jueves, 30 de octubre de 2008

Ser uno mismo, mismamente


(...)

Mammonio es un músico que está solo- nadie toca con él, y no por falta de talento, sino por una zancadilla compulsiva que pone a todo orden que se le proponga.

Pero le duele, claro. Pospone continuamente la decisión de ser mínimamente periódico, pero le duele; su “tratamiento” auto-recetado es hablar de su problema eternamente, desbaratando toda posibilidad de resolución mediante la reducción al absurdo de todo lo que se le proponga, para quedar de ese modo justificado su estatus de niño adulto al que hay que cuidar y consentir, y de paso sentir pasar el tiempo como si él fuera “un” centro del universo alrededor del cual todas las conversaciones convergieran en el mismo y único tema de conversación que le interesa: él mismo.

(...)

- ¿Sabes?- me cuenta- cuando voy por la calle me he fijado últimamente en que bajo la cabeza cada vez que cruzo la mirada con alguien.
- Ah...- le digo. Me veo venir el asunto...
- Sí; para mí es muy significativo. Es como si les permitiera invadirme. ¿Es que valen más que yo? ¿Por qué debo bajar la cabeza cuando me cruzo con ellos?
- ¿Estas tan seguro de que “debes” bajar la cabeza?
- Bueno, he tomado mis medidas; mirar a la derecha, por ejemplo.

(...)

- Pero, en fin- le digo.
- ¿Qué?- me pregunta.
- Que... bueno, yo.... En realidad... ¿No tienes nada mejor en que pensar que en eso, con la que está cayendo?
- Bueno... a mí me afecta.
- Es paranoia. Eso que me cuentas es un rasgo paranoide. No tiene nada que ver con la realidad. No tiene esa importancia. Pensar en ello tanto tiempo es conferírsela, lo que equivale a entrar en el mundo de los imbéciles por la puerta grande...- en ese momento me arrepiento de llamarlo imbécil. Pero luego. Qué coño.
- Pero yo lo siento así- insiste con su argumento-plañidera hecho a la medida de la sensiblería-de-profesora-de-escuela propia de los etarras o los punkies que acaban de descubrir el propio peso de su culo tras darse cuenta de que han acabado de eructar (por no hablar de la ingente masa de peonzas mareadas que hacen del mercado de la comida macrobiótica, anti-gimnasia, yoga, tarot y merdo-memez en general, uno de los negocios a tener en cuenta dado el alza de dichos valores en el mercado).
- Sí- le respondo- “Yo lo siento así”, te crees que eso es como una garantía de validez. Los sentimientos son verdades como sentimientos que son; sus motivaciones pueden estar, sin embargo, guiadas por las coces del azar y, aún siendo sentimientos reales, la realidad a la que señalan puede ser una simple y sencilla majadería. Tu preocupación es la sublimación de un gesto insignificante, es una puta paranoia. Es típico. Nadie está pendiente de hacia dónde miras cuando vas por la calle, salvo en la intensidad. Además, da igual. Que les den por culo.
- ¿Ves?, entonces admites que la mirada tiene un poder...
- Sí, pero una cosa no quita a la otra.
- ¿Cuál a cuál?
- La cualidad al exceso.
- Bah...

(...)

- Y entonces, ¿eso es lo que te preocupa últimamente?- le digo.
- Sí.
- ¿Y nada más?
- Bueno, estoy practicando formas de evitar que me humillen así.
- Joder...
- Sí, miro hacia la derecha, hacia arriba.
- Pero, ¿por qué no aceptas que es una paranoia? Me cabrea verte dándole vueltas a gilipolleces, ¿para cuándo te preocuparás de ponerte a preparar un repertorio en condiciones con más gente, empezar a tocar de verdad, dar conciertos, no pillarte esos ciegos, etc.?
- Pero lo de las miradas es algo que me preocupa, son mis sentimientos.
- No lo niego, pero deberías ser más escéptico.
- Hay que ser fiel a uno mismo...

(...)

- ¿Quién te ha dicho esa gilipollez?- le digo.
- ¿Qué?- me responde sorprendido.
- Lo de ser fiel a uno mismo.
- ¿No estás de acuerdo?
- Tú, ¿hablas de filosofía o de la realidad?
- ¿Qué?
- O sea, puedo estar de acuerdo, pero sigo teniendo ojos.
- No te entiendo...
- Mis convicciones no evitan que el mundo sea de una determinada manera.
- ¿Y?
- Lo que menos desea el conjunto de los humanos es que los individuos sean fieles a sí mismos. La sociedad es un número de títeres en el que el protagonismo recae exclusivamente en la hipocresía. No se trata de estar o no de acuerdo; se trata de que no te dejarán ser tú mismo a menos que seas un caballo de Troya.
- Pero, entonces, ¿qué solución propones?
- Disfrázate de regalo...

(...)

- Dices que me disfrace de regalo- empieza a repetir para sí como si lo estuviera memorizando, con una mano en la barbilla; en realidad, está haciendo tiempo para elaborar una respuesta. No la tiene. Pero le da igual, lo importante es destruir toda propuesta constructiva- dices que me disfrace de regalo... dices que me disfrace de regalo...

(...)

- Dices que me disfrace de regalo... dices que me disfrace de regalo...

(...)

- Y bueno- me dice- ¿por qué tendría yo que seguir tu “método”?
- Porque el tuyo no funciona, salta a la vista.
- ¿Y en qué ves eso?
- Estás sólo.
- A lo mejor quiero estarlo.
- Pero lloras.
- A lo mejor quiero llorar.

(...)

- Te equivocas, mi método funciona igual de bien que el tuyo.
- ¿Ah, sí?
- Sí: he dejado de mirar al suelo.

(...)

- Dejemos de hablar de esto- le digo. Más que nada porque me desespero.

(...)

Acto seguido me pongo a pensar en toda la conversación. No la quiero olvidar, así que tomo una hoja de una de sus libretas y apunto unas notas que la resumen. Mammonio se levanta mientras tanto y se pone a hacer café. Cree que escribo un poema. Cuando acabo de resumir el diálogo lo doblo y me lo guardo en el bolsillo. Javi llega y toma alegre la libreta para leerlo y me mira extrañado de no encontrarlo.

Argh. Me duele. Le confieso mi crimen. He robado nuestra conversación, Mammonio. Es imprescindible. No se enfada. Pero yo me siento mal.

Robaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpirata

(...)

Vuelvo a coger su libreta. Escribo un poema para estar en paz. Un regalo. Se lo dejo. Pero me llevo una copia (la de los tachones y correcciones).

(...)

POLEA

Escala, no por subir,
sino por sentir los brazos.

Sube, no por alto,
sino por frío.

Oscila, no por reír,
sino por sentirte una caída larga.

Mide en tu tripa
la altura del abismo
a la altura de tu espalda.

(...)

Llegada la hora, me marché de su casa. Tenía actuación en la Jam de blues.

No fue mal.

Pero tengo la sensación de que no me soporta nadie.


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martes, 28 de octubre de 2008

La muerte de Occidente



Occidente nunca fue capaz de ver su propia debacle con claridad. Su propia esencia se lo impedía. Ni siquiera ante un aviso tan claro como la caída del muro de Berlín, en Europa.

Resulta cuanto menos inquietante que una sociedad como la europea, en la que los ingenieros habían sido elevados a la máxima categoría social, fuera incapaz de prever el desastre que implicaba la desaparición de uno de los extremos que mantuvo felizmente en equilibrio la frágil estabilidad del continente desde su último intento de suicidio (en el que dio un paso atrás en su emancipación y, como un enfermo mental, pasó a estar apadrinado por dos potencias antagónicas). Y eso que esa disposición casaba perfectamente con el ideal de equilibrio aristotélico, representado por Europa. Desaparece nada menos que uno de los contrapesos de la sociedad y nadie se alarmó; todos creyeron que simplemente había vencido el Capitalismo.

El Crack de 2008, 19 años después de la debacle comunista, puso las cosas en su sitio. Lo peor de todo era constatar, entre los más visionarios de la época, que no había marcha atrás, que era inevitable el Apocalipsis occidental.

¿Por qué? Porque, inmersos en sus guerras internas, nadie era capaz de contemplar el verdadero problema, y sus avisos y síntomas eran inmediatamente “alistados” como argumentos en dichas dialécticas, ajenas a la realidad. Cuando cayó el bloque soviético llegó el triunfalismo neoliberal; cuando cayó el Neoliberalismo, llegaron las triunfantes voces ecológico-socialdemócratas.

El problema era de otra índole, y mucho más profundo e insalvable.

Tenían razón los socialdemócratas al afirmar que todos somos, esencialmente, humanos, antes que ciudadanos. Las reglas de acción y reacción históricas se aplican por igual a todos los grupos. Eran las dimensiones las que habían cambiado: con la globalización de la economía la división de clases pudientes y clases pobres, como era tradicional en el contexto europeo, desapareció; era mejor tener un país estable con ciudadanos contentos con su basura (bien presentada) para funcionar al nivel siguiente. Ahora había países ricos y países pobres. La clase, división interna de un país cuya lucha hacía funcionar la economía, pasó entonces al ámbito de los Estados: había Estados privilegiados y Estados basura.

Las tensiones sociales históricas de cada país tejían un decorado que, a modo de telenovela, mantenía a todos los ciudadanos entretenidos en peleas de rellano, chocheces de viejas y guerras dialécticas sobre quien es más guapo, de tal modo que no podían darse cuenta de lo que realmente pasaba, del verdadero cambio que se estaba dando a nivel mundial.

Así, la izquierda europea deambulaba erráticamente de un tópico a otro, sin saber muy bien hacia dónde tirar, y la derecha no era una alternativa, decididos como estaban a adelantar la debacle del sistema económico mediante la exigencia de un crecimiento económico insostenible.

Las diferencias “de clase” a nivel de Estado eran tremendas, hasta tal punto que los presupuestos de muchas empresas occidentales superaban con creces los de muchos Estados. Los occidentales era intocables, verdaderos aristócratas del mundo. Los europeos de izquierdas se estaban convirtiendo en los déspotas ilustrados de antes de la Revolución Francesa, que hablaban, opinaban y pontificaban sobre los problemas de los países pobres, hacían sus actos de caridad mediante las distintas ONGs, y se permitían manipular sus sociedades mediante principios multiculturales (como si la miseria fuera un ejemplo más de diversidad cultural digna de ser mantenida en una suerte de “parque antropológico” mundial), pero todo esto sin tener en cuenta la opinión de las personas implicadas o, en caso de ser contrarias a sus intenciones, despreciándolas en virtud de una supuesta carencia de “valores” democráticos y/o humanísticos. No deja de ser despotismo. El ilustrado era también muy bienintencionado, pero la guillotina se encargó de corregir su error. ¿Qué guillotina estaba destinada a nosotros? No es casualidad que la decapitación de occidentales sea tan valorada por la audiencia de Al-Yazhira.

Claro que vislumbrar la analogía histórica arriba señalada, en una sociedad donde, cada vez más, se revalorizaba positivamente la postura mayoritaria frente a la propia de una élite, era difícil, pues la medianización que sufría occidente hacía que cada vez fuera más rara la existencia de algún tipo de excelencia en cualquier ámbito intelectual. Y a su vez, dicha filosofía chocaba teóricamente con la pretensión de Occidente de seguir siendo aristócrata.

En este contexto, y siguiendo la premisa de arriba según la cual “las reglas de acción y reacción históricas se aplican por igual a todos los grupos humanos”, era previsible una revolución social articulada en el nivel en que estaban sucediendo las cosas, es decir, a nivel mundial. Es así: cuando se oprime demasiado, se produce una revolución.

La III Guerra Mundial supuso el levantamiento definitivo de los países más pobres contra un Occidente indeciso que, por un lado, no podía mantener un ejército tan tecnológicamente avanzado con una economía ahogada en sí misma y, por otro, los valores conquistados de respeto a los derechos humanos impedían sofocar enérgicamente dicha revolución mundial. Los revolucionarios, por el contrario, estaban decididos y no les importaba saltarse dicho código- esa era su fuerza, sus bases sociales les apoyaban incondicionalmente. Occidente, viejo, cansado, no era el mismo que, en tiempos de Roma, hacía de la crueldad contra sus enemigos un espectáculo aclamado por el pueblo. Sofocar sin matar era imposible.

Occidente, enfermo de post-cristianismo, no comprendió que sus nuevos principios no funcionaban en un estado de guerra; pero era también cierto que renunciar a ellos era dejar de ser Occidente.

Por ello, occidente estaba herido de muerte. Era sólo una cuestión de tiempo; de cómo, cuándo y dónde... Al luchar sin principios se suicidaría; al no luchar, sería engullido por el mundo hambriento.

La gente lucha por sus hipotecas.

¿No sería mejor aprender lo antes posible a cazar y a sobrevivir en la naturaleza?

Pues el balneario-Occidente se acaba señores.

Hagan juego...

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Atraco


Atracaría un banco por ti. Te dejaría en un lugar cálido y seguro, a salvo. Te dejaría la nevera llena, la cama con las sábanas limpias, un edredón de plumas y una manta para tus extra-fríos. El congelador estaría repleto de helado de todas clases. Te dejaría el botiquín lleno de todo tipo de analgésicos, y con algún ansiolítico, por si acaso. Tu puerta sería la más segura de las puertas, las paredes estarían hechas a prueba de bomba. Tendrías en tus manos la forma de pedir ayuda a tus amigos. Nada malo te pasaría allí. De salir mal, nadie sospecharía de ti, nadie iría a detenerte.

Estarías segura. Te lo garantizo.

Los bancos no manejan ya grandes cantidades; pero tú y yo tampoco necesitamos demasiado. El atraco perfecto para pagarse unas vacaciones. Verte feliz en una tumbona en el Caribe. Merece la pena, claro. No nos cogerían. Iríamos a Cerdeña. A Roma. A San Petersburgo. De hotel modesto en hotel modesto, entre tus brazos de cinco estrellas. Berlin. Doner frente a la puerta de Branderburgo. Abrazo en Check-Point Charlie. Promesas de amor eterno bajo los acordes estridentes de una guitarra eléctrica en Conney Island, Leipzig. Fotos y risas junto a la catedral de Colonia. Vértigo en el National Gallery de Londres. Vértigo por los acantilados de Irlanda.

Saldría de nuestra guarida- en la montaña, lejos de toda la mierda. Me sentiría natural, en tanto que atávico. El amor humano. Los roles milenarios. El cazador que sale y la mujer que espera. Protección. Posibilidad de no volver. Protección; que nunca le pase nada, que nunca pase hambre ni frío, que nada ni nadie le haga jamás daño.

Es raro. Pero es un sentimiento. Está ahí.

Te dejo en casa. Tengo que hacerlo y arreglármelas para volver sano y salvo. No puede pasarme nada malo. Nunca necesitarás ansiolíticos, te lo juro. No puedo morir. Es como irse para siempre. No puede ser. Ya no.

Espero el autobús. Sí. Voy a hacer el atraco yendo en bus. Sería absurdo que me pillaran con todo el dinero por no tener carné. Todos los atracadores usan vehículo propio. Llego a la ciudad. Me paso por casa del abuelete.

Lo conozco porque voy a leerle libros todas las tardes, como voluntariado. Es parte de mi plan. Duerme toda la mañana. Tengo las llaves. Es perfecto.

Llego a casa del viejo. Lo saludo, le preparo un cola-cao y luego se duerme. Me cambio y me pongo el traje de obrero, y regojo los enseres que dejé aquí ayer por la mañana, en uno de los armarios que él nunca usa. Bajo a la calle. Con una peluca y gafas de sol y el mono azul.

Abro una alcantarilla y pongo la vallita portátil para que nadie caiga dentro. Bajo. Para que crean que hago algo. Subo. Me alejo haciendo que atiendo una llamada. La alcantarilla está frente a la sucursal. He elegido al Santander. Es mi banco y son unos hijos de la gran puta.

Subo de nuevo a casa del viejo. Cojo su silla de ruedas y una manta a cuadros para taparme las piernas y evitar, así, que la imagen en las cámaras de seguridad del banco les de pistas sobre mi estatura. Me cambio de peluca y me pongo una barba no muy larga, y unas gafas culo-de-vaso con una hendidura en el centro que me permite ver. Bajo, ya en la silla. Me dirijo al banco. Al intentar entrar me salen a ayudar dos empleados. Ya dentro, le pongo a uno de ellos la pistola de imitación en las costillas, apretando para asustarlo más. Me dan lo que hay. Sólo 20.000 euros. Para ellos es poco. Para mi va de sobra para mis planes. No saben que soy millonario. Es una simple cuestión de saber qué moneda vale más.

Todo va bien y fluido. Salgo en la silla y, ya en la calle y fuera del alcance de las cámaras me levanto y salto en la alcantarilla que me espera abierta. En la silla de ruedas dejo la dirección del viejo para que se la devuelvan. Él no tiene fotos mías, no sabe mi verdadero nombre. Tiene, además, Alzheimer, y sus recuerdos son siempre borrosos y sin sentido. La ONG a la que dije pertenecer no existe. Además, lo traté muy bien. Él sí que me echará de menos. Él sí que estaría orgulloso de mí.

Dentro de la alcantarilla tiro las pelucas y las barbas y cojo una mochila que dejé allí, donde meto el dinero. Sigo los pasadizos que ya conozco y salgo por un callejón que da a una parada de bus. Ahora soy un estudiante. Cojo el bus y me dirijo a la estación de autobuses para regresar a casa. Pasan muchos coches de policía por la calle, pero el bus de línea no tarda en pasar y pronto estoy en la estación esperando el que me lleve hasta ella.

Todo sale bien. Abro la puerta y ella está segura, sana y salva, en casa. Le enseño el dinero.

Vayámonos a donde sea.

Te quiero.

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lunes, 27 de octubre de 2008

Los fingidores


Él era “The Pee-Fucker”.

Era su identidad de blogger, aquella con la que hacía todo lo que no se atrevía con su identidad física- la identidad química hacía, más o menos, lo que le daba la gana indistintamente, sin posibilidad de planear ni de programar nada.

Pero surgió otro Pee-Fucker (“The Pee-Fucker II”). Copiaba sus fotos, imitaba su estilo y resultó tener más éxito que el original. Sí, la epidemia de los imitadores comenzó como un tímido juego travieso de sufridores espirituales de la web. Fue antes de la prohibición de los blogs...

Pronto se convirtió en un temor permanente de todo internauta que destacara en algo. En cualquier momento cualquier blogger podía encontrarse con que un emu-blogger (se empezaron a autodenominar así) había empezado a introducirse en su red de amigos y más allá, haciendo estragos a mayor escala que él mismo.

La admiración empezó a expresarse mediante la usurpación y la iconoclastia. El asesinato de John Lennon sólo fue un acontecimiento precoz.

“Suplanta a tus ídolos” cantaban los imitadores.

Suplanta a tus ídolos.

No tardó en llegar el primer imitador de imitadores: les seguía y emulaba en su actividad mimética. La tentación de ir más allá y suplantar la persona física objeto de admiración tampoco tardó en hacer sucumbir a más de uno: de pronto, el asiento de tu compañero de oficina era ocupado por alguien ligeramente distinto, alguien que mejoraba la versión anterior, a la que hacía desaparecer mediante clásicos métodos pre-autópsicos.

La muerte también se imitaba: contraían la misma enfermedad y por cada “ser humano de destino original”, como se les empezó a denominar, había, en la misma sala de hospital, treinta atentos imitadores, emu-bloggers y simuladores de imitaciones que le miraban con atención y experimentaban los mismos gestos, convulsiones, rictus y hasta últimos alientos, muriendo al mismo tiempo que él.

Era más valorado el imitador que el imitado; la imitación implicaba una toma de conciencia de la propia mediocridad y un consiguiente esfuerzo por acercarse a la suplantación del original. El imitado no tenía que hacer nada, le bastaba con ser él mismo. Era un premiado de la lotería de la recombinación genética, carecía de mérito alguno, en el sentido burgués de la autoedificación.

The Pee-Fucker sacaba a su perro seguido por cien Pee-Fuckers con otros tantos perros. Era inquietante la estampa del estanque del parque, con todos mirándolo atentamente para sacarse los mocos a la vez que él, con admiración por su espontaneidad.

¿Qué deseaban?

¿Por qué?

¿En qué momento se decidiría alguno por matarle y ocupar su lugar? Los “radical supplanters”, minoritarios, se camuflaban entre los menos peligrosos emu-bloggers.

Al fondo, un guardia urbano seguido por 200 emu-bloggers-guardia... Pero los emu-bloggers eran corporativistas; nunca atacarían a un radical supplanter por defender a un ser humano de destino original. ¿Incongruencia? No; la evitarían pasando de emu-blogger a radical supplanter y cargándose al guardia, ser humano de destino original.

Suplanta a tus ídolos.

Transfórmate en tu ídolo. Quítale el sitio.

Los romanos, al crucificar a Cristo, fueron considerados unos visionarios al adelantarse 2000 años a ellos.

Haz una raya en la pared. Se admirarán de que no sea copiada. Te querrán robar el alma. Te eliminarán.

¿Y esto?

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viernes, 24 de octubre de 2008

Reunión



Mierda. No debería haberme fumado ese último porro. Lo noto. Me voy.

Más de lo normal. En estado natural me hablan y se me va la cabeza. Padezco incapacidad de atención al prójimo. Puede sonar o gracioso o servo-cabrónico, pero es cierto, me ocurre. Independientemente de consideraciones éticas o morales, es mi enfermedad, y las enfermedades no se eligen, a no ser que se trate de un suicidio y, créanme, alguien que pierde los papeles por una magdalena con bolitas de chocolate está demasiado atado a la vida.

Pues con porros es peor.

No debería haberme fumado ese último porro. Lo noto. Tiendo a irme. No es el día ni el momento. Y lo he hecho. Me lo he creído.

Acudo a la cita. Salgo a la calle. Música en la cabeza, como siempre. Pero con el porro, a más volumen; suena claramente mejor, se siente claramente mejor.

Perros. Mierdas de perros. Esquivar. Pero sinuosamente. Vivan los trazados perfectos.

Cruzar las calles. No caminar demasiado rápido- llegar con la cara llena de sudor no es conveniente. Debería haberme quedado en casita. Cuando se es tan yo es mejor evitárselo al exterior.

Los porros te redecoran como un interior-externo- de ahí la incomodidad.

Ya estoy llegando. Ante todo, evitar ser tan honesto, tan sincero. Recuerda, en sociedad se valora sobre todo la capacidad de falsedad amable; el esfuerzo por no molestar con verdades impertinentes. Mierda, con lo perezoso que me vuelven los porros, especialmente para la titánica labor de la mentira piadosa...

Los porros sacan el mejor sarcasmo de mí. Hoy no debo hacerlo. No debí haberlo hecho. El tiempo duele tanto...

- Buenos días- dijo el de la funeraria.

Me quedo mirándolo. Joder, se le ve en la cara que toma coca, se va de putas, le gusta que le caguen, y hasta distingo en su brillo un matiz cínico gemelo del mío sarcástico. Me jode adivinar tantas cosas. Sobre todo que, aún así, es un frustrado que no sabe quién es. Perdido como una bala sin víctima. Coprofílico, seguro. Me siento inspirado para luchar. Claro.

- Sí, hasta los días pueden serlo.
- Comprendo su dolor- dijo soltando la muletilla.
- ¿Es higiénico, como el papel, el dolor?- le replico.
- ¿Perdón?
- Ah, su uso quita parte del encanto.
- ¿Le conozco?

(Uli 1- Funeraria 0)

- Sería el único.
- Bueno, siéntese y relájese.
- ¿Lo dice en serio?
- Claro, le vendrá bien. Mientras le traeré un café y charlaremos sobre los detalles.
- “Detalles” es igual a dinero; “dolor” quiere decir locura. Hábleme claro, no se preocupe.
- Bueno, tranquilícese, enseguida vuelvo.
- Y averiguará entonces lo que quiere decir “relajarse”, para mí.

El dependiente de la funeraria se queda un momento pensativo y sale de la habitación. Empiezo a liarme un porro allí, en la sala de espera. Me voy a relajar. La estoy cagando. No soporto la hipocresía a un módico precio. Las funerarias son necesarias. Me cago en la necesidad. Buah, lo enciendo. Mejor. Esto es más soportable así.

Entra una señora acompañada de su marido. Mal asunto. No me voy a callar y él me armará un pollo, gritará mucho, teatralmente, para quedar como un valiente huno pero con la seguridad de que alguien impida el percance. Así es la cobardía de aquí. Teatral. La gorda se me queda mirando asustada.

- No se preocupe, señora, que esto no es ni comparable a su consorte botando sobre usted pletórico de vino.

- ¡Buf!- dice pantojilmente. Parece que la provocación no da resultado. Se habrá confundido con el “pletórico” y el “consorte”.

- Pero pasen- insisto- esta agencia de viajes es cojonuda, te pueden enviar al cielo, al purgatorio, al infierno o esa sala de espera eterna de los ateos...

Ahora se van. Ahora sí. Sin intento de agresión. Fallé.

(Uli 0 - marido de la gorda 1)

Vuelve el encargado.

- Señor, le ruego que se marche, aquí no se puede fumar, y mucho menos eso.
- Me estaba relajando, como usted sugirió...
- Me refería a otra forma de relajación más legal.
- Ya, aquí sólo se fuman personas, por lo que veo.
- ¿Cómo?
- Ah, desperdician el humo del crematorio. Váyase a tomar por el culo.
- Por fin estamos de acuerdo en algo.

Me levanto. Empiezo a ponerme de nuevo la chaqueta,

- De acuerdo no, sólo compartimos secretos, aunque usted no lo supiera; hágame caso, llene su piscina con agua fecal, le encantará.
- Tomaré nota de su sugerencia.

No hay quien encienda a este tío. Claro. Con tal de evadirse en sus ratos de ocio con materia colombiana es capaz de tragar con cualquier cosa. Algunos llaman a eso esperanza. Yo lo llamo simplemente mierda.

Cuando llego a la calle, entra el matrimonio con un policía y se paran ante mí.

- Ese es- dice la gorda.
- Este soy- digo yo, con el porro encendido en los labios, echándole el humo al agente- magnífico, además, el hachís, gracias.

Dos hostias.

Me recogen en comisaría tras mediar mis amigos y familiares. Dicen que estoy alterado por la muerte de mi amigo. Se encargan ellos de todo. Me disculpan.

Lo peor es que me dejo hacer, permito que triunfe la mentira.

Me importa una puta mierda la madera del ataúd, el forro, las flores y toda su puta madre...

No pensar, no estar, no sentir.

Como él.

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lunes, 20 de octubre de 2008

http://muchachadanui.rtve.es/videos/sanchez-drago-23.html

Dios mío...

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El PSOE, como partido histórico, y la magdalena como despersonalidad


El pasado sábado estuve en la Alameda. Hubo una manifestación protestando por la brutalidad policial de los fines de semana. Llegaron frente a la comisaría y, una vez allí, protestaron y pitaron, pancarta al frente, y se disolvieron pacíficamente; eso sí, para dar sentido (y contenido) a la protesta, la gente se quedó por allí divirtiéndose. Pero todo muy ordenado y sin incidentes.

¿Sabéis? Por un lado entiendo la ley anti-botellón; la libertad funciona cuando no se abusa de ella, ciertamente. Mi generación, que fue la inventora de tan popular práctica, nunca llevó este pasatiempo a los extremos que veríamos en nuestros hermanos pequeños. Cuando yo iba a la facultad era impensable hacer botellonas allí, no porque no se pudiera, sino porque era excesivo- íbamos allí a estudiar; luego tuvieron que poner guardas en cada entrada para evitar que los estudiantes entraran con alcohol duro. Quiero decir que, si bien antes entrar con una litrona de vez en cuando no tenía importancia, la aglomeración de borrachos que se daría posteriormente obligó a cortar por lo sano con ello. En el resto de la ciudad la historia es más o menos la misma, y yo estuve de acuerdo con esa ley. La higiene y la salud de los vecinos de las zonas “calientes” debe estar por encima de todo lo demás.

Claro que cuando se trata de alcaldes como el nuestro, D. Alfredo Sánchez de Monteseirín, la cosa se desvirtuó enseguida. Se dio un ataque directo contra una forma de vida, contra un colectivo muy concreto con el pretexto de dicha ley, y además se oyeron argumentos que sólo se recordaban de la época del franquismo (ahora las reuniones se dispersan por imperativo policial). La Alameda de Hércules vio cómo no sólo se atacaba a aquellos que bebían en la calle, sino también por añadidura a los que estaban sentados en una terraza de un bar legal. Los establecimientos ya no ponen música a ningún volumen, dada la presión de las autoridades a ese respecto. Diríase que el alcalde quiere que la ciudad entera sea como los alrededores de un hospital, un lugar idóneo sólo para la tercera edad (pero con semáforos con sólo ocho segundos para cruzar), pero las cofradías tocan el tambor y las trompetas cuando les sale de los cojones. Ah, eso es tradición, es idiosincrasia, es de aquí. Entonces sí. Si las bombas nucleares fueran tradición sevillana tened por seguro que nuestro inepto alcalde apretaría el botón año tras año. Las agresiones policiales injustificadas se repiten fin de semana tras fin de semana. Es escandaloso que a un estado de carga policial semanal se le llame “orden”; es irresponsabilidad y, sobre todo, total y absoluta incompetencia de quienes gobiernan.

Y lo más divertido es que la plaza del Salvador, donde abundan las gallinas lugareñas y los imbéciles vestidos con el mismo traje sport del COI de hace veinte años (chaqueta azul marino cruzada, corbata roja), de los cuáles una amplia proporción son funcionarios o concejales del Ayuntamiento, persiste con su tradición de cerveza en la calle tanto al mediodía como por la noche- claro ahí no meten mano, pues la clientela son ellos mismos.

Con un alcalde prototipo de imbécil cebado por una protectora madre a base de magdalenas, que consideró al público del concierto de Madonna como “demasiado variopinto para Sevilla”, que lo único que sabe hacer es ponerse el traje (sport, COI, cruzado, corbata roja) para hacerle la cama a la iglesia, las cofradías y al chovinismo sevillano más reaccionario, tradicional (lo que en Sevilla equivale a caciquismo de pequeño-burgués agrario, o a catetismo a secas), aparte de la feria, el Rocío y todo lo que hieda a folclore popular (o lo que es lo mismo, por obra y gracia de los de arriba, a miseria, hambre, analfabetismo y picaresca), es normal que esto ocurra; las formas de vida alternativas que se proponen en la Alameda chocan con su proyecto de una Sevilla-reserva-espiritual-folclórica de España. Los mejores logros de su gestión (carril bici, por ejemplo) lo son de sus compañeros de Izquierda Unida; incluso el distrito de la Alameda lo lleva ese partido, con choques con la Alcaldía por los excesos represivos. ¿Es que tienen casas que vender en la zona y quieren revalorizarla?

En definitiva, con semejante imbécil, de esos que no ofrecen esperanza de recuperación para la inteligencia, de esos que a cada tapa de jamón con música de semana santa se le mueren millones de neuronas, esto es lo que nos espera: el ataque de la intransigencia cateta y ultraconservadora de esta ciudad.

Siempre suelo votar al PSOE, uno de los partidos socialistas de más tradición y antigüedad de Europa. Pero a ese imbécil yo no lo vuelvo a votar. No sé que hace en ese partido. Ni sé que hace ahí el partido en sí. En Sevilla, el PP es la extrema derecha, el PSOE el centro derecha y IU es la reserva radical de los desencantados enfermos de resentimientos de clase (lo que aquí es muy explicable). No hay izquierda competente en Sevilla. La mató Queipo de Llano (la Virgen de la Macarena sigue luciendo su fajín- el de un genocida).

En las próximas municipales votaré a Izquierda Unida, dentro de lo que cabe... lo prefiero.

Bueno, como os contaba, el sábado, al subir por C/ Calatrava, contento porque la policía no la hubiera liado esta vez, me encuentro siete furgonetas agrupadas en el puente de la Barqueta dispuestas a bajar. Al pasar junto a ellas un policía nacional le dijo a otro “ese chaval lleva porros seguro”.

“No lo sabes tú bien”, me dije.

Y hasta un cerebro.

A saco contra la Alameda.

Que no se note el odio hacia lo no-tradicional.

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http://www.abcdesevilla.es/20081019/sevilla-sevilla/policia-local-multa-cuatro-20081019.html

viernes, 17 de octubre de 2008

Exclusividades

El guardia de seguridad transportaba, por primera vez, una pistola; se la había entregado un compañero para que la llevara a las oficinas y la metiera en la caja fuerte. Estaba ahí, en el fondo de su mochila, enfundada.

Pasó junto a una tienda. Entró. Se lo había pensado mejor.

La dependienta y su compañero lo miraron e inmediatamente empezaron a cuchichear. Sí, era el mismo cliente que hacía unos días había intentado robar una chaqueta; en esa ocasión logró convencerles de que no lo denunciaran para mantener su puesto de trabajo.

-¿Qué desea esta vez?- le dijo el compañero, cortante, señalándole la salida.
- Deseo lo imprevisible- dijo.
- Vaya- dijo riéndose- de eso no tenemos esta temporada- y miró a su compañera riendo.
- Sí que tienen dos de esos artículos.
- Ya... Por favor- dijo poníendose serio- saque la mano de su mochila, sé que ha introducido algo en ella, deje ya de hurgar ahí dentro.
- De acuerdo- dijo.

Sacó la pistola, que ya estaba cargada y todo.

- Sorpresa- dijo, y le voló la cabeza sin dilación.

La dependienta, que salió corriendo despavorida escaleras arriba, se escondió en un probador. Él no tardó en encontrarla.

- Lamento que ya no sea tanta la sorpresa para usted como para él, discúlpeme; acabaré enseguida.

Efectivamente, le voló la cabeza sin más retrasos.

Es que esta moda de lo exclusivo...

Palabras puestas

Palabras, palabras...

Esos ladrillos de la catedral
del corazón, vestido de domingo...

¿Qué son, sino veletas
de vientos inconstantes,
títeres que fingen tragedias
de gigantes,
oscilaciones de péndulos
que rompen la sincronía aparente
de los relojes?

Y sin embargo,
marcan con fuego
la realidad que simulan
con el calor de su equívoco...

Y sangran los corazones,
cruzan cauces de lágrimas
el calor rosado de las mejillas...

A pesar de la terquedad del sol
y las estrellas por ignorar
esa muerte del universo entero
que provoca,
a veces,
una palabra que se clava en el pecho...

Y sin embargo,
los poetas no dejan de ser peces
en una pecera.

Esa es la historia entera...

miércoles, 15 de octubre de 2008

El enjambre de abejas laboriosas

La mentira, la verdad,

los límites...

¡Qué propio del tiempo
observar los extremos,
los horizontes,
los envoltorios del misterio!

- es más fácil,
parece que el pie avanza
sobre el agua turbulenta y amorfa
del infinito.

Yo me he cerrado a la satisfacción de lo falso
excepto en lo explícito.

El salto,
el vértigo,
estar preparado,
ajustar el alma para que nunca
se separe del frenesí junto a ella...

Pacto tácito de esencia de silencio
entre cuerpo y cuerpo para el alma...

Inmortales los astros que se erigen
en el nuevo mundo de la farsa

- la farsa, sí,
de la mentira del amor que de bella,
se hace cierta.

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martes, 14 de octubre de 2008

The U-Bets


Ahí estamos tres de los miembros de The U-Bets. De derecha a izquierda, Paul (batería), Mª Cruz (voz) y myself. El viernes pasado dimos nuestra primera actuación (tras sólo dos ensayos) y salió bien. Increible.


Aquí estamos hace dos semanas en el mercado de la calle Feria en un jam sesion organizada por el gran Javier-Blues. El bajista y el saxofonista que aparecen en la foto no son del grupo. Con las gafas de sol, Juan pedro, el otro guitarra.


¿Y qué decir? ¡¡Mª Cruz canta como Janis Joplin metida a metalera!!

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Oh, vaya, qué divertido…



Sábado, voy por la Alameda a las cinco de la tarde y me dice un amigo que Siniestro Total toca gratis esa misma noche. Me dije “glub” y salí veloz hacia mi casa para cenar y prepararme para el evento. Llego.

Genial, pude verles probar sonido como si de unos colegas se tratara; apenas había gente, era… natural. Las guitarras se les desafinaban como a nosotros, los músicos estaban fríos al principio como nosotros. Es buena la humanidad. Aprovecho para recomendar el empalamiento público de Mariah Carey (por ejemplo). Ana Torroja, en fin… casi se lo hace sola.

El odio es tan…

De todas formas no sé qué coño pasaba esa noche. O sea, tengo 34 años y me estoy poniendo enorme como un cerdo. Todo estaba lleno de veinteañeros saludables, delgados, que beben y les sienta bien, que se divierten, se implican, bailan, saltan y tienen ganas de ligar; yo, por el contrario, no quiero ligar (no me hace falta, no me interesa, voy servido); no bebo (por el bien del respetable y de mi persona), no bailo (antes sí lo hacía- ciego perdido); no me integro (me quedo mirando al grupo, fijándome en esto o aquello, y me pongo a pensar en el mío, entre otras cosas porque me CUESTA escuchar a las personas- interrumpen mis monólogos solitarios).

En fin, soy un paciente modélico de psicoanalista. Con todo esto…

Nada más llegar me encuentro con un excompi de los Azid Queens y sus amigos, quienes a su vez tenían con ellos a una chica colgadísima que no me dejaba en paz; luego en el concierto no hago más que encontrarme miraditas por todas partes (mezcladas con encuentros con antiguas novias o rollos), se me ponían al lado, me rozaban el culo o se me tiraban encima en los momentos de subidón musical; utilizaban todos esos trucos de veinteañero/a más manidos que la mar, pero a los que la estupidez propia de la edad les confiere un incomprensible estatus de truco infalible. El caso era que yo sólo quería ver el concierto y que me dejaran fumar mis petas tranquilamente sin paranoias. Para más rizar el rizo veo caras conocidas de mi anterior etapa fotologuera (acabé hasta los huevos): como me puse por principio que nunca mi actividad de la web trascendería a la realidad, decidí mirar hacia otra parte, hacerme el idiota (se me da genial) y soñar con flotar en el aire y ver el concierto parapetado tras una nube bien negra.

Dios, ¿qué sucede?

Yo soy solo un puretón, estoy decadente y…

¡¡NO TOCARON “CONSEYEIRO”!!

jueves, 9 de octubre de 2008

La vida marital de Fernando y Esperanza


Fernán se compra un periscopio para vigilar desde su cuarto si Esperanza anda por el pasillo y así circular sin peligro, evitar encontrarse con ella. Fernán utiliza el periscopio también para comprobar si se encuentra en la cocina o en el baño. El periscopio de Fernán se asoma inesperadamente por cualquier rincón, vigilando el terreno, en cualquier momento del día o de la noche. El resto de los compañeros se asustan al principio cuando se encuentran frente a frente con la lente del instrumento, el ojo de Fernando aumentado hasta magnitudes monstruosas. La primera vez que se topan de cara, súbitamente, con el periscopio asomando por el rellano de una puerta, gritan aterrorizados y se sobresaltan y el corazón se les pone a cien por hora, y los vecinos se habitúan a esa especie de hilo musical. Soy yo, Fernán, me he comprado esto, ¿sabéis? es para ver quien anda por el pasillo, perdonad, pero os tendréis que acostumbrar a esto, ahora os voy a enseñar un poema que he escrito esta mañana, ya veréis, es magnífico, sí, venid, venid...

Esperanza pasea grácilmente por la casa seguida secretamente por Fernán, que planea ducharse sin saludarla, ataviado con su chilaba y su turbador turbante improvisado, utilizando su periscopio mientras repta por el suelo de los pasillos y del salón. Fernán vigila por las esquinas, de rodillas o en las posturas más extravagantes, para otear el terreno.

Los compañeros de piso toman café, mientras tanto, y ejercen de espectadores, en silencio. Al principio se miraban con complicidad. Ahora piensan en sus cosas, y procuran no traer visitas a casa.

Cuando Esperanza se dispone a salir de la cocina, Fernando sale corriendo, pisándose las faldillas, casi se cae, y se esconde en su cuarto cerrando de un portazo. Esperanza pasa ante ellos, toda risueña, tarareando una canción, y les saluda con la mano, extendida verticalmente, los dedos juntos, primero los mueve hacia abajo, los dedos juntos, después los mueve hacia arriba, los dedos juntos, y una sonrisa amigable, toda ella hecha un encanto.

Fernando escucha música en su cuarto, Esperanza no se atreve a llamar a la puerta, se queda pensativa, y decide irse a correr al parque y se mete en su cuarto para ponerse la ropa deportiva, tarareando la misma canción, sonriendo igual. Al salir suelta a sus compañeros un Hasta ahora muy dulce, y la puerta del piso se cierra con ella fuera de él. Se escuchan sus pasos bajando por las escaleras, y se desvanecen en las profundidades.

Se abre entonces, muy despacio, la puerta del cuarto de Fernán, que da al salón, y asoma primero el extremo del periscopio, que analiza la estancia, izquierda, derecha, arriba hasta el techo y abajo hasta las losetas del suelo, y las analiza cerca, muy cerca, y murmura Qué bonito, qué bonito... Sale a gatas sin dejar de mirar por el periscopio y, tras tomar muchas precauciones, se mete en el baño y se encierra, pero tarda tiempo en escucharse el ruido del agua. En su lugar se escucha música árabe y empieza a salir humo por debajo de la puerta. De la presencia de Fernando, para Esperanza, hay tan sólo una evidencia: el humo de porros que, como vapor gris de pantano terrorífico, sale por la rendija de debajo de la puerta de su cuarto e inunda todo el piso. A veces se escuchan sus alaridos recitando solo o con alguno de nosotros.

Los compañeros de piso siguen con su vida normal, y cuando Esperanza les pregunta por su novio ¿Sabéis algo de Fernán?, piensan que son tal para cual, y que quizá deberían mudarse de piso y dejarles a ellos allí, con sus persecuciones y huidas neuróticas.

Fernán planea comprar nuevos y más sofisticados instrumentos ópticos. Esperanza logró meterse en su piso al final de su última ruptura, y Fernán le sugirió que le llamara por teléfono antes de golpear la puerta de su cuarto, para dejar claro que no iban a vivir juntos, sino a compartir piso por circunstancias mayores, y que ir a su cuarto equivalía a ir a visitarlo a su casa. Fernán camina descalzo por las calles cuando quiere hacerla llorar, pero no lo consigue, y se le olvida y se divierte haciéndolo porque sí.

Una tarde infernal

Rogelio ha venido a mi casa. Yo estoy tumbado, intentando de nuevo escapar a las garras del ocio, al humo y al líquido, y a sus chispas, truenos, relámpagos y demás ilustraciones efectistas. Estoy muerto de ganas de fracasar, y Rogelio ha venido a mi casa y me lo sirve en bandeja.

La tele está encendida por accidente. Alguien la ha dejado así y se ha marchado y no la ha apagado. Vibra con la inmundicia de un programa basura. Los seres se autoejecutan allí, muy contentos. Se autodefenestran virtualmente, el público aplaude, la presentadora se aparta coquetamente el pelo de la cara y cruza las piernas, y se siente sexy, y el orgullo por su trabajo la hace sentirse Artista de la Mediatización, una profesional de futuro, un ente independiente repleto de éxito, por encima del bien y del mal. Sus invitados destripan sus más morbosos miembros con una sonrisa en la boca, y sangran ketchup. Yo estoy allí, y ellos hablan de sus interioridades de cloaca.

El programa versa sobre el siguiente tema: Yo he tropezado, me he golpeado la cabeza e, inexplicablemente, he catapultado a alguien por la ventana.

Hay varios invitados que cuentan sus experiencias.

- Mi marido estaba leyendo un libro con los codos sobre la mesa- cuenta una enorme ama de casa, vestida con algo que parece una sábana, con estampados y todo. Los estampados son palmeras y playas y sol. Una enorme vista panorámica como vestido.

-...cuando tropecé y me golpeé la frente con el bordillo de la mesa. Como todavía estábamos pagando la hipoteca, conservábamos aquella vieja y larga mesa de comedor, pero tenía un defecto, y era que la tabla se había separado de las patas, se tambaleaba y se resbalaba muchas veces sobre su soporte, los invitados no podían apoyarse en ella porque se podía desequilibrar, y caerse así toda la cena y los platos y todo, así que había que clavarla o pegarla de nuevo, y eso que ya se lo había recordado muchas veces a mi marido, “hay que arreglar la mesa, que no se te olvide”, pero él no hacía nada... ehh... bueno, como decía, con el golpe, a mi marido, que estaba sentado y apoyaba los codos en ella como ya he dicho en el borde del otro extremo de la mesa, con mucho cuidado para que no se desequilibrara, se le resbalaron los codos y la tabla, al girar así tan violentamente hacia arriba, lo enganchó por la barbilla y salió catapultado con tal mala suerte que atravesó la ventana (tenemos unos preciosos y amplísimos ventanales en nuestro piso) y cayó los cinco pisos a la calle. Pero por suerte no aplastó a ningún transeúnte, y el libro chocó contra la pared, un libro muy bonito sobre procesiones, sí...

La presentadora se interesa mucho por el chichón de la invitada. Es una entendida en la ciencia de los coloretes. Ya están celebrando con champán el que el programa le haya pagado la reparación de la mesa y el ventanal cuando ha llegado Rogelio a mi casa. Mi estado no puede ser más deplorable. Estoy tumbado en el sofá, medio tapado con las faldillas de la mesa camilla, con los ojos vidriosos, y mi cara parece una magdalena. Sobre la mesa, una taza vacía manchada de café, seco. Suena ahora la banda del programa que toca una indescriptible pieza adscrita a la más genuina, ortodoxa y tradicional patchanga de las pasiones de la tortilla de patatas.

- Hola...- resopla y sonríe, y analiza la situación, en silencio, y observa toda la estancia, y me vuelve a mirar y deja pasar unos segundos para acabar la frase- ...excremento.

Ya estamos en la calle. Caminamos en silencio. Hoy es uno de esos días en que vamos a deambular de aquí para allá sin decir nada, tan sólo compartiendo el sonido de la ciudad que nos rodea, que nos engulle. Salimos de mi calle y enfilamos el parque. Llegamos a un banco. Justo cuando nos vamos a sentar, pasa una chica junto a nosotros. Rogelio se detiene, se queda erguido y la observa pasar. La chica intenta aparentar que no se da cuenta, pero sus pasos ligeros y gráciles se van convirtiendo en pasos agarrotados, indecisos e inseguros, torpes, muy torpes, con la vista rígida y fija en el suelo. Rogelio, cuando ya ha pasado de largo, se da la vuelta, levanta las manos con una enorme sonrisa, y luego se sienta. Hoy no es día de hablar, la chica ha tenido suerte.

Comienza a liarse un porro mientras yo miro a los pájaros y a los gatos que descansan sobre el césped. Termina de liárselo y empezamos a fumar. Estamos ensimismados en el ritual cuando percibimos las sombras de dos personas que se paran ante nosotros. Yo pienso que se trata de locos o de tíos pidiendo algo, y me fastidia la idea de tener que soportar a alguien en ese momento. No sé que piensa Rogelio. Entonces veo ante mí una placa de policía. Una chapa que pretende ser de oro pegada a un ser. Hum... “bonitos” relieves, sí. Extraña protuberancia biológica la que la sostiene. Estoy colocado. Es extraño, ¿no?, un ser pretendidamente humano que se siente autoridad en virtud de un trozo de lata. Esto es extraño. Estoy colocado. Esto no está ocurriendo, no lo está, no puede ser...

- Documentación, por favor.

Ajá, pienso yo. Ante todo calma y tranquilidad. El análisis de los hechos es siempre el mejor camino para la salvación. Al menos eso dicen. “Documentación”, un sustantivo. Oh, pero ese ser ha pretendido construir una frase. “Documentación”, sintagma nominal. Y luego... ¿”por favor”?... ¿Un sintagma nominal, y luego “por favor”? ¿Y el verbo principal, cretino, retroser mutante? Oh, no, no puede ser, esto no está ocurriendo, noo...

-¡Documentación, caballero!

Insiste en el mismo estúpido esquema sintáctico de lo no sintáctico, el imbécil. Me intenta provocar, eso está claro. “Caballero”... Ironía barata de su mente licuada por una colitis cerebral. Seguro que la ensaya delante de un espejo. Levanto la vista y Rogelio ya se lo ha dado todo, y lo cachean. Al final yo les doy también la documentación. Soy un espejo donde se refleja Rogelio. Mientras la inspeccionan, la lumbrera se vuelve a dirigir a mí. Oh, van vestidos de paisano. La cara de cráter, sin embargo, solo puede extirparse para mejorar.

-¿Sabía usted que lo que estaba haciendo es ilegal?

Me quedo un tanto estupefacto. Hace preguntas retóricas y todo, el muy capullo. Es ofensivo. Ya decía el Marques de Sade que el rigorismo hace estúpidos a los hombres.

- ¡Le estoy hablando, caballero!
- Oh... sí, claro- le contesto. Hay que hacerlo con aparente temor y respeto. Veo en lo riguroso de su semblante a un come-pollos fritos precocinados. Seguro que caga con expresión grave y seria. El héroe y su lucha solitaria contra el crimen. Mira a su lado y descubre que no queda papel higiénico. Su maldita, estúpida e incompetente novia, reflexiona con rencor recalentado... Por cuantas vejaciones tienen que pasar los hombres grandes, piensa entonces para sí mismo, y eso le hace sentirse más orgulloso. Y cuando contempla sus heces, se siente tentado de firmarlas y llevarlas a algún museo. ¡Compren las heces de un verdadero e incorruptible policía!. Y al verse como un auténtico hombre que suda como hombre y que huele a hombre y que golpea como un hombre y que se impone como un hombre, se le humedece la boca.

Entonces dudo si he hecho bien en contestarle que sí a su pregunta estúpida. Seguramente no. Veo el rigorismo oligofrénico de los tribunales y los juristas, veo esfumarse un posible atenuante, el clásico ¡Oh! ¡Yo no sabía que no se podía hacer! ¡Oh!

Si mi vida fuera emitida por televisión, veo ahora un salón lleno de macarras descojonándose de mí, llamándome gilipollas por haber respondido que sí que sabía que estaba haciendo algo ilegal. Ya decía el Marques de Sade que el rigorismo hace estúpidos a los hombres.

El subser retrohumano disfruta rebajándome de esa manera. Tira nuestro porro ante nuestras narices y lo deshace en el albero. A Rogelio le encuentran el trocito de hachís que tenía y se lo quitan. A mí me cachean también, pero no encuentran nada. Comprueban nuestros datos. Estamos limpios. Nos dejan marchar, no sin antes informarnos de que pronto llegará una multa de 300 euros a nuestras respectivas madrigueras. La vida es hermosa.

Salimos del parque, cada uno metido en su propia historia mental. Ni siquiera nos late deprisa el corazón ni notamos que respiremos con alivio o nerviosismo, o con tensión acumulada, o que sigamos cualquiera de las conductas que se supondrían naturales tras semejante putada. No. Seguimos caminando en silencio, igual que cuando llegamos allí veinte minutos antes, igual que cuando salimos de mi casa, igual que muchísimos días en que se ha decidido no hablar. Parece que nos hemos impregnado de una cierta indolencia.

Me ha dado tiempo a fumar algo, y la tarde se tiñe de esa especie de sentimiento de ansiedad y apetencia, pero no sé cuál es el objeto o estado que persigo o deseo. Intuyo la belleza de algo que no alcanzo a captar, algo que se me escapa de las manos. ¿Qué es lo que resulta tan bello?

Y pienso en que quizá sean las chicas que deambulan por las calles, o quizás el aire cálido que nos rodea, o el efecto embriagador de las flores, o la atmósfera del bullicio, de la gente, el movimiento del cielo, el movimiento de las piernas, las manos, los brazos, las caras, las bocas, el movimiento de los cuerpos, la sensualidad de las posturas, el fluir de los buscadores, o quizá se trate de tener ganas de tocar, o de pintar, o de bailar, o de dar alaridos. Entonces descubro, asombrado tras mis ojos de gelatina, que puede que no se trate de gritar, no, es decir, seguro que no, pero estoy convencido de que hacerlo resulta bastante descongestionante, una buena treta para descargar ese deseo sin un objeto que se pueda palpar.

Acto seguido empiezo a dar saltos y a gritar entre la gente, y la gente me mira mal, y Rogelio resopla de disgusto y se pone a dar golpes a una pared con los puños, mientras se lamenta de cara a esa pared, abrazándola y golpeándola. A nadie se le ha ocurrido reflexionar sobre el papel fundamental que la pared ha tenido en la Historia. Es un papel decisivo. Es culpable. Bien, Rogelio. Yo paro y lo observo, e intento averiguar por qué lo hace. No creo que sea porque la considere culpable de los desastres del mundo, no, ni por complacerme, pues no he pensado en voz alta. Rogelio ignora lo que pienso y el hecho de que compartiera mis opiniones más íntimas sería una casualidad demasiado, eh... casual. Puede que la golpee porque le moleste mi danza o quiera aportar su granito de arena, o puede que sea porque le desagraden las reacciones de la gente, que en realidad, de reaccionaria, nunca reacciona en serio.

La gente debería reaccionar, sí, y llevar a cabo sus más íntimos deseos. ¿Qué desean? ¿empalarme? Bien, eso está bien, yo corro mucho. Así son los sueños de los dementes. Si no lo fueran, quizás desearan enseñarme una coreografía más bonita, a su juicio. Bien, eso estaría bien, bailaríamos juntos y habría manifestaciones de miles de personas saltando y gritando y chocando entre sí como pelotas de goma. Eso sí que sería reaccionar.

Pero Rogelio se lamenta y realiza una extraña performance callejera que parece una parodia grotesca de las oraciones del Muro de las Lamentaciones de Jerusalén. A su vez parece un demonio que llora desconsolado el robo de su tridente. Le pongo una mano en el hombro. Sé que esperaba ese momento para continuar su farsa.

- Nos han quitado los porros, tío...

Ah, los malditos porros.

- Lo tuyo no es una farsa, Rogelio, no lo es, te lo aseguro; podemos seguir, y acabaremos consiguiendo más, tarde o temprano.

Mis palabras no lo animan en absoluto, lo que me alivia, y seguimos caminando. Se recupera y vuelve a resoplar y a esbozar muecas bilabiales, como siempre. Andamos deprisa y enfilamos una larga calle que nos conduce al centro de la ciudad, aunque ya estamos en el centro, pero el lugar al que nos dirigimos es más centro aún, más denso, más antiguo.

Y una vez allí nos acercamos a la plaza donde Fernando diera su recital espontáneo en mitad de un ritual hip-hopiano. Pienso que esta plaza está mejor así, sin aglomeraciones ni escenarios. Tiene dos iglesias, frente a frente, y hay una larga escalinata en una de ellas. Nos vamos a sentar allí, para no-hablar con comodidad. Rogelio ve a Ramón en uno de los escalones, solo. Esta versión de mi yo aún no conoce a Ramón, está a punto de conocerlo. Ignoro que unos meses más tarde Ramón nos acompañará al recital del que regresaré con la muñeca rota.

Llegamos y nos ponemos delante de él, en pie. Hola... y Hola... y Hola, yo me llamo Uli... y Hola, yo soy Ramón.

Permanecemos así, Ramón sentado y Rogelio y yo erguidos sobre nuestras piernas estiradas y enclenques. Él nos analiza desde abajo. Nosotros lo miramos, pero también observamos el lugar, el ambiente, los posibles trapicheos para reponer el hachís arrebatado, el aire, el vuelo de las palomas, los vasos de cerveza de la gente, los adoquines, los muros de piedra de las iglesias, sus portales, sus arcos. Estamos decididos a permanecer así, sin decir ni una palabra. Ramón, al contrario de lo que cabría esperar, lo acepta sin problemas.

Ya llevamos quince minutos mirando alrededor, Rogelio y yo, mirándonos mutuamente, y Ramón mirándonos a nosotros. Cuando mis ojos se cruzan con los de Rogelio, él se encoge de hombros y hace de bilabiales, pero esos cruces duran poco. Ninguno de los dos se atreve a proponer nada en lo relativo, en realidad, a nada. Deseo cerveza, pero decidirse a conseguirla parece algo complicado. Ramón me mira a mí y luego a Rogelio, y vuelta a empezar. Reparte su atención con aparente equidad, no se fija más en el uno que en el otro. Saca un cigarrillo. Sueño con que lo rompa. No lo hace, lo enciende.

Yo saco mi paquete y Rogelio hace un pequeño zumbido-resoplido y con un movimiento grácil de su mano izquierda toma uno de los míos de manera que todo, su mano, su brazo y el cigarrillo, parece ligero como una construcción de palillos de madera. Rogelio es frágil como una copa de cristal. Luego tomo yo otro y lo enciendo. Ahora todo encaja. Es una tarde magnífica.

Vemos aparecer por el otro extremo de la plaza a M. Sylvain Loiseau. A veces viene a las reuniones del grupo de poesía, pero se marcha en cuanto Fernando empieza a recitar, por lo que su presencia dura poco, a veces tan sólo unos segundos. No es que desprecie la amistad de Fernando, no. Tan sólo desprecia su poesía, actúa como si le provocara urticaria, por así decirlo. Pueden quedar y comer juntos, y tomar café, y pasear, y fumar hachís y charlar sobre temas interesantes, pero en cuanto Fernando empieza a recitar, se marcha, y no vuelve. Lo más llamativo es eso, que lo hace en serio, que no vuelve.

La primera vez que le vi actuar así fue en el grupo de poesía. Fernando llegó muy contento con su última creación.

- Si empiezas a recitar, me voy- le dijo Sylvain, muy tajante, aunque con un toque risueño en la mirada. Sylvain puede dar esa impresión extraña, mezcla de risueña candidez y salvaje autarquía.

Fernán no le hizo caso y comenzó el poema, y Sylvain se largó inmediatamente, caminando muy rápido, sin despedirse ni mirar atrás, y no volvió. Es así de sencillo y drástico. No importa que haya mucho vino, o chicas interesantes, o un bonito sol. Se marcha y punto. Parece envidiablemente autosuficiente. Fernando, sin embargo, no desiste en intentar seducirle con su poesía.

En otra ocasión, Sylvain iba por una avenida montado en su moto (su “caballo”, como él dice) y, al vernos en la acera de enfrente, decidió charlar con nosotros, no sin antes cruzar el sentido contrario de la calle y esquivar peligrosamente los coches y autobuses entre pitos e insultos de los conductores, y no sin saludarnos de un modo alegre y delicado al llegar hasta nosotros, sordo a la hostilidad de la gente y a la suya propia. Fernán, sin más preámbulos, sacó la hoja con su último poema, y Sylvain metió gas a su caballo y desapareció galopando sin despedirse ni galopar. No tuvo tiempo ni de quitarse el casco. A veces es agradable ver a alguien que actúa conforme a lo que dice. Si empiezas a recitar, me voy, la honestidad ante todo, sin contradicción alguna, firme como un principio matemático.

Sylvain es uno de esos seres en blanco y negro. Viste de negro, y es pálido como el mármol, y es delgado como si fuera desmontable. Tiene el pelo negro y liso y largo. Tiene los ojos negros y muy vivos. Los labios, sin embargo, son muy rojos, como si fueran un calculado punto de color en una escultura realizada por algún artista amante de las fresas con nata, aunque un poco autodestructivo. Entre sus aficiones está visitar cementerios, donde encuentra muchos motivos fotográficos, y demostrar teoremas matemáticos. Lleva siempre una ligera sonrisa provocadora, como si existiera con ironía, como Rogelio o Pájaro, pero es mentira, es su mentira, es su adictiva ironía-fingimiento. Como si su presencia fuera una venganza injustificada. En realidad, Sylvain está ansioso de amor, y puede llegar a obsesionarse cuando una chica llama su atención, o mostrarse muy dolido cuando le hacen daño, porque en un mundo donde todo es fingido, él no es insensible, y vaga por ello condenado al aburrimiento crónico. Todo el mundo está aburrido en una abulia de depredación sin sentido, pero hay quien no lo está lo suficiente como para no darse cuenta. Fernando lo intenta conquistar, y él lo desprecia, y a Fernando le da igual. Fernando es una roca de granito en algunos aspectos.

Aparece por el extremo de la plaza, Sylvain. Ya está aquí. Empieza a mirarnos. Hola... y Hola... Hola... Hola... y Hola... Mira hacia un lado, luego a otro, a veces a nosotros, juntos o por separado. Ramón sigue sentado sobre la piedra del escalón, mirando desde abajo. Tal vez seamos alucinaciones suyas. Tal vez vayamos apareciendo gradualmente ante él como producto de su delirio. Puede que pronto seamos varios miles aglomerados ante él, mirando a un lado, mirando a otro, mirándonos unos a otros, con nuestra media sonrisa en la cara y en los brillantes ojos, sin decir nada, gracias.

Gracias por no decir nada, por no añadir nada, pues todo parece transparente. No hay más que añadir. Gracias por no decir nada.

Al cabo de media hora, sin embargo, mis piernas me piden asiento. Ahora qué hago. No decir nada, no moverse. Gracias por no moverme. Gracias por no moverse. De pronto Rogelio habla.

- Vamos a comprar vino, ¿no?

Soy un torpe...

Ya hemos bebido vino durante horas. Ahora paseamos junto al río. Hace frío, el cielo está claro y, entre la penumbra de las luces de la ciudad, se dejan ver algunas estrellas. Sylvain hace juego con el frío y lo soporta bien. Por casualidad, nos encontramos a María. María fue un accidente.

- ¿Dónde te habías metido, gilipollas?
- ¿Eh?- contesto. Contesto más o menos.
- ¡Te he estado esperando una hora!

Entonces caigo en que he quedado con ella hace dos días para ir hoy a ayudarla a transportar un ordenador que le han prestado. Quería enseñarme de paso su casa e invitarme a café, y someterme así, posiblemente, a un largo interrogatorio sobre poesía, literatura y demás. Se me ha olvidado, qué casualidad más lógica. Al menos lo es de acuerdo con la lógica de las sabandijas.

- ¡Eres un cretino y un capullo, y no he podido llevar el ordenador a mi casa! ¡Es la última vez que cuento contigo para algo!
- Perdona... es que se me ha ido de la cabeza, hace ya una semana que quedamos y...
- ¡Fue anteayer, imbécil!
- Oh, ya... Bueno, no sé qué decir... Si quieres quedamos mañana. Si quieres podemos ir ahora y recogerlo, si quieres- y en esto me quedo callado, pensativo, como si tuviera la respuesta en la punta de la lengua, y empiezo así a canturrear mentalmente una canción: si quieres, tal, pum, pum, pum, si quieres, cual, pum, pum, pum y me quedo absorto por un momento, con la mirada perdida. Algo me despierta bruscamente. Es su tremenda bofetada.

-¡AHORA, CLARO, A LAS DOS DE LA MAÑANA, CABRÓN!- María es pastillera y tal. Tiene un ligero punto histérico. Ligero como el plomo.

Me recupero poco a poco. He visto una enorme estrella blanca que me ha cegado, un extraño olor ha impregnado mi nariz, un olor que no es ni de sangre, ni de algo reconocible. Es ese característico olor que me sobreviene cuando me golpean. La cara me pica, pero no he muerto. Así que pienso que yo también podría ser detective, como Philip Marlowe interpretado por Bogart.

Cuando veo las bofetadas que le dan las chicas pienso que yo en su lugar duraría en ese trabajo como mucho dos días antes de regresar a la oficina del INEM envuelto en la cochambre del fracaso, pero no es así. Soporto las bofetadas. Existen. Y puedo coexistir con ellas. A veces uno lo olvida. Hay que tener la mente clara. Gracias, María, por mostrarme la verdad.

Tengo la cara, ahora, medio dormida. La somnolencia es la verdad. Veo que María se une a nuestra expedición, así que me largo. Es curioso, creo ahora que no valgo para tipo duro. Los tipos duros cagan con expresión grave y seria, me he olvidado del policía secreta que me ha cacheado hace unas horas. Ser o no ser. Ahora sí, ahora no. Mi voluntad es un péndulo, mi indecisión son mis segundos, yo soy un reloj de pared y, a veces, un reloj de cuco.

Me voy a largar, sí, y me voy a enfadar, pues se supone que debo hacerlo. Si te golpean tienes que enfadarte. Todo está lleno de imperativos, es difícil ser normal. No debo olvidar hacer un estudio sobre eso. Escribiré un libro de autoayuda titulado El extraño mundo de las personas normales. Comprensión e integración. Veo ahora la campaña publicitaria: Con este libro nadie sospechará que es usted un alienígena. Creo que si me acuerdo de hacerlo será un éxito sin precedentes, me solucionará la vida, me inflaré de ganar dinero, me entrevistarán en la tele, aunque a ojos de la Oligofrenia podría resultar peligroso de caer en manos de verdaderos extraterrestres. Me veo detenido por la CIA, qué gran éxito, qué publicidad. El día en que los escritores dejaron de ser detenidos en este sector del mundo demente algo de encanto se perdió en el oficio. Y pienso que me gustaría que me detuvieran, al menos una vez, en mi vida. Guardaría una bonita foto de recuerdo, con las esposas puestas, conducido por dos policías. Debo dejar de pensar...

Se supone que tengo que cabrearme. Voy a intentarlo, como si fuera un ejercicio de arte dramático. Así que ando muy deprisa. Comienzo a caminar a toda máquina. Mi frente empieza a sudar. Vamos bien. Ahora tengo que recrearme en lo sucedido, y resaltar lo injusta que ha sido su reacción violenta. Bien, parece que me voy enfadando. Y que ha estado muy mal su reacción, esa forma de cargarse mi trabajada y calculada abulia de tarde-noche. No tiene ningún derecho a pegarme la gilipollas esa.

No, no, no, no... Esto no marcha. Es falso. No puedo hacerlo, no me creo nada de lo que estoy pensando. No sirvo para ser actor, eso está claro. Yo soy un ser tranquilo que intenta vivir relajado y en paz. Esa vida ajetreada que ella lleva de manera tan intransigente, fundamentada en la cinética extrema de los lugares y los humores, me pone enfermo porque conduce a la plena inconsciencia, y eso María ni quiere ni le da tiempo a poder comprenderlo, acostumbrada como está al interesado servilismo de sus admiradores que le facilita vivir sin pensar ni contemplar. Yo la trato con más dignidad y respeto, más de tú a tú. Todo tiene su cara y su cruz. Hoy en mi mejilla se han fundido ambos lados.

Me pongo como tarea interpretar esa conjunción de contrarios cuando esté más tranquilo, quizá pueda extraer algo interesante de ello. Escribiré otro libro, este titulado Hay vida en el canto de las monedas, y tendrá como subtítulo (si el universo fuera una moneda). Sé que se me va a olvidar, pero no importa, ahora no importa. Tan sólo será un best-seller menos. Soy despreciable. Ahora camino. Lo vuelvo a intentar. Insisto.

Pero no lo consigo. Me pegan y me quedo como si nada. No lo entiendo. Tengo la dignidad del estiércol. Me jode ser así.

Y cuando dejo de pensar en ello descubro que camino cada vez más enfadado, aunque sea un extraño sucedáneo: enfadado por no enfadarme con ella. Enfadado por enfadarme por un motivo distinto al natural. Pero bueno, ya estoy enfadado, y de un modo u otro el detonante es el mismo. Podría engañarme a mí mismo y creer que me he enfadado con ella. Sí. En eso consiste ser actor. Allá vamos.

Me han estropeado la noche, y además de una forma tan desagradable e ingrata. Parece que cuando me olvido de intentar conseguir mis objetivos, los consigo. Soy un torpe. Voy tan deprisa que me pierdo por las estrechas y laberínticas calles del centro de la ciudad. Ya no sé por donde voy. Estoy cabreado. Veo un futuro prometedor lleno de éxito, he conseguido cabrearme. Ahora hay que cabrear al mundo. Ahora sí, ahora no. Estoy echado a perder...

... y descubro por añadidura que me he perdido, aunque sería más preciso decir que he tomado el camino equivocado, porque estas calles no me son desconocidas, sé dónde estoy. Me ha ocurrido algo que en los últimos tiempos se ha hecho bastante habitual en mi vida. Hay una estúpida calle que gira a la izquierda de la que casi siempre paso de largo por culpa de mis desviaciones mentales. Como tengo por principio no dar marcha atrás, aunque ese principio sin fundamento haga algo más patosa mi vida, tengo que dar un rodeo más largo para llegar a mi casa. Así que sigo caminando deprisa y al frente. Conozco todas estas calles. Son mi condena autoimpuesta. De pronto, alguien me llama desde una ventana.

- ¡Hombre, pero si es el artista!- grita esa voz. Cuando miro hacia arriba veo a un señor mayor con gafas que conozco porque hemos coincidido en algún lugar decrépito de la noche. No sé su nombre, no sé muchísimos nombres.
- ¡Sube, amigo, sube, y te tomas unos whiskys con nosotros! ¡A los artistas hay que tratarlos bien!- continua. No acabo de entender por qué insiste en lo de artista, pero en ese momento recuerdo que nos acompañó en una ocasión a Alex y a mí mientras tocábamos la guitarra junto al río. Ahora lo recuerdo bien. Suena música muy alta desde dentro de la casa. Me abre desde arriba. Subo las escaleras.

Cuando entro en el salón desde donde me ha llamado me encuentro frente a él y frente a otro amigo con barba negra, pelo negro y enorme panza. Tienen pinta de tener alrededor de cincuenta años. El anfitrión es muy delgado, casi sin pelo, y lleva unas enormes gafas de pasta negra y lentes de culo de vaso. Los dos están como una cuba. Parece que han pasado así toda la noche, escuchando música y bebiendo. Se lo montan bien, pienso.

Parece que son amigos de toda la vida. Me reciben muy cordialmente y me ofrecen el sofá para sentarme, me ofrecen el lugar de honor. Ambos están sentados en sendas sillas. Nos separa una pequeña mesilla central de cristal. Veo, al pasar para sentarme, rayas de cocaína sobre ella. Me sirven inmediatamente un generoso combinado de whisky con cola. Me pasan un enorme porro recién encendido. Lo hacen todo con mucho respeto. Me agasajan con lo mejor que tienen.

Esta cordialidad no me inquieta, hay algo que no me hace sentir inseguro. Una vez me han acomodado como es debido, empezamos a charlar.

- Chico,- empieza el anfitrión- pareces alterado, tienes mala cara, ibas andando como una bala, fíjate –y se dirige a su amigo- va sudando y todo.- Yo me quedo algo sorprendido. Parezco enfadado. Quizás yo podría ser actor, después de todo. O puede que esté realmente enfadado. Disolución. Hago desde aquí una llamada a la disolución.

- Bueno,- contesto- me he enfadado con una chica.

Los dos se sobresaltan en sus respectivos asientos. Parece el acontecimiento de la noche. Se ve que se estaban aburriendo de solemnidad. Toman el asunto con gravedad. Intentan mostrarse muy comprensivos, intentan resolverme el problema. No me han entendido pero no me da tiempo a rectificar. Me hacen preguntas. Dejo las rectificaciones para después. Resulta divertido que tomen mi incidente con María como un asunto de pareja.

- ¿Y qué te ha ocurrido con ella?- pregunta el barbudo.
- Pues que me ha abofeteado.

Casi automáticamente el anfitrión reacciona de forma tajante.

- Esa chica está enamorada de ti.

Hay quien cree que lo enigmático esconde necesariamente un alto grado de sabiduría. También hay quien confunde teatro y vida. Decido que es el momento oportuno para aclarar su error. María es una caldera de reacciones químicas naturales y artificiales. Es complicado unir la palabra amor a la palabra María, sabiendo quién es. Tiene tanto genio que parece tan sensible como un garrote.

- No, hombre- me adelanto para explicarme- lo que pasa es que...
- ¡Esa chica está enamorada de ti!- me interrumpe con la violencia con que interrumpen los borrachos cuando se ven ante un filón lleno de verdades- Creeme, cállate y escucha, que nosotros entendemos de eso: si te ha abofeteado, es porque la has tratado mal, y eso está bien, es la única manera de que te quieran las mujeres, son unos bichos de cuidao, son alimañas...

Está claro que está más preocupado por descargar sus resentimientos y frustraciones que por escucharme.

- No te precipites, hombre, no te precipites- dice el barbudo, intentando calmar los ánimos, tan fácilmente alterables, de su amigo, mientras le paso el petardo cargadísimo que me habían dado- las cosas con las mujeres no son tan sencillas, no le digas esas cosas al chaval, coño, que lo vas a desgraciar.

Tiene razón. De hecho, nada es sencillo, y si lo es, es mentira. Detrás de toda afirmación categórica no se esconde más que una opinión pretenciosa. Valga mi frase como ejemplo. Estoy hecho polvo...

Vuelvo a intentar aclarar la naturaleza de mi relación con María.

- Pero si no es...
- ¡Tú escúchanos, que nosotros entendemos de eso!- me vuelve a interrumpir, con mucha brusquedad, el anfitrión, y tras tragar saliva y calmarse un poco se dirige a su amigo- No digas gilipolleces, idiota, tú sabes bien que esas sólo te respetan cuando las tratas con la punta del pie, es así, les va la marcha, si no lo haces pasan de ti y se buscan a otro que les de más caña.

Yo bebo de mi vaso con nerviosismo. Nadie está interesado por nada salvo su dolor. Dónde me he metido, maldita sea, dónde, no aprendo, nadie aprende nada...

- ¡Pero tú qué sabes, hombre, si eres capullo, hablando como un entendido en el tema, como si fueras un playboy, si ninguna mujer te ha aguantado en la vida!- le contesta el barbudo con desprecio, toda su panza extendida bajo su jersey ante su minúsculo cubata- ¡No contamines al artista con esas barbaridades tuyas de mierda!

El anfitrión se dirige entonces a mí. Ignora lo que le dice su amigo. Lo hace para provocar. Yo soy el artista. Están actuando para mí.

- Lo que tienes que hacer es dejarla, y ya está- me dice con la incongruencia de su tajada.

Yo voy contemplando a uno y a otro, conforme hablan. Parece que estoy viendo un partido de tenis, girando mi cabeza paulatinamente a un lado y a otro.

- ¡Que te calles, cojones, con tus mierdas y tonterías, que vas a matar al chico con tus gilipolleces! ¡Déjame a mí aconsejarle!- grita el gordo.
- ¡Tú te estás pasando de chulo, gilipollas, que eso es lo que eres, gilipollas!
- ¿He fallado alguna vez con estas cosas, idiota, que me estás tocando los cojones, eh, acaso no he acertado yo siempre con mis consejos?

Parece tener razón, pues el anfitrión se queda callado, vencido por un aparente argumento de peso. Se callan los dos por un instante. Es agradable volver a oír música de nuevo. Pero de pronto arremete otra vez, todo borracho, el anfitrión.

- Lo que tienes que hacer es dejarla...- y se queda satisfecho mirando a su vaso, contento por decir la última palabra.

El barbudo se le queda mirando, tomando fuerza, dejando que el tiempo, los segundos que transcurren, sean el impulso de su respuesta. Se hace el silencio. Le mira fijamente. Él anfitrión se siente observado, pero sigue mirando a su vaso. Está sonriendo. Tararea algo. A veces parece reírse a resoplidos. Son risas explosivas y esporádicas. La tensión se muerde. Es densa como un chicle de fresa al primer mordisco. Y, entonces, despacio, descargando las sílabas con todos sus sonidos, saboreando cada una de las consonantes y vocales, grita el barbudo.

- ¡Pero si tú no eres más que un cabrón y un hijoputa!

Entonces se levanta el anfitrión y bajo el lema “¡Ya me has tocado los cojones!” le arrea un puñetazo en la boca. El otro se queda algo traspuesto en el sillón, y después se intenta levantar, pero casi se cae de la borrachera, mientras su amigo permanece de pie, en postura amenazante, con los puños apretados y los dientes apretados y la tripa apretada y los pómulos apretados, observando los patéticos intentos del gordo por mantener el equilibrio. Finalmente se queda de rodillas sobre el suelo de gres. Por un momento se hace el silencio. Los dos quietos, posando, forman un cuadro, una escena dramática. Imagino un plano de cine. A la vez, permanezco sentado, preguntándome cómo me las arreglo para verme en semejantes berenjenales.

- ¡Y ahora coges y te vas a la puta calle, y me dejas a mí charlando con el artista!- añade el anfitrión, cerrando la escena. Tan sólo falta el telón, y todo estará bordado. Nuestra marcha no será más que un epílogo.

- Yo creo que me voy a marchar con él...- digo yo, tímidamente, antes de que pueda reaccionar. Sin embargo, me levanto tan decidido a marcharme que no se interpone en absoluto.

Nos abre rápidamente la puerta, salimos, se caga en nuestros muertos y cierra inmediatamente de un portazo y bajamos las escaleras. Al salir a la calle ni nos despedimos. Tomamos direcciones contrarias. Sigo el camino hacia mi casa, sin volver sobre mis pasos, dando un rodeo, deseando meterme en mi cama. Ante todo no ir hacia atrás. Me encuentro cansado. Mi vida puede ser cualquier cosa, menos aburrida, pienso. La gente está histérica. Yo estaba tumbado en mi sofá. Necesito tiempo para trabajar, o para mirar a las paredes y contarles cosas. Ha sido un día intenso entre muchos días intensos. Mañana volveré a intentarlo. Haré méritos para que Rogelio me vuelva a considerar un excremento. Escribiré un poema antes de dormir. Volaré en sueños. Mi colchón será mi alfombra voladora. El ruido de los coches, desde mi torre, que circulan por la avenida, coches solitarios, es un goteo de sonidos que imitan al viento. El suelo parece mojado a su paso, pero todo está demasiado seco. Miro a los dígitos luminosos de mi radio-despertador, y deseo que sean velas encendidas para así apagarlas con un suspiro, mientras me engaño para creer que fuera ruge una tormenta caudalosa que todo lo limpia y refresca.

Las reuniones

Todo giraba alrededor del grupo de poesía. Como las reuniones tenían un carácter abierto, poco a poco nos fuimos haciendo con una amplia variedad de psicópatas y neuróticos que acudían religiosamente todos los viernes, aunque la mayoría de ellos se limitara a escuchar; en caso de hablar, lo hacían en forma de síntoma de su enfermedad, por lo que el silencio era lo más apreciado en ellos. Nuestras iniciativas acababan dejando un regusto a pabellón psiquiátrico, de un modo u otro. Aquel desastre, sin embargo, tenía algo de romántico, algo de paródico, con tintes de provocación, y de leve intención reconstructiva: concibiendo así la Senda del Timbre-despertador se ridiculizaban los ritos iniciáticos.

Rogelio y Pájaro aspiraban a la mera supervivencia, mientras que Fernando y yo preferíamos soñar con ser la dinamita de los cimientos, pero sin estallar, pues ello suponía demasiado trabajo. Parecía que aquello que nos inspiraba tenía, por puro accidente, un carácter disoluto, y que no quedaba más remedio que asumirlo. Rogelio y Pájaro se llevaban las manos a la cabeza cada vez que alguien intentaba reflexionar en voz alta y darle un contenido coherente a lo que hacíamos. Aquello no podía ser.

- ¡Noo, hay que hacer las cosas sin pensar, hay que ser natural, deja de decir chorradas!- y- ¡A mí no me incluyas en eso, tío, a mí noo!

Durante las reuniones de los viernes, Fernando recitaba y luego actuaba, mientras que Rogelio y Pájaro actuaban, y después recitaban. Silvia se sentaba con su copa y nos soportaba poco, ya que estaba interesada sólo por la poesía. Cuando ya estábamos borrachos se largaba para no tener que presenciar nuestros espectáculos posteriores. Llegaba, bebía vino, escuchaba, charlaba y se marchaba. En cierto modo éramos bastante disciplinados y previsibles, aunque teníamos una amplia gama de atentados-masturbación virtuales de donde escoger nuestras acciones, pero todas ellas tenían un mismo color.

Jaime callaba, o no paraba de hablar y cantar, según su cambiante estado de ánimo. Jacinto recitaba a gritos u odiaba a sus imitadores o hablaba de Dalia, o bebía cervezas encadenadas en un infinito desfile de eslabones, o despotricaba de la poesía con sus teorías antipoéticas, o todo a la vez. Las palomas, mientras tanto, se cagaban paulatinamente sobre todos nosotros, desde arriba, desde sus cornisas seguras. Las palomas escuchaban, las palomas vivían allí, y en silencio lo decían todo, nos imitaban. Aquel callejón estaba lleno de aves y poetas, y el camarero pasaba junto a nosotros, y recogía los vasos, y nos sonreía bajo su bigote. Su nariz era un laboratorio de análisis químico. Recogía vasos y esnifaba cocaína. Una nariz capaz de procesar por su pituitaria-escáner la materia que le pusieras por delante y proporcionarte un informe detallado de su composición. Oh, sí, lo sabemos muy bien, oh, sí.

Nos marchábamos de la reunión para continuar por el bulevar de las prostitutas, los yonkis y los estudiantes ociosos. Y allí, en la calle repleta de gente, bebíamos más vino, y a Rogelio se le inflamaban los ojos, y su nariz se transformaba en un pico de ave rapaz. Yo no sabía lo que quería, yo sólo sabía que lo que buscaba era escribir mi pregunta una y otra vez, y escribir posibles respuestas, una y otra vez, y pensaba que quizás ello constituyera la esencia de cualquier trayectoria. Actuaba en consecuencia, y la gente me miraba mal.

Y el viento del callejón arrastraba papeles a lo largo de la acera, y junto a esos papeles caminaban transeúntes que lo hacían con el mismo abandono. Cuando recitábamos subidos a una ventana, entonces miraban de soslayo, entonces algunos grupos lejanos que bebían cerveza callaban y observaban con preocupación o simplemente molestos, algunos sólo extrañados. No se puede lidiar con la demencia que poco a poco se apodera de todo y de todos, el Detritus de la sociedad-balneario, del mundo-barbitúrico, del culto a la masturbación sin imaginación ni mérito.

El camarero era el único que nos ayudaba. Bebíamos litros y litros de cerveza de su barril. El camarero nos ayudaba. Bebíamos litros y litros de cerveza de su barril. El camarero nos ayudaba. Bebíamos litros y litros de cerveza de su barril. Y el camarero nos ayudaba, y nos saludaba mientras recogía vasos, y sabía que íbamos allí todos los viernes, porque todo parece plegarse ante el tintineo de cascabel de las monedas. Y al mirar hacia arriba descubríamos un cartel de madera en el que estaba escrito Bar La Moneda, y asentíamos y decíamos Ajá.

lunes, 6 de octubre de 2008

Siesta (y las consecuencias de su falta)


Tres tristes tigres comen trigo en un trigal. Hay leones en la tele. K’fé. Es sólo una idea.

Potasio-Fé. Para la humanidad. Potasio-Fé…

Estado de la desesperación: aunque estoy hasta los huevos de tocar, cada día me gusta más.

Tres tristes tigres comen trigo en un trigal. No comment. No comment nada…

Potasio-Fé para la humanidad; ojo a los neurotransmisores y su menú.

Tele: un tipo le dice a otro, en tono dramático, casi con lágrimas de indignación, que se le ha atascado el fregadero; luego descubro que hay una relación directa con el colesterol. Un buen hombre, ese. Señalando al fregadero, con aires alarmados, le advierte del peligro de las grasas poliinsaturadas. Claro que de tratarse de un idiota, lo más que podría lograr sería que ya no se le atascara más el fregadero (hey, todo un logro); pero el anuncio tiene un final abierto y nos deja en vilo. Yo voto porque sigue haciendo lo que le sale de los huevos.

Cañería-sistema circulatorio. Mierda-Colesterol. Analogías.

La gente inteligente insiste en aplicar el método de la analogía independientemente del estado de estulticia de sus receptores. Son idiotas. Actúan como si la máxima “El idiota existe” no funcionara con ellos. Fíjense en mí. Cobre-carne humana.

Grifo-Dios…

¡GRIFO-DIOS!- analogías.

Tres tristes tigres comen trigo en un trigal. No comment. No comment nada (aparte de trigo)…

Potasio-Fé para la humanidad.

Grifo-Dios para el corazón.

Ahora un becario hace de vecina chismosa de una manada de demonios de Tasmania. Nos lo cuenta todo: “¡Son tres! ¡No pueden imaginarse lo feliz que me siento!” (se refiere a los vástagos). Es un vouyeur. En la misma medida en que el Conde Draco era vouyeur de la ontología: mientras los seres se preguntaban si realmente eran seres, el bueno de Draco hacía inventario y los contaba. Le sudaba la polla todo. Le gustaban los números primos. Los homenajeaba siempre con narcóticos truenos.

Potasio-Fé para la humanidad. Comprimidos.

¿Y el pan? Sobre todo, ¿por qué tantos tipos de pan?

Invención: un extroglodita recientemente introducido en el novedoso (y neolítico) sistema agrario (la condición de troglodita tiene diferentes significados según el momento histórico- o prehistórico) descubre por qué lleva tantos años cultivando trigo.

“Claro, lo que tengo que hacer es inventar el horno (que, por ejemplo, será de rocas superpuestas entre las que haré un fuego de la hostia), secar las semillas de trigo, machacarlas hasta hacerlas polvo (nota: comprobar que se hacen polvo, si no me joderían los planes), mezclarlas con agua, y me da que luego, al meterlas en el horno en un sitio en que no se quemen, la mezcla se hará blandita y sólida, como que perfecta para meterle dentro carne. Blanditas, ojo. No me gustan las cosas crujientes. Odio las galletas, sean lo que coño sean”.

El pobre… Le costó sudor, lágrimas y llagas en la boca descubrir la levadura. Así, paseando tras perseguir a un ñu.

La Historia es mentira. O sea, en tanto que los que la escriben son gilipollas (o lo serán, cuando los contemple alguna forma inteligente superior terrestre o alienígena) no puede reflejar gran cosa de auténtico valor. Prueba de ello es que no sirve, así considerada, ni para disuadir a los monos de hacer las mismas gilipolleces. En realidad sé cómo se inventó el pan. El hambre te hace mascar semillas. De ahí a poner un enorme gapo con semillas junto al fuego hay un paso. Mejunje, los sabios empiezan a probar con agua… Y luego se traen las plantas a casa y ya nos jodieron a todos con la propiedad de la tierra,,, La culpa es del pan. Estoy seguro de que el árbol de la ciencia era un arbol de pan.

Potasio-Fé para la humanidad. Y descargas eléctricas.

Grifo-Dios para el corazón.

El que decide la corriente.

Neurotransmisores.

Comprimidos…