Vaya mierda de polen, por decir algo, que se está vendiendo últimamente. Viene fatal, además, para mis circunstancias actuales; porque hay un cosquilleo nervioso por debajo del estómago que no permite descanso, ni relax ni paz, y la mierda que circula ahora no ayuda en absoluto. Deben de haber roto las vías de entrada de un material más decente, las autoridades. Qué buenos profesionales.
Joder con la política de pulcritud eclesiástico-hospitalaria predominante, acompañada con la típica impertinencia de monja-mal-follada con la que se meten a legislar sobre conductas cada vez más personales. Como la publicidad de la anterior ley antitabaco, en la que mostraban a fumadores protestando en el trabajo sobre la nueva ley, para luego soltar la moralina final tipo “es por tu bien, en realidad tú también lo deseas pero nosotros te ayudamos a ver la luz”. Vaya con el estado-institutriz, la nación-baby-sitter y el cuidado despótico del ciudadano puerilizado por parte del piadoso poder establecido cuya filosofía se reduce a un kleenex (esterilizado, por supuesto). Vaya mierda de España, y vaya mierda de Europa.
Ahora que la generación de los ochenta toma las riendas vemos el resultado. Claro. Una panda de gilipollas que entronaron a caricaturas esperpénticas como Loquillo, Alaska, Madonna, Duran Duran, el tonto-kitsh de la movida madrileña o el horror vacui de Pimpinela a la altura nada menos que del estrellato (como presagio del actual orgullo latino entendido como una bofetada en las nalgas de una imbécil sin cerebro ni autoestima), no podían hacer otra cosa que rematar la obra con toda esta mierda de líderes mediocres, sin ideas, ni programa ni soluciones, pero, eso sí, muy bien vestidos, siguiendo la línea de vacío encefálico que iniciaron en la década de la estupidez superficial con sueños de yuppies con que atormentaron mi infancia. A la mierda sus pantalones de pitillo, sus peinados con gomina al slurp-vaca-style y la mafia de inútiles musicales que ahora lideran la rentable cossa nostra de la SGAE. No es casualidad que fuera en los ochenta cuando se empezaran las primeras campañas de penalización del humo.
Ahora que ellos ya tuvieron su movida y sus hermanos mayores de los setenta o los sesenta sus revoluciones de chichinabo, quieren descansar y dormir sus huesos de mierda, y pretenden convertir la ciudad en un geriátrico silencioso y vomitivamente cívico para lograrlo. Anda y que les den por el culo. No basta con haberse quedado toda la riqueza dejando una mierda descomunal para nosotros entre contratos basura y alquileres abusivos, sino que ahora pretenden penalizar las conductas de las que ellos mismos abusaron hasta niveles de delirio; porque fueron ellos los que entronaron en los setenta, en toda Europa, a maravillosos ejemplos de filantropía y civismo como ETA, GRAPO, el IRA, la RAF, Terrayura, el Exercito Guerrilleiro, los GAL o las Brigadas Rojas italianas, o los que insultaban a los grises en sus ruidosas manifestaciones. Y fueron los de los ochenta los que crearon la llamada “cultura de la litrona”, que tanta gracia les hacía entonces. Ahora mandan decenas de policías a detener a un solo chico en la Alameda de Hércules porque estaba bebiendo en la calle y pinchó las ruedas de uno de sus coches (ese rigorismo de los tontos que se excusan en que ese era el protocolo preestablecido, sin tener en cuenta el sentido común que, de existir, denunciaría dentro de sus cabezas semejante desproporción; vaya vergüenza de policía sin cojones, hay que añadir, ¿para qué mierda se les paga si montan todo ese cirio por una sola persona?). Al parecer, tirar cócteles molotov a la policía sí era loable hace veinte años, pero ahora no, pues ellos tienen que dormir bien para estar descansados cuando llegue la hora de alimentarse de la mierda de comida macrobiótica con la que calman su angustia existencial, su cobarde hipocondria y la total frustración propia del imbécil que no sabe ni hacia dónde va, una vez que se le acaban las consignas y las modas.
La nueva ley antitabaco pretende ser más estricta aún. Bueno, a mí me la suda, porque la mierda de pis-con-gas (o peace-con-gas) que aquí se sirve por cerveza y que yo ya no consumo, se sirve más barata en cualquier bar de viejos donde son lo suficientemente conscientes como para saber que ese mejunje es mejor beberlo bien frío, y no a esa temperatura que tanto les gusta a los nuevos pubs chic que inundan la alameda y que te la cobran, encima, a cojón de pato. Que se metan por el culo su nouvelle cousin con sabor a refrito agridulce y sus floreros de diseño. No pienso soltar ni un duro en ningún local moderno libre de humos. Do it yourself. Cook at home. Get stoned away from civilisation.
Pero lo que es realmente un crimen es que ya no haya polen decente en Sevilla. Eso es imperdonable. La solución se presenta siempre en la negación. No consumir nada en sus garitos. No pagar. Huir de toda esta mierda. Ser uno mismo la única y propia fiesta. La autogestión del ocio. Tocar la guitarra para no pagar derechos a la SGAE por poner música. Escribir nuestros propios libros en la web. Que cierren todos los locales y todas sus empresas de mierda.
Con el carnet de conducir recién sacado, con la grabación del disco de los U-Bets viento en popa, con mi contrato laboral por fin firmado, y no puedo calmar toda esta euforia de una manera civilizada, sino residencial (y, por qué no decirlo, residual).
Cada vez estoy más a favor de las armas nucleares. Sí. Que las tenga todo el mundo, por favor, hasta los Masai. Que se declaren bien de la humanidad. Al menos un hongo nuclear tiene dignidad en sí mismo, cosa que muchos deberían aprender no ya a tener (los tontos ni se plantean tenerla, ni comprenden su necesidad), sino al menos a averiguar qué significa.
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