martes, 28 de octubre de 2008

La muerte de Occidente



Occidente nunca fue capaz de ver su propia debacle con claridad. Su propia esencia se lo impedía. Ni siquiera ante un aviso tan claro como la caída del muro de Berlín, en Europa.

Resulta cuanto menos inquietante que una sociedad como la europea, en la que los ingenieros habían sido elevados a la máxima categoría social, fuera incapaz de prever el desastre que implicaba la desaparición de uno de los extremos que mantuvo felizmente en equilibrio la frágil estabilidad del continente desde su último intento de suicidio (en el que dio un paso atrás en su emancipación y, como un enfermo mental, pasó a estar apadrinado por dos potencias antagónicas). Y eso que esa disposición casaba perfectamente con el ideal de equilibrio aristotélico, representado por Europa. Desaparece nada menos que uno de los contrapesos de la sociedad y nadie se alarmó; todos creyeron que simplemente había vencido el Capitalismo.

El Crack de 2008, 19 años después de la debacle comunista, puso las cosas en su sitio. Lo peor de todo era constatar, entre los más visionarios de la época, que no había marcha atrás, que era inevitable el Apocalipsis occidental.

¿Por qué? Porque, inmersos en sus guerras internas, nadie era capaz de contemplar el verdadero problema, y sus avisos y síntomas eran inmediatamente “alistados” como argumentos en dichas dialécticas, ajenas a la realidad. Cuando cayó el bloque soviético llegó el triunfalismo neoliberal; cuando cayó el Neoliberalismo, llegaron las triunfantes voces ecológico-socialdemócratas.

El problema era de otra índole, y mucho más profundo e insalvable.

Tenían razón los socialdemócratas al afirmar que todos somos, esencialmente, humanos, antes que ciudadanos. Las reglas de acción y reacción históricas se aplican por igual a todos los grupos. Eran las dimensiones las que habían cambiado: con la globalización de la economía la división de clases pudientes y clases pobres, como era tradicional en el contexto europeo, desapareció; era mejor tener un país estable con ciudadanos contentos con su basura (bien presentada) para funcionar al nivel siguiente. Ahora había países ricos y países pobres. La clase, división interna de un país cuya lucha hacía funcionar la economía, pasó entonces al ámbito de los Estados: había Estados privilegiados y Estados basura.

Las tensiones sociales históricas de cada país tejían un decorado que, a modo de telenovela, mantenía a todos los ciudadanos entretenidos en peleas de rellano, chocheces de viejas y guerras dialécticas sobre quien es más guapo, de tal modo que no podían darse cuenta de lo que realmente pasaba, del verdadero cambio que se estaba dando a nivel mundial.

Así, la izquierda europea deambulaba erráticamente de un tópico a otro, sin saber muy bien hacia dónde tirar, y la derecha no era una alternativa, decididos como estaban a adelantar la debacle del sistema económico mediante la exigencia de un crecimiento económico insostenible.

Las diferencias “de clase” a nivel de Estado eran tremendas, hasta tal punto que los presupuestos de muchas empresas occidentales superaban con creces los de muchos Estados. Los occidentales era intocables, verdaderos aristócratas del mundo. Los europeos de izquierdas se estaban convirtiendo en los déspotas ilustrados de antes de la Revolución Francesa, que hablaban, opinaban y pontificaban sobre los problemas de los países pobres, hacían sus actos de caridad mediante las distintas ONGs, y se permitían manipular sus sociedades mediante principios multiculturales (como si la miseria fuera un ejemplo más de diversidad cultural digna de ser mantenida en una suerte de “parque antropológico” mundial), pero todo esto sin tener en cuenta la opinión de las personas implicadas o, en caso de ser contrarias a sus intenciones, despreciándolas en virtud de una supuesta carencia de “valores” democráticos y/o humanísticos. No deja de ser despotismo. El ilustrado era también muy bienintencionado, pero la guillotina se encargó de corregir su error. ¿Qué guillotina estaba destinada a nosotros? No es casualidad que la decapitación de occidentales sea tan valorada por la audiencia de Al-Yazhira.

Claro que vislumbrar la analogía histórica arriba señalada, en una sociedad donde, cada vez más, se revalorizaba positivamente la postura mayoritaria frente a la propia de una élite, era difícil, pues la medianización que sufría occidente hacía que cada vez fuera más rara la existencia de algún tipo de excelencia en cualquier ámbito intelectual. Y a su vez, dicha filosofía chocaba teóricamente con la pretensión de Occidente de seguir siendo aristócrata.

En este contexto, y siguiendo la premisa de arriba según la cual “las reglas de acción y reacción históricas se aplican por igual a todos los grupos humanos”, era previsible una revolución social articulada en el nivel en que estaban sucediendo las cosas, es decir, a nivel mundial. Es así: cuando se oprime demasiado, se produce una revolución.

La III Guerra Mundial supuso el levantamiento definitivo de los países más pobres contra un Occidente indeciso que, por un lado, no podía mantener un ejército tan tecnológicamente avanzado con una economía ahogada en sí misma y, por otro, los valores conquistados de respeto a los derechos humanos impedían sofocar enérgicamente dicha revolución mundial. Los revolucionarios, por el contrario, estaban decididos y no les importaba saltarse dicho código- esa era su fuerza, sus bases sociales les apoyaban incondicionalmente. Occidente, viejo, cansado, no era el mismo que, en tiempos de Roma, hacía de la crueldad contra sus enemigos un espectáculo aclamado por el pueblo. Sofocar sin matar era imposible.

Occidente, enfermo de post-cristianismo, no comprendió que sus nuevos principios no funcionaban en un estado de guerra; pero era también cierto que renunciar a ellos era dejar de ser Occidente.

Por ello, occidente estaba herido de muerte. Era sólo una cuestión de tiempo; de cómo, cuándo y dónde... Al luchar sin principios se suicidaría; al no luchar, sería engullido por el mundo hambriento.

La gente lucha por sus hipotecas.

¿No sería mejor aprender lo antes posible a cazar y a sobrevivir en la naturaleza?

Pues el balneario-Occidente se acaba señores.

Hagan juego...

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