miércoles, 29 de junio de 2011

Cosas que no funcionan





Me levanto. El despertador del móvil suena y, mientras intento apagarlo, ese cacharro táctil y con botones en cada costado hace de todo: activa la cámara, saca una foto y luego se apaga. Al cogerlo con la urgencia y la torpeza del sueño interrumpido le he dado a todos los botones menos al que debía, con sólo acercar la mano y tomarlo. Tiene vida propia, y no es una vida inteligente, digan lo que digan. Pasa igual cuando llaman y me lo tengo que sacar del bolsillo; la mayoría de las veces rechazo las llamadas involuntariamente mientras intento extirpármelo de los vaqueros. En fin, me lo vendieron como una maravilla tecnológica, pero con el teléfono viejo al menos no cortaba las llamadas al intentar responder. Y en realidad nunca hago fotos, ni navego por internet con él. Sí, seguro que lo puedo configurar de otra forma, pero empiezo a estar hasta los huevos de que haya que hacer un cursillo para cada miseria diaria de la vida.

Salgo a la cocina, pongo la cafetera. La puerta del patinillo descansa sobre sí misma; quiero decir que no está suspendida sobre el suelo, sino que las bisagras maravillosas de aluminio de este piso alquilado por el que el propietario se habrá endeudado de por vida no soportan el peso de la puerta, han dado de sí y, aunque la mantienen unida al gozme, ésta araña el suelo. Y es un piso reformado hace poco. ¿Es que todo tiene que durar no más de un año? Cuando vuelva tendré que ajustar su altura a mano, ya me las arreglaré...

Salgo a la calle y me acerco a un cajero. Fuera de servicio. Me encanta. Ahora toca pagar una comisión por sacar la pasta en otro cajero, o irme al más próximo de mi entidad, que de próximo no tiene nada, y resignarme a llegar tarde al curro. Al final, como un pringao, saco 20 euros del de la Caixa y les regalo un par de euros a ellos por ser tan amables.

Llego al trabajo. El aire acondicionado de mi despacho no funciona desde hace 5 años (los del resto del departamento sí). La red corporativa va mal. El ordenador va lento. Internet funciona a veces. Las aplicaciones online de mi trabajo tampoco funcionan. Tienen errores de diseño. Los desarrolladores desconocen el trabajo de aquellos a quienes está dirigida la herramienta que elaboran. Recibo e-mails. Técnicos cualificados que parecen no entender el concepto ayer-hoy, visita-conferencia y frases básicas con las que he intentado aclarar sus dudas que, de internamente contradictorias, no existen en realidad. Existen los ladrillazos en la cabeza, pero mejor no hablemos de mis pasiones...

Llego a casa. El mando del aire acondicionado funciona mal. Bajo a por pilas. 2 euros. No era eso. Apago, enciendo, quito y pongo pilas. Al final logro ajustar la temperatura, pero sólo tras varios minutos de absorto asombro ante ese imposible vestido de torpeza que es el pretencioso mundillo de cretinos que es... Bueno.

Tengo “La doble vida de Verónica” en DVD. La pongo en el DVD. Aunque es original, el aparato no la reconoce. Es que es viejo (tiene seis meses). Tiempos salvajes e incivilizados aquellos en que los videos VHS podían durar 20 años... Al menos entonces cuando te sentabas a ver una peli sabías que la ibas a ver de verdad. Ahora se te puede quedar pillado el archivo sin remedio a veinte minutos del final. Otras veces, directamente no la ves, o está dessincronizado el audio. Es un momento emocionante e intrigante intentar ver una peli hoy día. Qué bien. Emociones fuertes, como el puenting. Suena el teléfono.



- Le llamo para ofrecerle la “segunda línea de movistar”.

- Verá, ya me joden bastante con la primera. Lo que me faltaba ahora era intentar responder a un e-mail mientras alguien me habla por el messenger, que me llegue un sms, intentar leerlo y recibir una llamada, a lo largo de la cual tener que atender a la segunda línea por añadidura. Entiendo que así registran más llamadas y ganan más dinero, pero no me interesa, gracias. Vamos, que se pueden meter la oferta por el culo. Y dejen de llamarme ya, que ya he mandado a tres de sus compañeros al carajo y aún así me siguen teniendo en lista.

- Pero yo no tengo la culpa, es mi trabajo.

- Sí, pero tampoco la tengo yo, y aquí estamos los dos. Podemos colgar o perder el tiempo un poco más, usted elige.



Colgó. Y es que de tanta comunicación, uno puede quedar incomunicado, prácticamente anulado como persona gracias a un estrés absurdo sobre informaciones triviales de cafés, cumpleaños, paranoias y gilipolleces varias. Y funcionando mal. Que les den.



Me voy al estudio. Entro al bar a comprar tabaco. Espero a que me desactiven el control de menores. Meto un billete de diez. No lo reconoce. Ni por un lado, ni por el otro. Vuelvo a la barra. Me lo cambian. Meto cuatro monedas. Tres fallan, pero insistiendo acaban entrando. Busco mi marca. No hay. Otra marca. Tampoco. Al final sólo hay de una. Le doy. La máquina no tiene cambio. Saco todas las monedas. Vuelvo a la barra. Cambio de un euro, please. Al final, tras varios intentos con casi todas las monedas, sale reluciente un paquete de pall mall asqueroso. Me siento un héroe.



Llego al estudio. Internet va lento...



Parece que todo es de plástico, todo es desechable, todo es provisional, como una improvisación de memos que pretende guardar las formas sin conseguirlo.



Nada funciona, todo es chapucero, todo es un engaño. Hasta las personas: políticos, profesionales, artistas. Pero todos luchamos por pagar basura a precio de oro, e intentamos creernos que esto es cojonudo, ya que de lo contrario no sabríamos qué responder ante la evidencia absoluta de nuestra estupidez, de esa especie tan generalizada y rotunda como una coz en la boca.



Sí, debe haber alguien, en algún sitio, que se ríe sin parar... Si no, estamos perdidos todos.



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viernes, 10 de junio de 2011

Más música

Kique Rivas Rock

Ahí tenéis mi página personal musical. Un lugar abierto para apuestas más osadas, más experimentales y menos comerciales. Hay colaboraciones con Mr. Javier González Mariscal, e iré añadiendo cosas conforme surjan. Disfrutadla!

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lunes, 6 de junio de 2011

Penumbras de sábanas

Tú agarra, haz de fauces,
que en el fondo de tu aliento
está el último sabor de esta voz...

Y los olores bajo la piel
se enroscan
hasta salpicarse
afonías de penumbra,
y ahogos de medianoche...

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viernes, 3 de junio de 2011

Los Poderes del tonto del pueblo


La procesión recorría la calle principal.

El tonto la precedía con aires militares,
extraño como una aspiración de ángel entre sacos raídos por las ratas.

El tonto, el tonto del pueblo,
las gentes que reían,
los que miraban a otra parte
y los cínicos,
que planeaban calores secretos de a media-tarde.

El tonto, inmune a los principios,
se creía el motivo de la fiesta
con la inconsciencia de los ojos planos
y el estrabismo de sus manos onanistas.

Y es posible que creyera
que el desfile, que los astros,
que la vida y la muerte y los hechos del presente
le piden permiso a él,
mariscal de pajares y arenilla,
rey borracho de espejos deformados,
para salir,
desfilar,
existir,
ante su careta de muecas sin matices
que todo decide y ordena
con la singularidad del tonto...


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miércoles, 1 de junio de 2011

El gaitero de Silvio

Estaba en la barra del bar, poniéndose bien tibio. Aparte de eso, solía tocar la gaita por las tardes, pero sólo le salía música por casualidad, contadas veces, y esa música era sólo normal en esas excepcionales ocasiones; el resto del tiempo ni siquiera era basura. Sin embargo, hablaba y hablaba pegado a esa barra, con el vaso arriba y abajo y un ardor de farmacia en su aliento de palabras de inquina al rojo vivo. Había tocado con Silvio. El grande. No paraba de recordarlo o de decirlo: él había sido importante, él había tocado la gaita con Silvio. Sin embargo, a la vez que lo subrayaba, lo denostaba continuamente.

- ¿Er Silvio? ¡Ese no valía nada! ¡No tenía ni compás ni cantaba ni sabía tocar! ¡Era un mierda!

Ahora todo el bar sabía ya que él había tocado con Silvio, todos lo habían mirado, y algunos hasta le escuchaban. Así que seguía bebiendo y machacando el mismo tema. Los demás asentían, los parroquianos, todos con su vaso en la mano, todos con una historia de humillación social detrás, todos víctimas profesionales. Y cada uno de ellos con una solución definitiva para los problemas del mundo bajo el brazo, que incluye una explicación de las afrentas de los hombres, “que no los escuchan”, “que no los tienen en cuenta”, “que es que los han dejado con la única alternativa de ponerse a bramar fuego al ritmo de los tragos de vino”. Y todos demasiado humildes, como auténticos mártires convencidos de su limpieza moral, para abandonar la tertulia e iluminar al resto de la humanidad con su secreto tan bien guardado, y ponerse a trabajar en esas luces que publicitan continuamente. No; por humildad de sherpa prefieren sacrificarse y renunciar a los laureles, y que los exploradores ilustres se lleven los honores de la cumbre. El rencor que exhiben debe ser, pues, producto de otra cosa...

-          Er Silvio, ojú...- decía, ya bien alicatado- ...er tío... ¡Menudo mierda!- y daba otro trago.

Lo malo del alcohol es su similitud con el raciocinio de los imbéciles; les hace incurrir en las mismas incoherencias, y el caos de la memoria les hace olvidar lo que dicen y desdicen. Porque cuando lo conocí, años atrás, le faltó tiempo para decirme que él había tocado la gaita con él, con Silvio, el grande, el rockero de Sevilla. Cosas que se olvidan. Imbéciles y borrachos, claro. “Macarena, de Triana eres tú”. Querer y no poder. Admirar y odiar.

- Pod que yo metí una gaita en ese tema, que fue tan famoso; y er Sirvio no quería, ¡podque no tenía ni idea!, pedo yo lo convensí, dsho le ayudé a alcanzar la cima, ¡sin mí no habría podido!...

Y así seguía con su cantinela.

- Y de no ser por esha cansió, ¡no she habría comido nada JAMÁS!

Todos le daban la razón. “Claro, tío, tú si que eres un artista”, y pedía otra ronda mientras lo otros se miraban con complicidad. “Silvio no habría sido nada sin ti, colega, te lo debía todo”.

- ... ¡Esho! que me lo debía a mí todo, TODO. Sería mierda er Sirvio eshe... No tenía ni compash ni ná... ¡Y desafinaba cantando, que dsho she lo deshía siempre!

“¡Claro, claro!” decían el resto de borrachos.  Más y más copas. “Tú eres el más grande, sin haber grabado ni un disco”.

Yo lo dejé allí, junto a sus jaleadores. Y por el camino recordé los versos de Antonio Machado.

“Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza,
guarda su presa y llora la que el vecino alcanza;
ni para su infortunio ni goza su riqueza;
le hieren y acongojan fortuna y malandanza.”

Yo conocí a Silvio. Sólo me lo presentaron una vez. Y su silencio tenía más nobleza que diez mil gaitas como esa juntas.

No, nadie enseña a “ser Silvio”, por mucho que desee haberlo hecho...

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