el paisaje, verías tu entorno moverse, pero si te fijaras en el final del trayecto, descubrirías que ya no te aproximas más. Y la tirolina tiene la gracia de tener un recorrido sinuoso donde no siempre puedes prever lo que te vas a encontrar tras el próximo giro: una copa de un árbol, un pico nevado o una bandada de cóndores mutantes que deciden comer cosas vivas. Y hay personas que están siempre intentando adelantarse a las sorpresas del recorrido, mientras otras miran hacia atrás para registrar todo lo sucedido con la ilusión de poder con ello descifrar una "pauta" que les ayude a prever el futuro. Generalmente gritan como cochinos en un matadero cuando los decapitan, lo que evidencia que con eso no contaban, y que sus teorías se desmoronan; en este caso concreto, sobre un cesto. Pero como el tiempo no se ve, se tiene la ilusión de vivir en un mundo tridimensional cuyo devenir sólo se adivina por las evidencias dejadas en el entorno; sólo el aburrimiento consciente te puede traer un cierto eco del sonido del rodamiento sobre el cable de acero. Esperar, mirar al reloj, una linealidad general sin puntos de referencia que te aplasta. Cuando esperas te sumes en el presente. Es sólo un chirrido que nada te cuenta sobre nada en absoluto.

Nora llevaba ya veinte minutos de retraso.

Posiblemente pequemos de ingenuos al considerar que conceptualmente podemos abarcar tanto; al acercarse al tiempo los conceptos se joden unos a otros. Tal vez deberíamos tener algún sentido nuevo que sumar al tacto, al olor, a la vista, al olfato o al oído, que percibiera esa dimensión. Sin él, esa dimensión ni nos afecta ni la observamos; sólo a través del conjunto de los otros cinco sentidos, sumados a la memoria, presumimos que algo hay. Probablemente ello se deba a que sus fluctuaciones no afectan a la supervivencia de vegetales, peces, reptiles, aves o mamíferos de este planeta, a que no alteran el ecosistema. Sería un sentido poco económico; un órgano que mantener cuya información carece de interés práctico para nadie, excepto para nosotros- su utilidad consistiría en evitar muchos suicidios. Al fin y al cabo, ¿cómo describiríais el color rojo a un ciego de nacimiento que, por tanto, nunca ha percibido la luz? Se quedaría tan absorto como cualquier ser humano cuando intenta comprender que el tejido espacio-temporal se expande. La experiencia sensorial es fundamental.

Por fin llegó Nora. La vi llegar desde varios metros de distancia: extraña indumentaria, parecía un híbrido entre ejecutiva y urraca; estaba muy guapa, más que nada porque ella era guapa de cualquier forma; pero insisto: a la vez parecía un híbrido entre ejecutiva y urraca. Esto de reencontrarse con gente décadas después es emocionante, pero arriesgado a la vez. Estaba delgada, tal vez demasiado delgada. Tenía un halo de urgencia en los ojos y un brillo de alerta que se me antojó completamente irracional. Su cuerpo transmitía su pánico.

- ¡Hola!- me dijo al llegar y sentarse- siento el retraso.
- Da igual, estaba entretenido.

Ella miró rápidamente la mesa vacía, mis manos vacías y mi entorno, con gente en grupos o en parejas a lo suyo, lo que equivale a decir que también estaba vacío. Sin embargo no preguntó nada.

- ¡Bueno!- dijo muy contenta- ¡No has cambiado nada!
- Tú tampoco, sigues igual de guapa que siempre.

De cerca la pude observar mejor. ¿Qué tiene la vida que deja marcas amargas en los rostros? Ni ella ni yo éramos tan mayores. Si no envejeciéramos, probablemente el paso del tiempo dejaría en nosotros su testimonio en forma de cicatrices del corazón y de la experiencia. Mala publicidad de la vida. No era algo que se percibiera objetivamente, pero ahí estaba. Su tirolina debía haber recorrido desiertos plagados de cardos que te arañan la cara y el cuerpo al pasar colgado del tiempo.

- Te noto cambiada- le dije- ¿dónde está tu desaliño del instituto?
- Esto es reciente, ¿eh?
- Tienes aire de empresaria, ¿por eso has dejado tu curro en Málaga y te has venido a Sevilla?
- Algo así, pero soy más independiente que eso.
- A ver, ilumíname.

Me analizó profundamente con la mirada antes de hablar. Era natural, en el instituto y en los primeros cursos de la carrera, en aquellos últimos fugaces encuentros, yo solía ser bastante sarcástico con ella y sus pretensiones: la medicina, el ayudar a la gente, la integridad tóxica, sus reticencias. Me miró a los ojos y pude percibir un profundo miedo instalado de manera permanente en sus cuencas oculares. Me pregunté si ella me encontraba igual de arrasado, o tal vez más. Probablemente. Sin embargo, mi inacción y mi aislamiento voluntario, mi constante introspección y mi crítica constante y escéptica se me presentaban como un rasgo de saludable conciencia frente a esa mirada encendida en una alerta impropia en este mundo de alelados devora-tapas que esperan a la muerte bajo soles domingueros, rodeados de niños desesperados que no saben qué hacer con esa inercia absurda del transcurrir de los segundos. Me pregunté qué opondría ella al chirriante eco sin aceite de la espera inmotivada.

- Me voy a dedicar a especular en bolsa- me dijo finalmente.
- Ah. Claro. Entiendo por qué te has pensado tanto el decírmelo.
- ¿Me vas a llamar renegada o algo?
- No soy tan malo pero, ¿cómo has llegado hasta esto?
- Me va a ayudar mi novio; él se dedica a eso.

Sí, me mordí la lengua. Los especuladores se han cargado toda la economía, es una labor que nada produce ni a nada lleva. Son parásitos sociales. Están en el lado opuesto a la creatividad y a la imaginación. Por otro lado, ¿qué le pasa a cierto sector de las chicas? ¿la educación machista les amputa la personalidad y la capacidad de iniciativa? He visto a muchas tías adquirir desde aficiones por las artes hasta posturas políticas, todo por la entrada USB del coño, y siempre desde una predisposición a considerarse idiotas e inermes ante la total suficiencia de experto del pen-drive consorte, admirado hombre-pene de gravedad de mármol. Y yo, siendo chico, conozco lo que hay tras mucho maestro de esto y lo otro. Puede que en otro tiempo le hubiera soltado todo esto; es lo que ella tanto temía al confiarme su secreto. Pero esta vez no lo iba a hacer. Antes era más inconsciente, más excéntrico. Hoy, si alguien me habla me molesta porque interrumpe mi diálogo interior, y los avatares y las hostias que la gente se pega las considero inevitables. No hay que molestarse en avisar; si avisas, sólo lograrás aumentar el deseo de los sujetos por perseverar en su postura. Es mejor dejar que las hostias autoadministradas enseñen la lección por sí solas.

- Bueno- dijo Nora tras un rato de silencio- te voy a contar por qué te he llamado.
- ¿Había un propósito más allá de vernos sin más?
- Sí, y es algo bueno, muy bueno para ti.
- ¿Seguro?
- Verás, he hecho un cursillo de psicología aplicada.
- Oh, no...
- Oh, sí. Estoy genial, trabajamos en grupo y es maravilloso. Lo imparte un americano que está introduciendo esta escuela en España, y hay un grupo aquí en Sevilla. Quiero que te apuntes.
- Algo me contaste por watsup, pero cuesta una pasta.
- Sí, pero los beneficios son incalculables; tú mismo has notado el cambio. Ahora soy una líder.
- ¿Cómo?
- Nos enseñan a ser líderes.
- Un líder lidera un grupo; un grupo formado por líderes no tiene líder, por lo tanto ninguno de ellos es ningún líder, es elemental.
- Ellos se encargarían de acabar con tu actitud.
- Creo que no, Nora. No quiero cambiar de actitud.
- Hay un loco por ahí que anda detrás de nosotros llamándonos secta; nos culpa de que su novia lo dejase tras meterse en el grupo. Un tío equivocado. Ella aprendió por sí misma que él no le convenía y culpa a la escuela.
- ¿Cuántos sois?
- Unos veinte. El curso inicial dura sólo un fin de semana y cuesta 600€.

Hice la cuenta mentalmente: 12.000 € ganados en sólo un fin de semana de psico-paparruchas. Debería hacerme gurú yo también.

- Paso, Nora; yo pienso por mi mismo.
- No sabes el error que cometes.
- Me da igual.
- Te he visto en tus fotos de facebook de este año. Se notaba que estabas mal; ahora se te ve mejor, pero te vendría muy bien. Estás siendo víctima de ti mismo. De verdad, se te ve mal.

Menudas tácticas de manipulación le habían enseñado a esta en ese curso. Decidí soltar la caballería.

- Mira, Nora, no te molestes ni te ofendas. Respeto tu decisión, pero yo no lo veo como tú lo ves. La vida duele, sobre todo si se está en ella. En un año han muerto cuatro amigos míos, y de los que quedan vivos la mayoría me ha decepcionado, por no hablar de este período convulso en mi vida sentimental. Sólo un desequilibrado muy grave sería insensible a ello. Es natural estar mal cuando la vida te golpea, me niego a convertirlo en un diagnóstico servido al gusto de los abanderados del happy forever. Esos sí que están en riesgo de suicidio cuando recuperan la cordura y todo lo que han estado evitando por cobardía se les viene encima de golpe. La vida es felicidad y tristeza. Sólo digiriendo la tristeza se está preparado para el siguiente período de felicidad. Yo creo en asimilar, no en rehuir las consecuencias de los propios actos. Y no es tan malo, se aprende mucho de uno mismo y de los demás, y si eres lo suficientemente inteligente encontrarás en todo esto un contenido nuevo que añadir a tus conocimientos.

- Estás mal.- insistía Nora.
- Por poco tiempo. Y no es un delito. Puede que esté mal, pero soy fiel a mi mismo y esa es la única manera de salir adelante.
- Me sorprendes. Esperaba que te lo tomaras de otra manera.
- Tu gurú se embolsa 12.000 € cada fin de semana de esos, él sí que sabe.
- No le llames gurú. Es un psicólogo de carrera.
- Bueno, da igual. Me niego a apuntarme, gracias.
- Hasta mi novio, que era tan escéptico como tú, se ha apuntado y está encantado.
- Me parece genial, pero yo soy fiel a mi escuela filosófica.

Pasó un rato y acabamos nuestros cafés en silencio.

- Bueno- dijo ella mirando al móvil- mi novio va a pasar a recogerme con el coche y no se puede parar. Me tengo que marchar. Te convenceré.
- No lo harás. Pero me alegro de verte.

La acompañé hasta la calle y allí la recogieron. Seguí mi camino hacia casa. Parece que está todo el mundo fatal. Todos intentando rellenar de trascendencia sus vidas. Todos intentando despegar, y vigilándose mutuamente en la vida social de las calles. Todos intuyendo que algo va mal y lanzando cañonazos al aire con la esperanza de dar a algo o a alguien para sentir la vida. Me acordé de mi amiga Silvia y le escribí un watsup.

yo: estás por el centro?
Silvia: sí.
yo: vienes a mi casa?
Silvia: ok

Nos metimos en el cuarto y echamos un polvo. Luego se fue. No hay mejor psicología que esa.

Extrañas las tirolinas personales e intransferibles de cada uno. A veces se enredan, a veces se choca contra otros y otras veces se baila haciendo zig zag. Pero mirando a mi alrededor, no encajar en ningún sitio puede resultar solitario, sin duda; pero encajar equivale a una traición que no puede traer nada bueno. No. Ni el aire mortecino de las tardes ociosas de fin de semana, ni la predisposición señorial de los matrimonios, ni el corretear de los niños, ni los recursos desesperados de los desorientados- cursillos, sectas, religiones, bailes, o el reverso tenebroso: comparaciones, envidias, frustraciones, inseguridades, soberbias, orgullos heridos. Nada con lo que identificarse. Hay una desorientación general y la vida deja tarados a la mayoría. Al final, se agarran al dinero y punto; algo con lo que entretenerse, y es contable, lo cual es de agradecer por ciertas mentes simples: sirve como criterio objetivo para comparar y clasificar. Ninguno se da cuenta de que el dinero es tiempo comprimido robado a la vida de otro. Algunos seremos anómalos toda la vida.

Y en todo este rato de charla estuve echándome de menos. Porque estar solo reflexionando y mirándose al espejo cara a cara exige una valentía que no todos tienen. Y sigo escuchando el chirriar de mi rodamiento sobre el cable, signifique lo que signifique, y no puedo evitar encontrar más sentido en ese sonido sin contenido que en cualquier conversación donde se enumera lo que se consume, lo que se desea, lo que se envidia o lo que se lamenta...


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lunes, 20 de enero de 2014

Una cita formal




Nunca se habían liado; cuando se encontraban en persona era un asunto que simplemente no se concebía. Sin embargo, resulta extraño cómo cambian las cosas cuando el contacto se establece por escrito, a través de las redes sociales. Ahí fue distinto. Una conversación inicialmente banal pasó a contenidos más lúdicos y acabó con confesiones de la vida sexual de cada uno y con un calentón inesperado y una cita establecida bajo la premisa “prohibido ser tímidos, follemos”.

Llegó a su casa con el pelo aún mojado y oliendo a gel, champú y desodorante: ella estaba recién duchada y bien arregladita. Ninguno de los dos era tan lanzado en persona como en la web. Se dieron dos besos en las mejillas como de costumbre y ella sugirió un café. Ok. Charlaron de estupideces, fumaron un porro e intercambiaron miradas de furtiva complicidad. Cuando acabaron con esa parte del protocolo, él sugirió que se fueran al dormitorio, a lo que ella respondió con una sonrisa pícara que pretendía ser un reflejo de la actitud de él. Vale. Voz baja y fina. Palabras escuetas y muchos nervios, pero nada de besos ni de magreo. Todo muy civilizado. Se sentaron en la cama uno al lado del otro con los codos apoyados en las rodillas y sin mirarse.

- ¿Estás segura?- le dijo él cuando por fin se decidió a mirarla a los ojos.
- Sí, de verdad; quiero hacerlo.

Empezaron a liarse de golpe, a lo bestia. Ahí parece que empezó a relajarse la cosa. Se comían la boca con una urgencia que era producto a partes iguales de la relajación del nerviosismo inicial y del deseo que los había llevado hasta allí.

- De verdad que tenía ganas de esto- le decía ella mientras le comía el lóbulo de la oreja.
- Pues parecía lo contrario, te lo juro- le dijo él mientras le devoraba el cuello.

Se fueron quitando la ropa y empezaron a revolcarse sobre la cama y a quitarse más ropa durante un buen rato, entre risas tontas, aunque sin mirarse del todo a los ojos por una especie de pudor.

- ¿Te la puedo chupar?- dijo ella al cabo de muchos minutos.
- Claro.
- ¿De verdad?
- Te lo juro.

Se puso manos a la obra con pasión y ferocidad. Él le hizo lo propio después, larga y pausadamente. La tarde avanzaba aunque el tiempo parecía transcurrir más deprisa de lo normal. El sol ya había caído tras la ventana.

- Me la puedes meter ya- dijo ella en un momento dado.
- ¿Ya quieres?
- ¿Tú no?
- Si tú quieres sí.
- Claro; si no te importa, claro.
- Sí, sí, por supuesto.

Se la metió. Estuvieron follando un buen rato. Y aunque parecía que iban a partir la cama, negociaron cada cambio de postura, con mucha educación. “Si tu quieres”; “Naturalmente, si te apetece”; “No lo hagas por compromiso, sólo si te parece bien”; “Tú primero”; “Después de ti”, etc.

Al final de tanto protocolo se corrieron aullando como dos animales: fue un polvazo donde las disculpas y los por favores contrastaban con la visceralidad de todo lo demás.

Se vistieron muy civilizadamente sin apenas intercambiar palabra y él se fue hacia la puerta. Se despidieron con un beso como si esta hubiera sido cualquiera de sus citas anteriores a lo largo de su dilatada amistad. Tampoco esta vez encontraron las palabras adecuadas: seguían igual de tímidos. Él se marchó.

Camino de su casa reflexionó sobre los mitos del sexo. No siempre es un rompehielos, evidentemente. Todo su cuerpo olía a ella y aún no sabía qué decir en su presencia.

Pero era todo mucho más simple.

“Me conecté a internet esta mañana” pensaba, “y aún no sé exactamente qué cojones ha pasado...”...


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