viernes, 25 de febrero de 2011

Guerra y paz de X



X se encontraba bien. Los años, la perspectiva de la madurez, la serenidad y la sabiduría fruto de la experiencia; la realización, el aprendizaje, la estabilidad, el trabajo y el esfuerzo; los logros, las lecciones aprendidas, los fracasos, la seguridad de una identidad consciente, el amor realizado. Todo ello confluyó en un momento de la vida de X en que parecía que todo le sonreía. Era el momento de estar en paz con los hitos negativos del pasado, compartir la superación de los rencores, saborear la marejada que regala el transcurrir del tiempo. X hizo balance y quiso acercarse a aquellos de quienes había renegado sólo para decirles que ya estaba bien, que todo estaba superado, que los daños fueron fruto de los juegos de los niños, que ahora incluso resultaban graciosos los pesares tan cómicamente dramáticos que marcaron algunos momentos difíciles de la vida pasada. Así que X se puso manos a la obra, localizó a muchos de esos personajes, contactó con ellos y se presentó como el nuevo X que era llevando de regalo el fin de los rencores.

Obviamente, no sirvió de nada; X era el único gilipollas que había sentido esa iluminación y esa necesidad de acabar con todas las cuentas negativas, y los demás reaccionaron como siempre, tristemente ajenos a toda elevación, con la decepción por estilo, lema, espíritu y bandera, esa que X había olvidado y que ahora le recordaban a base de bofetadas, iguales a las de antaño... Loopy de Loop, el lobo bueno...

Suspendidos aún en el impasse de aquellos días. Las mismas miradas, los mismos silencios, la misma incomprensión, los mismos resentimientos y temores... ¿Qué habían hecho con su espíritu a lo largo de todos estos años? Craso error creer que los demás crecen igual, pensó X; en realidad, seguían oscilando en ese segundero donde los dejó colgados como una chaqueta olvidada en un momento lejano del pasado. Es lo malo de la felicidad: embriaga y te hace perder el norte- las trastadas de X quedaron grabadas a fuego en sus cerebros, y ni el optimismo ni la esperanza son virtudes que se contagien así como así.

Así que, con la conciencia más tranquila por firmar la paz (aunque unilateralmente), se limpió la mancha y siguió mirando al frente, sabiendo que en estos menesteres no se trata de lo que se sea, sino de lo que muchos prefieren seguir viendo sólo para respirar mejor los aires de sus celdas.

Y se va implantando un extraño principio según el cual las personas son, para bien o para mal, eternos casos perdidos a quienes o bien esquivas, o bien invitas a estrellarse contigo por esos mismos abismos que gustan a los dos.

Pero no dejó de ser una gran cagada.

Al final tuvo que reírse de la vigencia eterna de sus malvadas travesuras, y en algún momento se enorgulleció de lo bien hechas que estaban, tanto que, como un trabajo excepcionalmente eficiente, superaban con creces sus propias expectativas, a pesar de lo fácil que resultó hacerlas. Y es que a veces la osadía puede más que el ingenio.

Oh, sí, mis travesuras fueron perfectas y fantásticas, originales, valientes y desgarbadas, qué coño!!


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martes, 22 de febrero de 2011

Long steps


Llevaba toda la tarde metido en el coche. Un verdadero coñazo, ir primero a ver al luthier para que me pusiera a punto no una, sino tres guitarras. Ni siquiera sabía si una de ellas era realmente mía- me la regaló cierto amigo, mientras me hablaba de Plauto, porque él no la tocaba y quería que la tuviera alguien que le diera vida; unos meses más tarde decidió que mejor me la vendía por 150 €, lo llamé al poco para dárselos y se volvió a arrepentir, y al año me amenazó (a través de un amigo común) con denunciarme por robo (!), así que volví a quedar con él para devolvérsela o pagársela (lo que quisiera), y de nuevo se lo pensó mejor y me la regaló por tercera vez. A cualquiera que me pusiera las cosas así se la habría devuelto sin más bajo el lema “te la metes por el culo”, pero en este caso se trataba de una persona un poco especial que precisaba principios extraordinarios. El caso es que la guitarra estaba hecha polvo, con el diapasón casi despegado, anémica de no ser tocada, y decidí arreglarla de todas formas. Ya averiguaría la forma de pagársela al fanático de Aquiles (que no creía ni en los móviles ni en la tecnología en general, pues la consideraba “cosa de bárbaros”, quedando a merced del azar nuestro próximo encuentro, necesariamente callejero); era sencillamente inmoral dejar que una epiphone acústica negra tan bonita (que perteneció a Sr. Chinarro) se muriera de sed en un armario. Me arriesgué.

Tras dejarle los bichos al luthier, me fui de cabeza a la emisora Radiópolis para darle por fin los tres discos prometidos al gran Powerage Pineda, que presenta el programa de rock duro “La rodilla de la cabra” y que nos hizo una entrevista cuatro semanas atrás (las que llevaba esperando que le llevara los CDs). Me los recogió un tipo muy simpático que parecía dispuesto a charlar sobre el proyecto, mostrando interés, etc. y yo, todo estresado por el maldito coche (lo había dejado en un sitio prohibido con amenaza explícita de retirada de grúa), diciéndole “sí, sí...” y largándome a toda prisa pensando en la grúa, en mi cara de póker y en multas y demás delicias. Con mucha frecuencia suelo ser un antipático de cojones por motivos de premura externa, de esas ocasiones en que la explicación no arreglará nada por el simple hecho de precisar demasiadas palabras (que nunca convencen a nadie). Al final el coche seguía en su sitio, logré regresar a casa, lo dejé aparcado y me largué al estudio, sin tener ni idea de qué tocaba hacer hoy. Dio igual, nadie vino en lo que quedaba de tarde. Solito y tranquilo. Hice tiempo repasando algunas mezclas, me reí charlando con Carlos (el dueño de todo el cotarro) y a las 22.00 me largué para casa.

Así que iba caminando, con prisa por llegar a casa, cuando oigo a mis espaldas a dos chicas que van detrás mía, hablando de cosas personales. No me volví para mirarlas, simplemente aceleré al paso porque me estaba enterando de todo lo que decían y no quería oír sus historias. Móviles, chicos, etc. Pero no acababa de dejarlas atrás, sólo logré alejarme un poco, seguía oyendo lo que decían y me empecé a sentir bastante incómodo, así que me volví para ver quien era mi extraña, pegajosa y doble sombra.

Resulta que iban corriendo. Yo iba andando. Y no me adelantaban. Aminoré el paso y se pusieron a mi altura; quiero decir que aminoré de verdad, y las tenía encima. En un punto concreto dejaron de hablar (para alivio mío), pero el alivio duró poco, pues la incomodidad que yo sentía se había instalado entre ellas también, y era lo que las había hecho dejar de charlar, lo que hacía más incómoda aún la situación. Corrían dando saltitos muy cortitos, iban como tortugas y estaban reventaditas a pesar de ello. Era evidente que no llevaban mucho tiempo corriendo, que esos culitos algo fláccidos eran quizás uno de los motivos que las hizo decidir correr sin ningún depredador detrás. Botaban y botaban, corrían, y era un poco lamentable que yo, andando, fuera más rápido que ellas, sin sudar, con la respiración normal, cediéndoles el paso. Aminoré más. Me pasaron por fin, pero no pudieron alejarse más de dos metros por delante. Me empezó a dar la risa tonta (la situación era un poco surrealista), así que apreté bien los dientes para evitar hacerlo. No me gusta hacer que la gente se sienta ridícula (sólo los cretinos). Y entonces oí decir a una de ellas, casi susurrándoselo a su compañera, “Qué vergüenza, tía...”, y tuve que morderme el labio para no caer ya del todo en la risa tonta de los agotados. Aminoré más. Por fin se alejaban. Era necesario un paso de anciano para que lo lograran, y se lo di, encantado.

Recordé entonces la desesperación de algunos amigos cuando caminan conmigo. Soy tan nervioso que voy a toda hostia a todos sitios y dejo a casi todos con la lengua fuera. Recordé cuando una vez me llamó mi hermana por teléfono sólo para decirme que me había visto desde el bus y que había que ver qué rápido andaba. Y lo que cuesta aminorar un paso que se ha hecho natural... ¿Cómo hacerlo? ¿Sería cuestión de relajarse? ¿Cómo se acorta una zancada, cómo evitar que se pongan las piernas al ritmo del corazón? Mediante la concentración, supongo. Focalizar el objetivo, andar despacio, como si deambulara por un jardín, sin motivo para la prisa, como si le diera coba a un postre pequeño, relax, relax, relax...

Dio igual, justo cuando ya estaba relajado y sumergido en mis pensamientos, algo me interrumpió.

Había vuelto a alcanzar a las corredoras, maldición...

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lunes, 21 de febrero de 2011

Los colores del calor

Cuando tu calor se viste verde
mi azul entona un vuelco
que vierte calor de tierra
bajo vientos de sol y agua.

Y a veces,
cuando un ardor de lima
inunda de amarillos los costados,
atraviesan los rayos los muros de los cuerpos
como un aire de limón que no se toca,
y un fuego naranja salpica los violetas de las ansias.

Y es un juego de refugio
-los calores pintados entre lenguas-
cuando color con color asienten
calores aislados de hipotermia...

Si todo está muerto fuera,
es en la curva caliente de la esfera
donde se hace lente la inercia
del planeta y las estrellas...

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jueves, 17 de febrero de 2011

Ángulos blancos

Será que el arco que describen
esos ojos del mundo
está plegado al deseo
en la flexible vara de la espalda
y en la tensión de luna de tu cintura;

o que creciste bajo la proporción
de esos planetas cristalinos
-los senos que te imitan
con curvas de destellos y de brillos,
emanando un firmamento blanco.

Será que el olor se pliega en círculos
y susurra tus lunares con letras que son tacto
-como se cantan las visiones bajo el agua
que sueñan unas manos-
o la canción que se toca entre espirales
la canta cada curva,
cada peso,
cada encanto que se aroma de dedo en dedo.

Y en el centro oscuro se entrega un beso secreto,
mientras brillan ojos y labios un conjuro que se baila,
se hace y se deshace,
al sabor de los espacios que se tocan...

... y al ritmo del olor,
inclinado sobre el tiempo,
como un ángulo sereno
que tensiona la belleza
de las flechas desbocadas...


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jueves, 10 de febrero de 2011

Cosas de niños




Antes, las obras de arte se valoraban, principalmente, por el esfuerzo que implicaba una realización exitosa y extraordinaria, orientada a realzar lo mejor y más elevado del hombre; demostrar de lo que se es capaz a pesar de la mortalidad, trascender la miseria no aceptándola, sino negándola en una confrontación creadora. Eran intasables, aunque se pagara al artista. El elemento humano, la intención, el sudor y costo de la obra eran fundamentales para considerarlas, al mismo nivel que el efecto estético final. Se buscaba una materialización de las aspiraciones humanas, dirigidas a cómo debería ser el mundo, a cómo debería mejorar el ser humano. Como un conjuro, se hacía la magia de la alquimia de las apariencias. Y era muy importante que en una construcción participaran miles de obreros, como importante era que se emplearan oro y materiales suntuosos como muestra de la entrega, a un sueño, del tiempo y la energía vital de muchas personas. Porque no nos engañemos: al ser humano le fascina, ante todo, el ser humano, y es siempre un valor incalculable.

Y, de repente, todo el fenómeno de la sociedad y su Historia se entrega a un solo índice de valoración: el mercado y su ley de la oferta y la demanda. De ahí en adelante, un número designa a la obra (el precio), quedando abandonado todo el elemento humano intasable. Tras Adam Smith, poco a poco, a medida que las revoluciones burguesas triunfan en Europa, el concepto de libertad evoluciona paralelamente al del mercado del arte, y la imitación encorsetante va dando lugar, poco a poco, a la simple impostura, a lo largo de un período de 150 años, con sus altibajos, sus grandes figuras y sus hitos, que se dan. Pero la cada vez mayor desvalorización de lo humano trae consigo la desaparición gradual de lo excelente; porque sin el elemento humano, la materia vil sigue siendo basura. Así, en el nombre de la libertad, triunfa el detrito con aires pretendidamente áureos.

Sin embargo, eliminado el elemento humano, proscrito el contenido y prohibida la verosimilitud, el arte queda reducido a un gesto de niño, en el sentido de que para un niño es más importante tener la intención de ser un oso en sus juegos, que serlo, o parecerlo, de verdad; para los demás niños del parque basta con que lo quiera ser para aceptarlo en sus juegos. El artista actual descontextualiza un objeto sin significado y lo declara significante, y la venta del objeto consuma la alquimia del arte nacido de la simple declaración. La declaración ingeniosa está por delante del objeto; la intención sin resultados es suficiente hoy, si la intención se formula como conjuro, chiste, consigna política o slogan publicitario.

Así, lo especulativo ahorra la necesidad del esfuerzo, la entrega y el talento como elementos indispensables para el fenómeno artístico, y no solo artístico; no hay más que ver nuestros políticos, que fingen tener carisma con éxito (sin tenerlo en absoluto), las economías globales fundamentadas en ilusiones inmateriales (las burbujas), e individuos tan lejos de sí mismos que hasta pretenden sentir, sin estar del todo seguros de ello. El número tasante de la moneda sanciona los fenómenos hasta entonces ficticios, dándoles toda la apariencia de realidad.

¿Y la Revolución? Cuando veo recitales poéticos donde se anima a la lucha, no puedo evitar preguntarme... ¿Qué lucha? ¿Es este el momento histórico de Brecht? ¿Están las clases enfrentadas? ¿Dónde se encuentran los conflictos, dónde los bandos, dónde se alistan los valientes para esas guerras de las que tanto se habla?

Porque en este supuesto mundo en guerra, los rebeldes viven placidamente en el aburrimiento despersonalizado con que pretenden despertarnos, sin saber ni para qué ni hacia dónde; y miran con envidia a Egipto, donde sí que se puede ser revolucionario de verdad, con un contexto histórico a su medida. Quieren ser guapos héroes, como bien ha indicado la campaña publicitaria ejemplar que se ha hecho del Che desde su muerte. Es un todo superficial de pasarela de moda con el mismo contenido que un cabeza de chorlito de pañuelicas aspiraciones de seda.

Y, en el fondo, ellos son el fundamento de esta sociedad gobernada por la codicia y el narcisismo, pero eso sí: ahora, el narcisismo de lo feo, bajuno y amoral, al que la audiencia de las masas da validez a través del dinero-índice de los medios de comunicación. Han descubierto que lo bajuno de lo humano también fascina al ser humano debidamente cretinizado- y es más barato.

Porque lo excelso, la belleza más universal, las historias llenas de significado precisan de un esfuerzo que, en este mundo de la pose, resultan insultantes para la miseria general, que aplaca las frustraciones de los timadores-creadores (que fingen ser algo ya de por sí fingido) para así, aplacar también la sospecha de vivir la vida de una mosca coprófaga, por no ser capaces de ninguna otra cosa, tan bizcos como están de buscarse a sí mismos, sin encontrarse.


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lunes, 7 de febrero de 2011

Caricaturas




La vida caricaturiza nuestros deseos al cumplirlos.

Justo cuando vas pasando página, cuando tienes la mira del anhelo puesta en otra parte, se cumplen los anhelos anteriores, esos que apenas habían quedado desdeñados. Y se presentan triunfantes, como en el mejor de los sueños, cuando la magia que los envolvía ya se ha tornado en simple comprensión, y el interés en una curiosidad por las ironías del destino. El logro se vuelve amarillo como una fotografía antigua...

La lección inherente a esto debe de ser algo así: “no sobrevalores las expectativas, te hacen perder tiempo”; oh, sí, y es entonces cuando ellas, las lecciones, las recetas pragmáticas, las expectativas, sobrevaloran tu ímpetu por sorpresa. Olvidas los sueños y entonces ellos llaman a tu puerta, cumplidos, casi desfasados, babeando con la lengua fuera ante tu yo absorto.

Como un amor frustrado que regresa justo cuando ya no te interesa lo más mínimo.

¿Es así como se avanza? ¿Frustración tras frustración a pesar de las victorias?

Y lo más divertido es cuando descubres que la indiferencia de los otros no es otra cosa que respeto y temor...

Es justo entonces cuando te tienes que reír a mandíbula batiente hasta caer al suelo, feliz por no entender nada, sorprendido por lo inasible del tiempo.

Feliz porque la vida sigue teniendo la capacidad de sorprenderte cuando la das por desgastada...

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miércoles, 2 de febrero de 2011

El sinfín de los desiertos

Uno más uno más uno,
a veces es menos que uno.

Y otras veces, uno por uno
resulta en infinito,
como los sinfines de los sueños,
sin aviso...

Resulta intrigante
que las fuerzas que se unen
puedan tan poco frente al humo
que sus juegos queman...

Y a veces uno es humo y humo es uno,
y la mayoría de ellas,
ni siquiera está escuchando,
ese uno,
ese huno galopante
que se marcha...


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