martes, 29 de abril de 2014

Non-lovers



- ¿Y tú, no me aclaras, no me explicas ni me cuentas nada? llevo casi una hora hablando...
- No tengo nada que aclarar, he sido siempre cristalino, nunca te he mentido. No hay nada que variar ni excusas que soltar entre líneas por mi parte.
- ...
- Exacto. Pero no te preocupes, no eres distinta al resto. A las mujeres de mi vida les suceden estas cosas: si no deforman y manipulan la realidad, aunque la verdad al desnudo sea lo que más les convenga, les da algo, se les atraganta el corazón o el cerebro. Y eso me aburre, estoy harto de tanta tronada y su cuento de hadas y su crisis personal y sus dramas y sus neuras y su proyecto oculto con el que perpetrar familias, personas o algo peor- inconfeso, aunque presente siempre y bastante evidente. Eso es algo que antes intentaba averiguar: ¿era el cerebro o el corazón lo que se les atragantaba cuando intentaban no manipular la información, la verdad o las personas? Ahora me da completamente igual.
- Joder...
- Tira de memoria, está todo ahí. Lo que era y lo que cambió.
- Lo pones imposible.
- Lo es desde hace tiempo.
- No tienes razón.
- Y aquí estás tú, la portadora de la razón, pero escondida, qué digna y qué madura, todo un ejemplo, ¿a él no le cuentas esto, verdad? Debe ser adictivo lo tuyo, lo de crear mundos ficticios personalizados para cada pez que pescas. Supongo que sin anzuelo ya no es interesante, sin engaño, sin trampa; el anzuelo sustituye al corazón en los muertos vivientes. Deberías probar a ser clara, es el primer paso para ser libre.
- Me ofendes.
- Aquí no hay peces que piquen ya. Eso debe joder. Los espíritus soberbios suelen ofenderse incluso cuando se caen solos...
- Me voy.
- Naturalmente.


...
...
...
..
..
..
.
.
.



jueves, 24 de abril de 2014

La mano izquierda




- Vaya- me dijo observando las líneas de la palma de mi mano- parece que tienes un alma vieja.
- Tócate los cojones, claro, nací siendo un viejo cascarrabias.
- No me refiero a eso; quiero decir que según veo aquí, tu alma se ha reencarnado muchas veces, tiene mucha experiencia vital.
- ¿Viene ahí el catálogo de transmigraciones? ¿He sido gorgojo? ¿O cuervo? Me llevo bien con ellos.

Levantó la vista para analizar el posible sarcasmo.

- No- continuó- aquí no dice nada de eso.
- Suena a repetir curso muchas veces, no es halagüeño.
- ¿Repetir curso?
- Bueno, los budistas consideran que una vida dedicada a la virtud puede hacer que escapes a la cadena eterna de transmigraciones; si yo me he reencarnado muchas veces, significa que, en fin, ya me vale...
- ¡Qué raro!- dijo ella volviendo a mirar la palma de mi mano izquierda.
- ¿Qué?- le dije intrigado.
- Tu destino, es raro.
- Ah, yo lo tengo clarísimo: perros, piedras, palos.
- No es lo que dice aquí; parece como si hubieras nacido con un papel, y lo hubieras cambiado sobre la marcha, o tuvieras varios destinos y no supieras cuál elegir. Estas líneas que se cruzan... es raro.
- Ah...
- Pero mira aquí- y en esto me señaló una de las líneas- no lo entiendo bien, pero al final todo se endereza.
- Pues mejor- le dije.
- Todo se endereza chaval- me fue cantando ella conforme me besaba el pecho e iba bajando hacia la entrepierna.
- ¿Otra vez? ¿Te da tiempo?

Ya no respondió, me la chupaba intensa y cálidamente. Tras la ventana se oían las conversaciones de la gente en la calle y el sol proyectaba estampados de lunares sobre la pared al atravesar los agujeros de la persiana. Acabamos follando otra vez. Entraba olor a azahar y un aire cargado de primavera de a media tarde. La cama deshecha, el cuarto desordenado, los pelos alborotados y algún momento en el que, simplemente, te sientes en una deriva distante y completamente despierta e incomunicable, como si te hubieras proyectado a ti mismo en toda la luz de la estancia. Luego, tras el polvo, se vistió y se marchó dejando mi cama llena de sus pelos rojos y largos. Me dejó sobre el escritorio unos bombones como regalo.

- Come bien- me había dicho a modo de despedida.

Me quedé sobre la cama mirando la pared moteada de manchas de sol: hay algo, una radiación, un aire extraño y potente, cargado de electricidad, sobre el que de algún modo se desliza mi respiración y me llena las venas de un extraño fuego, como si el aire te quisiera levantar como una cometa. Abrí la caja y me comí cinco bombones de un tirón.

(...)

Me duché y me fui al local de ensayo, donde había quedado más tarde con Rosana. El maldito móvil no paraba de molestar con mensajes y notificaciones de facebook. Es lo malo de tener una mañana ociosa: te lías a soltar barbaridades y luego vienen las reacciones del personal, más las invitaciones a fiestas, reuniones, salidas y conciertos de varias personas. Al llegar me esperaba Rosana y estuvimos durante horas tocando, cantando y oyendo música, y fumando porros todo el tiempo. Rosana olía bien y nos liamos de nuevo. La verdad es que no contaba con eso, pero era una cosa que sucedía a veces. Algunos días surgía de una manera completamente irresistible, porque sí, mientras otros ni se nos pasaba por la cabeza. Nos fuimos a su casa y me comí todo su cuerpo de arriba abajo hasta quedar completamente saciado.

- No sé qué haces aquí- me dijo luego, mientras descansábamos. Ella sostenía mi mano izquierda, igual que hiciera horas antes la quiromante: jugaba con ella, la observaba y toqueteaba, pero Rosana lo sabía leer manos.
- Hago lo mismo que cualquiera, lo mismo que tú- le respondí.
- Deberías largarte de aquí. En otros sitios podrías vivir exclusivamente de tocar, tú lo tendrías fácil.
- Descuida, si mi trabajo aquí me falla, me largaré.
- Vete a una ciudad con buen ambiente, como Berlín, Ámsterdam o Hamburgo.

Nos fumamos un peta, me vestí y me fui camino de mi casa. Rosana me había regalado un par de manzanas y caminé comiéndome una de ellas, a modo de cena. Parece que todas mis amigas se preocupan por mi futuro, mi alimentación y mi saciedad a otros niveles. Y mi mano izquierda. Era de noche, tarde, pero el aire me levantaba del suelo y caminaba como un ánima que ya no está aquí, en este mundo, sino en algún lugar de su imaginación que se proyectaba sobre sus propios sentidos.

(...)

Al día siguiente había quedado con Silvia para tomar un café en su casa y ver una peli. En un momento de la tarde, estando los dos sentados en el sofá del salón, cayó sobre mí sin avisar. Tampoco era la primera vez.

- Perdona- me dijo disculpándose- es que tu olor me puede.
- No te preocupes, no pasa nada.
- Es que no sé qué es lo que tiene, pero me desconcierta.
- Es algo muy específico, pasa sólo con algunas personas, yo lo he sufrido también muchas veces en mi vida. Pero no pasa nada, me apetece.

Silvia me empezó a desabrochar los pantalones mirándome paulatinamente, sin estar segura de hacer lo correcto.

- ¿Te la puedo chupar?- me dijo. No dejaba de resultar curioso que lo preguntara, ¿será algo generacional? Porque era una pregunta que últimamente oía con frecuencia en gente más joven, y Silvia era doce años menor que yo. Eso no se pregunta: si una tía se lía con un tío, él siempre quiere que se la chupen.
- Claro- le dije.

Al rato, descansando, Silvia curioseaba entre los dedos de mi mano izquierda.

- Te leo mucho- me dijo- deberías tomártelo en serio, dedicarte a escribir, centrarte en ello. Podrías vivir de eso.

Al rato, ya de noche, nos fuimos a su cama, pero esta vez preferí dormir. A la mañana siguiente echamos otro polvo y me marché desayunado y con unos donuts artesanales que ella se empeñó en que me llevara.

- Necesitas engordar un poquito- me dijo.


(...)


Me vino a visitar una antigua amante para saber de mi vida.

- Toma- me dijo entregándome un tupper con ensaladilla- me voy de viaje y me sobra esto, así que te lo he traído porque en mi casa se va a estropear. Además, comes mal, se ve.
- Gracias, vendrá bien- le dije mientras lo llevaba a la cocina y lo metía dentro del frigo.

Ella me siguió y cuando cerré la puerta me agarró por la espalda y empezó a besarme por la nuca. Me di la vuelta y empezó a besarme en los labios. Ella sabía hacerlo y enseguida se me olvidó todo y nos fuimos al dormitorio. Después de un polvazo largo e intenso, ya descansando, se dedicaba a pegarme pellizquitos en mi mano izquierda mientras hablaba de esto y lo otro. Observaba los dibujos, esbozos y cuadros que tenía colgados en mi cuarto.

- Me encanta cómo pintas y dibujas- me dijo.
- ¿Sí? Yo no les veo demasiado valor.
- Tú no tienes criterio. He visto muchos cuadros tuyos, son muy personales.
- Si tengo criterio para hacerlos, lo tengo también para juzgarlos; puede que seas tú la que no tiene criterio. Aún no he visto nada tuyo.
- Está todo en mi casa.
- Exacto, y ni siquiera quieres decirme dónde está.
- Ni te lo pienso decir; pero en serio, deberías hacerme caso. Se te da bien pintar, deberías dedicarle más tiempo, centrarte en ello, podrías vivir muy bien si te organizaras. ¡Qué desastre de cuarto y de hombre!- dijo tumbada boca arriba con lunares de sol sobre las tetas.

Le di la vuelta y empecé a morderle las nalgas. Nos reliamos otra vez. Al marcharse, además del tupper, sacó un paquete de frutos secos variados del bolso y me lo dejó en la mesita de noche.

- Eres un animal- me dijo- hay que echarte cacahuetes.

Me quedé en mi cama otra vez, mirando al techo, y recordé a la chica que leía manos. Examiné mi mano izquierda. Miré la línea del destino, esa raya tan extraña en la palma, con sus cruces y su extraño recorrido, y ese destino bifurcado en varios. Tocar, escribir, pintar.

Tal vez no fuera esa la cuestión. Nadie parece darse cuenta de que no puedo hacer caso a todos, es imposible dedicarse exclusivamente a pintar, dedicarse exclusivamente a escribir o dedicarse exclusivamente a tocar, todo a la vez, porque entonces ninguna actividad es exclusiva. Alguien se equivoca.

No está ahí la respuesta, y seguramente de ahí procedan la mayoría de mis silencios, pero estoy en ello. Se trata de algo que va más allá de cualquier actividad.

Se trata de ponerle nombre a ese extraño aire que me embriaga, me levanta sobre el suelo sin elevarme un solo centímetro y da luz a cualquier oscuridad...



...
...
...
..
..
..
..
.
.
.