lunes, 25 de noviembre de 2013

Juan Salvador Urraca




Es como ser un pájaro que tuviera unas alas envidiables, unas alas de verdad; las alas que todo pájaro querría, con las que se puede volar muy alto, más alto que cualquier pájaro. La visión desde tan arriba puede resultar sobrecogedora, sobre todo las primeras veces. Emocionante, sí, pero ¿quién puede fascinarse con algo que comprende y que hace? no hay misterio. Luego te das cuenta de que la altura no es más que una imagen; sería más divertida, tal vez, si la pudieras compartir con alguien, si alguien pudiera volar igual de alto, pero sólo tal vez. Hacer las cosas uno, en una soledad motivada por la imposibilidad técnica de compartirlas que otorga esa extraña exclusividad que sólo la ignorancia valora, se acaba tornando en una enfermedad. Si sólo tú puedes planear sobre el ocaso, da igual que te lleve a entornos fascinantes: se hacen parte de ti y de nadie más, como cualquier sima del corazón, profunda y oscura, como los recuerdos y los sentimientos. Nadie puede sentir lo que tú sientes. La altura no deja de ser algo relativo. No es nada. Te enseña algo; puede. Al final te quedas en tierra lleno de apatía con tus alas magníficas replegadas porque la mente vuela aún más alto. No deja de ser lo mismo. Te recreas en la cantidad de cosas que puedes hacer, porque puedes hacerlas con sólo mover un dedo, y postergas el momento para saborear el dulce vino de malgastar el tiempo, de saber que todo se va. Lucidez. Volar es tan absurdo como no hacer nada. Salvador Gaviota, seguro, acabó siendo un animal terrestre: con toda su técnica de vuelo, depurada y revolucionaria, con sus discípulos locos por el aire, sentado en la playa: volar no solucionó nada de su vacío, mientras miraba cómo se dejaban cegar todos los demás. Seguramente cansado tras descubrir que tras el engaño inicial, el vuelo es también obediencia.

(...)

Fumaba fuera, mientras el concierto seguía adentro. Pensaba en qué clase de cansancio es este que no se cura con dormir. Pensaba con envidia en esas chicas que realmente quedan fascinadas por la música, que van a conciertos, que los viven y se los beben... ¿Por qué sólo a veces le fascinaba a él algo que fluía de sus manos sin apenas esfuerzo? seguramente sería por eso, pero cargarse el misterio haciéndose parte de él no deja de ser una forma de suicidio. ¿Y el corazón? ¿Quién puede creerse ya nada a estas alturas? Hasta el sexo es una mentira, un resto de vitalidad animal para que no se pierda el pulso por prolongar esta mierda sin sentido que es la vida: el sentido es sólo prolongar y prolongar. Es algo apto para vacunos, cabras, la mayoría de homínidos y roedores, perros, félidos. Cuanto más atrás en la escala evolutiva, más vitalidad: mirad a los reptiles. La inteligencia te dice lo contrario de lo que la vida berrea como un venado en celo.

- ¿Qué haces? ¿Cómo estás?- le dijo de pronto una chica francesa que también fumaba. Una preciosidad.

Apenas se había dado cuenta de su presencia. Mover un dedo, extender las alas. Sería sólo cuestión de tirar del hilo y ya está. Pero hasta la belleza anuncia el gris de los enfermos. ¿Qué buscas en mi?- pensó- Veré tu alma mutilada tornarse en gris poco a poco y me quedaré aún más cansado cuando te vayas.

Es extraña la propensión al cansancio y al agotamiento de los que vuelan alto. Ser terrestre, sentir como una piedra, que el mar te pase por encima y no te disuelvas... ¿cómo se hace? Sin embargo no envidiaba esa cualidad terrestre. De algún modo, sabía que algo le reservaba y lo quería averiguar. Ya que había pagado el precio de la decepción, no se iba a ir con las manos vacías.

- Tan solo disfruto la música- le dijo. Venía acompañada de varias amigas, todas igual de lindas. Debían estar hasta el coño de aguantar a salidos latin lovers sevillanos por doquier. Él, por suerte, estaba demasiado despierto como para creer en nada. Hasta el deseo está en clave de interrogación...- nací con un soplido de menos- les dijo.

(...)


La llamé, echamos un polvo, comimos y vimos una peli. Nada. Al llegar la hora señalada se me vino encima todo el peso de la atmósfera. ¿Será el frío? ¿Qué clase de sueño repara un agotamiento tan profundo? Y ella, que lo sabe, lo intenta, lo sé. Y yo sé que necesito estar solo, aunque tampoco resuelva nada. Por la noche quedó con alguien más normal. Me alegro por ella: merece ser feliz. Se quedó dentro, mientras fumaba y perdía la oportunidad con la francesa, tan linda. Recrearse en ver la arena escaparse de entre tus manos. No me gusta la arcilla.

(...)


Van a operar a Yolanda de su fractura. Se hostió con la bici puesta de alcohol, porros y coca, de madrugada, cerca de mi casa, y me llamó. Fractura de tobillo. En el hospital le preguntaron si fui yo; si era su pareja, todo el protocolo. No dejó de resultar gracioso: dos almas tan oscuras y luminosas a la vez no están hechas ni para acariciarse. Perderíamos el tiempo que empleamos en hablar de música, más bien en pelearnos por hablar de música, y en cantar o en tocar rodeados de todos nuestros amigos que, en cierto modo, también están enfermos de alas de grandes alturas. Las escuchaba interrogarla desde el pasillo y sin embargo no me sorprendía. Y es tan triste que te resulte tan familiar la sospecha... Sospechas de todo tipo, desde la infancia: ladrón, mentiroso, mala persona, ser oscuro que oculta cosas, aprovechado, timador... Y suelen provenir de personas que sí que roban, engañan, manipulan y timan, pero su porte de Homo sapiens normales y estúpidos los sumergen en la masa de promedios en la que se mueven como pez en el agua y se sienten con autoridad para juzgarte y clasificarte. Siempre digo la verdad, nunca robo nada, a veces ni siquiera me defiendo. Tal vez sea eso. Parece que las sospechas protocolarias al final se diluyeron porque la médico que la atendió fue tan amable conmigo que le habría pedido una cita de no estar yo tan averiado por dentro.

Conduje de vuelta del hospital con todo el frío a mi alrededor, y es como si las cinco de la madrugada en un día helado de noviembre fuera exactamente la hora en que se me ha quedado parado el corazón y en donde encajamos las personas como yo. Hoy me ha llamado: la operan. Se siente atrapada en las garras de la familia. Pobrecita.

(...)


Juan Salvador Urraca lucha cada tarde a las ocho por no ahogarse en la melancolía y la tristeza. Todo es pura química. Proclamo mi fe en la química y sueño con que se restablezca y me vuelvan a entrar ganas de volar. Volar. Sentir. Desear.

Por el momento, esto es lo que hay...


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