lunes, 27 de febrero de 2017

Lo que nunca duerme

Hay viajes interiores que necesitan de un transporte real. Y ello no quita razón al hecho de que todo viaje sea una experiencia esencialmente interna. Si no, el viaje no ha sucedido. Pero hay una debilidad en el espíritu que hace que sea necesario un detonador, de los que sólo se encuentran fuera. Un estímulo. Y eso es un rasgo de dependencia.

Somos caprichosos en cuanto a los lugares y espacios y distribuciones: una cama diferente, olores distintos, colores nuevos, sabores, paisajes y seres humanos molestos que no son de nuestra marmita habitual. Una decoración puede determinar decisiones. Un árbol puede decidir un destino. Hasta un banco bajo el S-Bahn tiene al dealer que resultará "caído del cielo" para alguien. El mundo interior sólo se define por no necesitar a otros seres humanos para casi nada. Tenía que trasladar mi cuerpo a otro lugar, por el estímulo. Somos tan maleables que un día primaveral puede torcer una jornada felizmente gris, acorde consigo misma. ¿Qué más da la luz? Se comporta igual aquí que en el otro extremo del universo. ¿Qué más da nada? Lo específico sólo lo es por pequeño. Toda ciudad no es más que un sueño inconcluso y fallido.

Parece que hay un trasfondo, un ser, de esos que gustan de caminar porque sólo así pueden seguirle el ritmo a sus propios pensamientos, pero jamás pasear por su barrio. El antiguo nómada, el que ve un paisaje cambiante a la voluntad de sus propios pies, necesita el movimiento para concluir su sinfonía; ni que decir tiene, la mayoría de las personas lo tienen atrofiado, con todo por decir, y no lo dirán jamás.

Y es verdad, aterrizas en Berlín y empieza la música a mostrarse en todas sus formas mentales sólo porque el decorado ha cambiado. En el momento te da igual, en el sentido en que te da igual que un colocón sólo sea subjetivo cuando te está subiendo. Viajar trata básicamente de ser asquerosamente humano y nada más. Tu presencia delata tu debilidad. Te dan ganas de llegar al primer bar y decir "estoy incompleto, por eso estoy aquí. Tomaré una bratwurst. Mit Pommes, bitte".

Es ese deambular indomable de los sitios nuevos. Todos van a algún lugar mientras tú no vas a ninguna parte porque tu objetivo es el movimiento, sin la culpabilidad de lo reconocible en la memoria. Tienes la gran noticia de no tener destino. Te dan ganas de decirle a alguien, quien sea, que eres feliz porque no vas a ningún sitio a ver nada en concreto ni a luego tener que tomar algo con los acompañantes y charlar con ellos de cultura y arte por educación y con ganas de morir. Improvisar es un verbo muy corto y económico frente a eso.

Al salir de aquella jam era ya tarde para el S-Bahn. Decidí seguir las vías, sólo eran dos paradas. Y por sorpresa me encuentro con east-gallery, el muro que suele estar lleno de turistas haciendo fotos todo el día, a las tres de la mañana, desierto. El muro, por un momento, volvía a ser lo que fue. Cuando era niño era una realidad. Un trozo de tiempo congelado, la mirada del niño. La soledad de la avenida. La magia de la actuación. El zumbido de las drogas. ¿Cuándo empezó a derrumbarse todo? ¿Por qué la vida ha permitido que asista a esta tumba sin antes perder al menos la conciencia?

Caen los sentimientos como una catarata interior que se derrumba tanto, que hasta la ciudad lo sueña. Caminando junto al muro, cambiando de paisaje...

Hay un bar, casi en casa, decido entrar. Y lo hago porque descubro que es por capricho. Si es por capricho, sí. Estoy viajando. Hay gente, no tengo ganas de hablar porque la catarata me mantiene sedado y le dedico toda mi atención. Una chica se da la vuelta y me saluda. "Soy feliz, el amor es maravilloso". Todos entraban y salían del baño metiéndose rayas. "Estoy aquí porque estoy incompleto". "Ok", me dijo ella, "te regalo esta goma de mi pelo". "Gracias". La até a mi muñequera, le gustó cómo lo hice. Al cabo de un rato me fui. "¿A dónde vas?" "A ningún sitio".

Despacio, saboreando los pasos. Nadie duerme aquí. Todos somos lunáticos...

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La moneda sin cruz

A veces, los más agudos,
me preguntan por él.

Es lo más lejos que llegan,
porque preguntando sellan el secreto,
a salvo en su inocencia.

Me respondo,
pero sólo para mí:
¿creéis que sé algo de la
alfombra que es el lecho de
todas mis sombras?

A veces, los más agudos,
me preguntan por él,
lo nombran y sin embargo
niegan su identidad discreta
al preguntar a quien no deben...

No puedo decirles nada,
- en realidad lo puedo decir todo,
pero sólo para mí;

que por donde paso,
él ya ha estado;
que cuando nací
él recordaba nuestra muerte;
y que sus palabras
son a veces el mismo enigma,
pero de un tajo
mucho más profundo:

él sale, hace magia,
no cabe en ningún sitio,
se expande,
y me trae el botín con diligencia
mientras yo sólo soy una hamaca
de las que se dejan mecer
por cualquier cosa acompasada
con un cielo al alcance de la vista.

Él vive,
pero sólo vive para mí,
oculto en todo instante,
previsor, subyacente,
y sus recuerdos milenarios
se hacen el susurro de mis intuiciones.

Puedo decir de él que mientras
hago de mi vida una broma,
él sólo sabe hablar con gravedad,
y que su juicio,
imprevisible siempre,
lleva sin embargo impreso
el peso de lo eterno
- y nada lo puede engañar,
aficionado a despojar
a las almas de todos
sus disfraces
con mis ojos.

Pero sólo lo hace para mí.

Y me lo da todo,
lleno de fe,
completamente seguro,
a cambio de nada.

Y mientras,
yo le correspondo
con la única moneda
que tengo a mi alcance:

dejarle ser yo mismo,
con las dos caras...

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sábado, 4 de febrero de 2017

Horizonte-brújula



Tú crees que vas a algún sitio al caminar,
y yo hago que broten árboles
de mis huellas...

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