lunes, 23 de diciembre de 2013

La última comida



Habíamos tocado bastante tarde y acabamos el concierto a las cinco de la mañana. Al final, llegué a casa sobre las siete, muerto de frío. Ella dormía en aquella habitación cuyo aire de sueño invernal contrastaba con el helado sabor a muerte del amanecer. Me acosté con ella, nada deseaba más, pero ella se levantó enseguida: ya no soportaba mi presencia, huía; y ese día, sin ella, yo no podía dormir, así que me levanté. La perseguí por la casa y al final la atrapé sentada en el sofá: me tumbé usando su vientre de almohada y me dormí aferrándome a su cintura para que no pudiera escabullirse. Incluso durmiendo percibía que no estaba cómoda, que todo esto le molestaba, y al final se escapó para hacer la comida, y me despertó cuando estuvo lista. Luego se fue.

Sabiéndolo y sin saberlo, no hubo ya más momentos compartidos. A veces la conciencia hace caso omiso a lo que la intuición le espeta a grandes gritos. Todo no había sido más que una convergencia de hechos dirigida hacia este punto. Patatas fritas y filetes empanados por su conciencia, y buen viaje, marinero. Esa fue la auténtica despedida y su mensaje: este viaje no se debió iniciar nunca...


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martes, 3 de diciembre de 2013

Fuego a tres bandas





A veces sucede que las cosas se confabulan para no dejarte seguir tu placentera rutina. Todo se asocia en una especie de hermandad cósmica empeñada en salvarte de ti mismo. El caso es que estaba dispuesto a disfrutar de mi pequeña burbuja, metido en mi cuarto, con todo lo necesario: mi lámpara de luz tenue, mi guitarra, mis artilugios de dibujo, mi portátil con conexión a internet para lanzar proclamas cuando surgieran, mis altavoces para escuchar música, la cama bien cerca, mullida, con muchas mantas, mis enlaces de 12 horas de sonido de lluvia para dormir. La ventana cerrada, las persianas bajadas, la puerta cerrada, tabaco de liar de sobra, papel, filtros, cenicero, mis galletas de chocolate robadas a mi hermana, mi último café- o penúltimo. Quizás era eso lo peor, tener que salir a la cocina a prepararme el siguiente. Y no tener un buen sillón. Nadie es perfecto.

Y como nadie es perfecto, el teléfono sonó: era María del Mar, mi mejor amiga. Estaba borracha, algo sentimental, con esa mezcla de dolor y alegría a partes iguales. Estaba, a su vez, con su mejor amiga, Lorena. ¿Qué tienen las mejores amigas de tus mejores amigas o de tus novias? Suelen ser platos muy apetecibles, terriblemente morbosos, con un atractivo que va más allá del físico. Supongo que es una mezcla de pulsiones: lo prohibido, lo que nunca se tendrá por la lealtad que las une, y que conscientemente no deseas quebrar. Y aunque María del Mar era sólo una amiga, lo era a regañadientes. No sólo me profesaba una devoción quizás algo más intensa de lo debido, sino que varios intentos de “violación” corroboraban esa sospecha. Por lo tanto, era poco probable que su mejor amiga, confidente, etc. se prestara a mis solicitudes, así que ni me lo planteé. Y ello a pesar de estar al tanto de que en ese aspecto la lealtad de algunas mujeres no es como la nuestra: pueden hacerlo y con menos remordimientos que nosotros. Pero no me gusta contar con ese tipo de debilidades.

Lorena, en fin, me volvía loco. Tenía ese desaliño que tanto me gusta y ese físico que puede llegar a ponerme bastante nervioso. De pocas palabras y con esa tibieza en la mirada de las personas algo introvertidas que es indicio de una capacidad de fuego bajo las sábanas. Me gustaba mirarla a hurtadillas y adivinar sus formas bajo sus faldas largas o en su figura al trasluz cuando sus ropas anchas eran atravesadas por la luz del sol. Y había un algo, cada vez que me miraba. Ella lo sabía, yo lo sabía, y ambos coincidíamos en la justa resignación necesaria por las circunstancias, pero se trataba de ese tipo de intuiciones demasiado tenues como para permitirse hablar de ellas. Demasiado sumidas en lo subjetivo como para hacerlas salir sin riesgo de pecar de impertinente o presuntuoso, y, a la vez, reconocidas por ambas partes a través de silencios pactados mediante miradas y más silencios. Ahora estaban las dos, borrachas, y me reclamaban. Dos niñas guapas, simpáticas, inteligentes y encantadoras. No sé de qué cojones me quejo tanto.

- Anda, vente, que estoy ciega y me apetece verte...- decía Maria del Mar.
- Jo, estoy aquí aperrado dispuesto a ser autista de nuevo...- le respondía.
- Anda, y luego te vienes a casa y vemos una peli o algo y te quedas a dormir conmigo- me decía ella- ¡no te haremos ir a discotecas ni aglomeraciones de humanos! ¡Me apetece verte!

Me decidí a ir, el plan no parecía demasiado horrible, y bueno, me apetecía también ver de nuevo a Lorena y observarla un poco y seguir fantaseando con mis ideas imposibles. Llegué al bar que me dijeron. Ahí estaban las dos, sentadas a una mesa, muy sonrientes. Llegué y les di dos besos. Se notaba el efecto del alcohol porque esta vez besaban de verdad, casi en la comisura de los labios. A Lorena la encontré especialmente cálida. Me ponía una barbaridad. Me senté frente a ambas. Era divertido verles las caras de ciegas estando yo completamente sereno.

María del Mar me miraba con esa expresión risueña de profundo cariño sin sombras. Tenía los ojos brillantes y las mejillas algo encendidas. Lorena, al otro lado de la mesita, tenía las piernas cruzadas, largas, esbeltas y sensuales, y me miraba también, con la mano en la barbilla, con un cierto grado de ese mismo tipo de cariño: el honesto, el que no pretende tapar nada. La miraba en toda su figura y sí, seguía siendo un bombón de esos que te entran por un algo demasiado característico para ser compartido con el resto de las de su género. Hay personas que te entran por lugares comunes, otras lo hacen por lugares personales e intransferibles: como si ese atractivo sólo lo vieras tú, siendo a la vez consciente de que es mentira; de que no sólo te vuelven loco a ti, sino probablemente a la gran mayoría de los mortales. Y a pesar de todo, sientes que se trata de una especificidad química demasiado concreta.

- ¿Quieres algo? ¡te lo traigo!- me dijo María del Mar.
- Un café, pero ya voy yo, no te preocupes.
- No- dijo manteniéndome en el asiento con su mano en mi pecho- eres mi amigo y te lo voy a traer yo.
- Vale- le dije riéndome.

Se levantó y se fue a la barra mirándonos con la sonrisa de oreja a oreja tan graciosa que tenía siempre, aunque ese día más acentuada por las chispas del alcohol.

- Bueno, ¿cómo estás? Tiempo sin verte- me dijo Lorena, intentando ser simpática, a ver si lograba arrancar alguna palabra o conversación a mi yo, tan empedernido en las pocas palabras. ¿Cómo explicarle que me ponía nervioso? No quería dejar entrever mis debilidades con ella, aunque en el terreno de las miradas cortas y fugaces estaba claro, pero es de mala educación hablar de algo tan vaporoso.
- Bien, estaba en casa, no tenía intenciones de salir. Y vosotras, ¿qué tal? ¿desde cuándo estáis por ahí?- le dije intentando ser cordial, simpático, normal; lo intentaba, lo prometo, pero todo me sonaba a tipo abúlico, aburrido y repetitivo. La miraba a los ojos al hablarle, por educación, y notaba a veces una puerta abierta en ellos, pero no entraba, era peligroso. Se puede mirar a los ojos sin entrar. Todo consiste en fijarte en lo no transparente de la retina y lograrás hacer sentir a tu interlocutor como un maniquí con ojos de cristal. Puede sonar cruel, pero lo otro era poner las cartas sobre la mesa. Mis ojos me delatan cuando miran sin reservas, y no era plan. Volvió María del Mar con mi café.

- Kique es un tío estupendo- declaró a toda voz. Ella es así, cuando es feliz o algo le gusta, lo proclama. Después se me quedó mirando fijamente con su sonrisa encantadora y sus ojos grandes y expresivos. Yo no sabía qué decir ni cómo reaccionar ante semejante afirmación y posterior mirada que parecía esperar algo. Le di un sorbo al café y miré a Lorena, a ver qué hacía, y me llevé una sorpresa: estaba tan ciega que me estaba mirando el paquete y se le puso el labio inferior con ese gesto tan característico de las chicas cuando miran un paquete y piensan cosas sobre él. Me gustó, la verdad, aunque ello no hizo sino ponerme más nervioso. Aparté la mirada antes de que ella se diera cuenta de que me daba cuenta, pero no cambié mi postura en la silla. Me gustaba que me mirara en esa frecuencia de radio.

Estuvimos así un rato, charlando y riéndonos, lanzando miradas fugaces a Lorena y pillándola mirando donde se delataba, y disfrutando de la simpatía y el buen rollo que desprendía María del Mar. Bebieron algo más y se pusieron algo más borrachas, y había algo en el aire muy caliente por las tres bandas, aunque fuera en direcciones cruzadas. Al final salimos a la calle para despedirnos de Lorena y largarnos a dormir María del Mar y yo. Al ir a darle los dos besos de despedida, Lorena, nerviosa y torpe, casi me da los dos en la boca, pasando nuestros labios rozándose en medio del equívoco. Demasiada dulzura en el tacto y en el sabor. Demasiado peligroso todo. Fingí no darme cuenta de nada, ella sonrió tímidamente y se largó. María del Mar y yo dormimos juntos como dos buenos hermanos.

(...)

Al día siguiente hacía tanto sol que me dejé la bufanda olvidada en su casa. Por la tarde me llamó.

- Hey, te dejaste tu bufanda y Lorena, que vino esta tarde a tomar café, se la ha llevado por equivocación, ¿no te importa que te la devuelva ella? Si quieres le digo dónde vives.

Idea brutalmente tentadora. Me concentré en que no se me notara la emoción.

- Claro, díselo, no importa.

Me faltó tiempo para imaginar la situación: ella entra, charlamos, y a la mínima nos liamos, la llevo a la cama y la devoro de arriba abajo durante horas, me impregno de su olor, me la follo mil millones de veces y todo es maravilloso y con una compenetración estupenda y etc. Así que me conciencié: tío, no puedes cagarla con ella, quedarías fatal, seguro que en realidad no comparte tus intenciones y sí, te miró el paquete, pero estaba borracha, ya sabes, sé civilizado, etc., imagina qué vergüenza si le metes cuello y resulta que no, con lo buena gente que es, etc. no te comportes como un salido de mierda, sé un tío, un buen colega, alguien en quien se puede confiar, etc. tiene una boca preciosa, seguro que besa bien, me encanta su cuello, me quiero comer su ombligo, etc. no te dejes llevar por tu imaginación perversa, ya sabes que sueles ir por tu cuenta en estas cosas, no des por sentado nada, sé prudente, etc. etc. y etc.

Al rato me volvió a llamar María del Mar.

- Hey, ya he hablado con ella. Se pasará por tu casa a las siete, ¿te va bien?
- Ehm- dije fingiendo repasar mentalmente mi agenda- sí, a las siete está bien, ¡gracias!
- Venga, un beso, sigo con lo mío.

Cuando se acercaba la hora de repente me encontré bastante tranquilo: no va a pasar nada, tío, seguramente ni lo ha considerado; estará ocupadísima y esto será algo que hace de paso de un lugar a otro sin darle la mayor importancia, relájate, no es nada, ¡qué tontería! ¡Qué cosas piensas!

Llamaron a la puerta. Abrí. Allí estaba Lorena.

Estaba muy nerviosa, movía las manos con indecisión y le temblaba la voz. Y yo me puse igual de nervioso.

- Hola, jejejeje- le dije.
- Hola, ehm... jajajajaja
- Sí.
- ¿Te ha dicho María del Mar que venía, no?
- Sí, sí- no hacía más que decir sí como un gilipollas.
- Bueno- dijo con la bufanda en la mano acercándola y alejándola sin saber si dármela ahora o no sé cuando.
- Sí- volví a decir.
- Pu.. pues... toma...- y me dio la bufanda.
- Sí- me estaba luciendo.

Me miró, dudó si darme dos besos de despedida y al final se dio la vuelta y se fue. Yo entré en casa y cerré la puerta. Joder, podría haberla invitado a un café o algo, imbécil- me dije.

Y me senté en el sofá con cierto alivio y, a la vez, decepción por ser tan torpe, y me descubrí a mí mismo pasándome la bufanda por la cara, percibiendo un olor tan específicamente atractivo, que parecía estar hecho para mí, mientras ella desaparecía escaleras abajo...

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