martes, 29 de marzo de 2016

Tratar de opaco por educación



Extraño desfile de transparencias
- bajo las palabras atronan
viejos dolores
que suenan siempre igual...

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Alba




El cielo se pone del revés
la misma camiseta...

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lunes, 28 de marzo de 2016

Piezas, tornillos, tuercas



Sobrecogerse es algo
que se ha descuajaringado
en mis manos
como un juguete roto...

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Entropía



Como la roca muta en arena,
se hacen dunas las cunas
de estos musgos...

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sábado, 26 de marzo de 2016

Un monstruo








Recuerdo cuando noté ese cambio en las corrientes. Esa maldita mala costumbre mía de no perderme el más mínimo signo con importancia. Es ese pensamiento espejo que vive en ella y cambia y cambia con el ritmo del capricho de un niño ocioso: de abandonarle poco a poco, como idea suya, pasó a hacérmelo a mí, pero sin confesarlo. Esas cosas se notan automáticamente, supongo que al menos esa conexión (la de darnos por culo mutuamente entendiendo todos los mensajes sin excepción) sí que existía. Tarde o temprano una chica, si cumple el requisito de ser imbécil y una derrotada ante la presión social de ser una muñeca hinchable que habla (pero lo justito sólo), te pasará la factura por el sexo. Un simple día en que ella quería salir fuera de mi casa como si ello significara algo más; hacer otras  cosas. Ya. Es que hay que comprobar que yo no me esté "aprovechando" o utilizándola sólo por el sexo o vete tú a saber la idea de una persona que, corriéndose varias veces por polvo, cree que eres tú el único que se beneficia en algo de toda la historia. Supongo que yo debía mostrarme muy abierto a todo eso: sí, salir por ahí, venga, vamos al cine, claro, y a cenar por ahí, da igual, que nos vean, que se entere tu novio de todo esto. A mí qué más me da. El asunto era que sin dinero uno no se siente muy cómodo yendo invitado por la vida, y menos aún haciéndolo sólo para disculpar a tu polla de unas pretensiones hipotéticas y encima inconfesas por la parte que desconfía de ti.
 
Como odio que me pongan a prueba, cuando lo hacen suspendo y de manera espectacular y premeditada sólo para joder, así que no salimos, nos quedamos en casa y me la follé. Ponerle en bandeja la confirmación a una cuestión mal planteada que, o bien se le había ocurrido a ella, o bien era una aportación intelectual de algún "entendido" o "experto" en el tema de mi vida, mi alma y mi polla, seguramente es un error, porque jamás se dará cuenta de que el error fue someterme a la prueba. Que las cosas se hablan en vez de ir de lista por la vida quedando encima como gilipollas y provocando accesos de vergüenza ajena en mi maltrecha persona. Pero no se puede estar todo el día siendo tan imbécil como los demás y disculpándolos, y menos en un ambiente de una desconfianza ofensiva. Uno tiene también derecho a ser.
 
A la siguiente vez también se lo hice, y ya fue la última, claro; al cabo de un tiempo me confesó que por esta época "había empezado a notar que cada vez que quedaba conmigo tenía que follar". Vaya, no me digas, no tenía la más mínima idea. Me pillas totalmente por sorpresa. En serio. Qué soledad, joder, contigo también. No lo puedo evitar: siempre noto cuando me ponen a prueba y noto la presencia de otras personas en determinados juegos, y a la insolencia de sus suspicacias respondo con la peor respuesta que puedan esperar dentro de sus esquemas limitados. Pero la conclusión se la dejo a ellos; son los analistas y expertos. Marujas S.A. y Machotes Toreros S.L., pero sin cola ni castañuelas ni banderillas ni toros ni cojones ni expresión lírica alguna.
 
También se intuye fácilmente las aportaciones externas, las advertencias, la sombra de la duda hecha rumor alrededor de un florero, en las preguntas, en esos detalles con los que se espera aclarar algo sin que se note. Bueno, es así: poco a poco se van espaciando los encuentros, cada vez más cortos, además, más fríos, más escuetos e impersonales. Te quedas como un imbécil viendo cómo se desarrolla el guión que ya te sabías de memoria antes de siquiera haber empezado. Como un imbécil, sí, por esa suerte de juego de espejos en que los idiotas juegan a engañarte pero lo hacen francamente mal; y tampoco se lo puedes decir porque bajar al lodo te mancha y salpica y te convierte en el mismo lodo. Sólo puedes observar, sin poder hacer nada, aguantando el tipo y procurando no dejarte llevar por esa corriente cambiada, mientras ella duda de todo, te cree un impostor y un completo personaje ficticio y busca dónde pillarte todo el rato. Ya no hay magia, sólo una "enviada" de los cretinos aburridos de siempre. Eso es lo injusto: no te puedes defender de nada porque ella no te pregunta jamás sobre nada de aquello sobre lo que han vertido la duda y la sospecha. Es todo un juego secreto en el que tú eres la basura a la que sin embargo ella necesita regresar con cualquier excusa. Luego, el contacto por las redes, el telefónico, todo va reduciéndose y tendiendo al cero. Y tú viendo todo el show, un impostor potencial ante sus ojos, como un insulto permanente. Como un veneno o una droga a la que es adicta, que la destruye, y que debe dejar para siempre. Como la identidad más perjudicial posible. La influencia más nefasta.

Creer que tarde o temprano los imbéciles se autodescubrirán es tan estúpido como creer en dios, esa es la impotencia del que es objeto de las infamias. Determinadas personas crean castillos en el aire si dejas los ámbitos donde posar y haces algo distinto. La sospecha se ha amplificado diez años. De saber tan poco de mí han creado un monstruo para rellenar los espacios vacíos; sólo saben hacer monstruos. Monstruos con los que no estamos. Monstruos con los que nunca estaremos allí. Y esos otros monstruos que no estarán aquí jamás...








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viernes, 18 de marzo de 2016

El juego del acecho y la caza









Recuerdo que huí a la playa aquella noche porque mientras ellos, en aquel campamento entre las dunas y los juncos, hablaban junto al fuego, yo necesitaba otra cosa. Estaba harto de hablar. Estaba harto de mirar hacia el otro lado a través de las llamas buscando unos ojos. Una forma de magia, como una electricidad distinta que cargara el aire con partículas de una extraña polaridad naranja, hacía que mi cabeza tirara de mi cuerpo hacia el cielo, como un globo de helio, pero sin fuerza suficiente para elevarme tras él. Pero me tenía que poner en pie o me volvería loco. Estirar los brazos hasta oírlos crujir. Tenía que buscar la amplitud de la playa. Tenía que ser así. Era un maldito juego. ¿Sería ella, que charlaba entre los demás, lo suficientemente valiente para ir tras de mí, lo suficientemente sensible como para darse cuenta del desafío, lo suficientemente despierta para entender lo que le estaba diciendo? Siempre tenía la sensación de que la compañía de grupo hace que se pierdan los instantes, y me fui a ver si yo me conseguía uno.

El vodka, el aire templado de la medianoche y ese calor alegre con esa presión ligera que se instala en la cabeza y que incita a salirse de uno mismo: recuerdo el paseo por el camino de tierra en aquella oscuridad donde las hierbas se teñían de la luz naranja urbana que reflejaban algunas nubes sobre el suelo: es esa extraña llamada que trae en algunas ocasiones, en forma de rastro, la brisa. El deseo es sólo un espíritu que se transmuta de cuerpo en cuerpo, y sólo a veces, cuando acecha a su presa, pero está indeciso sobre en quién posarse, le delata el olor. Su olor es específico y no tiene nombre. Yo siempre acudía a buscarlo cuando detectaba su desliz para ser presentado formalmente a la esencia de todo lo que me había arrastrado, ser tras ser, más allá de toda máscara y encarnación.

Llegar a la playa, vacía, completamente solo. Ella no venía, claro. Le di un trago largo a la botella de vodka y alcé la cabeza al cielo con un movimiento seco, sólo para sentir mis rizos agitarse al caer por mi espalda. La mayor parte de las veces se desperdician los mejores momentos. Algunos somos tan conscientes de esos instantes perfectos sucedidos jamás, que casi los recordamos mejor que los recuerdos verdaderos. Estiré los brazos, miré al cielo. Bueno. Solo. Allí no hubiera merecido la pena pero aquí, sí.

Las luces naranjas del cercano pueblo de Taganrog ocultaban algunas estrellas, pero el cielo estaba bastante claro. Con el mar de Azov ante mí, miré hacia mi izquierda, a lo lejos: había una luz lejana, casi en el horizonte, un faro tal vez. Cuando hay tanta oscuridad, cualquier luz intensa puede cegarte. Justo entonces noté un movimiento, una sombra que parecía venir corriendo por la orilla. Venía tan rápido, era tan nítida aquella corredora, aquella deportista, que tuve que apartarme para dejarla pasar y comprobar, al girar la cabeza siguiéndola en su movimiento y perder de vista la fuente de luz, que no había nadie corriendo.

Consideré la situación. Me senté en la arena. Bebí más. "Mientras hagan deporte, ¿a mí qué más me da?", pensé. "¿Así te me presentas, corriendo y quitándome de tu camino de un empujón?"

Pero eran estas extrañas bromas del deseo, sus trampas, sus trucos y sus mensajes, su manera de burlarse de mi forma caprichosa de querer las cosas, las que daban contenido a lo que no había dejado de ser un intento de perseguir un sueño volátil, de una noche, sí, de un verano, claro, de un fracaso, en cierto modo. Porque yo era el único que allí jugaba con él, realmente, y no con sus disfraces, aunque se me escapara siempre...

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jueves, 17 de marzo de 2016

Telar








¿Cómo se desvisten las cosas?
Hay capas y capas de tejidos, lanas, ropa...

¿Y si no hay nada?

La lana puede parecer seda,
y la seda,
piel...



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miércoles, 16 de marzo de 2016

Órbita







Hay gravedad en los ojos
que apresan la luz
- ¿qué apresas tú,
y qué nos sujeta?

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Tablas







No puedo hablar bien de mi futuro
- pero él tampoco puede hablar mal de mí...

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Frankenstein

Será que ven la cremallera,
la que me regalé en invierno
por si las flores de los cerezos...

Tras la cremallera,
un balón de rugby,
cuya costura late
cuando la abren,
se escapa cortando manos,
se aleja contando yardas...

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Astro-pez


¿Son de sol las escamas del mar?

Coletea la espuma de su cola
como lunas en la playa...

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sábado, 12 de marzo de 2016

Desfase de un segundo






Sobre unas huellas
se me posó un cuervo,
en mi hombro derecho,
para extraer confidencias...

Dijo que los rastros
que seguimos no existen,
y que toda ruta se resume
en el magnetismo de una brújula
que siempre señala al futuro...

¿Pero y el susurro del cuervo,
el secreto confinado al arco del oído,
el viento de esta llanura yerma
y el espacio que se escapa
con la corriente de la caída del sol?

"Adicto a la eternidad
de los instantes",
me dijo,
"llegas siempre tarde al presente,
cuando ya no queda nadie"...

"Naranja, cuervo",
le respondí con un hilo de voz,
"despliega tus alas
sobre el naranja
y persigue al último reflejo verde
de este cielo,
¿por qué no vuelas?"

Pero el cuervo,
puntual,
ya no estaba...

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lunes, 7 de marzo de 2016

La carta







Buenos días,




Querida desconocida, me dirijo a usted sin previo aviso y le escribo esta carta para comunicarle que la idea de escribirle ha sido, en realidad, un completo error.

Pidiéndole disculpas y lamentando haberla hecho perder parte de su preciado tiempo, le saluda atentamente,


Yo



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La discreción de los párpados






Lo pequeño es lo grande:

... el susurro que tiene la talla de una mota,
la mota blanca que brilla ante la sombra,
el soplo de un suspiro que la barre de la vista...

Y el blanco lunar de esta noche
lleva la distancia del sol escrita en su tono
- su manto, sin embargo,
hace que las miradas largas
se invadan con microscopios
hechos para que se laman las estrellas,
con la discreción de los párpados cerrados...

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domingo, 6 de marzo de 2016

Una visita











Todo es un ascensor que desciende, hasta el peso de los órganos parece el de una cabina en caída libre, pero puedes respirar. Puedes hablar, puedes comprar, puedes preguntar, puedes caminar con tu ascensor de cables cortados precipitándose por dentro sin terminar nunca. Pensamientos de ascensores muertos mientras subo una escalera.

Los perros están ahí, tumbados entre sus mantas en el último descansillo. Esta vez, en vez de saludarlos, me pararé un rato, a modo de visita, con ellos. Así que me siento en el suelo. Mueven la cola, me hacen sitio, me ponen sus patas sobre la mano con que los acaricio y luego se echan sobre mí, entre gruñidos de familiaridad. Yo les hablo porque sólo entre ellos me siento buena persona.

- Debéis saber- les digo- que hay grandes esperanzas puestas sobre nosotros, y que ese honor supone también una gran responsabilidad.

Mía me mira fijamente, luego se estira y mete el hocico entre mi brazo y mi pierna. Gufo sigue en su posición en el otro lado y se limita a respirar fuerte.

- Puede- continúo- que pasemos por un momento difícil, duro, volver a empezar, pero no debemos desesperar, pequeños compañeros; al igual que vosotros soñáis con recuperar ese paraíso perdido de bosques llenos de jaurías de perros asilvestrados, felices y satisfechos de sí mismos que viven de hostigar a los laboriosos herbívoros y despedazarlos vivos sembrando el pánico en el lugar, para poder desarrollaros plenamente como las fuentes inagotables de voluntad vital que sois, yo, poniéndoos a mi servicio, no sólo nos auguro una salida exitosa de este bache...

Decido tumbarme directamente en el suelo. Entonces, al mirar hacia arriba, descubro que tras el techo de cristal que transparenta las primeras estrellas hay nubes grises que cruzan el cielo veloces. Y continúo mi charla con ellos.

- ... sino que lograremos grandes cosas, amigos míos, los tres juntos...

Sólo se oye el rumor de la ciudad, lejano, y el sonido de la marea que mueve el viento eléctrico de este anochecer que anuncia primaveras. Las cabezas de los perros descansan sobre ambos lados de mi pecho.

- Nos espera un futuro maravilloso, amigos- les digo mientras los acaricio, y ellos se acurrucan más, dispuestos a seguirme en lo que sea, entre gruñidos de aprobación- nos espera un futuro que nunca hubierais podido ni imaginar... 


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viernes, 4 de marzo de 2016

Dedos


Pasar las manos
por los enrejados
como si fueran arpas...

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